El salario mínimo sube 15 euros y se pone en 965. Insuficiente si lo pensamos en abstracto, en un país en el que el alquiler se lleva más de la mitad de nuestros sueldos. Un triunfo si somos conscientes de las enormes presiones que ha habido sobre Yolanda Díaz para que no lo hiciera, y por el contrario de la escasa movilización que hemos hecho por abajo para respaldar la posición sindical en la mesa de negociación. Las masas obreristas de Twitter, entretenidas en sus escaramuzas digitales, no han estado en las calles reclamando derechos para la clase trabajadora. La izquierda social y política sigue en horas bajas. Necesita reconstruirse para contrarrestar la presión del IBEX35 sobre un Gobierno dividido. Esto va en serio. La patronal, rescatada con dinero público durante la pandemia, se ha negado a firmar. La tregua pandémica se resquebraja. Para variar se anuncia una masiva destrucción de empleo en las pequeñas y medianas empresas a costa de los 15 euros. El Banco de España también promete resultados catastróficos. La diferencia entre los economistas neoliberales y una secta milenarista es cada vez más tenue.
Un sector del Gobierno también ha tratado de boicotear la subida hasta el último momento, haciendo pinza con la CEOE mientras pedía bajar el precio de la luz a través de la “empatía” del oligopolio eléctrico con hogares y empresas. Conocemos su estilo. Duros con los de abajo, blando con los de arriba.
Pese a todo el SMI sube en un país con un 13% de trabajadores pobres. El tecero de la UE. La coalición PSOE-UP necesita más medidas como esta para sobrevivir a la ofensiva de las derechas y del poder económico. Ahora solo falta que una parte del Gobierno se entere de que hace falta mejorar la vida de la gente para frenar esa contrarrevolución global que va de Hungría a Brasil y que en España tiene su sede en la Puerta del Sol. Una década después, la icónica plaza del 15M emite otro tipo de señales.