Se quedó corta la hora hablando con René Galindo sobre el proceso de producción de su sidra Tencai, de los porqués de cómo hace las cosas, de la mitología, tradiciones y costumbres de su pueblo, de la cosmovisión que lo rodea todo.
René Galindo es un joven sidrero nacido en 1995 que llegó al mundo de la sidra de bien pequeño, cuando tenía cinco años, de la mano de su abuelo.
René Galindo es un joven mapuche, pueblo indígena originario de la región de La Araucanía, en Chile. De un lugar en Temuco con un nombre tan sonoro y evocador como Truf Truf: el sonido que hace el agua del río… truf truf…
Cuenta René que su abuelo hizo un txafqüintu (trueque), allá por 1978, con un señor del campo por el que entregó una vaca a cambio de un molino de manzanas porque había mucha de esta fruta donde vivían: había mucho manzanar. Un molino de manzanas es una suerte de ingenio a modo de tornillo sinfín que despiezaba la fruta.
El abuelo montó su propia chichería (sidrería), arregló su molino e implicó a toda la familia en el negocio, “incluido mi papá cuando se casó con mi madre”. Allá a la sidra natural la llaman chicha, de la que se puede decir que es bebida tradicional en La Araucanía y todo el sur del país, mientras que el norte es más de vino. Y la tipo champanizada, la que tiene azúcares, es a la que llaman sidra.

La chicha puede ser de manzana, pero también se puede encontrar de otros productos, como fermentado de maíz o de mote (trigo). Todo esto ya era antes de la conquista española, luego se pasaron a la manzana. Nos lo explica mientras titubea a la hora de decir “en la época de la preconquista”, como si nos fuera a ofender, como si fuera a herir nuestras susceptibilidades. Como si fuera él, su pueblo, el que tuviera que pedir perdón, lo que me lleva a pensar en la entrevista de Pablo Batalla en Nortes sobre su libro Los nuevos odres del nacionalismo español, cuando habla de los imperiófilos españoles que no piden perdón.
La chicha, nos explica, es más de la zona rural, a la que califican como “el champán de los pobres”. Le contamos que acá con la sidra pasaba algo similar. Y que acá la chicha se le dice a la carne.

René nos traslada toda su pasión cuando nos explica que la chicha se usa en rituales y ceremonias de los ritos mapuches, como el we tripantu, el Año Nuevo que celebran el 24 de junio, el solsticio de invierno. Ese día se espera con chicha, sopaipilla (pan frito) y carne en torno a una fogata mientras los participantes comen y cuentan historias. Su abuelo contaba las suyas, imprimando en René el orgullo de pertenencia al pueblo, a lo rural. Ahí surge la idea de Tencai para su chicha. Tencai es la energía espiritual de la Naturaleza, ngen, lo que le da vida y energía a la tierra. Habla del poder que tiene la Naturaleza, cuya representación es una serpiente: su nombre está inspirado en la leyenda mapuche ‘Treng treng kay kay’ y en el relato campesino de ‘El culebrón’. La serpiente representa el saber, el conocimiento, la protección y la fuerza espiritual.
René estudio Diseño y, cuando su abuelo enfermó en 2017, él tomó su lugar para que no se perdiera la tradición. El diseño de su packaging es obra suya, y así en la etiqueta representa a dos serpientes enroscadas en sendas manzanas. Nuestro imaginario más cercano nos llevaría a pensar en la historia de Eva y Adán y el Mal. Nada más alejado de esta maravillosa leyenda mapuche que nos cuenta sobre la dualidad del Universo, de dos serpientes que representan el poder de la tierra y de la mar, dos espíritus que crean la Tierra. “Me inspiré en la leyenda que me contaba mi abuelo en aquellos we tripantu: Tencai es el poder y la energía espiritual de la Naturaleza”, nos narra.
“Me baso en la cosmovisión mapuche, en la dualidad, el sol y la luna, la vida y la muerte, pero nosotros entendemos la muerte como una reencarnación. Así la sidra Tencai es el sol, el día; la sidra Petnat es la luna, la noche: representan la dualidad, lo que es arriba es abajo y lo que es dentro es afuera”, sigue contando.
René también produce sidra con maqui e hibisco (es el pewü y walung) y sidra con pera y membrillo (el rimü y pukem). Representan las estaciones del año, los cambios que se pueden ver en la Naturaleza, un ciclo que termina y vuelve a empezar. Es interesante como traslada a sus producciones la cosmovisión mapuche.
René ofrece un producto diferente y en su diseño contempla la iconografía mapuche pero acercándolo a algo más moderno, explica. “En todos mis diseños trato de añadir algo más que para solo vender un producto”, señala cuando le pregunto por lo original que me parece la chapa, acostumbrada al corcho. Es una de sus innovaciones, ya que le parece más cómodo para destapar “y como joven quiero hacer algo diferente. El corcho se ve como de muy mayor y sofisticado. Ofrezco un producto bueno y bonito para cualquier tipo de persona”. Pero lo que busca, sobre todo, es revalorizar, a través de este diseño, el trabajo que se realiza en el campo.

“Antes de trabajar se bebía chicha y se tomaba harina tostada, por eso se menospreciaba esta bebida”; por eso y por el “uso étnico” que se le daba al utilizarla en diferentes ceremonias, como para pedir lluvias para la cosecha.
Cuenta que en las sidrerías antiguas, de personas más mayores, se vende por vasos y nos habla de que los jóvenes emigran a las ciudades por trabajo (como curiosidad el mayor porcentaje de población mapuche no vive en zonas rurales, sino en Santiago de Chile). René hizo una apuesta por la chichería de su familia, por ser la tercera generación al frente, y aporta su propia visión con la idea de que “si alguien de otro país compra mi chicha, se lleve algo de mi cultura”. Una cultura que refleja en su diseño basado en los motivos étnicos y que supone un valor añadido. Una cultura, refiere, que viene de antes, “de muy antes: mucha gente del campo mapuche vivía de esto. Lo que pretendo es demostrar que alguien de esa gente puede salir al mercado”.
La chicha chilena no se escancia, pero también se produce con manzanas de la tierra, con sus propios etnotipos, como la Cabeza de Niño “porque es muy grande”, la Fierro “porque cuesta triturarla”, la Puchacai, Limona…

Detrás de todo su trabajo hay una reivindicación, y es la de “revalorizar todo este trabajo del campo. La chicha tradicionalmente se vende en un entorno más local, por vasos o a granel y nadie sabía quién la hacía. Me parece importante que ahora haya un packaging y que sea llamativo. Algo como la chicha, que viene de la etnia mapuche (la mayoritaria entre la población originaria de Chile y que también se extiende por parte de Argentina), se ve como desde abajo”. Por eso su interés en realizar a cabo un trabajo conceptual y profesional para representar “un oficio que siempre se hizo para subsistir, no por dinero”.
“La gente de la ciudad es conquistadora del campo y por ahí quiero reivindicar el trabajo de mi abuelo y de los mapuches”, y nos habla del trabajo en comuna entre familia y vecindad, como en nuestras andechas, “y eso es el txafqüintu del que hablaba al principio, de tú me ayudas, yo te ayudo; nos ayudamos todos”.