Adrián Barbón: Sacerdote, Guerrero y Poeta

Rezar, matar y escribir constituyen la tríada de verbos que Adrián Barbón ha venido ejercitando sucesivamente hasta llegar al 33er Congreso de la FSA.

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

Afirmaba Baudelaire que sólo existían tres hombres respetables: el sacerdote, el guerrero y el poeta. Rezar, matar y escribir constituyen la tríada de verbos que Adrián Barbón ha venido ejercitando sucesivamente hasta llegar al 33er Congreso de la FSA, un cónclave al que acude por aclamación, galvanizado por la unanimidad de los suyos. Baudelaire, que condena al resto de los hombres a galeras, a Barbón lo elevaría a los altares porque el poeta maldito ha visto siempre en el sacerdote a un sabio, en el guerrero a un asesino y en el poeta al creador del universo.

Barbón es la figura que venimos interpretando en el Diario Pop desde todos los ángulos y esquinas. Adrián y el sanchismo se tornan en una nueva ideología epigonal, el adrianismo, que él, voluntaria o involuntariamente, ha venido fraguando desde que fuera elegido Secretario. Hasta el presidente de Cantabria ha advertido que el asturiano tiene una larga trayectoria en el país con su olfato de viejo político falangista. Hay, ya digo, en Barbón estas tres cualidades que nos dan una visión personalista y posmoderna de la política y que son la santísima trinidad de algo que nos hemos inventado para dar con la clave de Barbón.

“Hasta el presidente de Cantabria ha advertido que el asturiano tiene una larga trayectoria en el país con su olfato de viejo político falangista”

Adrián se ha convertido en el Sumo Sacerdote del socialismo asturiano a base de creer. Primero creyó en Dios, después en Javier Fernández y, finalmente, en Pedro Sánchez, como si el aura de Sánchez fuera un poder mágico. Más que una ideología, el sanchismo es una religión. Todos sabemos que, finalmente, Barbón creerá sólo en él. Sin embargo, hoy Pedro Sánchez es el Papa del socialismo español gracias a su plan de vacunas, y el Secretario asturiano no quiere acabar convertido en un hereje.

Javier Fernández (al fondo), atento a la sesión de investidura de Barbón. Foto: Iván G. Fernández

Barbón principia como un alcalde de pueblo astuto, zorro y carismático, y continúa ahora como un Presidente ambicioso y democrático, fruto de la estadística y su fe. Sea como fuere, el líder parido por la democracia regional ha ido pasando de alcalde menor a Secretario y triunfante Sacerdote que hace de la emoción su liturgia política en los mítines, la iglesia y el Parlamento.

En cuanto al Guerrero, resultaba insospechado que Adrián fuera capaz de matar a su padre político. Todo guerrero, como todo Sacerdote, necesita matar al padre en un sacrificio. A Javier Fernández no lo sacrificaron, pero sí lo dejaron arrinconado en la esquina del olvido, muerto de pena. No sabemos si el guerrero ya estaba dentro de Barbón entonces, o si fue la Historia la que lo ha ido acuñando. Hoy, lo que Adrián Barbón nos promete es un estado de alarma recurrente, una guerra contra el virus, una victoria intermitente, sangre, sudor y lágrimas para una nueva asturianía.

“Para alcanzar la mayoría absoluta será necesario secuestrar la verdad, y nada mejor que iniciar la siguiente legislatura con un Estatuto escrito de su puño y letra”

Entre el Sumo Sacerdote y el Guerrero, a veces se enciende el fanático, aquél que camina y actúa siempre en línea recta, más allá de sus propias convicciones. Adrián siempre ha estado al borde del fanatismo, pero hasta la fecha, ha logrado escapar del deslumbramiento de sus propias ideas adaptándose a las circunstancias políticas y los poderes fácticos. El adrianismo es un poder interior y una leve influencia más allá de Pajares.  Ha hecho suyo al Arzobispo de Oviedo, ha hecho suyo al SOMA, ha hecho suyo a los alcaldes y se maneja con displicencia ante los grandes capitales, a la espera de que les llegue su turno. A base de convertirse en el gran consentidor, aglutina más poder cada día. Por eso aspira a una mayoría absoluta, a una hegemonía.

Superado el estado del Sacerdote y del Guerrero, para alcanzar la mayoría absoluta será necesario secuestrar la verdad, y nada mejor que iniciar la siguiente legislatura con un Estatuto escrito de su puño y letra. El político soluciona problemas o los crea, el Poeta crea acontecimientos, descubre utopías, reinventa el idioma. Devuelve al político el aura del Guerrero y da sentido a la gramática de Dios, cerrando el circulo de esa tríada que, como ya dijimos más arriba, consiste en creer, matar y escribir.

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