Salud pública

La pretensión de esta columna es agradecerle al doctor Cofiño su trabajo, al frente de una titánica labor con la que nadie contaba.

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Belén Suárez Prieto
Belén Suárez Prieto
Correctora de textos de profesión. Vivo en El Tiempo Delicuescente.

La Dirección General de Salud Pública siempre parecía una dirección “pequeña” dentro de una “gran” consejería, con un gran presupuesto, como es la Consejería de Salud (en el nombre que tiene ahora), con el ente que gestiona la atención sanitaria, el enorme Servicio de Salud del Principado de Asturias (el Sespa, como lo conocemos por aquí), adscrito. Al lado de otras direcciones generales de la consejería y, por supuesto, del Sespa, la Dirección General de Salud Pública se dedicaba a planificar y a promover acciones preventivas que incidieran en la salud de la población y a investigar comportamientos y factores de malestar, para perseguir el bienestar de la ciudadanía. Parecía, en fin, una dirección general que podía permitirse no estar sometida a la enorme tensión del día a día de la atención sanitaria.

«Salud pública»: si reparamos solo un poco en la expresión, nos damos cuenta de su enormidad. La salud pública es la salud de toda la población, en la que hay que incidir desde la política obligadamente, con importancia fundamental de lo comunitario y con acciones conocidas, promovidas y transparentes.

Autocovid del HUCA. Foto: Iván G. Fernández.

Poco a poco ˗estoy hablando siempre, hasta ahora, de nuestra realidad antes de la pandemia˗, nos fuimos dando cuenta de la importancia de la prevención, sin olvidar de los instrumentos de diagnóstico y de curación, pero sí de la prevención para tener mejor calidad de vida, para evitar enfermedades y, si tenemos una visión general y a largo plazo, para incidir en la contención del gasto sanitario (inversión sanitaria) que se puede evitar. Sí empezamos a darnos cuenta de la importancia de las políticas de salud pública, pero seguían pareciéndonos, si me apuran, secundarias, frente a aquellas de pura atención médica.

Empezamos a darnos cuenta, hasta que nos estalló la pandemia del COVID-19 en la cara, cuando pensábamos que aquella nueva enfermedad pasaba a miles de kilómetros de aquí y que, de esta, en este mundo nuestro, tan opulento y tan lleno de recursos, volvíamos a librar. La enfermedad causada por el virus del Ébola nos había quedado tan lejos, por ejemplo… Y logramos contenerla aquí.

«Pandemia», del griego (transcrito con alfabeto latino) pándēmos, ‘que afecta a todo el pueblo’, leo en el diccionario académico. La pandemia afecta a todo el pueblo, como la salud pública, mermada por la enfermedad del COVID-19, por lo que, sin imaginar que esto iba a ocurrirle el día en que tomó posesión, el doctor Rafael Cofiño hubo de ponerse, como director general de Salud Pública, en la Consejería de Salud del Gobierno asturiano, haciendo política basada en el criterio técnico, al frente de la maquinaria para evitar la desorbitada propagación de la infección ocasionada por este nuevo virus, para prevenir el contagio, para actuar en caso de contacto con personas infectadas, para actuar en caso de ser infectadas.

Rafael Cofiño, director General de Salud Pública del Principáu d’Asturies, en su despacho. Foto: Iván G. Fernández

Rafael Cofiño, empleado público de esa misma dirección general antes de encabezarla, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Las palabras se repiten: lo público, lo común, lo comunitario, lo que afecta a todo el pueblo. Considérenme reiterativa, pero yo me siento reconfortada sabiendo que lo que afecta a todo el pueblo se trata desde lo público y lo común, con criterios de atención comunitaria.

¿Cómo ha de ser eso de, prácticamente de un día para otro, tener que enfrentarse a la mayor crisis sanitaria que se recuerda en muchísimos años? ¿Cómo ha de ser eso de tener que responder a las preguntas ansiosas de la ciudadanía, tan preocupada, tan desconcertada, con cambios en nuestra vida que nunca imaginamos, en nuestra vida cotidiana? Eso ha de ser respondiendo con criterio técnico, con rigor, pero con cercanía, con didacticismo, pero sin paternalismo alguno, en aquellas ruedas de prensa en que el doctor Cofiño comparecía, tras el presidente asturiano y el consejero de Salud; primero, hablando de estadísticas y de datos, después, de medidas y de recomendaciones.

No voy a entrar en las posibles razones de la dimisión del director general, planteada el día de Navidad al consejero de Salud. No me interesan aquí, hay periodistas que se están ocupando de ellas y contándonoslas y a sus escritos podemos acudir, si queremos conocerlas. La pretensión de esta columna es seguir hablando de lo público, de lo común y de lo comunitario, de lo que afecta a todo el pueblo. Es también, si es que Rafael Cofiño llega a leerla, decirle que en este rincón del mundo en el que vivo tenemos un recurso de ayuda solidaria y que, con la pandemia, de modo diminuto, pero con todo el empeño y con todo el rigor de que somos capaces, intentamos también ser recurso pequeño de políticas de salud pública, no solo manteniendo estrictas normas profilácticas en nuestros repartos de alimentos, sino repartiendo, también, mascarillas, geles y jabones de manos. Ahora, pretendemos repartir test de antígenos.

Repartiendo mascarillas cuando observamos que se habían convertido en artículo de lujo para algunas personas y que, por ello, las reutilizaban hasta hacerlas casi transparentes y, por tanto, perdiendo toda su eficacia. Porque la ayuda solidaria, tal como la entendemos en nuestras meriendas-cenas del Oviedo Antiguo, solo es si es ayuda pública, con intervención en lo común, en aquello que afecta a todo el pueblo, con atención al pueblo más débil, más desfavorecido, al que, si todas cuidamos de todas, debemos cuidar por encima de todo.

La pretensión de esta columna es agradecerle al doctor Cofiño su trabajo, al frente de una titánica labor con la que nadie contaba. Muchas gracias.

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