Torquemada
de García May, sobre la novela homónima de Benito Pérez Galdós
Intérprete: Pedro Casablanc
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Teatro Jovellanos, Gijón, 22 de enero
Galdós fue un hombre de teatro importante. Su prolija y vasta producción literaria comprende dramas y adaptaciones de novelas. En 1901 fue piedra de escándalo con su Electra y en 1912 se convertiría en director artístico del Teatro Español –algo así como director de programación– para fastidio de Valle-Inclán, que lanzaba venablos por la boca al sentirse poco agraciado con su política. No es de extrañar por tanto que en 2020, coincidiendo con el centenario de su muerte, las artes escénicas le hayan rendido un modesto homenaje prestándole algo de atención y montando alguna de sus obras.
Torquemada es un novelón a lo Balzac con un hombre rudo como protagonista, un avaro, de inteligencia natural y gran olfato para los negocios. Galdós lo aleja del estereotipo y lo humaniza mostrando también sus sentimientos. Torquemada es además molieresco y sanchopancesco, aunque la síntesis argumental para la escena –tan inevitable como indiscutible al tratarse de una tetralogía– apenas nos lo deja ver. Tras perder a su esposa y a un hijo muy querido cae en el seno de una familia venida a menos, los Águila, que recuperarán su estatus gracias a sus servicios y dinero, a la vez que lo preparan para entrar en sociedad, lo convierten en marqués, senador y le dan mujer e hijo. Galdós acentúa muy bien todos esos caracteres suavizándolos inteligentemente con algún que otro punto de inflexión, para dignificarlos como personas. No hay que esforzarse demasiado para imaginar la difícil tarea que supone la adaptación de una obra de esta envergadura. García May hace un trabajo encomiable en este sentido. Trasfiere la voz omnisciente del narrador a cuatro monólogos y personajes muy significativos en la órbita y vida del protagonista, que sirven muy bien para definirlo: Tía Roma, una trapera y asistenta como de la familia, el ciego Rafael, cuñado en su segundo matrimonio, Cruz, también cuñada, astuta, clarividente y harpía en su ascenso al poder, y el misionero San Pedro, amigo y director espiritual empeñado en la reconciliación y examen de conciencia.
El que un mismo intérprete, el prodigioso Pedro Casablanc, encarne a los cuatro personajes refuerza la unidad y teatralidad del trabajo, su artesanía. No hay truco ni afectación en sus gestos por exagerados que sean. Todo es concluyente, sutil y a pecho descubierto. El humor también está presente en el recorrido. Desde la vieja rencorosa, apenas encorvada y con el ceño fruncido, pasando por el colérico Rafael, resentido con las tretas de sus hermanas, o Cruz, la maquinadora y emponderada que no dudará en ofrecerle al especulador la mano de su hermana pequeña, y por último en un tono ya más naturalista el cura, con acento sureño y campechanía, que tratará de canalizar el arrepentimiento bursátil del avaro hacia una contrición verdadera.
“Si hubiera que reubicarlo en el panorama político actual, entre sus hechos y manifestaciones asomaría la cara amable de Vox, frente al discurso liberal humanista de Galdós”
Torquemada es un pragmático por excelencia, un radical partidario del libre mercado que va a la realidad de las cosas. No roba, no engaña, sólo presta dinero sacándole el máximo provecho. Es tacaño –ahorrador diría él– y detesta el boato y a los políticos por demagogos y trapisondistas. Si hubiera que reubicarlo en el panorama político actual, entre sus hechos y manifestaciones asomaría la cara amable de Vox, frente al discurso liberal humanista de Galdós, que busca el arrepentimiento a través de la iglesia, o la ética, tal y como recomienda Pérez de la Fuente en el programa de mano. Es obvio que la izquierda, en un planteamiento ucrónico, abogaría por una ley que limitara los tipos de interés.
Pero al acierto de Pedro Casablanc, Pérez de la Fuente y García May hay que sumar la escenografía, un salón-escritorio señorial con biombos y una superpanorámica de Madrid al fondo, atravesado por un gigantesco neón amenazador, vertical, demoniaco, efectista y chisporroteante, que cambia de color según avanzan los cuadros. El público del Jovellanos reconoció la magnitud del trabajo con una gran ovación a Casablanc.