“Tristes guerras si no es amor la empresa, tristes armas si no son las palabras”

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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.

Intento seguir las noticias de la invasión de Ucrania con las orejas abiertas a todas las fuentes informativas, es lo que me exige mi ética periodística. Pero todas mis valoraciones pasan por el filtro del antimilitarismo, es lo que me exige mi ética de insumiso: pasé catorce meses en prisión por la negativa a hacer el servicio militar y nunca dejaré de militar (les robamos el término, que se jodan) en el bando de quienes pensamos que las guerras son la consecuencia descarnada y brutal del militarismo, y que el militarismo a día de hoy es un gran negocio del capitalismo. Y que no hay guerras nobles, ni dignas, ni justas ni necesarias, porque todas ellas son una mierda.

Es difícil abordar con un mínimo de distanciamiento lo que está pasando estos días en el extremo oriental de Europa. Hace unos años alguien rebautizó esto que llamaron era de la tecnología como era de la información. Si existió realmente esa era de la información fue muy efímera, la propia tecnología (o, mejor dicho, el uso indiscriminado y acrítico que hacemos de ella) acabó devorándola, y al devorarla se merendó también una parte importante de la veracidad, que parece un término extraño que solo reivindicamos unas cuantas y unos cuantos periodistas. Ahora vivimos en la era de la desinformación, de una desinformación teledirigida, orquestada como arma de guerra, de control político o de orientación electoral.

Estos días las redes sociales se han inundado de bulos, de fakes, de imágenes fraudulentas sobre la invasión de Ucrania, difundidas unas desde posiciones rusas y otras desde posiciones ucranianas. El portal maldita.es/malditobulo desempeña una labor valiosa para tratar de desmontar las trolas que numerosos cibernautas reproducen alegremente sin tomarse ni medio minuto en tratar de verificar su procedencia (que la verdad no te estropee una noticia, decía un principio tergiversado del periodismo estadounidense que nos enseñaban en la facultad). Hay trolas para todos los gustos: falsas declaraciones de Joe Biden anunciando un inminente ataque militar a Rusia, una niña ucraniana herida en un bombardeo ruso que en realidad es una cría palestina víctima de un bombardeo israelí, la falsa noticia de que Corea del Norte envía tropas de apoyo a Rusia para la invasión de Ucrania, la afirmación de que el Gobierno ucraniano es nazi y quiere prohibir la lengua rusa, cuando resulta que el presidente de Ucrania, Volodimir Zklenski, es judío y su lengua materna es el ruso…

Antes de la invasión de Ucrania algunos analistas vaticinaron que no iba a estallar la guerra en sentido tradicional, tal y como la conocemos, porque ahora lo que se lleva es la guerra económica y la guerra de la desinformación, supuestamente más dañinas y más poderosas. Dentro de lo malo, pensé yo, con estas ‘nuevas tendencias’ para hacer la guerra no morirían civiles, ni tendrían que huir de sus casas, ni tendrían que buscar el refugio apresurado del subsuelo cada vez que sonara una alarma de ataque aéreo: los daños recaerían, en forma de apuros económicos, en eso que llaman, con apariencia de entelequia, el ‘sistema económico’ (para entendernos, en las gentes de abajo, porque la variopinta casta parasitaria de la clase alta, llámese Amancio Ortega, Roman Abramovich o cualquier otro oligarca parasitario ruso o español, no notaría los efectos). Pero al menos con ese modelo de guerra 2.0 no moriría población civil, que es lo que ocurre cada vez que el ególatra gilipollas malfollado de turno decide conquistar, defender o recuperar por sus santos cojones no sé qué territorio a golpe de mortero, cañonazo o misil.

El ególatra gilipollas malfollado de turno en este caso se llama Vladimir Putin. Y la realidad atroz demostró que la predicción de esos analistas que decían que la guerra con muertos formaba ya parte del pasado no era más que otro bulo… La guerra tradicional estalló con todo su dolor y con todas sus consecuencias. El país más grande del mundo lanzó su poderosa maquinaria militar contra un estado que, desde el punto de vista de la omnipotente Rusia, puede parecer una insignificancia en el mapa pero que tiene más población que todo el Estado español. Hay ya cientos de miles de personas desplazadas o tratando de dejar atrás su vida y sus pertenencias para ponerse a salvo para alcanzar la frontera hacia otros países, hay miles de personas buscando cada noche refugio en estaciones de metro o en frágiles refugios antiaéreos, hay civiles que murieron abrasados en sus casas mientras dormían en edificios alcanzados por misiles rusos.

Concentración contra la invasión de Ucrania en la plaza del Parchís de Xixón. Foto: Luis Sevilla

Es difícil verbalizar la angustia, la ansiedad o el miedo que se siente cuando el sonido del vuelo de un caza o de un lanzagranadas alcanza tus oídos a corta distancia. Yo lo viví en el siglo pasado en el Sáhara Occidental, en Irlanda del Norte, en Bosnia, en Palestina… Pero no puedo contarlo desde el punto de vista de las gentes que viven bajo las bombas que socavan su tierra. Yo solo estuve en esos escenarios de paso, unos pocos días, como periodista que llega, que intenta retratar velozmente un conflicto complejo y que se vuelve a su lugar de origen, en el que la guerra solo deja el rastro de unas manchas de tinta en un periódico impreso o unos sonidos ruidosos de explosiones en el Telediario que puedes amortiguar bajándole el volumen al televisor mientras hundes la cabeza en el plato de comida caliente.

Soy antibelicista, soy antimilitarista pero no soy neutral en esto que la propaganda de Putin llama operación militar especial y que no es otra cosa que una invasión. Milito (que se jodan, insisto, hemos socializado el término) en el bando de los civiles. Si las guerras se libraran entre militares me traería al pairo que se mataran unos y otros tratando de decidir hasta dónde mean más lejos con su fálico armamento. Pero en esta invasión los civiles están, todos ellos, al oeste del territorio ucraniano que invadieron los tanques enviados por el dictador y criminal de guerra Vladimir Putin, que lleva años reprimiendo, encarcelando y envenenando (literalmente) a la disidencia en Rusia.

Mención aparte merece la OTAN. Cuando se desmoronó el bloque soviético, y con él el Pacto de Varsovia, los estados que integraban esa alianza militar súbdita de Estados Unidos dejó escapar una mangífica ocasión para disolverse pacíficamente, contribuyendo con ello al desarme y a la disensión mundial. Pero el capitalismo económico-militar estaba de subidón y no quería renunciar a una victoria ideológica aplastante en esa Guerra Fría que ya estaba en fase de deshielo, así que, lejos de disolverse, la OTAN siguió extendiendo sus manazas hacia el Este de Europa, hasta las puertas de la Federación Rusa.

Hace unos días Diego López Garrido, ex dirigente de IU que hace años se pasó al PSOE sin ningún pudor, defendía con vehemencia en Antena 3 que la OTAN debería intervenir militarmente en Ucrania: un ex embajador de España ante la OTAN intervino a continuación para decirle que se lo tomara con calma, que la intervención militar era una aberración. El caso de López Garrido recuerda al de Javier Solana, que fue uno de los exponentes de aquel PSOE de Felipe González que pasó de la campaña OTAN, de entrada no a la campaña de pedir el ingreso en la OTAN. Solana fue el secretario general de la OTAN que dio luz verde al bombardeo de edificios en los que murieron civiles en Serbia.

Tristes guerras si no es amor la empresa, tristes armas si no son las palabras. Son versos que Miguel Hernández escribió hace más de 70 años y que siguen vigentes. Igual de vigentes y más recientes son las palabras de Julio Anguita: Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen.

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