Desde la derrota (II). Experiencias de resiliencia para la participación política y social

¿Qué hubiera pasado si en 2011, cuando la ciudadanía se organizó para reclamar en las calles una democracia real, alguien hubiera atacado frontalmente las bases de ese discurso?

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Eva Del Fresno
Eva Del Fresno
Trabajadora social, militante feminista y de EQUO.

(Este es el segundo artículo de una serie más larga, puedes consultar el primero aquí).

¿Qué hubiera pasado si en 2011, cuando la ciudadanía se organizó para reclamar en las calles una democracia real, alguien hubiera atacado frontalmente las bases de ese discurso? ¿Quién podía cuestionar el derecho de la gente a la participación política real frente a una multitud consciente de que había sido excluida y manipulada durante décadas? Todos los esfuerzos del poder en aquella época se centraron en criminalizar la protesta, en inventar un perfil de manifestante que pudiera demonizarse, y en buscar excusas y justificaciones para el sistema. Por supuesto se inició una lucha encarnizada, pero no había nadie en todo el panorama político capaz de oponerse a la emancipación de una sociedad madura. Los partidos reaccionarios, a la vez que boicoteaban el movimiento, moderaron sus estrategias de comunicación para conectar de algún modo con esa demanda y evitar que sus propias bases fueran seducidas por una ola que exigía limpieza y transparencia política. Fue a raíz de ese período cuando el PP cambió su logotipo, que hasta entonces representaba un pájaro en pleno vuelo, y lo rodeó de un círculo mucho más adecuado a los tiempos. Cuando en 2013 alguien decidió que VOX, que procede del latín y significa voz, era un nombre ideal para un partido. La inercia del 15M era muy difícil de frenar y arrastraba a remolque a sus detractores.

Pero todas las estructuras grandes se basan en piezas pequeñas. Y las ideas complejas, en otras mucho más simples. Por ejemplo, algo en principio irrelevante como la percepción del tiempo político  resultó un factor desmovilizador de profundo calado. Capaz de abrir una brecha allá donde rebotaba inexorable la munición ultraconservadora y neoliberal.

Siendo yo pequeña, teníamos una cachorra de pastor alemán, inocente y tierna. Cuando creció y se hizo tan fuerte que imponía con solo mirarla yo seguía siendo una niña, y mi padre comentó “hasta ahora cuidaste de ella, ahora cuida ella de ti”. El día que murió de vieja yo aún no había cumplido la mayoría de edad. La escala de tiempo no era igual para ella que para mí, como no es igual entre la vida de las personas y las comunidades. La política tiene también sus propios tiempos, trepidantes. Los tiempos políticos difieren con mucho de los humanos y nuestros procesos de aprendizaje y reflexión.

“Los tiempos políticos difieren con mucho de los humanos y nuestros procesos de aprendizaje y reflexión”

La mayor parte del activismo no tenía una trayectoria política previa, y menos en partidos horizontales. La falta de referentes resultó en un caos donde los objetivos estaban claros, pero no la gestión diaria que nos permitiera avanzar. La impaciencia hizo mella y avivó los conflictos. Mucha gente se vio decepcionada.  Algunas sacrificaron sin medida su tiempo. Otras sus recursos personales y de fondo la pérdida de confianza consiguió que dudáramos de todo. Hubo familias que se resintieron, parejas que no lo entendieron. Y luego personas como Hugo de Armas Estévez. El muchacho alegre sobre una bicicleta. El primero en brindarte su conversación animada, una sonrisa franca y ofrecerse a todo. Incluso cuando recibió el peor diagnóstico decidió hacer lo que había hecho siempre, y tras confirmarse el peor pronóstico, siguió ahí. Entonces dobló su esfuerzo, y quiénes le conocíamos como el hombre amable que era creímos que estaba bien. La noticia de su muerte prematura nos sorprendió entre lágrimas de tristeza, impotencia, y agradecimiento. Él sabía que el mundo seguiría necesitando toda la ayuda posible cuando ya no estuviera, y empleó sus últimas fuerzas desde el rincón donde estaba y con lo que tenía cerca para empujar la humanidad hacia delante y desearnos suerte. 

Movimiento 15M, mayo de 2011. Foto: Iván G. Fernández

El legado de quienes pasaron por las asambleas en cualquiera de los espacios de participación que se abrieron con distintas siglas, es la madurez de los entornos resilientes que quedan, y se preparan para la embestida de la próxima ola.

No queda mucho tiempo.

En 2011, solo unos meses después del 15M, los pequeños partidos verdes culminaron su trabajo para unirse en un proyecto estatal al que me acabaría sumando. El 4 de junio se presentaba el manifiesto fundacional del partido Equo para llevar el ecologismo a las instituciones y dirigir desde ellas una transición ecológica justa. Un comentario común entre nosotros era “vamos despacio porque vamos lejos“. Asumíamos que nuestro momento llegaría en la medida en que la sociedad se concienciara, y que eso aún requería mucho activismo que hiciera trabajo de fondo.  Mientras, vigilábamos el horizonte en la dirección en que esperábamos la tormenta, y tratábamos inútilmente de dar una voz de alarma a la que siempre acudían las mismas personas. Fuera de aquel ambiente nadie creía en la existencia de un peligro real que amenazara lo que teníamos. Porque realmente era impensable que la fortaleza de la globalización pudiera deshacerse como un castillo de arena. En 2015 superamos el pico de la extracción de petróleo convencional sin percatarnos, mientras la demanda seguía en ascenso. En septiembre de 2019, Ecologistas en Acción advertía que caminábamos sobre el abismo de los límites del planeta, con un documento subtitulado ‘Políticas ante la crisis ecológica, social y económica’, que tuvo nula repercusión en la campaña de las elecciones generales del 10 de noviembre. 

En marzo de 2020 un organismo diminuto puso al mundo de rodillas. Y la recuperación post-COVID expuso la vulnerabilidad de nuestra cadena de suministros deslocalizada. La gran escasez  de todo tipo de materias primas no responde solo a causas coyunturales derivadas  de la pandemia, hay una base  estructural que tiene que ver con la crisis energética y que tenderá a agravarse  en las próximas décadas porque somos totalmente dependientes de la energía abundante y barata que aportaban los combustibles fósiles.  Sin petróleo, no hay camiones, ni barcos, ni aviones; se corta la circulación de personas y mercancías, es como si al capitalismo le diera una embolia. Sin petróleo, no hay pesticidas ni fertilizantes químicos que, además de envenenarnos, hoy por hoy nos alimentan, si le sumamos el cambio climático es igual a una crisis alimentaria. Sin petróleo tampoco hay energías renovables porque su fabricación, transporte, instalación y mantenimiento es petrodependiente. Además, es poco probable que el potencial de estas energías se desarrolle a tiempo de cubrir la demanda actual. Pero no solo la producción de petróleo va a decrecer. Los minerales necesarios para la transición están disminuyendo. Y algunos son muy escasos, como las tierras raras. También elementos abundantes se empiezan a resentir y entre ellos la arena.

“Vivimos en un castillo de arena y no solo en sentido metafórico. La pregunta obligada es: ¿cómo no se tomaron medidas mucho antes?”

Las carreteras, las líneas de alta velocidad, los edificios, las casas y los puentes llevan mucha arena en su composición. Pero también las ventanas, los microchips y las pantallas de los ordenadores y smartphones. El vidrio que usamos (también para los viales de las vacunas) no deja de ser arena. Incluso el petróleo procedente del fracking necesita de la arena. 

Vivimos en un castillo de arena y no solo en sentido metafórico. La pregunta obligada es: ¿cómo no se tomaron medidas mucho antes?

Hace mucho que existen  evidencias  para anticiparse al desastre medioambiental  y prevenir sus peores consecuencias. Hubiera sido lo lógico. Pero este problema ingente encerraba otro más simple. Había un fallo generalizado en nuestra representación mental del mundo como un lugar de usar y tirar. La lógica de la competencia y la explotación dominaba el mercado y era tan imparable como voraz en la depredación del entorno. 

A un ritmo salvaje. 

E irracional.

El panorama en 2022 proyecta un futuro incierto, pero una cosa es segura: como en 2008, si el poder  político  se pliega al capital, vamos  al precipicio.  Sube la apuesta para los movimientos ciudadanos en defensa del bien común y la justicia social. Doblamos a todo o nada. 

Asamblea del 15M en Oviedo. Foto: Iván G. Fernández

La única oportunidad de proteger a la gente de la pobreza, el hambre y la guerra dependerá de nuestra capacidad para crear una ética de la cooperación, desde la democracia y el trabajo horizontal, que abra un nuevo ciclo. La oposición será brutal y férrea. Pero si no lo conseguimos, entonces las asambleas se romperán. La democracia interna tendrá los días contados. El poco tiempo que quede se invertirá en el conflicto. Y nadie recordará por qué empezó aquello. La presión desde fuera será demasiado fuerte sin un núcleo duro interno. Hasta que en la última parte nuestro celoso trabajo implosione sobre sí mismo.

Pero espera un momento:  los grandes problemas encierran otros pequeños. Y ese es el reino de la gente corriente. Para la gran mayoría de las personas los centros tradicionales de toma de decisiones asociados al poder siempre serán ajenos. Nunca votarán una propuesta de ley del Congreso. Pero son dueñas en exclusiva de sus propias actitudes, pensamientos, percepciones, emociones y miedos. Y en el fondo son estas cosas pequeñas las que mueven el mundo, encadenado procesos y poniendo en marcha relaciones no lineales.

Entonces no lo sabíamos, pero nuestras acciones de base son esenciales para que todo lo demás se mueva. El tiempo nos ha enseñado que desde el valle de querer a la cima del poder la senda tiene desvíos y que fuimos muy valientes por explorar las primeras. Aprendimos que compartir nuestras vivencias en ese camino y reflexionar sincera y conjuntamente sería la clave del éxito del futuro. Que ganar sabiduría es simplemente ganar. 

Caímos en la cuenta de que obra en nuestro poder un arma infalible de construcción masiva. Se llama experiencia.

Y vamos a usarla.

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