Espaldas de plata
Texto y dirección: Xavo Giménez
Intérpretes: Leo de Bari y Xavo Giménez
Off Niemeyer, sábado 26 de febrero
Hay un teatro de exposición lineal, causal, convencional y otro cuya estructura argumental se “macera” como opera aperta, que requiere de una mayor participación del espectador en la construcción de sentido, a través de asociaciones –hibridaciones, lo llaman ahora– de elementos dispersos y que ya de entrada se presentan como de naturaleza heterogénea y extraña. Y Espaldas de plata participa de las sugestiones de este último. No se trata de la fragmentación y discontinuidad de las performances al uso, tan asépticas y provocadoras cuando no tan absurdas, sino de lo que ya hace tiempo se ha venido en llamar “poéticas de la sustracción” o “dramaturgia de la percepción“, una serie de sinuosidades y rellenos que actúan sobre la estructura discursiva propiamente dicha, con la intención de captar nuevos matices y dotar a la pieza de una mayor complejidad. En Espaldas de plata se mezclan planos circunstanciales muy oníricos con otros de carácter costumbrista, en pos de una sinergia que dé cuenta fehaciente de las muchas contradicciones que nos aquejan.

El programa de mano destaca la participación de dos creativos publicitarios en la campaña de un político corrupto y en la repulsa ideológica que ese encargo les produce, aunque a poco que avanzamos en la representación ya observamos que se trata de un elemento más, de igual magnitud, que otros muchos que se nos presentan. Fontana y Walter son dos individualidades bien diferenciadas que se pasan el día discutiendo sobre su trabajo, lo mal que está el mundo, lo poco que hacemos por arreglarlo, las series y las plataformas digitales… y los muchos chismes e intrascendencias con que de ordinario nos entretenemos. Pero esta línea de acción principal se verá atravesada en su cotidianidad por la presencia de un gorila que se ha escapado del zoo –animal divino donde los haya y metáfora referencial de lo humano desde el origen mismo de la literatura hasta… la Horda de Menéndez Salmón, por poner un ejemplo cercano–, los tambores con la llamada de la selva y el retorno imposible a esa Naturaleza pre-civilizadora tan mítica como idealizada. Momentos significativos del entramado escénico que se mezclan con otros no menos insólitos o tradicionales, como un hilarante sketch deconstructivo sobre Marta Sánchez poniéndole letra al himno nacional, una mancha en la impresión del cartel de la campaña, la visita a una abuela en el geriátrico o una borrachera de sake en un restaurante japonés. Todo al servicio de un humor fino y extraño, vitriólico, que actúa como subterfugio existencial de nuestras miserias y tiene en el “jacarandá” un grito de guerra con carácter reivindicativo. Arbusto que en guaraní se conoce como “ka´í jepopeté” y que significa algo así como “aplauso del mono”, debido a sus frutos en forma de castañuelas (tal y como me informa la Wikipedia).
Pero la particularidad de la propuesta no se agota en los contenidos, implica también un planteamiento audaz en el plano formal. No dejan de llamarnos la atención los juegos que se hacen con la interpretación, tan onírica o hiperrealista, tan desenfadada o vehemente, con acentos rocambolescos y mezclas variopintas, o la ritualización de un habitáculo apaisado de 8 metros cuadrados con una iluminación a base de contrapicados led –a mi juicio un tanto desafortunada porque ensombrecen innecesariamente la exposición. En fin, toda una serie de recursos muy eficaces que convierten a Xavo y Leo en dos artistas lúcidos excelentes, autores de un espectáculo muy valioso que fortalece la idea de que la dramaturgia contemporánea, en su vertiente escrita y escénica, existe y cultiva un área felizmente dedicada a la experimentación.