Una ciudad a pie y en bicicleta para compensar la carestía de la gasolina

Ante el previsible aumento del precio de los hidrocarburos en los próximos años, urge implementar políticas urbanas y de movilidad que reduzcan la dependencia del coche privado

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Bernardo Álvarez
Bernardo Álvarez
Graduado en psicología y ahora periodista entre Asturias y Madrid. Ha publicado artículos en ABC, Atlántica XXII, FronteraD y El Ciervo.

La subida de los precios de los hidrocarburos en las últimas semanas ha empujado a muchos ciudadanos a optar por el transporte público o desplazamientos a pie. La carestía de los combustibles fósiles supone un reto para una sociedad acostumbrada a la movilidad motorizada con unas ciudades diseñadas para hacerle hueco al automóvil privado. Ante la perspectiva de que este escenario que tomamos por excepcional se convierta en otra “nueva normalidad”, urge ponerse a pensar en otros modelos y estrategias de movilidad.

“Esto no es una situación transitoria”, advierte el gijonés Carlos Rodríguez, de 30 Días en Bici, “parece que la energía se ha puesto muy cara por una situación coyuntural. Pero esto no va a pasar. Antes de que empezase la guerra ya estábamos en camino a esto, y el cuello de botella ya se iba estrechando. La guerra ha acelerado el proceso, pero cuando termina las cosas no van a volver a su sitio”.

Para Rodríguez vivimos “en un marco muy envilecido por el cochismo sociológico y una forma neorrancia de mirar a la ciudad. Hay una alergia al cambio y una nostalgia de cosas que no van a volver, y que es imposible que vuelvan. Necesitamos otra visión y un cambio total de estrategia”.

Itziar Buruchaga es ingeniera de tráfico en Vectio, una consultora de transporte y movilidad, comparte la necesidad de un cambio de modelo. Para ese cambio es necesario que exista “una planificación, porque no se puede andar improvisando. Hay que tener una hoja de ruta, y ahora contamos con un aliado, que es el Big Data, para planificar esa hoja de ruta y gestionar luego el plan”.

Dicho cambio de modelo, apunta Buruchaga, debe avanzar hacia una “movilidad urbana social, económica y ambientalmente sostenible. Se tiene que garantizar que te puedas mover de una manera cómoda, segura, asequible y sostenible”.

Una de las grandes promesas de los últimos años para alcanzar ese objetivo han sido los coches eléctricos. Pero ni Rodríguez ni Buruchaga se muestran muy convencidos de su utilidad. “Es una quimera sustituir todo el parque automovilístico por eléctricos”, señala Rodríguez, “y simplemente porque no hay materiales en el planeta para producir todas las baterías necesarias a un precio competitivo y razonable”.

Gurruchaga recuerda que este tipo de vehículos “también tienen un consumo y exigen otras fuentes de energía, además de una infraestructura importante. Se pensaba que la implantación de los coches eléctricos iba a ser más rápida, que todo el mundo se compraría uno, y se está viendo que es así”.

El gijonés cita también al hidrógeno verde como una “alternativa poco realista, con grandes externalidades medioambientales en su producción. Tiene algunas ventajas, pero es una industria muy contaminante que produce una gran cantidad de deshechos y subproductos”. Señala asimismo las insuficiencias de los biocombustibles: “Pueden estar bien para algunas cosas, pero una producción masiva puede suponer que se deforesten zonas o que se eliminen zonas de cultivo de alimentos”.

Cambio de modelo de movilidad

“En Asturias tenemos una dependencia del coche bastante importante”, lamenta Buruchaga. Rodríguez concuerda en la necesidad de reducir esa dependencia y fomentar los transportes públicos. Para la ingeniera es preciso “mejorar frecuencias de trenes y autobuses, pero haciendo un estudio de su capacidad, viendo cuáles son sus horas punta, qué frecuencia necesitan y aplicarlas. Tenemos que optimizar los servicios existentes”. Tristemente, recuerda, no es eso lo que ha sucedido en los últimos años en Asturias: “Tenemos una red ferroviaria muy potente que ha perdido muchos viajeros. Habría que hacerse algunas preguntas al respecto”.

La receta de Rodríguez pasa por “cambiar las ciudades y la forma de moverse por ellas. La ciudad debe ser autobuscéntrica o metrocéntrica, y por encima de todo hay que empezar a utilizar la pirámide invertida de la movilidad priorizando los desplazamientos en bici y caminando”. Esa conversión de la ciudad puede pasar, en opinión de Buruchaga, por la creación de carriles buses en el ámbito urbano y en la entrada a las ciudades. Respecto a la bicicleta, cree que la cuestión “no es bici sí o bici no, sino bici depende. Cada localidad tiene unos condicionantes propios, como son las pendientes, y exige un estudio específico. No tiene sentido llenar la ciudad de carriles bicis si no se van a utilizar”.

Rodríguez propone también una transformación urbanística de las ciudades para “hacer que sean menos permeables al coche. Ampliando las aceras, renunciando a hacer grandes avenidas a modo de autopistas urbanas y convertirlos en bulevares. O, simplemente, con urbanismo táctico: poniendo señales de prohibido el paso, semáforos y pilotes para que no pasen los coches”.

“Lo principal”, zanja el gijonés, “es reducir como sea el consumo de energía. Tenemos que movernos menos, gastar menos energías, anclar aquí las producciones y traer las cosas de más cerca”.

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