¿Por qué me hice comunista?

María José Capellín recuerda su militancia antifranquista, del cristianismo social a las filas del PCE, cuando se cumplen 45 años de la legalización del partido.

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María José Capellín
María José Capellín
Exdirectora de la Escuela de Trabajo Social

Las efemérides, como este 45 aniversario de la legalización del PCE, son buenas ocasiones para reflexionar sobre el tiempo pasado. Hay un riesgo, al responder a este tipo de preguntas, ¿recuerdas de verdad quién eras entonces, lo que sentías, lo que pensabas? o ¿esos recuerdos han sido reelaborados un centenar de veces a medida que transcurre tu vida? En cualquier caso voy a intentar recuperar a aquella que fui aunque analice sus decisiones con mayor perspectiva de la que ella tenía.

El orteguiano “yo soy yo y mis circunstancias”, explica cada vida por las características personales y las circunstancias históricas, geográficas, de clase, de familia, en que creces y las que el azar te aporta.

Para aquellas personas que nacieron, como yo, a mitad del siglo XX el contexto era la dictadura franquista. Resulta difícil evocarla en toda su amarga realidad, tanto más explicarla a quienes no la vivieron, hoy la mayoría de la población.

Estaban las terribles heridas de la Guerra Civil que aún hoy no han cicatrizado, pero además como cantaba Raimon “a l’any quaranta quan jo vaig néixer, jo crec que tots, tots, haviem perdut”. Y continúa contando lo que quienes nacimos, incluso, una década más tarde percibíamos. “Yo no he visto aquellos muertos de rabia,.. en las prisiones, …de hambre, pero me lo han contado los que lo han vivido”.

Los años cuarenta se conocieron como los años del hambre. Era una hambruna real, no metafórica, la gente se moría de hambre. Se hablaba desde el régimen de la “pertinaz sequía”, en realidad aunque hemos oído hasta la saciedad las acusaciones del oro de Moscú que la República pagó a la Unión Sovietica por las armas enviadas, hasta hoy se mantiene cuidadosamente oculto los alimentos que Franco enviaba a la Alemania nazi en guerra para pagar la decisiva aportación de la Legión Cóndor a su victoria y el coste que tuvo para la población.

En esos años la represión ocasionó más muertes que la propia guerra, los campos de concentración, los presidios, la clase obrera declarada como enemigo: recordemos que durante la República era obligatorio estar sindicado para trabajar, y el franquismo en uno de sus infames decretos consideraba desafecto y susceptible de cárcel a todo aquél que hubiera pertenecido a un sindicato…

Los Caxigales, grupo guerrillero fotografiado por Constantino Suárez.

En medio del terror, de la desolación y del hambre, hay resistencia, la guerrilla, “los del monte”, “los fugaos” articulan una respuesta también aplastada con enorme dureza. El poder se presenta omnipotente, sostenido ideológicamente por una Iglesia que parecía recién salida del Concilio de Trento.

Mi generación, quienes nacimos en torno a los cincuenta, llegamos a ese mundo en el que el miedo lo impregnaba todo, en el que la injusticia era flagrante a poco que miraras a tu alrededor, en que una sórdida estupidez cerraba los caminos del conocimiento y de la libertad en la vida privada. Sobre todo para las mujeres las normas impuestas asfixiaban toda posibilidad de libertad personal incluso más allá de la libertad colectiva, por definición prohibida.

“Mi generación, quienes nacimos en torno a los cincuenta, llegamos a ese mundo en el que el miedo lo impregnaba todo”

Aún así en ese contexto, algunas personas, cada vez más, decidimos, para seguir con Raimón, “Decir no”. Y aquí entran, supongo, las características personales de cada una de nosotras, para poder responder a la pregunta que encabeza el texto.

Yo no nazco en una familia “roja”, que haya sufrido la represión. De origen campesino, aunque eran republicanos, una serie de circunstancias les hace quedar en el lado correcto. No fueron franquistas pero tampoco antifranquistas, eran religiosos. Y como tantísimos españoles de la postguerra apostaron por vivir ensimismados en la vida privada con el miedo constante a salirse del marco impuesto o a posicionarse públicamente. Era algo que notabas cuando había interés en saber de algún acontecimiento y se escuchaba la Pirenaica o Radio París, pero se ponía en voz baja y con las ventanas cerradas, o cuando en casa alguien criticaba un hecho o hacía una pregunta incómoda, y volvía el cierre de persianas y el chistar y las peticiones de bajar la voz. Hasta entonces Franco era un señor amable que saludaba a los niños cuándo pasaba por el pueblo al ir a pescar.

Franco entra en la Catedral de Oviedo con la Cruz de la Victoria en septiembre de 1942.

Creo que siempre me interesó la política en el sentido de la cosa pública. A los 9 años seguía las hazañas de Fidel Castro combatiendo a Batista (curiosamente la radio las trasladaba con simpatía) a los 11 me entusiasmé con el Plan Badajoz, y creo haber sido la única de mi clase y probablemente del colegio que, en Formación del Espíritu Nacional, sabía lo que era un sindicato vertical. Me estudié todo el discurso de José Antonio, es decir el ideario de la Falange y las JONS. Precisamente por ello, en menos de un curso, comprendía que aquello, digamos, no servía. Hoy diría que era pura bazofia fascistoide, pero entonces no era tan sabia.

Tuve la suerte que el Concilio Vaticano II introdujo en la Iglesia y en el colegio de las Ursulinas de Gijón, en que estudiaba, nuevos aires, y el siguiente paso fue el interés por la Doctrina Social de la Iglesia. Los escritores católicos franceses, belgas comenzaban a llegar. Las visitas a las chabolas, (en los sesenta aún rodeaban las ciudades españolas cinturones de miseria con docenas de miles de chabolas), que impulsaban en el colegio para fomentar la caridad en su alumnado, me descubrió un mundo de injusticia y desigualdad aterrador, lo mismo que mi voluntariado en la guardería que las monjas instalaron en uno de los barrios de chabolas  y en el dispensario del Natahoyo creado por un jesuita, (recordemos que no había Sistema Público de Salud) etc.

El barrio gijonés del Natahoyo en los años 40. Fuente: Memoria Digital de Asturias.

Todo ello está en el origen de mi compromiso con lo social que ha ocupado de otras formas mi vida. Por aquél entonces me impresionó profundamente una frase de Alfonso Carlos Comín “Mi Diós es el Diós que pregunta: ¿Caín qué has hecho de tu hermano Abel?”. Años más tarde, Alfonso.miembro del Comité Ejecutivo del PCE y cabeza de Cristianos por el Socialismo sería un amigo muy apreciado.

También la respuesta cristiana tenía sus límites, sobre todo para alguien que pronto se consideró agnóstica y aunque la parroquia y el modelo de reflexión que aportaría la JOC fueron valiosos no eran mi espacio. En ese tiempo también una serie de lecturas encontradas al azar en las bibliotecas iba dando nombre a otra de mis inquietudes, la condición de las mujeres.

“Aunque la parroquia y el modelo de reflexión que aportaría la JOC fueron valiosos no eran mi espacio”

Y aquí otra disgresión sobre las circunstancias. Por razones obvias de la requerida clandestinidad no era fácil encontrar la organización o el espacio adecuado para organizarse. Exceptuando aquellas personas que por tradición familiar ya estaban encuadradas, para las demás solo el azar permitía que, bien en el centro de trabajo o en la Universidad, la propia dinámica te permitiera contactar o más bien ser contactada con alguien organizado ya.

La Universidad, sobre la que tenía enormes expectativas, fue para mí una gran desilusión en el terreno intelectual. Al tiempo, primero en Oviedo y luego en Madrid me permitió asistir a las primeras caóticas asambleas; mi primer conato de manifestación: -seriamos medio centenar y no llegamos a cubrir cien metros fuera del edificio histórico de la Univeridad de Oviedo, antes que los “grises” que nos esperaban, nos devolvieran corriendo adentro. Era contra la guerra del Vietnam. También fui invitada con una amiga a un “seminario marxista”. Aún recuerdo la mezcla de estupor y risa cuando salimos: “¿has entendido algo?… ¿De qué hablaban? Espera, que lo he apuntado: “el corte epistemológico althuseriano” Y eso ¿que es?… Y ¿que tiene que ver con Franco?…”

Manifestación contra la guerra de Vietnam en Oviedo/Uviéu.

Fui una activista sin adscripción, con una imprudencia protegida por la suerte participé en “saltos”, acciones, reuniones, etc.. Aunque es seguro que más pronto que tarde recibiría alguna “oferta” para formar parte de algún grupo concreto, mi situación lo impedía. Exceptuando el primer año, en el que gracias al trabajo de mi hermana pude permitirme la vida de estudiante, el resto de mi carrera compatibilizaría las clases con trabajos variados y con “una mala salud de hierro” que inoportunamente me ha fastidiado toda la vida. Esa errática asistencia impedía una relación más estable con estudiantes que hacían gran parte de su “trabajo” de proselitismo en las cafeterías de las Facultades.

La Ley de Asociaciones de Fraga Iribarne permitió un resquicio por el que se colaron entidades culturales por toda España. En Gijón las “Culturales” eran espacio PCE y Gesto agrupaba a todos los demás. Participábamos estudiantes y trabajadores, gentes de todas las edades, y condiciones. Recuerdo con enorme afecto a todos ellos. Se hacía teatro, su razón de ser original, recitales de poesía y mucho, mucho debate político.

Gesto me dio la entrada a las Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (ahí es nada el nombre). Fundadas por José Luis García Rua quién me abrió las puertas de la militancia organizada, era un “rojo” oficial en Gijón, con una atractiva personalidad, deslumbraba a los jóvenes que nos acercábamos a su órbita; también tenía un carácter autoritario como descubrías cuando le llevabas la contraria… Anarcosindicalista de raíces familiares en el POUM, el “Partido” era una de sus bestias negras con un anticomunismo visceral

En CRAS recibí el nombre de guerra, “Eva”, aprendí a hacer y manejar una “vietnamita” (un artilugio para imprimir panfletos), a tirarlos en los alrededores de las fábricas. Viajé (en autostop) cómo correo llevando propaganda y trayendo fondos para FUSOA  (el fondo de solidaridad con los presos y represaliados asturianos). Conocí otras personas. Salí a Francia y contacté por primera vez con el exilio. Y leí, de nuevo leí mucho, a los teóricos del anarquismo, los análisis de la CNT o del POUM, la visión de Orwell sobre la Guerra Civil.

Y aquí de nuevo empezaron mis dudas. En la I Internacional yo me posicionaba con Marx y y Engels frente a Bakunin. En la Guerra me parecía que era la estrategia de los comunistas la más correcta. Incluso comenzaba a surgir en mí la sospecha, que era más eficaz contra el franquismo una gran organización como “El Partido” que un montón de grupos minúsculos.

“Comenzaba a surgir en mí la sospecha, que era más eficaz contra el franquismo una gran organización como “El Partido” que un montón de grupos minúsculos”

En resumen llegué a la conclusión que el anarquismo, aunque con un gran contenido ético y una gloriosa historia que podría servir como guía para la vida privada. era por definición una idea utópica, es decir que no se podía llevar a cabo porque no tenía en cuenta la terca realidad.

Aquí el azar tiene su papel, junto con centenares de estudiantes españoles llego a Ginebra para trabajar durante el verano. Al día siguiente asistimos a una asamblea convocada por el Comité de Solidaridad con España formada por el PCE y Bandera Roja, una organización que no conocía, dirigiéndola estaba Manuel Vallejo, un reciente exiliado; dos días después, en un encuentro casual comenzamos un debate que continúa a día de hoy.

Bandera era lo que yo consideraba un PCE modernizado, sin la pesada mochila prosoviética, con gran influencia de los grupos de izquierda italianos, formada por dirigentes provenientes del PCE, con un importante caudal de Cristianos por el Socialismo y una militancia con mucha formación, tanto en el ámbito obrero como en el universitario. Tenía mucho peso en Cataluña y empezaba a extenderse por otras partes de España.

Jordi Solé Tura junto a otros compañeros y compañeras de Bandera Roja.

La vuelta y la militancia con un clandestino en casa tiene tiene sus reglas, menos acciones espontáneas, la multicopista (un avance) en casa. El trabajo en el movimiento vecinal, actividades culturales, el incipiente feminismo siempre presente. Vivimos las movilizaciones por el juicio !001, el asesinato de Carrero Blanco, y la tensión consiguiente.

Comienza el debate en Bandera Roja sobre la incorporación al PCE, mis prejuicios por su vinculación con el llamado “socialismo real” me hacían reticente. Nuestra “caída” pone un abrupto final a nuestra vida en Madrid. Una secuencia de hechos muy “peliculera” y una red de solidaridad nos permite salir de España ilegalmente, y somos despedidos en Barcelona por los amigos de Bandera y recibidos en París por el PCE.

Yo entro en el PCE decididamente eurocomunista y de pronto todo encajó. Había encontrado la teoría, el marxismo, el análisis político de la situación española y de las estrategias para acabar con la dictadura y el instrumento, una organización con una enorme carga heroica y también con muchas carencias.

Horacio Fernández Iguanzo, Vicente Álvarez Areces y Francisco Prado Alberdi en un acto del PCE.

Llegó el trabajo entre la emigración, sobre todo con las mujeres, también el contacto con el feminismo suizo obviamente mucho más avanzado que en España. Y las movilizaciones contra la dictadura, los juicios, las penas de muerte. Luego La Pirenaica, los camaradas de todos los exilios, la vida en un país del Este, la muerte de Franco, la larga espera por la amnistía y los pasaportes. Y al fin, la vuelta. Me instalo en Madrid para acabar de una vez mi abandonada carrera y me hacen la propuesta de volver a Asturias como secretaria de Horacio Fernádez Iguanzo, cómo flamante antropóloga acepto de inmediato.

El socialista Francisco Prendes Quirós y las comunistas María José Capellín y Laura González durante la Transición.

La Transición, fue un tiempo denso y apasionante, donde en cada semana cabía un año, con una situación siempre cambiante, en el filo de la navaja, el ruido de sables, la crisis económica brutal, y las primeras elecciones en que los comunistas recibimos una tremenda desilusión. El que había sido el Partido que había protagonizado, con altísimos costes, la lucha contra la dictadura no obtuvo el reconocimiento de la sociedad española.

Un partido adaptado a la clandestinidad, con culturas internas diversas y una frustración palpable   tenía que dar respuesta a toda una nueva serie de problemas, el más grave el intento de golpe de estado, pero también los nuevos ayuntamientos democráticos, la configuración de las autonomías, la construcción de sindicatos legales y un largo etcétera de problemas; y lo hizo, no sin costes.

Fiesta de la Cultura en Xixón durante la Transición.

Sigo creyendo hoy que el PCE estuvo básicamente acertado en sus propuestas y que España sería hoy un país más democrático si hubiéramos tenido fuerza para implementarlas. Esa época me permitió ser parte de la construcción democrática de este país, compartir el sueño de un mundo mejor con personas extraordinarias, pronto desde la dirección del PCE más tarde PCA, en Gijón, luego en Asturias, con Gerardo Iglesias,  llevando temas de mujer, la política municipal, la formación o cualquier otro. Más tarde desde el Central del PCE, contribuimos al enorme esfuerzo que se requería.

La segunda pregunta que me hacía Nortes era: “¿Porqué dejas el PCE?”

Abandonar una organización en la que has puesto tanta energía, tantas emociones, tanto esfuerzo, incluso algunos sacrificios, tiene siempre un coste personal importante. No es una decisión fácil.

María José Capellín y su compañero Manuel Vallejo en un acto de La Ciudadana por el 80 aniversario de Radio Pirenaica, en la que ambos trabajaron. Foto: David Aguilar sánchez.

En un momento dado el Partido se convirtió en lo que hoy denominaremos un espacio muy poco amistoso. Los disidentes, o discrepantes no son admitidos. En aquel tiempo pensaba, como muchos, que esta falta de tolerancia interna era el pecado original comunista debido a sus resabios estalinistas, hoy ya sabemos que es algo inherente a los partidos, en general a todas las organizaciones en que se disputa poder.

La primera reacción suele ser, fue, del tipo “este es “mi” partido y no me vais a echar”. Pronto comprendí que era una respuesta emocional pero muy poco racional. Un partido es un instrumento para la acción política que no pertenece a nadie, ni siquiera a quienes lo fundan, es la expresión de quienes tienen la mayoría en cada momento histórico y a pesar del peso de la tradición y de la cultura interna, no es el mismo en diferentes etapas.

¿Porque dejo de ser el mío? Por diversas razones que no hace al caso analizar, el PCE dejó de ser “eurocomunista” un término no muy preciso pero que nos definía. Bajo la dirección de Anguita poco a poco el PCE pasó a ser antieuropeísta, una de sus señas de identidad, el Partido de la Reconciliación Nacional, del Pacto por la Libertad, incluso del Compromiso Histórico, enunciaba la teoría de las “dos orillas”. Incapaz de analizar la nueva realidad y de buscar respuestas a los acuciantes problemas que la globalización, el medio ambiente, la desaparición del bloque soviético, etc nos demandaban, se refugiaba en ideas fetiche como la República, la Memoria o el oportunista apoyo a las políticas identitarias. Lo que al final le ha llevado a la irrelevancia.

El PCE que abandono miraba al pasado en vez de plantearse el futuro, ya no era mi espacio.

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