Por supuesto la Historia es y debería ser siempre polifónica, pero en ocasiones suena como el glitch. La Historia está llena de errores, distorsiones, olvidos y de silencios, de violencias de toda clase. Las personas que nos dedicamos, acercamos o bordeamos su ejercicio de maneras muy distintas pasamos horas en archivos, en bibliotecas, entrando en casas de la gente, interrogando toda clase de objetos y cuerpos, cuidando los detalles, acopiando testimonios que luego se exponen, contrastan y debaten en diferentes espacios públicos siempre que es posible.
La Historia también es impugnada constantemente por otras personas con argumentos escasos y faltos de pruebas: ¿Os imagináis que en un juzgado un abogado hiciera eso, pero que además lograse que la sentencia fallase a favor de su defensa? Voy más allá, ¿os visualizáis explicándole al electricista el problema técnico por el que le habéis contactado? ¿E indicándole a una profesional de medicina el abordaje terapéutico de un paciente?
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En efecto, la Historia no es más perfecta que la historia, la minúscula, la del día a día, la de cualquier ser humano. Por eso, hay quienes creemos que también es un oficio de reparación narrativa y de cura del tejido histórico-social.
Me cuesta pensar en el mundo virtual como el espacio actual más adecuado para entrar en debates sobre el uso político de la imagen y la Historia, a pesar de que esta propia reflexión nació en una red social. Tampoco es mi intención discutir sobre propaganda bélica, ni mucho menos de geopolítica a lo largo de estas líneas. Sin embargo, aprovechando lo que sucedió la semana pasada en/por/sobre el Congreso, sí querría reivindicar la escucha, la atención y el respeto a las personas que, desde la ciencia, la academia, la cultura, el arte o el activismo se dejan su vida personal y su tiempo todos los días por hacer que este mundo sea un espacio más habitable. Personas a las que no solo no se les escucha, sino que también se les ningunea, niega, precariza y explota. Personas que trabajan y/o colaboran con proyectos relacionados, por ejemplo, con la multidimensionalidad de Guernica.

El pueblo de Guernica no fue el foco del primer bombardeo planificado a una población civil, ni el que concentra el mayor récord de víctimas. En 1913, la cuadrilla «Cuatro Vientos» partió del madrileño aeródromo de nombre homónimo para apuntarse los primeros tantos de la Historia –reconocimiento patrio con posibilidad de ser batido por Italia en 1911– como parte de las estrategias militares españolas en la guerra del Riff. Para 1925 el ejército español ya había implantado los «bombardeos de castigo» como una estrategia bélica eficaz:
Esta mañana, en cumplimiento de la Orden de V.E., ha sido bombardeado con C-5 el zoco El Had de Beni-Bu-Yahi, que estaba muy concurrido, lográndose cubrir con las explosiones el lugar del zoco y sus inmediaciones. [recogido en José Gomá Orduña, Historia de la aeronáutica española, s.n.,1946]
Las imágenes de una Dresde acribillada por las bombas de los aviones del bando de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial forman parte de nuestro imaginario colectivo. «Mal necesario» fue el nombre que recibió uno de los bombarderos implicados en Hiroshima. Hasta la fecha, el mayor ataque aéreo de la Historia fue perpetrado sobre Irak y Kuwait durante la Guerra del Golfo (1990-1991). Aprendí algunas de estas cosas como voluntaria de un taller de investigación organizado por la artista Cristina de Lucas (Jaén, 1973) para su pieza El rayo que no cesa (2013-2017): un mapamundi lleno de manchas negras con el que la artista cartografía la huella de los bombardeos civiles internacionales desde 1912 hasta 2017.

Y repito: Guernica no es la mancha más oscura, ni la más temprana, pero sí concentra una serie de particularidades –muchas de ellas profusamente difundidas en estos últimos días por artículos periodísticos– que han contribuido a su estatus como arquetipo de la barbarie bélica. «Guernica se convirtió en símbolo político, hasta el punto de que aparece como emblema ante cualquier episodio de violencia o de vulnerabilidad civil», se puede leer en la página web del Museo Reina Sofía en su portal dedicado a repensar la famosa obra realizada por Picasso e inspirada en la catástrofe. El proyecto, dirigido por Rosario Peiró y Olga Sevillano, presenta una investigación realizada por Rocío Robles Tardío e Inés Plasencia que contempla la digitalización de más de 2000 documentos a los que se puede acceder de forma libre y gratuita.

El 6 de febrero de este año la familia Rockefeller devolvió a la ONU un tapiz que replica la pintura y que preside la entrada a sus cámaras desde 1981. Los propietarios de la pieza justificaron la ausencia, desde 2021, por motivos de limpieza. Hasta entonces el textil solo había permanecido fuera del campo visual en otra ocasión: 5 de febrero de 2003, Colin Powell anunciaba en rueda de prensa que Irak ocultaba armas de destrucción masiva.

«¿Puede cambiarse el pasado reciente definitivamente? ¿Puede desmontarse, en apenas una década, toda la iniciativa de elaboración de una “memoria justa” y de una memoria herida, como reclamaba Ricoeur? ¿Es posible, mediante el simple ejercicio de la repetición y la acción consciente de algunas fuerzas políticas de reciente creación a escala peninsular y europea, reconstruir la microhistoria de los pueblos hasta que estos queden exentos de todo pasado?», se pregunta Miguel Rivas, co-comisario junto a Ismael Manterola de la exposición Desegindako Oroitzapenaren Aurrean: memoria eta gerra zibila/Ante el recuerdo desmantelado: memoria y guerra civil, en uno de los textos de su catálogo. La muestra, compuesta por la obra interdisciplinar de distintxs artistas (Amaia Molinet, Atxurra Animazio Taldea, Art al Quadrat, Iratxe Jaio, Klaas van Gorku, Miriam Isasi, Ohane Irague, Taxio Ardanaz) se puede visitar en el Museo de la Paz de Gernika hasta el 20 de abril. La institución también cuenta con una exposición permanente dedicada a la cultura de la paz que recoge distintos testimonios sobre las consecuencias del bombardeo, como los compilados por William Smallwood para su libro The day Guernica was bombed: a Story Told by Witnesses and Survivors (2012). La institución también ha sido sede de diferentes iniciativas en los últimos años, como el VIII encuentro de la Asociación Internacional de Estudios de Memoria «Memorias en red», creada para fomentar el debate interdisciplinar sobre los procesos de la memoria socio-cultural y su recuperación.

Si digo que la Guerra Civil española se generó por un alzamiento militar golpista perpetrado en contra el gobierno legítimo de la Segunda República no me convierto en ninguna suerte de «espía roja» que ha viajado en el tiempo. Tampoco soy sospechosa de apoyar a algún sistema totalitario actual patrocinado por un partido de izquierda. No vivo presa de la nostalgia. Todo esto tan solo me posiciona como una persona que muestra deferencia hacia las investigaciones de Stanley G. Payne, Paul Preston, Julián Gallego, Santos Juliá, Enrique Moradiellos o Mary Nash, por citar algunos de los nombres más mediáticos entre otros que, desde hace más de cuarenta años, se empeñan en rastrear, analizar y explicar uno de los conflictos bélicos más complejos y determinantes para nuestras historias. Y esto último no me lo invento yo, ni siquiera Zelensky: más bien lo cercioran las pugnas cainitas que la clase política española aprovecha para sobreponer al victimario ucraniano-ruso también en estos días.
Pero continuemos con las manchas: ahora son rojas y tiñen la entrada del Congreso de los Diputados de Madrid. Otro mapamundi: el realizado por Scientist Rebellion. Científicos de más de 25 países llaman a la desobediencia civil entre 4 y el 9 de abril en pos de una «revolución climática» que mitigue la inacción política ante la que posiblemente sea la mayor amenaza de exterminio para varias especies: «Las perspectivas son de ecocidio, más genocidio, y nos hace falta una fuerte reacción social», declaraba el filósofo ecologista Jorge Riechmann en la nota de prensa del colectivo. El concepto de ecocidio apareció en relación a la Guerra de Vietnam y se quedó a la puerta de convertirse en el quinto crimen contra la paz en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.

Un olvido, un silencio, un error… otro glitch. Karen Aune no ha realizado ningún trabajo sobre Guernica, pero en su investigación teórico-artística se pregunta qué pasaría si una de estas distorsiones empezara a transformar un ecosistema específico. El glitch es un error informático, un «cambio de voltaje tan diminuto que ningún fusible podría protegerlo», apuntaba John Glenn en Into the orbit (1962). El glitch bloquea, pero también mueve. El glitch genera nuevos patrones, abre vías, señala nuevas direcciones. El glitch también pone en evidencia lo que falta y, por tanto, es catalizador de deseo. Una de las máximas que ha cobrado fuerza en los últimos años y se ha repetido a lo largo de estas jornadas es «Rebelión o Extinción». Aprendamos, pues, de los errores.