Sonia García Galán (Avilés, 1981) es doctora en Historia por la Universidad de Oviedo. Colabora con el grupo de investigación Deméter. Maternidad, Género y Familia de esta institución y con el de Investigaciones Históricas Andaluzas de la Universidad de Málaga. Ha realizado diversos estudios que revisan la aportación de las féminas a la Historia como Sirvientas, campesinas, obreras y amas de casa. Gijón (1900-1931), que fue galardonado con el premio de investigación Rosario Acuña.
¿Cómo surge la idea de investigar sobre el trabajo remunerado de las mujeres en Gijón entre 1900-1931?
Por mi interés por la historia de las mujeres y dentro de ella, la referida al trabajo en la Edad Contemporánea, mi especialidad. Existen muchos clichés, como que ellas se incorporaron al mercado laboral entre los años 1960-1970, lo que es falso, porque siempre han trabajado. El tema se examinó en Cataluña, País Vasco, algo en Andalucía, pero no había un estudio específico en Asturias. Aquí la idea dominante de la historiografía recoge el perfil del trabajador como un varón minero o del sector del metal. Por eso quería mostrar que el mundo del trabajo resulta más complejo y las mujeres forman parte de él. Esta obra supone un reconocimiento al trabajo de mujeres de otras generaciones.
¿Por qué en esa etapa?
Para mí es muy relevante, ya que en España se da la tendencia a pensar que todo empezó con la II República. Como si a partir de ahí, las mujeres hubieran adquirido derechos y libertades y que es cierto que les dio el voto y la condición de ciudadanas y estableció mejoras legislativas como el divorcio, la escuela mixta y por eso tiene un significado especial para las féminas, pero se ha de entender que todo ello venía de un proceso de cambio social, económico y en las relaciones de género que es anterior. Este arranca en las primeras décadas del siglo XX, cuando la sociedad y su estructura productiva se estaban modernizando, los servicios, la industria avanzaban y las mujeres empezaban a tener oportunidades laborales en sectores nuevos, por ejemplo, cada vez había más maestras. En la I Guerra Mundial, aunque España no participó, las mujeres tienen una participación muy activa, se resitúan. Los hombres estaban masivamente desplazados al frente y ellas ocuparon sus puestos, pudieron desempeñar empleos en fábricas, como conductoras de ambulancias y en otros muchos sectores que antes no les habían permitido. El impulso que la I Guerra Mundial supuso para las mujeres se ve luego en los años 20, que son una época muy moderna y de avance. Es un período que me resulta muy interesante y en el que están presentes muchas de las dinámicas que luego cristalizan en la II República.

De todas formas, menciona en el libro la dificultad de encontrar registros fiables sobre el trabajo femenino en ese período, ¿por qué?
Muchas veces queremos cuantificar y eso es complicado ya que las fuentes cuantitativas mienten. Tenemos a mujeres que declaraban que se dedicaban a sus labores o así lo interpretaba el que hacía la encuesta si se trataba de un padrón municipal y de esa manera las anotaba sistemáticamente, porque el oficio fundamental de la mujer para la mentalidad de entonces era la casa y la familia y lo otro era una ayuda. Me llamó la atención que en un sector tan identitario como el de las cigarreras en Gijón ni siquiera estaban todas recogidas en el padrón, se tendría que acudir a censos de la propia fábrica para ver las que eran. También se daba la economía sumergida, de la que no existen registros. Por ejemplo, mujeres que reparten pan, otra que llevaba un cerdo a un matadero; estas ocupaciones se pueden rastrear a través de la prensa, que te da informaciones cualitativas, porque ves a féminas realizando labores muy diversas, pero no sabes cuántas son. Concluyo que existía una gran masa femenina trabajando en Gijón, pero tampoco la puedo cuantificar, hay que reconocer esa incapacidad para hacerlo. No obstante, históricamente lo que se ha hecho es que como no están en el censo es que no trabajaban, pues no, es que el censo miente, no las registraba de manera adecuada. Otro caso, hasta 1900 a las campesinas en los censos se las consideraba campesinas y por tanto activas, pero a partir de 1900 decidieron que no, que no eran campesinas, que se dedicaban a sus labores al ser esposas de campesinos. De repente desaparecieron del trabajo. Si miras los datos oficiales te preguntas dónde han ido después de 10 años esas mujeres que estaban trabajando, ¿dejaron de trabajar? No, es que dejó de considerarse que las campesinas trabajasen y como su función era estar en casa, lo otro era una faena complementaria y no se anotaba.
Pues es un estereotipo muy clásico sobre la época.
Sí, está tan interiorizado que se ve hasta en los discursos de los doctorandos, de personas con estudios superiores y tiene su reflejo en los libros de texto. Debemos cambiar esa percepción errónea de que estaban dedicadas en exclusiva a tareas supuestamente asociadas a la feminidad, como si el trabajo fuera un atributo masculino y no es así. Se tiene que hacer mucha pedagogía. Lo interesante de las distintas épocas históricas es revisar en qué trabajaban, sus condiciones y ámbitos. En la Edad Contemporánea depende mucho del contexto local, no es lo mismo la realidad de unas mujeres que de otras o en el campo. No existe un patrón único de mujer trabajadora en todos los sitios y aunque se dan una serie de variables parecidas tenemos que analizarlo a nivel regional y local porque no se puede generalizar.

En todo caso, la realidad se imponía a pesar el discurso oficial y se dictó una normativa específica protectora para las trabajadoras y por extensión a la infancia. ¿Qué disposiciones más relevantes recogía?
Sí, en el caso de los hombres la paternidad no tenía incidencia, pero sí para ellas. Lo que se hace es adaptarse a la normativa internacional. Según el ideario de la época, la mujer era una madre en potencia, luego protegiéndola se amparaba a la infancia. Se aprobó un descanso de tres semanas después del parto que luego llegó a cuatro y podía alcanzar seis con prescripción facultativa. Con la llamada ley de la silla, podían hacer uso de un asiento mientras no fuera incompatible con su ocupación en tiendas, almacenes, oficinas, escritorios. Fueron apartadas de industrias en las que se trabajaba con materiales peligrosos, como zinc, corcho, cerillas, cristal, explosivos, algodón, lino o similares. Además, la protección se extendía más allá de lo físico, es significativo que las jóvenes entre 16 y 23 años no pudieran emplearse en talleres que produjeran grabados, estampas o escritos inmorales; previsión que no se recogía para los varones.
Uno de los problemas que en buena medida se ha venido arrastrando hasta época actual era el de la doble jornada, esto es, trabajo remunerado fuera y al llegar a casa, las faenas cotidianas y el cuidado de la prole, ¿cómo se arreglaban?
Eran sustentadoras del hogar. Un tema interesante es ver cómo hacían para lo que hoy llamamos conciliar. Porque otra idea muy extendida es que las mujeres trabajaban mientras fueran solteras y no tuvieran hijos y dejaban de trabajar cuando se casaban. Lo que demuestran los estudios realizados en determinados contextos, y en este caso yo creo que también el libro va en esa línea, es que, si había posibilidades de mantenerse en el mercado laboral, ellas seguían, no renunciaban a un sueldo. Y prueba de ello es que en Gijón había varios centros para poder dejar a los niños de corta edad. A partir de los 6 años algunas los escolarizaban, incluso los podían dejar solos, porque tampoco las exigencias de cuidado eran tan altas como a día de hoy. Entonces empiezan a darse iniciativas en ese sentido. Resaltaría el caso de lo que conocemos como la Gota de Leche, que es el Instituto de Puericultura de Gijón. Se puso en marcha en esa época y su promotor, el médico y pediatra Avelino González, le incorpora una casa cuna, porque decía él que en Gijón había una masa obrera femenina muy grande y era necesario tener atendidos a los hijos en las horas de trabajo de sus madres. Ellas se buscaban la vida y los críos podían quedar a cargo de alguien de la familia, por ejemplo, una hermana mayor, otras veces iban a locales que no reunían medidas higiénicas. Lo de las guarderías no lo inventamos ahora, ya en esa época existen y se demandaba que tuvieran mejores condiciones, lo que evidencia que las mujeres trabajaban también, si no carecerían de razón de ser.
“Si había posibilidades de mantenerse en el mercado laboral, las mujeres seguían, no renunciaban a un sueldo”
Sin embargo, algún otro tópico es cierto, según explica, como las diferencias salariales entre varones y mujeres en detrimento de estas últimas. ¿Puede detallarlo?
La segregación del mercado de trabajo a nivel salarial tiene que ver con los sectores en los que se concentra el mayor número de mujeres. Si hay un gran número de ellas que se condensa en el servicio doméstico y en este se paga mucho peor que en la fábrica, pues ellas cobrarán menos. Pero también lo significativo es que cuando trabajan en el mismo sector, los hombres ocupan categorías y puestos superiores y por lo tanto perciben mejor salario. Incluso en la confección, los sastres perciben más que las modistas. También se daba, no en Gijón, el caso de féminas que trabajaban en obras, haciendo una carretera y dentro de las categorías profesionales se registraban las de peón, capataz y otras, es decir, los hombres tenían distintas categorías. Las mujeres solo poseían la categoría de mujeres, con lo que no podían ascender en el escalafón profesional y además cobraban menos que el rango masculino más bajo. ¿Cómo se justifica eso? Pues con el discurso que postula que el lugar de las mujeres es en casa y que es al varón a quien le corresponde mantener a la familia, por lo que el salario de ellas supone un complemento al del marido y aunque ellas cobren muy poco, es que no están en el lugar que les corresponde. Pero no todas tienen marido o no siempre él estaba trabajando, así que las mujeres sin hombre o sin su aportación son más pobres.
¿En qué oficios era mayor la presencia femenina?
Habría que destacar el servicio doméstico, las que llamaban las sirvientas. Era muy barato contar con ellas, cualquier familia de clase media podía permitirse una y las acomodadas más de una. El suelo era muy bajo y por poco más que el mantenimiento y la comida estaban allí trabajando desde muy niñas. Ganaban dinero para ayudar a la familia y ahorraban una parte para la dote. Al ir de internas, el miedo a que les pasase algo se mitigaba, porque si eran de una zona determinada de Asturias, iban a servir a casa de una familia que era originaria de esa zona, con una especie de paternalismo. Sin embargo, la realidad era que padecían unas condiciones variables, a veces muy malas; otras, la chavala estaba a gusto. Luego, sucedía que iba una de pionera, le buscaba casa a otra hermana o era más fácil para un hermano encontrar un empleo si alguien ya conocía el entorno de la ciudad y se abrían cadenas migratorias. Eso lo estudió Cristina Borderías para Cataluña. Las chicas eran la avanzadilla. La idea era servir unos años y dar soporte a la familia con el dinero que enviaban, pero cuando alguien emigra, aunque sea del pueblo a la ciudad, a veces se convertía en un viaje de no retorno.

Menciona también a los marrucos y les marruques, ¿quiénes eran?
Los jornaleros, pero era un oficio en retroceso, más frecuente en el siglo XIX. Los venían a buscar para trabajar de manera temporal en el campo en los períodos en que había mayor carga de trabajo. No los solemos asociar a Asturias, sino más bien a Andalucía, donde muchos campesinos lo eran. Son imágenes que todavía se reproducen hoy día, como yo las he visto en El Ejido, donde inmigrantes se concentran en la plaza para ver si alguien los lleva para irse a trabajar al invernadero. Además, en el campo en esa época, también seguían trabajando mujeres, pues muchas vivían en las aldeas. Sus labores diferían de las masculinas, ellas atendían la huerta o al ganado menor como gallinas, los conejos o el ordeño.
¿Qué más oficios destacaría?
En la confección se generaba mucho empleo, la ropa no venía, como muchas veces ahora, de fábricas de China, se hacía en talleres. Y luego está el tema de la industria. El caso de Gijón es particular por estar allí ubicada la fábrica de tabacos. Es cierto que luego fue descendiendo el número de féminas al ir mecanizándose y además los que manejaban las máquinas eran hombres, pero generó mucho empleo para ellas. Y en el barrio de La Calzada se asentaron algunas fábricas textiles como La Algodonera y tanto el tabaco como el textil sobre todo contrataban trabajadoras. También destacan las vendedoras, las campesinas que bajaban a vender productos de la huerta; las pescaderas que en Gijón son un prototipo muy conocido y representado por la pintura y las había que vendían en el mercado interior, las había que lo hacían al aire libre; otras vendedoras vendían por las calles productos variados, la quincallería. Todos estos oficios vienen de atrás. Lo novedoso es que hay mujeres de clase media que trabajaban como medio de autonomía personal y no porque lo necesitaran. Esa es la gran ruptura, porque socialmente no era deseable que una mujer trabajara fuera de casa. Eso se podía aceptar para una obrera que precisaba de ingresos, pero para una muchacha que no pasaba estrecheces de ese tipo, no se entendía. Incluso cuando familias de clase media pasaban apuros económicos, las jóvenes se llevaban trabajos de costura a casa, pero de tapadillo, que no se enterase nadie, porque era una especie de deshonra. La cuestión es que no se les dejaba más horizonte que un marido que las sostuviese.
¿Qué tipo de puestos ocupaban?
Sería el caso de las maestras, que cada vez hay más niños y niñas escolarizados y claro, con esa profesión y sueldo, no necesitaban casarse para sobrevivir. También empezaba a haber mujeres que trabajaban en oficinas como mecanógrafas o en el ámbito de la salud, enfermeras, alguna comadrona ya titulada, además de las parteras. Se dedicaban a su profesión, aunque esto no significaba que renunciaran a tener una familia, pero ya consideraban como legítimo que tuvieran unos estudios y un trabajo. Por ejemplo, Carolina Alonso Nart es la primera médica, especialista en pediatría, que ejerce en Gijón o Consuelo Mendizábal fue la primera asturiana licenciada en Derecho en 1931.
“Donde hay mujeres en las fábricas también hay conflictos. No es cierto ese estereotipo de la docilidad”
Volviendo a lo que me indicaba de los oficios, en el libro se asegura que ser cigarrera era la más alta aspiración profesional a la que podía llegar una obrera gijonesa, ¿de qué ventajas disfrutaban?
Tenía la singularidad de que la supervisión y el control recaían en mujeres y capatazas y maestras velaban por la salida de un producto de calidad. Aunque su jornal era inferior al medio de un varón, sin embargo, estaban muy por encima del que percibían mujeres de otros oficios. Disfrutaban de flexibilidad horaria, por si tenían que ir a recoger a los hijos y permanecían en los talleres hasta edades muy avanzadas, ya que cuando se hacían mayores las relegaban a puestos de menor exigencia física. Como además eran muy numerosas y se les reconocían ciertas cotas de poder, también eran combativas e independientes.
Cuénteme si hubo episodios de huelgas o movilizaciones.
Había unas dinámicas en el barrio de Cimadevilla en Gijón que ya venían de atrás. Una especie de alianza de mujeres y vecinas del barrio que tenía entre sus abanderadas a las cigarreras y a las pescaderas que protestaban cuando consideraban que se daban situaciones injustas. Un caso, liderado por las campesinas, pero apoyadas por pescaderas y otras mujeres se dio en 1909. Se gravaron con impuestos ciertos productos básicos y las campesinas se negaron a acudir a los mercados, hubo desabastecimiento y piquetes para impedir la entrada de mercancías del campo. Esas serían las protestas de tipo tradicional, en las que no van tanto como trabajadoras, sino como mujeres de las clases populares que se rebelan contra una injusticia. Pero, además, donde hay mujeres en las fábricas también hay conflictos; no es cierto ese estereotipo de la docilidad, eso no lo he constatado. En La Algodonera se dieron varias batallas para la mejora de sus condiciones de trabajo, lo que pasa es que eran huelgas muy duras y a veces se perdían, pero ellas lo peleaban.