“La ciudad donde vivo es un monstruo de siete cabezas”, cantaba la Orquesta Mondragón en su tema Corazón de Neón. Xixón, la ciudad en la que nací y en la que vivo, también es un monstruo de siete cabezas. Una de esas cabezas, la más monstruosa y descerebrada, se niega a cederle el paso a un modelo de ciudad y de concejo sostenibles que miren hacia el futuro y que asuman compromisos, modestos pero importantes, con el futuro del planeta. A esa cabeza monstruosa y descerebrada, en la que se reúnen las pocas neuronas que son capaces de sumar la derecha y la extrema derecha política gijonesa y sus adláteres (constituidos en una “plataforma ciudadana” ofendidísima que ha llevado a los tribunales la restricción del tráfico de automóviles en el Muro), les ha salido bien la jugada de momento: una jueza de lo Contencioso Administrativo se las dio de experta de urbanismo y movilidad, y sentenció que había que eliminar el Cascayu, la zona costera que el Ayuntamiento había ganado para peatones, ciclistas y corredores en la principal fachada litoral gijonesa.
Mañana mismo el Muro recuperará el tráfico de vehículos de motor. Es una victoria pírrica de la descerebrada derecha, política y sociológica, gijonesa. Porque seguramente Xixón, ese Xixón de progreso y progresista que ni entienden ni representan en modo alguno las semiderechas semipijas de Foro y de Ciudadanos, la derecha pija del PP y la ultraderecha superpija de Vox, reconquistará la peatonalización del Muro, algo tan nimio y algo tan esencial para construir una ciudad de futuro y con futuro. Algo que se escapa del entendimiento de esas derechas semipijas, pijas y superpijas que siguen vendiendo el discurso de que hay que llegar en coche a todas partes y de que inhalar benzeno o esnifar tubos de escape con sustancias cancerígenas es lo más normal del mundo, de su mundo caduco, trasnochado, rancio, viejuno.