“Tuyo y de la causa obrera”. Con esta fórmula, cargada de reminiscencias históricas y de apelaciones a la identidad socialista, se despedía Nicolás Redondo de Felipe González en la carta que representaba el punto de no retorno: la que, fechada el 20 de octubre de 1987, sellaba su dimisión como parlamentario en las filas del partido en que había militado toda su vida y certificaba su apuesta por la coherencia sindical frente a los cantos de sirena de un socialismo cada vez menos obrero y más sumido en derivas neoliberales. Apenas catorce meses más tarde, la huelga general del 14 de diciembre de 1988, la más grande habida nunca en España, sellaba la ruptura de un modelo centenario de relación entre partido y sindicato, nacidos de la mano y entrelazados hasta casi confundirse a veces durante gran parte de su andadura.
Bastantes años antes, Redondo podría haber sido secretario general del PSOE si se lo hubiera propuesto. Pero en una reunión en Jaizkíbel, a orillas del Cantábrico, en la que participaron siete personas (tres vascos, tres sevillanos y un madrileño) se decidió que fuera el joven abogado Felipe González y no el ya curtido sindicalista Nicolás Redondo quien optara a la dirección del partido en el congreso a celebrar en Suresnes, a las afueras de París, desplazando definitivamente a la vieja guardia representada por el sempiterno dirigente del exilio Rodolfo Llopis. Redondo tenía todo en su mano para haber dirigido al PSOE desde el momento en que ya era responsable de la UGT (por entonces, ambas organizaciones eran prácticamente lo mismo) y había ganado en el sindicato la batalla por trasladar la dirección al interior antes de que ese mismo pulso fuera librado en el partido. Provenía, además, de la organización vasca, la única sólidamente organizada y con real implantación en el movimiento obrero de los primeros años setenta.
“Redondo tenía todo en su mano para haber dirigido al PSOE desde el momento en que ya era responsable de la UGT”
Durante dieciocho años, entre abril de 1976 (XXX Congreso) y el mismo mes de 1994 (XXXVI Congreso Confederal), Nicolás Redondo ocupa la secretaría general de la UGT, si bien ya con anterioridad su liderazgo en el seno de la dirección colegiada lo había convertido de facto en el principal dirigente ugetista. Durante este dilatado período, que incluye el tramo final de la dictadura franquista, la transición a la democracia y el asentamiento de la misma, así como tres legislaturas de gobiernos socialistas, Redondo será la figura más representativa del sindicato de raigambre socialista y, junto a su homólogo de la otra central mayoritaria (Marcelino Camacho), el principal rostro visible del sindicalismo de clase en España. Más allá del tiempo, ciertamente prolongado, en que desempeña responsabilidades del máximo nivel, toda su biografía se liga de modo indisociable a la historia de las centenarias organizaciones del socialismo español.

Hijo de socialista y padre de socialista, constituye un exponente acabado de un tipo de linajes familiares propios de comunidades obreras donde las ideas del socialismo han arraigado tempranamente y han sido transmitidas de generación en generación haciendo patente la fuerza de una tradición, unos valores y una identidad social y política. La Margen Izquierda del Nervión proporciona uno de estos enclaves –como las cuencas mineras asturianas, con las que guarda no pocos paralelismos- donde, a través de todo el siglo XX, las tradiciones del movimiento obrero han pervivido con mayor intensidad.
Nicolás Redondo Urbieta, nacido en Baracaldo el 16 de junio de 1927, era hijo de un inmigrante de origen soriano y una madre euskaldún. Su padre participó en la revolución de octubre de 1934, en la guerra civil y en la resistencia antifranquista, por lo que conoció clandestinidad, cárcel y torturas. Con diez años, Nicolás se convierte en uno de los “niños de la guerra” evacuados ante la inminente caída del Frente Norte. Conservaría toda su vida el recuerdo del olor de aquel barco al que subió en Santurce y de la familia de emigrantes españoles que durante tres años le acogió en el departamento francés de Herault.
En 1942 ingresa en La Naval de Sestao como aprendiz de ajustador y ahí será donde se forje el sindicalista, comenzando por su participación en la huelga general que sostienen varias decenas de miles de trabajadores de la industria vizcaína y guipuzcoana en mayo de 1947 en respuesta al llamamiento del Gobierno vasco en el exilio y a la dureza represiva de un gobernador civil asturiano (Genaro Riestra). Para entonces es ya militante de las Juventudes Socialistas y la UGT. Durante muchos años Juan será su nombre de guerra en la clandestinidad. Su primera detención llega con motivo de una nueva huelga general sostenida en abril de 1951, por la que cumplirá una corta estancia en la cárcel de Larrínaga. En tiempos de extrema debilidad de la organización del interior y acuciante dependencia del exilio, mantendrá desde 1954 un trasiego de idas y venidas a Toulouse o a localidades del país vasco-francés que ha de durar cerca de veinte años de pasos de frontera, generalmente con documentación falsa o cruzando el Bidasoa con la ayuda de algún mugalari.
“Durante muchos años Juan será su nombre de guerra en la clandestinidad”
Tras haber participado en la huelga del metal vizcaíno en la primavera de 1956, acaba siendo detenido en 1960 y nuevamente en mayo de 1962, a raíz de las huelgas que iniciadas en la minería asturiana, se extienden en primer término a Vizcaya, comenzando precisamente con el paro de la Naval. También participa en 1964 en la convocatoria de huelga realizada por la Alianza Sindical de Euskadi (UGT, CNT y ELA-STV); en 1967 en acciones de apoyo a la huelga de Laminación de Bandas, la más larga de toda la dictadura franquista, lo que le cuesta un destierro a la comarca extremeña de Las Hurdes, y en 1970 en las protestas contra el Proceso de Burgos, motivo de una nueva detención. Además, desde fines de los años cincuenta hasta 1971 representa al PSOE en el Consejo Delegado del Gobierno Vasco. Con el tiempo, entra a formar parte del Comité Nacional y posteriormente de las comisiones ejecutivas del PSOE (en 1970) y la UGT (1971).

Por estos años, los socialistas vascos sostienen la más consistente y numerosa de las endebles organizaciones de PSOE y UGT en el interior, constituyendo una referencia obligada, de modo que sus dirigentes cobran una relevancia creciente. En virtud de ello, son parte activa en los debates internos que vienen a expresar las crecientes tensiones entre los dirigentes exiliados y los militantes del interior, que acaban encontrando el apoyo de una parte del exilio en su pretensión de desplazar el centro de gravedad de las direcciones tanto del sindicato como del partido. A medida que avanza la década de los sesenta, la desconexión de los dirigentes radicados en Toulouse con la realidad que viven los militantes en el interior se va haciendo patente y crecen las voces que demandan un mayor peso de estos en los órganos de dirección y una mayor autonomía en la aplicación de las directrices. La debilidad endémica de las organizaciones en el interior, la aparición de nuevos competidores (Unión Sindical Obrera, Partido Socialista del Interior y otros) que representan un desafío tanto para la ocupación del espacio ideológico del socialismo como para la homologación internacional, la preponderancia del PCE en el escenario de la lucha antifranquista, la emergencia de las Comisiones Obreras… chocan con el inmovilismo de los veteranos dirigentes socialistas, la extrema prudencia, la confianza en la renta que por sí sola ha de reportar la memoria histórica para las siglas del PSOE y la UGT, una acusado recelo respecto a las iniciativas provenientes del interior y el rígido anticomunismo, que excluye no ya las alianzas sino cualquier coincidencia circunstancial. Las tensiones se manifiestan ya abiertamente en el congreso del partido celebrado en 1970 y acaban por alterar la relación de fuerzas en los años sucesivos.

Nicolás Redondo desempeña un papel fundamental en este traumático proceso que acaba por trasladar a España las direcciones de PSOE y UGT, rejuveneciendo su composición y adaptando sus propuestas. El giro se atisba ya en el XI Congreso del PSOE (1970), que aún reeligiendo a Llopis como secretario general impone una Ejecutiva con mayoría de miembros del interior, y se hace efectivo en el XI Congreso de la UGT, celebrado en 1971. Redondo se incorpora a la dirección colegiada (en la que se suprime el cargo de secretario general) que se hace con las riendas de la UGT, siendo a partir de entonces una pieza clave en la pugna por la renovación, que en el PSOE se dilata varios años. Si en 1972 se reproduce en el partido lo sucedido el año anterior en el sindicato, eligiendo una dirección colegiada con mayoría de miembros del interior, la resistencia de los partidarios de Rodolfo Llopis, que mantienen el contencioso en torno a la legítima utilización de las siglas del PSOE, y las dificultades de funcionamiento del nuevo equipo de dirección prolongan la crisis hasta el congreso de 1974, del que resulta el traslado definitivo de toda la dirección del partido al interior. En su condición de principal dirigente de la UGT, cabeza de filas de los socialistas vascos y responsable de la secretaría política del PSOE, Nicolás Redondo aparece como candidato obvio y muy difícilmente cuestionable para encabezar la dirección del partido. Su renuncia a ocupar esta responsabilidad abre las puertas a la opción de Felipe González, elegido primer secretario con el apoyo decisivo de vascos, andaluces y asturianos.

Desde el XII Congreso de la UGT (1973), Nicolás Redondo ostenta la secretaría política del sindicato, lo que en la práctica equivale a la secretaría general. La elección tiene lugar en su ausencia, imposibilitado para asistir a causa de la última de sus estancias en prisión. A su salida, tras más de treinta años de trabajo en La Naval, se encuentra despedido del astillero por “ausencia injustificada”. Después de treinta años de compatibilizar el trabajo con la lucha sindical y política, el sindicalismo será su dedicación exclusiva durante otra veintena.
La absorbente tarea de reconstrucción de la UGT y afianzamiento de los lazos con el sindicalismo internacional acaba por requerir el traslado a Madrid, donde fija su residencia. La actividad se torna particularmente intensa ante las expectativas de cambio abiertas por la desaparición del dictador, que combina una elevada conflictividad laboral con el progresivo aflorar a la superficie de unas organizaciones obreras que crecen muy rápidamente. La salida de la dictadura plantea, en el terreno sindical, una disyuntiva entre unidad y pluralidad sindical. CC.OO., claramente hegemónica en el movimiento obrero del tardofranquismo, apuesta por una alternativa unitaria: una única gran central sindical que englobe todas las tendencias y se construya de abajo a arriba, a partir de las asambleas de centro de trabajo. La irrupción de UGT, frontalmente contraria a diluir sus siglas y a verse subsumida en un movimiento liderado por los comunistas, desbaratará tales pretensiones e impondrá un panorama de pluralidad de organizaciones en el que los socialistas procurarán compensar su todavía débil implantación con el refuerzo de etiquetas ideológicas, afirmando con rotundidad su condición de “sindicato socialista” y procurando adjudicar a su principal competidor la de “comunista”. Una alternativa construida de arriba abajo, reacia a las asambleas, moderada en lo reivindicativo y con perfiles ideológicos y conexiones políticas bien visibles, que cuenta con ventajas que hará valer: apoyos internacionales, vinculación con el principal partido de la izquierda y preferencia tanto de gobiernos como de la patronal, en tanto la UGT aparece como único valladar consistente frente a la preponderancia de CCOO.

Para la UGT, el momento clave viene dado por el XXX Congreso, que se decide celebrar en España aun no siendo todavía legales y que permite visualizar tanto el apoyo internacional del que gozan (a través de la presencia de un nutrido plantel de dirigentes extranjeros) como la tolerancia que se les dispensa al autorizar el evento, que encuentra amplio reflejo en la prensa del momento. Al tiempo que marca el fin de la clandestinidad, apareciendo la UGT de forma abierta y pública, este congreso ratifica el liderazgo de Nicolás Redondo, que en adelante será reelegido prácticamente por unanimidad en todos los congresos celebrados hasta su retirada en 1994. A este respecto, su autoridad como secretario general apenas sufre contestación interna a lo largo de su dilatado mandato, lo que contribuye a la identificación de su figura con la imagen pública del sindicato al que ha dedicado toda su vida, ya fuera como militante o como dirigente.
“Su autoridad como secretario general apenas sufre contestación interna a lo largo de su dilatado mandato”
En 1977, recién alcanzada la legalidad, preside la delegación española ante la LXIII Conferencia de la OIT, lo que le permite entroncar con las participaciones en ese mismo foro de su antecesor Francisco Largo Caballero. Por las mismas fechas, obtiene acta de diputado por Vizcaya encabezando la candidatura del PSOE, un escaño que renovará en las sucesivas convocatorias de 1979, 1982 y 1986. Bajo su dilatado mandato, la UGT afronta la reconstrucción y la reforma de sus estructuras sindicales, crece en afiliación y en representatividad hasta erigirse en primera fuerza sindical en las elecciones de 1982, adopta una estrategia de negociación y concertación que la lleva a suscribir diversos acuerdos sociales con las asociaciones patronales y con gobiernos de distinto signo (AMI, ANE, AI, AES). La negociación “por arriba”, procurando vaciar las asambleas y minimizar a los comités de empresa, refuerza la alternativa ugetista. Su influencia será determinante en la elaboración del Estatuto de los Trabajadores, que acaba por recoger en gran medida los acuerdos alcanzados entre UGT y CEOE.

Tras haber participado activamente en 1982 en la elaboración del programa electoral del cambio y mantener a lo largo de la primera legislatura de gobiernos socialistas una actitud de apoyo no exento de tensiones, las fricciones irán en aumento. Imbuido de una concepción tradicional de simbiosis entre partido y sindicato que ha sido propia del socialismo español desde sus orígenes, la llegada al poder parecía ofrecer una excelente oportunidad para el mutuo refuerzo: un partido en el gobierno que cuenta con un brazo sindical fuerte y un sindicato mayoritario que se beneficia de los favores y la interlocución privilegiada con su organización hermana que goza de mayoría absoluta. Pero la realidad se revelará muy diferente. Ni CCOO se viene abajo arrastrada por la profunda crisis del comunismo español, ni la movilización obrera decae en medio de ajustes de empleo y tensiones sociales que generan una intensa conflictividad en los bastiones tradicionales del movimiento obrero.

Defender en los centros de trabajo y las calles las políticas del Gobierno en materia industrial, laboral y social conlleva un desgaste nada desdeñable porque donde el PSOE apenas tiene oposición política a su izquierda sí existe una vigorosa contestación sindical que deja a la UGT en una especie de tierra de nadie entre dos fuegos. Los presuntos beneficios de su proximidad al poder revelan una cara amarga, lastrada por la reconversión industrial y las políticas de austeridad impuestas por el tándem Boyer-Solchaga, la deriva neoliberal de los ejecutivos socialistas y la prepotencia con la que se espera del sindicato más el apoyo incondicional de un subordinado que el acuerdo negociado con un socio o el diálogo fraternal entre dos organizaciones que han caminado juntas por espacio de un siglo
“Defender en los centros de trabajo y las calles las políticas del Gobierno en materia industrial, laboral y social conlleva un desgaste nada desdeñable”
La actitud firme de Nicolás Redondo se convierte en una de las referencias permanentes de este desencuentro, con hitos como su voto contrario a la reforma de las pensiones en 1985 o la renuncia, junto a Antón Saracíbar, al escaño de diputado, desembocando finalmente en la convocatoria de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, el establecimiento de una unidad de acción estable con CC.OO. y la retirada del apoyo electoral al PSOE, incidiendo en la autonomía sindical ante la quiebra de la estrecha relación partido-sindicato que había caracterizado al socialismo español.

El distanciamiento personal con el presidente Felipe González se convierte para la prensa en un tema recurrente y a menudo supone un tratamiento informativo que enmascara las causas profundas de desacuerdos que, más allá de circunstancias personales, obedecen a divergencias de fondo en cuanto a los proyectos defendidos. En todo caso, en este proceso adquiere relevancia la impronta de tradición socialista, atenta a los legados del pasado y a los principios ideológicos y compromisos programáticos, que guía la actuación del secretario general de la UGT. Este ejercicio de coherencia, unido a la imagen de austeridad que transmite, proyecta un acusado contraste con el ambiente reinante en los círculos de poder del momento (desde las concomitancias con la jet set hasta los casos de corrupción que empiezan a aflorar) y confiere a Nicolás Redondo una notable autoridad moral en su defensa de políticas sociales propias del Estado del Bienestar. La firmeza en estas posiciones será puesta a prueba en tres convocatorias de huelga general, asumidas por el conjunto de la organización y secundadas por millones de trabajadores. La última de ellas (27 de enero de 1994) tiene lugar en un contexto particularmente difícil: con la UGT afectada por la crisis de las cooperativas de viviendas de PSV y el anuncio de Nicolás Redondo de no optar a una reelección. Su retirada se ve, de este modo, empañada por los problemas de la PSV.

La apuesta por un sindicato de servicios, fruto de mirarse en el espejo de centrales sindicales afines como la DGB alemana y de las expectativas de simbiosis con el gobierno socialista, se salda con un fracaso palmario, al que contribuye el haber mantenido el tono reivindicativo del sindicato, lo que inevitablemente enajenó las posibilidades de recibir auxilio para salir del atolladero. La marcha de Redondo era un requisito indispensable.

Desde su retirada, el patente interés por la actualidad política y sindical del que todos cuantos le frecuentaban pueden dar fe se ha conjugado, sin embargo, con la firme decisión de permanecer apartado de los focos mediáticos y de las conspiraciones. Su voluntad de ser consecuente con la decisión de no ostentar responsabilidades una vez abandonada la secretaría general de la UGT, que le hizo declinar la posibilidad de ser nombrado presidente de honor del sindicato y observar desde entonces una escrupulosa prudencia respecto a la vida interna de la organización, junto al carácter introvertido –incluso con sorprendentes rasgos de timidez en una persona que ha permanecido durante tanto tiempo en la esfera pública y ha acaparado portadas de medios de comunicación- le llevaron a permanecer de forma constante en un segundo plano rehuyendo cualquier protagonismo.

El hombre que prefirió dirigir la UGT antes que ser secretario general del PSOE y que nunca ha dejado de ser consciente del legado histórico del que era depositario ha cultivado toda su vida un espíritu producto de la cultura obrera y las normas de conducta aprendidas de sus mayores. Imbuido de los valores y la tradición socialistas, austero, militante entregado, alejado de radicalismos pero firme en los principios, respetuoso con los procedimientos orgánicos, las normas estatutarias, los mandatos congresuales, los compromisos programáticos… el pragmatismo adquiere en su caso un sentido muy diferente al que le otorgan quienes lo entienden como un ejercicio de soltar lastres ideológicos o corsés de programa. Pudo haber sido secretario general del PSOE en 1974 y podría haberse visto atraído por los oropeles del poder en los años ochenta, pero en ambas ocasiones eligió ser sindicalista. Ni en su aspecto, ni en su lenguaje, ni en su concepción del mundo dejó de ser un obrero del metal que había conocido el frío de las madrugadas en el turno de la mañana y había mamado la cultura socialista, la que confiaba en la emancipación de la clase a través del reformismo y la organización paciente.
Rubalcaba, Redondo….a ver quién es el siguiente ilustre nacionalsocialista al que dedicar un extenso epitafio en 2023, si es el Sr X tiene hueco al lado de José Antonio.
Nin verticalismu nin asamblearismu. El primeru por antidemocráticu y el segundu por manipulador.
No se ha mencionado la traición de Corcuera al que Isidoro Galnatural hizo ministro para debilitar a Redondo. En cualquier caso, la tradición del sindicato de ser más vertical que asambleario, la han mantenido y siguen haciéndolo. Nunca me gustó UGT y mucho menos esos verticalistas. A los que tiraban por la defensa obrera, lo apartaban. Y de eso sé mucho.