“El Prado ha perdido la oportunidad de organizar el debate que está haciendo Laboral”

Sam, uno de los activistas que se pegó a las majas de Goya, conversa con el periodista Peio H. Riaño sobre el papel de los museos en la crisis climática.

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Diego Díaz Alonso
Diego Díaz Alonso
Historiador y activista social. Escribió en La Nueva España, Les Noticies, Diagonal y Atlántica XXII. Colabora en El Salto y dirige Nortes.

El 5 de noviembre de 2022 dos jóvenes activistas de Futuro Vegetal, colectivo ecologista ligado al movimiento Extinction Rebellion, y dedicado a la desobediencia civil pacífica, se pegaron a los marcos de las majas de Goya en el Museo del Prado. Antes pintaron en la pared “1,5 grados”, una referencia a la subida de las temperaturas que el calentamiento global está produciendo en todo el mundo, y que amenaza la vida animal y vegetal en las próximas décadas. La acción, grabada en vídeo, alcanzó una rápida difusión a nivel mundial, pero acabó con los dos ecologistas, y de rebote la periodista de El Salto que la cubría, en comisaria. Una de las dos personas que se pegaron al marco del cuadro de Goya, Sam, un joven cántabro de 18 años, estuvo este jueves en Laboral Centro de Arte, para participar en un debate con el historiador del arte y periodista cultural Peio H. Riaño para participar en un debate titulado “No habrá arte en un planeta muerto”. La conversación se enmarca dentro de las actividades paralelas a la exposición “Barricadas en los hielos. Arte y activismo por el clima”, que puede verse estos días en el centro cultural gijonés.

Sam, que se enfrenta ahora mismo a una condena que puede oscilar entre los seis meses y los dos años de cárcel, explica que antes de ir a los museos buscando “el impacto mediático”, los activistas climáticos como él se manifestaron delante de empresas petrolíferas, macromataderos, superficies comerciales y otras “grandes empresas que están destruyendo el planeta”. Parecía lo más lógico y adecuado. Sin embargo, el eco en los medios fue muy limitado, aunque en ocasiones practicasen sabotajes, bloqueos y otras acciones espectaculares. Por eso, vistos los escasos resultados, desde el movimiento internacional en defensa del clima, decidieron cambiar de objetivo, y apuntar hacia unas instituciones en principio muy alejadas de las responsabilidades directas en el calentamiento global: los museos. ¿Por qué? Sam no se anda con rodeos: “lo hicimos porque es más polémico y genera más impacto mediático”. El objetivo es hacer el máximo ruido posible, pero respetando una línea roja infranqueable: no dañar nunca las obras de arte.

Sam. Foto: David Aguilar Sánchez

Para Peio H. Riaño, que lleva años estudiando los museos como espacios políticos, llenos de valores, jerarquías y discursos, pero que a la vez tratan de mostrarse ante la sociedad como lugares políticamente neutros, este tipo de acciones resultan fascinantes. En opinión del periodista de ElDiario.es, frente a “los cuerpos obedientes” de los turistas, “los cuerpos desobedientes de los activistas”, rompen con las convenciones de lo que debe ser una manifestación política, e introducen lo imprevisible y el conflicto, en este caso medioambiental, en “instituciones que están dando la espalda a los problemas de la sociedad”. “Han construido un muro de ladrillo infranqueable y estos chavales en quince segundos han llegado y se lo han cargado”, señala con asombro el autor del los ensayos “Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres?” y “Decapitados”. Este último sobre las polémicas en torno a las estatuas y monumentos públicos.

Peio H. Riaño. Foto: David Aguilar Sánchez

En opinión de Riaño la reacción del Prado cargando contra los activistas ha sido “perder una oportunidad de organizar el debate que hoy está haciendo Laboral”. “Yo si estuviera en El Prado al día siguiente les habría invitado a un debate en streaming con dos sillas junto a los cuadros” apunta Riaño, que cree que los museos deberían abrirse al diálogo en lugar de cerrarse en banda y calificar como agresiones al patrimonio acciones que no han generado ningún daño ni desperfecto en este. Para el crítico cultural es necesario desdramatizar las acciones de personas que, “se están jugando su futuro poniendo el cuerpo, la biografía y el currículum”, y apunta que “a la hora de buscar un empleo o presentarse a una plaza lo que hicieron con 18 años va a seguir ahí pesándoles toda la vida”. En ese sentido considera ejemplar la decisión de la justicia holandesa de absolver a varias de las personas que participaron en acciones en museos, “para no desalentar las acciones en defensa del medio ambiente”.

¿Están generando simpatías por la causa ecologista las incursiones activistas en los museos? ¿Pueden terminar siendo contraproducentes este tipo de acciones con respecto a la causa que defienden? Sam tiene claro que no, y apunta que aunque haya personas a las que molesten, “los cambios sociales nunca se han conseguido con todo el mundo a favor”. Para este estudiante dirección de fotografía en el País Vasco, resulta más importante que gracias a su irrupción en El Prado más jóvenes como él se estén interesando por participar en la lucha contra el cambio climático: “el día que nos soltaron mucha gente gente nos felicitaba por la calle o el metro cuando nos reconocían”. Riaño considera que “los gruñones” y los que destilan odio y agresividad en las redes están en minoría: “son exactamente los mismos que se opusieron a que hablásemos de igualdad de género en los museos”.

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