La entrevista, además de ser un género periodístico que aborda al protagonista de la actualidad desde la noticia, es también un género literario que busca indagar en los misterios del arquetipo y sus contradicciones. Al menos, admite que pueda ser abordado desde esa mirada conversacional, creativa, alejada del academicismo, más laxa, espontánea y personal, como lo son las largas charlas que, por escasez de espacio y de tiempo, nunca se publicarán en un periódico, pero sí pueden llegar a encontrar asilo en los libros. Las editoriales rara vez apuestan por la entrevista como un género que justifique la inversión en un título. Pero no siempre ha sido así. Mis almuerzos con gente importante de José María Pemán es un clásico del género que tuvo su correspondencia democrática con los interesantísimos Almuerzos con gente inquietante de Manolo Vázquez Montalbán. Realmente, en sendos libros pesaba más la vocación periodística que la literaria, pero en cualquier caso, ambos aglutinaban una miscelánea épica o cómica de aquellos hombres y mujeres que se correspondían con el espíritu de una época en nuestro país. Sería la figura de Francisco Umbral la que daría amplitud a la entrevista hasta rayar con el ensayo literario, quizá porque Umbral, como él afirmaba, era en sí mismo un género, dispuesto a confesarse en varios libros que lo cosificaran a base de buenas preguntas y mejores respuestas. Es el caso de Verdades de un mentiroso ilustre donde el filólogo Eduardo Martínez Rico afrontaba con acierto el reto de dar a conocer la figura diletante del gran prosista iniciada ya su etapa crepuscular, consagrado definitivamente como el mejor columnista español desde la contra del diario El Mundo. Se cumplía así, el mayor deseo de un fetichista.

El arte de entrevistar vuelve a encenderse de la mano del periodista y poeta José Luis Argüelles, quien decide y encuentra de interés charlar y no sólo preguntar, a lo largo de 12 amenas sesiones, al poeta, editor de revistas literarias, promotor de tertulias y profesor de literatura José Luís García Martín. La tarea cristaliza en un magnífico y emocionante volumen titulado Todo lo demás, Conversaciones (Ed. Impronta) donde se ofrece una mirada calidoscópica de uno de los hombres más interesantes de la vida cultural asturiana y sobre el que han pesado a lo largo de su vida, después de 73 años, odios y filias, pasiones y envidias que lo convierten en eso que venimos a llamar un hombre de letras. La suya es, sin duda, una vida literaria confesada parcialmente en los diarios publicados de las páginas dominicales de La Nueva España y El Comercio, también en algunos viajes lastrados por la gravedad de la belleza y, por qué no, en las reseñas que ha publicado en diferentes suplementos culturales sobre centenares de poetas que han llegado a sus manos y sobre los que ha destilado la miel o el veneno de su palabra escrita tras haberlos leído.
La entrevista es, probablemente, el arte de la opinión enmascarada entre signos de interrogación. Exige psicología, astucia, paciencia, don de gentes, talento y una lectura acertada del tiempo compartido con el entrevistado para que éste entregue, queriendo o sin querer, aquello que no ha sido dicho todavía y, en el mejor de los casos, lo que no debe o no puede ser contado: sus contradicciones. La entrevista es, de alguna manera, un juego de complicidades a tres: el entrevistador, el entrevistado y el lector. Y a eso han jugado Argüelles y García Martín con el lector. Al juego de la confesión, al juego de la reflexión, también al del zarandeo y la narración de un tiempo y un territorio literarios en cuyo mapa ha tenido mucho que ver García Martín a lo largo de los últimos 40 años.
Frente al personaje arrogante que muchas veces se muestra en las páginas de periódico firmadas por el crítico o el memorialista, Argüelles nos ofrece la oportunidad de conocer a un profesor emotivo, solitario y humilde, “un hombre de buen dejo” que diría Machado, cuyo mayor monumento es su rutina, definida diariamente en los cafés que transita de modo discreto por la ciudad de Oviedo, también su biblioteca, inclinada cada día más por la importancia que tiene la poesía y las biografías, su experiencia, a caballo entre la vida universitaria y la vida literaria, y una soledad erigida como una hermosa catedral desde la que contemplar todo lo demás, asido a un hilo de coherencia que le permita defender una vida.
A través de la conversación, descubrimos al niño extraño en Aldeanueva del Camino, Cáceres, al profesor universitario que renunció discretamente a ascender en el escalafón, satisfecho con transmitir su experiencia como lector de literatura moderna y contemporánea a sus alumnos, al académico desmitificó a los tótems de la Universidad dibujando un relieve del “buen sentido” de Alarcos, “el bla-bla-bla teórico” de Carmen Bobes o el dogmatismo disparatado de Gustavo Bueno. También se nos da a conocer al antólogo que dio a conocer a la sempiterna nueva generación de poetas y, tampoco se escapa el ciudadano Martín, el hombre de izquierdas que trató de abordar desde el sentido común la realidad de su tiempo, el que comparte el ideario socialdemócrata pero que sintió violentada su libertad durante la pandemia y le hizo observar con cierta simpatía la delirante proyección de Isabel Díaz Ayuso.

A lo largo de la entrevista se suceden capítulos que el paso del tiempo había enterrado y que realmente resultan estremecedores pero que explican al hombre frágil que es García Martín, como el que relata su detención y traslado al penal de Carabanchel en octubre de 1974 tras el atentado de la calle Correo, en Madrid. Capítulos dramáticos que se yuxtaponen con otros que desvelan su lado más sarcástico, como el duelo de espadachines que mantuvo con Andrés Trapiello y que, en el fondo, perviven en el recuerdo no sin cierto sentido lacónico, como los viejos tiempos que ya no vuelven.
Fundador de la revista Jugar con Fuego, Clarín y crítico El Cultural, Todo lo demás aborda sin dobleces su tarea ante los libros que somete a juicio. Pregunta Argüelles por qué le gusta tanto a García Martín esa dedicación tan mal pagada, cuestionada y hasta despreciada como es la crítica literaria. Y Martín responde que nunca se ha sentido crítico literario al uso ni mucho menos prescriptor. Afirma el profesor que sus reseñas no son más que una conversación escrita y confiesa tomar una distancia funeral con los escritores: “Para mi es como si todos los autores hubiesen muerto”.
Todo lo demás se presentará en la próxima Feria del Libro de Gijón donde, a buen seguro y como el tango, volverán a repetir ante el respetable un nuevo mano a mano, que añade vida a la literatura, más longevidad, más sabiduría. No se lo pierdan.