En el principio fue un parque, fue el Humedal, fue Jovellanos, quién según documenta el historiador Héctor Blanco, presentó en 1782 al Ayuntamiento de Gijón el llamado “Plan General de Mejoras” donde proponía en relación con el espacio urbano desecar la ciénaga del Humedal para crear una zona de recreo con mucho arbolado y una mancha verde que -dice Blanco- “podemos considerar como el primer parque público de Gijón”.
Este primer parque público de la villa lo impulsó Jovellanos. Como impulsó también el Instituto de Naútica y Mineralogía para poder explotar el carbón -escribió- “con arreglo al arte”. Como impulsó además el ensanche urbano en la conexión de Cimadevilla con un nuevo espacio interior que hoy se llama propiamente calle Instituto. Es bien sabido, Gijón es hija directa de Jovino.
Décadas más tarde vendría la cesión de los terrenos de aquel entorno húmedo a la compañía del ferrocarril de Langreo – el tercer ferrocarril construido en la península- y al calor del carbón que bajaba de las cuencas mineras vendrían además las nuevas industrias que transformaron la apacible villa marinera en uno de los centros pioneros de la revolución industrial española.

Era ciertamente una revolución industrial, social y urbana tan intensa que la nueva villa se olvidó del Plan de Mejoras, del parque ilustrado, de los árboles saludables y de los paseos ajardinados. El nuevo Gijón fabril se llevaba todo por delante mientras se llenaba de talleres y de fábricas, se llenaba de obreros, se llenaba de humo. Alli donde los árboles se hacían chimeneas, un nuevo Gijón nacía lleno, en efecto, del humo del progreso. Era otra época.
El nuevo Gijón fabril se llevaba todo por delante mientras se llenaba de talleres y de fábricas, se llenaba de obreros, se llenaba de humo
Otra época que transitaba a todo vapor de la belleza ilustrada al feísmo fabril; de los parques verdes y floridos a las fábricas vaporosas y sucias; del espacio natural al espacio industrial; del suelo arbolado al suelo urbano; del ocio al negocio. De esta manera se construyó un nuevo Gijón, sin Jovellanos, sin Plan de Mejoras, sin espacios verdes, sin árboles frondosos, sin los bellísimos lugares que Jovino retrataba en sus escritos cuando volvía siempre a su querido Gijón del alma. Nacía un nuevo Gijón industrial oscuro y negro, sin árboles ni plantas, un nuevo Gijón sin espacios ni sendas, un nuevo Gijón lleno en efecto del humo del progreso.

Asi pasaron dos siglos, pero del Plan de Mejoras y sus propuestas urbanas nadie se acordó nunca, ni en el Ayuntamiento , ni en los poderes locales, ni en las instituciones ilustradas de Gijón, de tal manera que la ciudad creció sin parques y sin flores, sin jardines ni árboles, al ritmo de la industria del humo contaminante y de la industria del ladrillo feroz que acabaría llegando hasta la misma playa.
En realidad, más allá de algunos pequeños espacios verdes repartidos por la ciudad, sólo hay tres notables excepciones que confirman la regla del feísmo urbano gijonés, tres parques periféricos de Gijón. El parque llamado de Isabel la Católica, que se creó después de la Guerra Civil para sanear la insalubre charca del Piles, esto es, por razones sobre todo sanitarias; el Cerro de Santa Catalina, donado a la ciudad por el Estado, y el gran parque de los Pericones construido en terrenos que pertenecían a particulares, entre ellos del conde de Revillagigedo, ambos gracias al empeño del querido alcalde socialista José Manuel Palacio. Que conste.

Que conste en acta, ciertamente. En Gijón y a lo largo de dos siglos, el poder político local aliado con el capital, el dinero y la especulación urbanística, se comieron el paisaje natural, los espacios que el mismo Jovellanos siempre había retratado como de gran belleza.
Quedan dos últimos espacios principales para terminar de robar la salud y el bienestar a la ciudadanía. Uno el espacio de la Ería del Piles, que esta administración y las anteriores, con Areces a la cabeza –recuérdese la urbanización del Rinconín-, se empeñaron en ocupar a través de distintas operaciones urbanísticas, algunas en marcha todavía. El otro espacio se llama el Solarón.

El popular Solarón es un terreno surgido a partir del cambio de la antigua estación ferroviaria que liberó terrenos públicos. Pues bien ese espacio es la última oportunidad para rescatar para disfrute de la población un terreno de todos en el centro de Gijon, que conecta además con el degradado oeste de la ciudad. Un espacio en disputa entre el capital y el trabajo, es decir, entre el poder y la gente, que convertido en jardín público integral –como proponemos en la plataforma “ Un pulmón para el Solarón”- permitiría crear un parque central en la ciudad para usos sociales y deportivos, y sobre todo para el disfrute de un espacio verde con plantas, flores y arbolado. Un pequeño Edén libre de edificios para impulsar la salud, el juego y el disfrute de los gijoneses que supondría, dos siglos después, la realización del Plan de Mejoras del gran ilustrado Jovellanos.