Hasta sus enemigos – esa máquina de odio implacable que tantos antecedentes históricos tiene en la derecha española y que ya padeció Azaña – reconocen a Pedro Sánchez su audacia. Bien estaría que le contagiara una buena dosis a Adrián Barbón, sanchista de la primera ola y ahora distanciado del presidente del gobierno español.
A Adrián Barbón le hará falta audacia para abordar su segundo mandato en la presidencia de Asturias. En el primero, aunque justo es reconocer la extraordinaria dureza de la pandemia y las consecuencias de la invasión de Ucrania para cualquier gobernante, llevó el timón del ejecutivo autonómico con cierta comodidad. Apoyado en su amplia mayoría y con la oposición debilitada a derecha e izquierda, el lavianés fue aprobando presupuestos y aprobando leyes con su famosa geografía variable, apoyándose sobre todo en Ciudadanos y en Izquierda Unida.
Barbón, que representa un cambio político y generacional en la FSA, y que fue el primer alcalde del valle del Nalón que se enfrentó al todopoderoso José Ángel Fernández Villa, es un político curtido, pese a sus pocos años, que utiliza muy bien en la vida pública su más destacable cualidad: la empatía personal, algo fundamental para cualquier empleado público.
Barbón utiliza muy bien en la vida pública su más destacable cualidad: la empatía personal
Pero eso no basta para aprobar al frente del gobierno asturiano. Gestionó bien la pandemia, lo que le hizo popular en Asturias y reconocido en toda España, se enfrentó al gobierno central cuando fue necesario, algo hasta ahora insólito en un presidente socialista asturiano, y siguió con la tradición de la izquierda asturiana en defensa de los servicios públicos, aunque el retroceso en la sanidad es similar al que padece en el resto del Estado. En cambio anduvo lento y timorato en la lucha contra la caída demográfica, el primer problema de Asturias, que necesita una Consejería propia y un plan ambicioso y urgente, en vez de un modesto comisariado en el que quemó absurdamente a Jaime Izquierdo. Barbón fracasó en la reforma del Estatuto de Autonomía, donde eludió la iniciativa desaprovechando la histórica oportunidad de conseguir la cooficialidad del asturiano, condenado a una lenta desaparición porque tampoco se aplicó hasta ahora ningún tipo de política lingüística.
Barbón dio algunas de cal y otras de arena, aunque salió más o menos airoso, como demuestran sus buenos resultados en el 28-M y su reelección. Pero dio la impresión de no pasar de la retórica en cuestiones esenciales, de las musas al teatro, dando la razón a los críticos que le reprochan cierta superficialidad y representar a ese tipo de político 2.0. de la era de internet y el éxtasis de las apariencias.
En su segundo mandato Barbón va tener que despejar todas las dudas. Ya no tiene una oposición cómoda. Por la derecha recuperó mucho terreno el PP de Diego Canga, un tecnócrata impulsado por la opinión publicada que hizo una mala campaña electoral, dando una imagen prepotente de quien vuelve a su tierra a aleccionar a sus paisanos y sacarlos de su provinciano ensimismamiento, aunque aprovechó la ola conservadora nacional. Se atisban grandes duelos entre Barbón y Canga, que no se soportan.

Por la izquierda IU, resucitada por el hundimiento de Podemos, que arrastró a la candidatura de Covadonga Tomé, víctima de las prácticas estalinistas de la dirección asturiana, ya no será un aliado dócil y exige su trozo en la tarta del pastel del poder autonómico entrando en el gobierno. En las primeras intenciones públicas de los de Ovidio Zapico, a donde regresa cual hijo pródigo Gaspar Llamazares, de nuevo hombre fuerte en la coalición, hay algo inquietante. Insisten en derogar o modificar la Ley de Calidad Ambiental, lo que puede ser lícito y correcto, pero no sueltan ni una sola palabra sobre el monstruo de la burocracia y el colapso administrativo, un problema mayúsculo en todas las sociedades modernas, que está en el origen de esa iniciativa legislativa. Tan grande es ese problema que hasta aborta las reformas y cambios que inician en los gobiernos, locales, autonómicos y el nacional, los partidos de izquierdas cuando acceden a ellos. ¿No es la lucha contra el muro de la burocracia una prioridad, también para la izquierda?


Barbón está obligado a ser audaz y ahondar en las políticas de izquierdas, donde estarán sus aliados parlamentarios. No parece que entre ellos vaya a estar a no tardar Podemos, cuya deriva ha convertido a este partido en un problema para las izquierdas, como se observa en el tortuoso parto de Sumar.
Barbón está obligado a ser audaz y ahondar en las políticas de izquierdas
En las negociaciones que tienen lugar en Madrid, los candidatos que se barajan para encabezar la candidatura de Sumar por Asturias son Rafa Cofiño, el gran estratega de la batalla contra la Covid en Asturias hasta su salida de la Consejería de Sanidad, y Juan Ponte, el joven y brillante concejal de Cultura de Mieres, el hombre de Alberto Garzón a este lado del Payares. Yolanda Díaz, que opta por perfiles profesionales e independientes, se inclina por Cofiño. Podemos y un sector de IU en Asturias por Ponte, que también es un profesional, ya que se trata de un filósofo profesor de instituto sin mayor apego a los cargos. El otro sector de IU también tentó a la exconsejera Noemí Martín, que acaba de salir elegida concejala en Castrillón.


Si la audacia de Barbón llegase a saltarse las miserias de la partitocracia, e incluso las personales, porque la salida de Cofiño del Principado no fue precisamente amistosa, tanto el exdirector general de Salud Pública como el exconcejal mierense, que salió elegido el 28-M pero no tomará posesión, serían unos excelentes fichajes para su gobierno. A los asturianos puede que nos interese más en el gobierno gente joven de talento y competencia en la gestión, como es el caso de estos dos, que un diputado en el Congreso, con menor proyección e incidencia en lo público.
Aunque ciertamente estamos hablando de utopía, más que de audacia. La política tiene sus tiempos y sus miserias, muy alejadas del interés general.