Juro por las bragas de Snoopy y por los calzoncillos de Mafalda (no se me ha ido la pinza en el intercambio de la lencería) que he intentado morderme la lengua y ponerme de perfil estos días frente a la parafernalia de lo que queda del ‘aparato’ de Podemos y de su cohorte de fans, que en redes sociales parecen dispuestas a inmolarse, y a acribillarnos a insultos al resto, para reivindicar la ‘heroica’ figura de Irene Montero frente a la ‘traidora’ Yolanda Díaz.
Podemos aportó hechos nobles a la historia política reciente, pero también hechos vergonzosos. Entre estos últimos, el partido morado logró que en Asturies una parte importante de las izquierdas tragáramos con que Pablo Iglesias (el macho alfa de ese proyecto ahora moribundo pero en el que él sigue maniobrando este tipo en la sombra) impusiera desde Madrid su cabeza de lista por Asturies en unas elecciones generales, algo que nunca le hubiéramos tolerado a ninguna otra formación de izquierdas a estas alturas de la historia. En Asturies y en todo el Estado tragamos con el nepotismo que supone que personas que tienen lazos conyugales o familiares compartan también el máximo ámbito de decisión en un partido político.
Tragamos con las declaraciones de un Pablo Iglesias que cuando iba de alternativo dijo aquella chorrada de que no hay que fiarse de la gente que vive en un chalé (yo conozco gente que vive en chalés, que es honesta y que vota a la izquierda transformadora) y después él e Irene Montero se fueron a vivir a un chalé de Galapagar que les costó más de 600.000 euros alegando que los medios de comunicación les hacían la vida insoportable en su pisito de Vallecas. Y su cohorte de palmeros, muchos de los cuales las pasan jodidas para pagar su alquiler o su hipoteca, justificaron vehementemente en redes sociales esa decisión y arremetieron contra los periodistas, que son, que somos por definición, la quintaesencia de la maldad. Yo, como integrante del gremio periodístico, soy parte de esa quintaesencia de la maldad, soy parte también de esas personas que se privan de unas cuantas cosas (de muchas cosas) para poder pagar el alquiler o la hipoteca a principios de mes. Pero hay una cosa que no soy: no soy un palmero de falsos profetas.
Cuento con la dosis de veneno que me van a inocular por este artículo en redes sociales los ultras de Irene, de Pablo, de Ione, de Lilith e incluso de la abeja Maya, pero me traen al pairo ellos y los pesebristas a los que defienden: el 23 de julio nos jugamos mucho más que el orgullo herido de Irene, que como ministra fue un elefante en una cacharrería (su gestión recibió dos ruidosos sopapos estos días en los tribunales, pero el podemismo recalcitrante te contará que la judicatura es toda fascista).
Me quedo, en cualquier escenario, con Yolanda Díaz, con su conquista de derechos en esta legislatura atípica y con que nunca la he visto levantar la voz más de la cuenta frente a un adversario pero tampoco la he visto agachar la cabeza en la defensa de derechos fundamentales. Y me encanta el olor a mar y a metal que lleva en el aliento esta mujer que es hija del sindicalismo y del obrerismo de la bahía de Ferrol, que son olores hermanos de la bahía de Xixón.