La delgada línea roja

La responsabilidad de que los ultras de extrema derecha estén tocando poder no puede buscarse fuera de sus votantes y de sus partidos

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Silvia Cosio
Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego.

«Then it’s Tommy this, an’ Tommy that, an’ Tommy, ‘ow’s yer soul?

But it’s thin red line of ‘eroes when the drums begin to rol .»

Rudyard Kipling

Las ciudades son entes vivos, cambiantes, igual que los seres que las habitan, sin embargo a muchas de ellas les cuesta desprenderse de los mitos y las leyendas que les han dado forma. Xixón, en contraste con sus hermanas Santander y San Sebastian, tan burguesas, tan borbónicas, ha construido en el último siglo una imagen de ciudad industrial y obrera. Sin embargo un paseo por la ciudad, a pesar del desatino urbanístico de los últimos sesenta años, nos deja al descubierto una ciudad que también fue burguesa y que dio cobijo a los Borbones durante sus veraneos a los pies de Cimavilla. Pero todo mito se funda en una verdad, y Xixón también fue ciudad de obreros y fábricas, de revolución y lucha. Lo fue, porque para muchos de los que hoy habitan esta ciudad, la reconversión industrial, los astilleros y las fábricas han dejado de pertenecer a los recuerdos que les conectan con la memoria histórica y sentimental reciente de esta villa. Xixón es, ahora mismo, paraíso del turismo, ciudad de terrazas y bares, el destino favorito de las despedidas de soltero y terreno abonado a la especulación y la burbuja inmobiliaria gracias al alquiler vacacional. Xixón es espectáculo aéreo militar y procesiones de Semana Santa. No hemos llegado hasta aquí, sin embargo, de forma natural o por culpa de una maldición de los dioses. A lo largo de las últimas tres decádas se han llevado a cabo políticas que han ido construyendo una ciudad que prefiere mirar hacia el Club de Regatas y el Club Hípico que a sus barriadas obreras. Una ciudad de suburbios impolutos y verdes y barrios abandonados. Se ha hecho todo esto sin dejar atrás, además, la mitología obrerista, como si ambas concepciones sobre el alma de la ciudad fueran compatibles, como si no corriéramos el peligro de que una parte, la más fuerte, acabara devorando a la otra.

Sara Álvarez Rouco, portavoz de VOX en en Ayuntamiento de Gijón. Foto de David Aguilar Sánchez.

¿Es justo entonces decir que Xixón es una ciudad de derechas? Si nos atenemos exclusivamente a los resultados electorales tendremos que aceptar que así es: las tres derechas han conseguido un concejal más que las fuerzas progresistas y de izquierdas. Pero si sacamos la lupa y miramos con precisión los datos electorales, en qué zonas vencen las derechas y en qué zonas se vota a las fuerzas progresistas, y sobre todo, si estamos atentos a los datos de las abstención y cómo esta se ha repartido por los distintos barrios y suburbios, la cosa no está ya tan clara. El hecho además de que en Xixón un elevado número de votantes optara por Foro para el gobierno local y por Barbón para el autonómico, así como los altísimos niveles de desaprobación tanto de la gestión como de la figura de la alcandesa saliente, Ana González -rechazo que se extendía también entre sus propios votantes-, la guerra contra ella dentro de su propio partido que además optó por un candidato sin carisma ni anclaje en la ciudad, nos habla de una realidad política y sociológica mucho más compleja, diversa y líquida de lo que a primera vista pudiéramos pensar. Pero la partida de la política institucional se juega en el terreno del Ayuntamiento, donde el panorama es mucho menos diverso: Foro, PP y Vox cuentan con mayoría absoluta por lo que, a pesar de que el PSOE fue la lista más votada, ha sido finalmente Carmen Moriyón quien se ha hecho con el bastón de mando tras pactar con el PP y aceptar que la ultraderecha forme parte del nuevo gobierno municipal, que asume, además, las competencias en Festejos y Divertia -toros y más procesiones- y que puede meter manos en asuntos de Igualdad y Llingua, porque están a tope con las guerras culturales, antesala de la guerra total contra los derechos sociales. Este pacto de Moriyón con Vox ha cogido a una parte de la ciudad con el paso cambiado, en parte porque Moriyón ha sabido cultivar una imagen de moderación y derecha amable que ha calado en parte de la población a pesar de sus ocho años como alcaldesa y de la foto en Colón, y en parte también porque era muy difícil encajar en la mentalidad y la mitología xixonesa la posibilidad de convertirse en una ciudad voxorizada. Esas cosas siempre les pasa a los otros. Hasta que los otros somos nosotros, porque siempre acabamos siendo nosotros.

El pacto con los ultras ha provocado a su vez una cascada de dimisiones en señal de protesta en Foro, principalmente del sector más cercano al asturianismo, no así del único diputado autonómico de la formación, Adrián Pumares que, a pesar de haber sido víctima de una campaña de acoso con claros tintes homófobos por parte de Vox, ha expresado su incomodidad pero que ha preferido quedarse con su escaño y su militancia intacta -sobre su dignidad no ha hecho comentario alguno-. Esto ha convertido a Foro en un partido que existe por y para Xixón y sobre todo en un partido que sobrevive gracias los votos de la extrema derecha.

El pacto de Moriyón con Vox ha servido también para despejar muchas de las dudas entorno a las líneas rojas que los partidos conservadores españoles -y parte de los europeos- están dispuestos a traspasar para alcanzar el poder: todas. Y también han despejado las dudas sobre qué derechos están dispuestos a que se queden por el camino: cualquiera, especialmente todos los que tengan que ver con las mujeres y las minorías, que han pasado a ser en sus manos meros objetos prescindibles, sujetos al trueque en esta subasta de votos y dignidad por sillones en el que se han convertido muchos ayuntamientos y comunidades autónomas tras el vendaval del 28M.

Ángela Pumariega, durante la votación de la investidura de Carmen Moriyón. Foto de David Aguilar Sánchez.

La responsabilidad, por tanto, de que los ultras de extrema derecha estén al fin tocando poder y, por ende, tengan capacidad para influir en las políticas, las leyes y las vidas de todos, no puede buscarse fuera de sus votantes y de los partidos que les están permitiendo entrar en sus gobiernos a cambio de un puñado de votos. Podemos soñar con la posibilidad de que la izquierda ejerza de dique contra el mal, de que se sacrifique, una vez más, por el bien común, pero por bien que pueda sonarnos esta melodía, por justa que nos pueda parecer, y he de confesar que hasta yo misma la entoné ante la perspectiva de la llegada de Vox al gobierno municipal de Xixón, lo cierto es que no es más que un brindis al sol. Es una postura galante y ética que no conduce a nada, es poco más que una prórroga de lo inevitable pues es una exigencia que debemos hacerle a los sectores conservadores, al PP y Foro -y a sus votantes-. De ahí es desde donde tiene que partir la iniciativa, son ellos quienes tienen la obligación moral y política de plantarse, de decir que no. Tenemos que empezar a aceptar que el cordón sanitario lo han de extender quienes se entienden como sus aliados naturales: la derecha. La izquierda no puede, ni debe, dejarse arrastrar una vez más por la urgencia política en una narrativa irresponsable y peligrosa que nos desvía de la cuestión central: que haya partidos conservadores y liberales que se dicen democráticos y que sin embargo no tienen empacho en armar alianzas y dar poder a la extrema derecha. Entrar en discusiones bizantinas sobre la responsabilidad de la izquierda en la construcción de los cordones sanitarios solo puede conducir a la exoneración de los únicos responsables de que Vox esté en el gobierno municipal de Xixón.

La mayoría de nosotros solemos imaginar que en situaciones extraordinarias seríamos capaces de realizar acciones extraordinarias. Nos vemos como los hombres de la Easy Company resistiendo en Bastogne, como Espartaco frente a Roma o Sojourner Truth luchando contra la esclavitud. Pero la delgada línea roja que impide el paso de los bárbaros muchas veces no es más que un diputado autonómico que dimite de su escaño, un votante que levanta la voz para decir que en su nombre no o una política renunciando a una alcaldía antes de permitir que la extrema derecha forme parte del gobierno de su ciudad. Tampoco es tan difícil.

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