Jacobo Rivero: antifascismo, novela negra y bares de menú del día

El escritor y periodista presentó en la Semana Negra su debut en la literatura de ficción, el policiaco "Dicen que ha muerto Garibaldi".

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Diego Díaz Alonso
Diego Díaz Alonso
Historiador y activista social. Escribió en La Nueva España, Les Noticies, Diagonal y Atlántica XXII. Colabora en El Salto y dirige Nortes.

La música, la política y el baloncesto han sido desde siempre las tres grandes pasiones que han movido la vida del activista, escritor y periodista Jacobo Rivero (Madrid, 1974). De un modo u otro tenían que estar presentes en su debut como narrador dentro de la colección Episodios Nacionales de Lengua de Trapo. “Dicen que ha muerto Garibaldi” es el enigmático título de esta primera novela, un policiaco que arranca con la aparición de un cadáver en el pabellón deportivo de Magariños, la histórica cancha del Estudiantes, y cuya investigación llevará a sus protagonistas, los policías Padilla y Robles, por meandros inesperados como los grupos de ultraderecha de la Transición y los primeros años 80, Turquía y la guerra sucia contra el movimiento kurdo, el incendio del Palacio de los Deportes y la corrupción urbanística en el Madrid de la burbuja inmobiliaria, el paramilitarismo en Honduras y el asesinato de Berta Cáceres.

Rivero, el más pequeño de seis hermanos con militancia en diferentes opciones de izquierdas, retrata una atmósfera que conoció bien en su infancia y adolescencia, el ambiente del Ramiro de Maetzu, instituto público con un alumnado mayoritariamente de viejas y nuevas clases medias procedentes de los barrios de Serrrano, Tetuán, Chamberí y Prosperidad, y en el que confluían tanto estudiantes abiertamente fascistas, hijos de familias franquistas, como otros de ideología comunista o libertaria. En algunos de aquellos ex compañeros de pupitre durante los años 80 se ha inspirado para componer el personaje de Perico, el cadáver con el que arranca “Dicen que ha muerto Garibaldi”. Un chaval tímido y solitario, un bicho raro, que mezcla su implicación en acciones violentas de la extrema derecha, en la que militan sus hermanos, con la participación activa en la Demencia, la hinchada del Estudiantes, el equipo de baloncesto del Ramiro Maetzu. Un grupo de animación muy alejado del tópico de los hinchas broncos y violentos, y que Rivero define como “algo muy parecido a una comparsa de Carnaval”, y a la que siempre ha caracterizado su apuesta por “el ingenio, el humor, el surrealismo y la ironía”.

Miembros de la Demencia, la afición del Estudiantes, en los años 80. /ARCHIVO FUNDACIÓN ESTUDIANTES
Diario 16, 1981.

Para Rivero en la Transición también hubo derrotados en la derecha, los franquistas que “perdieron el tren de la Transición”, y que “no pillaron cacho ni en la política ni en los negocios”. Nostálgicos, violentos, perdedores aferrados a un mundo que se derrumbaba, el autor recuerda que no era tan difícil en los años 80 coincidir en bares de Malasaña o Lavapiés con algunos de estos fascistas, que sin embargo compartían en ocasiones espacios de socialización con la juventud contestataria y contracultural. Muchos de ellos, salpicados por delitos de sangre, terminarían huyendo a América Latina. “No fueron ni uno ni dos” señala Rivero, que apunta como la tolerancia o negligencia de las autoridades españolas, permitió que muchos permisos penitenciarios se convirtieran en fugas a países sin ley, demandantes de personas violentas y sin escrúpulos para engrosar los ejércitos privados de magnates, terratenientes y multinacionales. Otros, con más visión, y entendiendo que el 23F había supuesto el final de las tentativas por restaurar el franquismo, finalmente se reciclaron en la España democrática dentro del PP, convertido en la casa común de todas las derechas, en la policía, el Ejército y los aparatos del Estado, las compañías de seguridad privada o el mundo de los negocios.

Jacobo Rivero en la Semana Negra. Foto: David Aguilar Sánchez

Todo eso esta para Rivero en la base de Vox. Por eso, el autor, reivindica para España una nueva novela negra antifascista, similar a la que existe en otras narrativas europeas, que ayude a entender estas conexiones entre Estado profundo, ultraderecha y sector financiero e inmobiliario.

Rivero se declara encantado con “la libertad que te ofrece la ficción para poder contar lo que quieres” y reconoce que les ha cogido el gusto al inspector Padilla y la inspectora Robles, dos policías progresistas, inspirados en agentes reales, que comparten caso y menús del día en barrios del Madrid popular y castizo. Apasionado de su ciudad, trabajó con el equipo gobierno de Ahora Madrid, pero considera que la izquierda de la capital tardará años en reponerse de su “suicidio” durante el mandato de Manuela Carmena. En esta novela ha querido reivindicar a la villa de los barrios populares frente a la Corte del IBEX35: “los bares con menú del día tienen un valor incalculable, y definen a esta ciudad bastante más que los restaurantes de alta cocina”. Habrá continuación de las andanzas de Padilla y Robles, y esta vez sus investigaciones les llevarán a otra ciudad cuya geografía urbana, política y sentimental conoce bien: Berlín.

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