Barbón: puente aéreo con Moncloa

El problema de Cataluña es eminentemente político y no se va a resolver con el Aranzadi en la mano

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

El Palacio de la Zarzuela siempre ha sido lugar de muchas cábalas y conjuras políticas. La crónica secreta o no tanto de la historia de España, se conserva en relatos que logran escapar por los ventanales del viejo caserón barroco. Ahora que Pedro Sánchez principia un otoño cautivante y tormentoso, se han encendido todos los escepticismos entre los barones. Frente al silencio ominoso de Emiliano García Page, tan extenso como lo es el desierto de La Mancha, Barbón ha dicho hoy tras su encuentro con Felipe VI que González y Guerra deben creer en el Secretario General del PSOE y entregarle un voto de confianza.

Adrián Barbón lo entrega todo a la fe. Es una manera de hacer política como otra cualquiera y que tiene todo el sentido del mundo viniendo de alguien que es católico y sentimental. La vis política de Barbón ha sido siempre romántica, un temperamento guiado por la razón de otros. Juan Cofiño es el gótico español, inteligente, contrito y racional, de la misma manera que Barbón es un romántico que abunda en su propio ser disparando twits como el niño que eleva extasiado su mirada hacia los fuegos artificiales que explotan sobre el cielo estrellado de internet.

La confianza de Barbón en Pedro Sánchez es una primera dovela en el puente aéreo que debe existir entre Asturias y el Estado. El Estado es una ficción y como tal, frente a la visión estática de los conservadores y la extrema derecha, frente a la mirada soviética o jacobina del rojipardismo campante, la socialdemocracia del siglo XXI plantea otra, más dinámica y barroca, más contingente, moldeable y plástica, trenzada de subidas salariales, reformas laborales, más de 200 leyes y una amnistía, siempre embelesada por la cercanía de un nuevo ciclo político que permita afrontar a los españoles el siglo XXI desde una nueva convivencia y una vida más próspera.

Hacia ese camino debe atraer el PSOE de Pedro Sánchez al conjunto de las fuerzas políticas. «Todo lo que esté dentro del marco de la Constitución, que es lo que va a negociar mi partido, yo lo apoyo» ha dicho este lunes Barbón, “y lo que no esté dentro también” debería haber añadido, pero esas palabras habrían sonado como el restallido de un látigo sobre las orejas de la vieja guardia y todo el bloque de la derecha. ¿Se imaginan que en el PSOE se defendiera una nueva disposición adicional de la Constitución que reconozca la realidad nacional catalana y blinde sus competencias en lengua, economía e infraestructuras? Con la lección aprendida tras el 1 de octubre, qué diferente hubiera sido la historia reciente de este país si en julio de 2018 hubiera ganado las primarias del PP Soraya Saenz de Santamaría.

El barroco es una constante nacional que busca aligerar la imagen vieja y amortizada que tenemos del pasado restándole gravedad a una Constitución interpretada siempre con la gravedad de la piedra. Tenía razón Enric Juliana cuando escribía hace nueve años que “el problema de Cataluña es eminentemente político y no se va a resolver con el Aranzadi en la mano”. La beligerancia de Pedro Sánchez o la de Barbón ahora, sólo se entienden desde una mirada barroca y, en el caso de Adrián, habría que decir también romántica. El romanticismo, antes que un estilo, es una ética. El Secretario de la FSA se refiere a la vieja guardia como quien trata a un veterano de guerra. La Transición fue otra guerra sin armas de la que emanaron lazos paternofiliales entre el socialfelipismo de antaño y el sanchismo de ahora. Pero bajo la expresión de Barbón subyace una vieja idea freudiana, la que no se dice y prevalece de un modo espectral: para provocar el cambio, se hace inevitable que los hijos de la Santa Transición maten a su padre. ¿Realmente lo harán? Estaremos atentos.

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