El 19 de septiembre de 2023 se publicó en Nortes un artículo titulado «De la Ilustración a la reacción: los casos de Gustavo Bueno y Amelia Valcárcel», cuyo autor es Javier Ugarte Pérez. Pongamos, antes de nada, las cartas encima de la mesa. Quien aquí escribe es, en primer lugar —cronológicamente hablando— empleado de la Fundación Gustavo Bueno; y en segundo lugar, y esto es relevante para que se entienda mi postura, militante comunista, y «de carnet». Lo que voy a decir aquí está avalado no solo por mi condición de conocedor de las entrañas de la Fundación Gustavo Bueno, sino también por la de estudioso de la figura de Gustavo Bueno, habiendo realizado una «tesina» sobre la trayectoria de Bueno en sus dos primeras décadas en Asturias, dirigida por Francisco Erice Sebares. En este artículo me ceñiré a lo que se dice de Bueno, pues la figura de Valcárcel no la conozco tanto.
Dicho lo cual, abordamos el artículo de Javier Ugarte. No voy a entrar en las premisas que el mismo expone sobre los términos «ilustrado», «reaccionario» o «conservador», que considero erróneas; pero concedo que al ser un artículo de opinión seguro que Ugarte, como profesor de Filosofía que es, podría haber expuesto algo mejor esos términos, las posibles continuidades y exclusiones entre ellos, etc.
En el recorrido histórico que se hace de Bueno se habla de él como militante de la progresía ilustrada, «marxista de tipo filosófico, por lo que no denunciaba la distribución desigual de la riqueza». Bueno no militaba en la «progresía»; si entendimos militar como estar inscrito en un partido lo cierto es que Bueno no militó en ningún sitio por aquellos años. Ahora, si entendemos militar como estar implicado constantemente con un grupo político Bueno no militaba con la progresía, sino con —y no «en», la preposición es importante— el PCE y otros comunistas. La diferencia no es baladí. Bueno no era simplemente profesor, Bueno inspiraba acciones contestatarias en la universidad, ocultaba a alumnos revoltosos de la policía (que le pregunten a Paco de Asís o a Luis Alfredo Lobato Blanco), y negociaba para la liberación de otros en encierros estudiantiles (véase el caso de López Brugos).
Fuera de la Universidad también era una referencia para el PCE. Cuenta José María Laso Prieto que al llegar a Asturias le dieron dos contactos: el recientemente fallecido David Ruiz y Gustavo Bueno. En un informe policial titulado «Intelectuales de la oposición» se habla de Bueno como una persona que recibía en su casa a miembros enviados por el Comité Central del PCE en el exilio. Los ejemplos que podría poner de memoria son abundantísimos.
Decir que era un «marxista de tipo filosófico», en el sentido de que era un intelectual encerrado en su torre de marfil, ajeno a la desigualdad y la miseria de los obreros, es también falso a todas luces. Primero, porque no se puede decir que Bueno fuera marxista, nunca. Y lo digo como marxista lector entusiasta de Bueno. Segundo, ¿cómo explicar entonces que colaborara con miles y miles de pesetas con el Fondo Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA)? ¿Cómo explicar que fuera él quien impulsara en el claustro las denuncias de la represión sufridas por los mineros en el 62? ¿Cómo encaja su altura en la torre de marfil con que bajara a la profundidad del pozo minero a dar clases a petición de CC.OO.? ¿Con que inaugurara clubes culturales obreros y sociedades vecinales por la cuenca minera o Gijón? Hasta en su etapa «no ilustrada» y «reaccionaria» se atrevía a denunciar la democracia como una plutocracia y una oligarquía, véanse las páginas finales de su Panfleto contra la democracia realmente existente. En su famoso El mito de la izquierda Bueno habla de «un orden social y económico todavía más injusto y cruel, el orden burgués, el de la explotación capitalista sin límites, el orden que Marx analizó en su inmensa obra». Extraña indiferencia la de Bueno por la desigualdad en la distribución de la riqueza. Seguramente Bueno fuera sensible a la pobreza y la desigualdad social por motivos diferentes a un comunista, y contemplara medidas políticas diferentes, pero hablar de Bueno como un hombre que no tomaba partido, que se quedaba en el plano filosófico, es mentir.
Más adelante, se afirman cosas como «Probablemente, Bueno suponía que los varones son superiores a las mujeres». No se aporta nada que avale esta afirmación tan grave. A continuación, se habla de un Bueno autoritario, que por ello defendía cuando «se definía de izquierdas» que la URSS era un imperio generador. Lo cierto es que la defensa de Bueno de la URSS se remonta a mucho antes de que tuviera ninguna distinción de imperio generador o depredador formulada, y tiene que ver, al contrario de lo que se lleva años afirmando, con más cosas que con la consideración de la URSS como una continuadora de la III Roma, un nervio autoritario u otras reducciones a meras filias personales. Desde luego el compromiso de Bueno con sus estudiantes y el movimiento obrero parece indicar que hay algo más que una filia autoritaria en su prosovietismo y en que tuviera a Marx como «compañero de viaje». Seguro que Ugarte sabe del gusto de Bueno por la obra de Baruch Spinoza; quizás eso le de más pistas a él y a los intérpretes del filosovietismo de Bueno. Se enteran de la misa la mitad.
Sobre las causas del «paso a la reacción» procura Ugarte evitar el psicologismo, lo cual está bien, pero cuando acude a lo sociológico yerra el tiro de nuevo. Decir que Bueno se vio encumbrado porque, al igual que Tamames, «carecían de rivales comparables durante la dictadura» es más que cuestionable teniendo en cuenta que saltó a la fama precisamente en una polémica con Manuel Sacristán. Es en los años 60 y 70 cuando se da una gran eclosión intelectual en España. Con el aperturismo y el aggiornamento de la Iglesia católica, la expansión que menciona Ugarte es previa a 1975. El neopositivismo y el marxismo ya llevaban más de una década afincados en la Universidad antes de la muerte de Franco. A ello hay que sumar el auge editorial que se da en los años sesenta: Seix Barral, Anagrama, Tusquets, Laia, Nova Terra, Ciencia Nueva, Alianza, Ariel… Y ahí estaban otros pesos pesados como Tierno Galván, Aranguren, Julián Marías… La vida intelectual de la España de aquella época es mucho más rica de lo que pudiera parecer. Bueno claro que tenía «competidores».
En cuanto a los «errores intelectuales» se adjudica una postura platónica a Bueno. Platónica en el sentido de aristocrática: el filósofo o sabio «ajeno a pasiones e intereses» —¿cuándo se presentaría Bueno así?— que establece un principio de autoridad precisamente con base en su sabiduría. Bueno defiende la idea de algo parecido a un Rey Filósofo, o una aristocracia de sabios, o que su voto valga más o sea diferencial, según Ugarte. Nada más lejos de la realidad. Si algo distingue a Bueno es su concepción de la Filosofía como saber de segundo grado, es decir, dependiente de saberes de primer grado como los científicos o políticos. Bueno no cree que la Filosofía deba indicar a la política —a la polis— por dónde debe transitar. La función social del filósofo para Bueno es la de la crítica, cribado y análisis de los conocimientos y conceptos arrojados por los saberes de primer grado, no la prescripción de políticas. Bueno es platónico, sí, pero no en el sentido del Rey Filósofo, sino en el del mito de la caverna. El filósofo tiene que salir de la cueva, regressus, y volver a bajar, progressus, aun a riesgo de los que están ahí abajo le quieran matar. Como él bajó a la mina.
Finalmente quería aclarar una cosa. Tal vez me equivoque, pero afirmaciones como que su escuela está subvencionada podrían ser ciertas hace años, hoy no. Además, eso no sería argumento alguno en contra de la trayectoria de Bueno ni sería per se algo criticable. Las subvenciones adjudicadas son públicas, y desde hace años no creo que puedan encontrar subvención alguna a la FGB. Ya adelanto que ésta se mantiene con la venta de libros y la comercialización de eventos como los Encuentros de Filosofía. También hay donantes, pero entre las cifras les aseguro que no hay ningún escándalo ni ninguna con más de dos ceros. Si esto es un think tank de Vox, como afirma el articulista Xuan Vijande también en Nortes, lo cierto es que ya se podrían estirar un poco más con el oro, porque aquí trabajamos un puñado de personas y algún que otro aficionado a la filosofía aportando voluntariamente. El think tank de Vox de verdad es Disenso, y a la FGB se acerca quien quiera del partido que quiera, que me lo digan a mí —quien quiera menos tal vez Rubén Rosón, cuya labor en su concejalía yo aplaudí, por cierto—. En resumen, critiquen a Bueno lo que quieran, juzguen y recusen cualquiera de sus posturas filosóficas o políticas. Pero no mientan.