Cinco meses en el infierno israelí es una historia difícil de explicar en unos folios. Son cientos de imágenes en mi cámara y en mi retina que no lograré olvidar mientras viva. La brutalidad y el desprecio absoluto por las vidas y la dignidad de otras personas que he visto en Israel es algo que jamás había visto tan de cerca y tan continuamente. Día tras día, he podido ver como los palestinos son golpeados, humillados, pisoteados, detenidos, torturados y muertos por los soldado del Ejército israelí.
Una comisión de psiquiatras militares del propio Ejército ha elaborado un informe en el cual denuncian el “síndrome” de los soldados de golpear a los detenidos que no ofrecen resistencia, tanto durante la detención como en los camiones y en las prisiones. Esto se dice dentro del propio Ejército. El Estado Mayor ha mandado una carta al soldado explicando cuándo se debe golpear y disparar y cuándo no. Ya llevan unos 600 palestinos muertos, niños y mujeres incluidos, miles y miles de heridos de bala, de golpes, con brazos y piernas partidos, cuando se llevan ya más de dos años de conflicto.

Con mis propios ojos he visto escenas absolutamente dantescas. He visto en Gaza a cientos de mujeres asaltando camiones de comida, desessperadas y hambrientas, tras estar bajo el toque de queda en los campos de refugiados, sin poder salir a buscar comida durante varios días seguidos. He visto las caras de miedo de los palestinos del camión tirando la comida al aire como si fuera para animales. He visto a las mujeres recoger tomates, pan y lechugas del suelo como si guera un tesoro. He visto cuatro jeeps cargados de soldados armados perseguir a estas mujeres, quitarles la comida, pisotearlas, romper la puerta de sus casas…Luego, he oído gritos horribles dentro.
He visto casas destrozadas por dentro tras las visitas de los soldados. Muebles, baños, cocinas, todo; hasta el ventilador. He visto jóvenes y niños con el cuerpo amoratado por los golpes. He visto decenas de heridos de bala en los hospitales. He visto niños de diez años tirando piedras a los soldados. A mujeres también. A jóvenes, con hondas y tirachinas.

He visto los intentos de obstrucción total hacia la prensa. Impedirte el acceso a las zonas conflictivas, taparte la cámara, empujarte, etc. He visto el punto de mira de los fusiles israelíes disparando contra mí. He visto culatas de fusil abatirse sobre mi cabeza y mis cámaras. He visto a oficiales y soldados israelíes destrozar mi coche, identificado como prensa internacional, a culatazos; pinchar las ruedas y robar partes del motor.
He visto como me llevaban detenido en siete ocasiones y como a golpes me arrancaban rollos de película.
Para intentar cubrir los conflictos hemos tenido que saltar muros, saltar por los tejados, ocultarnos en cientos de casas de palestinos, arrastrarnos cuerpo a tierra para escondernos de los soldados, siempre con el miedo en el cuerpo esperando que te encuentren.

He visto a niños, viejos y mujeres casi muriendo, tras haberlos encerrado en su propia casa con gas dentro. Este gas lacrimógeno norteamericano del que se niegan a dar su composición química. Hace que te revuelques en el suelo como un gato envenenado, sin poder respirar. He visto tumbas de niños recién nacidos muertos por este gas. He visto helicópteros bombardeando poblaciones enteras con cientos de granadas de este gas, enormes nubes de gas cubriéndolo todo. He visto madres gimiendo desesperadas, niños llorando desconsolados, jóvenes carcomidos por la rabia y la impotencia. He visto decenas de familias rotas.
He visto jóvenes que fueron enterrados vivos.

He visto la rabia y la impotencia y la determinación de cientos de caras. He visto las piedras en las manos. He visto miles de gentes en las calles y en los tejados gritando “Palestina es nuestra tierra”. He visto decenas de banderas palestinas, algunas de ellas ensangrentadas.
He visto ametrallas a los palestinos solo para poder pasar con el coche. He sentido en mi propia carne el miedo de oír las balas a mi alrededor. De estar de rodillas con las cámaras en alto viendo a un coche avanzando con la metralleta apuntando hacia mí. De correr con los palestinos como alma que lleva el diablo con los soldados detrás disparando.

He visto la hospitalidad increíble de esta gente, he visitado cientos de casas donde me han ocultado con riesgo de sus vidas, donde me han dado té y comida.
He visto casas de periodistas árabes destrozadas. He visto mis propias fotos censuradas, cortadas, en los periódicos de allí.
He visto casas palestinas destruidas por “bulldozers” y dinamita como castigo por tener un familiar preso por tirar piedras.

He visto mujeres de 50 años con las botas militares marcadas en la espalda en carne viva.
He visto soldados israelíes destrozando centenares de cerraduras de tiendas en huelga. He visto soldados insultando a las mujeres y golpeando y deteniendo a los novios por defenderlas. He visto la miseria de los campos de refugiados. He visto cientos de niños a mi alrededor haciendo el signo de la victoria.

He visto a los soldados comer mientras a su lado varios prisioneros se morían de frío, de miedo y de hambre, tras llevar varias horas esposados con unas tiras de plástico que cortan la circulación de la sangre. He visto soldados con cosas escritas en sus cascos y correas como “Nacido para matar” o “Quiero matar a un árabe”.

He visto a jóvenes palestinos hacer frente a helicópteros con tirachinas y piedras.
He visto ojos, muchos ojos, con lágrimas y con ira bajo los pañuelos palestinos. He visto a los soldados bailar al día siguiente de haber matado a un niño. He visto detener a gente en sus casas y golpearlos con los cañones de los fusiles hasta hacerles perder el conocimiento.

Ser palestino hoy en Israel es algo muy peligroso. He visto con mis propios ojos aterrorizados el cerebro de un niño de 14 años en el suelo. Y he escuchado muchas cosas que no he visto.