E. J.: ¿Usted estaría dispuesto, en este contexto, digamos, por la vía amplia de la reforma de la Constitución, bien por la vía que sugiere Herrero de Miñón, de la disposición adicional, a que hubiese un reconocimiento explícito de la identidad nacional?
F. G.: Absolutamente…absolutamente. Es que no tengo la menor duda
Extracto de la entrevista que Enric Juliana mantuvo con Felipe González para el diario La Vanguardia el 9 de septiembre de 2015
En un artículo titulado “Apuntes sobre Cataluña y España” publicado el 26 de julio del 2010 en el diario ‘El País’, conjuntamente con la entonces diputada Carme Chacón, Felipe González se expresaba en los siguientes términos: “La concepción de España como ‘Nación de naciones’ nos fortalece a todos”. Ambos políticos también destacaban en aquel texto el carácter ambivalente de la sentencia del Tribunal Constitucional que había declarado carente de eficacia jurídica el preámbulo del Estatuto Catalán aprobado en 2006, durante el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero. Y en dicha tribuna afirmaban: “En su fallo [el TC] preserva la inmensa mayoría de los preceptos estatutarios y rechaza casi todas las objeciones del recurso del PP. Pero en los fundamentos de la sentencia se refleja un desconocimiento de la diversidad catalana en la realidad española. Usa expresiones ofensivas: ciudadanía catalana como “una especie de subgénero de la ciudadanía española”; injustificada primacía natural de cualquier norma estatal, u obsesión injustificada por la indisoluble unidad de la nación española”.

Este artículo afrontaba con asombrosa lucidez y un sentido extraordinario de la racionalidad política uno de los grandes problemas que los españoles hemos padecido con Cataluña: “El problema no radica, pues, en la Constitución, que se ha revelado por más de tres décadas como un texto incluyente de la diversidad y ha permitido el desarrollo de un proceso federalizador en la configuración del Estado de las Autonomías, aunque no estuviera contemplado en su letra. Tampoco radica en este Estatut, a pesar de las insidiosas campañas del Partido Popular sobre la ruptura de España o el tutelaje de ETA. Estos cuatro años de desarrollo sin fricciones lo demuestran. El problema sigue estando en la resistencia del PP a reconocer la diversidad de España y en la obstinación de los sectores catalanes que magnifican las fricciones y minimizan los avances históricos que hemos vivido. Y radica también en la falta de energía de quienes desde Cataluña y desde el resto de España apostamos por la vía del entendimiento y rechazamos tanto el camino de la imposición uniformadora como el de la separación”.
¿Qué ha sucedido en el pensamiento de Felipe González para que trece años después, sus posiciones políticas se hayan deteriorado tanto, hasta el punto de asimilarse a las de cualquier dirigente del Partido Popular? Este jueves, uno de los presidentes más importantes que ha tenido la historia de nuestro país ventilaba desde Avilés la posible amnistía que PSOE y Junts están negociando. Lo hacía de forma sardónica ante los medios de comunicación, algo que se ha convertido en un espectáculo habitual en el que, por cierto, entre molesto y soberbio, siempre ha navegado con maestría para, en el fondo, regalar una gavilla de titulares a la prensa.
González se ha empeñado en afirmar que la amnistía será el preludio de la autodeterminación de Cataluña. Lo dice, anunciando una tormenta con sonoridades sinfónicas de estilo mahleriano, muy crepuscular, y a la vez, con un enfático sentimiento dramático que disminuye inmediatamente después para reducir el acuerdo de investidura firmado entre su partido y SUMAR, a “un pacto de 0 a 3 años”. El rostro de Felipe González se ha convertido en un busto tibetano que se visita pero cada día exige más esfuerzo prestarle atención. Ha pasado de estadista a monje solitario, capaz de cobrarse en un mismo titular a Pedro Sánchez, a Yolanda Díaz o a Carles Puigdemont, sin la lucidez de antaño. Pero a eso, desgraciadamente, ya nos estamos acostumbrando. Siendo serios, el mayor problema de González es cuando se revisa a sí mismo, resituando la Constitución Española en coordenadas de otro siglo, amparándose en un sentido preconstitucional de la letra y la música de la Carta Magna, refugiándose en un concepto monolítico de la norma diferente al carácter abierto, inclusivo, dinámico y siempre federalizador que ha tenido la Constitución Española desde su aprobación.

Místico y sarcástico, como un felino que acepta que lo mimen pero dispuesto siempre a soltar algún arañazo. La ironía ha matado su lucidez. El otro día, en el Museo Reina Sofía, Pedro Sánchez entregó la escena a Yolanda Díaz con un acuerdo que incorporaba la mayoría de las medidas que la lider de SUMAR incluía en su programa electoral, en un documento de 48 páginas. Sánchez cedió todo el espacio y lo ganó todo, lo más importante, un gobierno para otros cuatro años. También ganó un paso más para que la convivencia en España siga estando garantizada. Llega al acuerdo con Junts con un primer aliado que le dará más estabilidad del que se hubiera imaginado hace cuatro años. Pero hoy hablamos de Felipe González. ¿Estaría el estadista de hace trece años, el que firmaba tribunas con Carmen Chacón, dispuesto a que se aprobara una ley de amnistía que tuviera por objeto garantizar la convivencia en la España cuasi-federal de hoy? Absolutamente…absolutamente. Es que no tengo la menor duda.