Ohiane Ruiz (Bilbao, 1974), arquitecta y urbanista, feminista y bilbaína, está viviendo estas semanas de cuarentena “como un experimento” en lo que a su profesión se refiere. ¿Qué carencias hemos descubierto en nuestras casas?, ¿y en nuestros barrios?, ¿se pueden cumplir en nuestras ciudades las medidas de seguridad sanitarias? La “nueva normalidad” pasa también por repensar y reestructurar los espacios públicos y privados. Para Ruiz, esta es la oportunidad para “un cambio de modelo urbano” que haga de la ciudad un lugar menos desigual y más habitable.
Tu “Manual de análisis urbano. Género y vida cotidiana” empieza explicando qué es una ciudad sin miedo, ¿cómo sería ahora, después de esta pandemia, una ciudad sin miedo?
La pandemia evidencia dos brechas muy importantes: la cuestión de la casa como lugar seguro en el confinamiento, y la distancia social versus la ciudad zonificada. La ciudad sin miedo y feminista conllevaría, respecto a la vivienda, el fin de la promoción de vivienda en propiedad privada y generar un parque de vivienda pública y comunitaria.
Respecto al modelo urbano, habría que garantizar el derecho a la distancia social, y para ello habría que prohibir la zonificación que genera movilidad obligada de miles de personas. Es necesario crear un modelo urbano resiliente a escala de barrio, abolir el derecho a moverse en coche libremente y eliminar progresivamente el espacio de coches y zonas de aparcamiento para aceras, carriles bicis o plazas. También transformar el edificio educativo, dando la mitad del horario en patios o parques, y crear redes de cuidados de mayores o dependientes.
¿Crees que estas semanas nos han hecho experimentar de otra forma los espacios que habitamos, tanto públicos como privados?
La experimentación ha sido brutal. Estamos viviendo un experimento, y sería interesante agenciarnos de él. La mayoría ha vivido este encierro en casas mal ventiladas, mal soleadas, sin acceso a un espacio exterior de calidad y sin espacio ni recursos suficientes. Sería bueno hacer una especie de auditoría ciudadana para valorar las condiciones del encierro.
Por otro lado, estamos experimentando otra relación con el modelo capitalista bastante interesante debido al descenso del ritmo de trabajo, de consumo y de movilidad asociada al empleo. Se ha abierto una oportunidad de desafección con este modelo.
Pero no está sucediendo lo mismo con el modelo patriarcal. Las mujeres estamos asumiendo sobrecargas de trabajo dentro y fuera de casa. Además de incrementarse, aún más, las violencias contra niñas y mujeres. No se está generando una desafección al modelo patriarcal, sino que se está “normalizando” y ampliando la explotación de las mujeres.
Es necesario crear un modelo urbano resiliente a escala de barrio
¿Qué les falta y qué les sobra a nuestras ciudades para adaptarse a la normalidad post-pandemia?
A las ciudades les falta espacio para la vida: cultivar, compartir, aprender, experimentar, jugar, descansar, respirar, celebrar…Y les sobran espacios de consumo y tránsito, sobre todo carreteras. Probablemente les falten equipos profesionales paritarios y de disciplinas que amplíen el foco de lo urbano: economistas, pedagogas, biólogas, juristas, ingenieras, arquitectas, o sociólogas. Hay que fundar un nuevo proyecto urbano, y para ello se necesitan mujeres profesionales, ciudadanas feministas, que generemos propuestas simples y efectivas.
Falta trabajar las ciudades desde la escala de barrio, donde la gente desarrolla su vida cotidiana en distancias de 2 – 12 kilómetros. Barrios donde escuela-mercado-vivienda-trabajo-parque vertebren comunidad. Aumentar la autonomía de la infancia y los mayores es reducir la carga de cuidados.
Y sobra mucho coche individual. Hay que reducir el círculo de la vida cotidiana y hacer que el 90% de los desplazamientos del 90% de la ciudadanía sean a pie o en bici. El coche privado no es compatible con la urbanidad del siglo XXI. Cambiar los modelos de transporte es uno de los grandes retos que esta pandemia plantea, y puede ser también una oportunidad para bajar sustancialmente los tóxicos ambientales urbanos.
Cambiar los modelos de transporte es uno de los grandes retos que esta pandemia plantea
¿Crees que ese será ese el rumbo que tome el urbanismo los próximos años en España?
Debería serlo. La ciudad antes de la pandemia ya evidenciaba muchas fracturas en términos de salud y cuidados. Para cambiar estos patrones de movilidad hay que cambiar la matriz productiva de las ciudades, en actividad y en localización. Se puede hacer y es de hecho la única opción de ciudad posible para la vida de las generaciones futuras.
Ahora bien, la influencia de las empresas privadas en la planificación urbana es tremenda. En un contexto global, las ciudades son el marco de convivencia de la mayoría de la población. La disputa por el modelo es y será fundamental y la tensión está en parte en quién decide -empresas o pueblos, y dentro de los pueblos con qué modelo-.
¿Piensas que esta crisis va a llevar a mucha gente a replantearse la vida en la ciudad y a valorar seriamente irse a vivir a un pueblo?
Es uno de los debates que está dándose estas semanas. El “valorar seriamente irse a vivir a un pueblo” no es una opción real para la mayoría. En numerosos foros de debate urbanos se está planteando la cuestión de cómo de compatible es el modelo de ciudad compacta-densa y sostenible- con la emergencia sanitaria presente, cuando la medida más extendida es la de la distancia social.
¿Cuánto de compatible con la distancia social es invertir dos horas diarias en el metro o autobús para ir a trabajar? ¿Cuánto de compatible es la distancia social en ciudades cuando la mayor parte de sus aceras miden menos de 3,5 metros de ancho? Yo espero que tras la experiencia muchas no queramos volver a la ciudad de antes y planteemos la necesidad de un cambio de modelo.

¿Puede ser, entonces, una oportunidad para la España vacía?
Sin duda esta crisis puede incidir en la tensión ciudad-territorio. La cuestión de la España vaciada tiene relaciones con la acumulación de centros de producción y poder en las ciudades. El sistema capitalista, tras la segunda industrialización sobre todo, acumulará fuerza de trabajo y beneficio en la ciudad.
Ahora bien, la situación actual ha puesto de relieve varias cuestiones muy importantes, una de ellas es la necesidad de un cambio profundo en la matriz productiva. Creo que han quedado claras las dependencias productivas de un modelo que prioriza los sectores de servicios o el turismo. Y esto creo que sí que ofrece una oportunidad para la vida en el territorio.
Esto implicaría transformar las relaciones de poder implícitas entre ciudad y territorio y dejar de entender el territorio como un soporte de las actividades urbanas. Debemos de establecer una protección insalvable a los bienes comunes: tierra, agua, aire, recursos naturales y biodiversidad.
Han quedado claras las dependencias productivas de un modelo que prioriza los sectores de servicios o el turismo
Y las ciudades turísticas, ¿cómo se verán afectadas por el nuevo escenario?
No sabría decir cómo va a afectar, pero me parece que la crisis del modelo es evidente, y antes ya era urgente plantear cuotas y límites al número de visitantes que puede acoger una ciudad o una región.
¿Cuál es el interés general del modelo de los cruceros, por ejemplo? Contaminan ciudades, generan empleo precario, masifican barrios, acaban con el pequeño comercio, empobrecen el paisaje urbano haciendo que calles y plazas queden para el uso exclusivo de tapeo y souvenirs…
Las ciudades no son “turísticas”, como tampoco creo que tengamos “derecho” a viajar alterando los “ecosistemas urbanos”. El turismo no es defendible cuando ataca directamente las condiciones de vida de un país o una ciudad.
¿Viviremos en ciudades más controladas y vigiladas, más organizadas en torno a la seguridad?
Nuestra práctica en urbanismo feminista nos lleva siempre a desmontar el discurso de la seguridad en términos represivos. Las mujeres exigimos tener derecho a la ciudad de día y de noche. Cuando se habla de control y vigilancia desde las instituciones siempre es en términos represivos, en cambio nosotras abogamos por un control barrial a través de la autogestión y la autonomía. Cuanto más movimiento barrial y feminista más seguridad habrá en las calles.
La ciudad moderna está ya organizada en torno a la seguridad y el control. Y esto no ha incidido demasiado en que las mujeres nos emancipemos de contextos de violencia, física y simbólica.
No se trata de usar o disfrutar la ciudad, sino de analizar las relaciones de poder ligadas a ella
¿Cómo se hará esa nueva ciudad más cómoda y sostenible? ¿Habrá que construir más o reorganizar lo ya construido?
Primero desmontando las bases patriarcales del urbanismo actual: la clasificación y la calificación del suelo. La clasificación es la herramienta que más tensiones genera con el territorio, ya que según intereses de mercado prima el suelo urbano sobre casi todo. La calificación es la herramienta para zonificar la ciudad: zonas residenciales, polígonos industriales, grandes superficies comerciales, campus universitarios, macro hospitales, grandes parques, ciudad de la ciencia, justicia… Es imprescindible refundar las bases de trabajo del urbanismo. Y centrarnos en generar ciudad, sobre la ciudad existente, de proximidad. Reciclar la ciudad existente para hacer barrios autónomos.
El ejemplo de la “Viena Roja”, entre 1919 y 1934, es una experiencia motivadora, ya que en 15 años se transformó profundamente el modelo de vivienda, educativo y de ciudad. Abandonando los paradigmas urbanos burgueses -hacinamiento, segregación, falta de servicios para la clase trabajadora, falta de agencia política- para introducir un nuevo modelo comunitarista obrero con servicios comunes, espacios barriales de calidad, agencia política de las mujeres, escuelas basadas en la higiene y la autonomía de la infancia.

¿Qué se puede hacer para paliar las desigualdades en el uso y disfrute de la ciudad que se han hecho patentes estas semanas?
La ciudad es el espacio de conflicto por excelencia. No se trata de usar o disfrutar la ciudad, sino de analizar las relaciones de poder ligadas a la esfera urbana. Las desigualdades son los pilares de la ciudad capitalista y patriarcal, hay que cambiar el modelo de ciudad y de organización social. La situación de la mayoría de las mujeres urbanas es crítica; violencias, opresiones económicas estructurales, cargas de cuidado, exposición en trabajos sin protección -residencias y hospitales-, racismo, … todo ha empeorado.
Se nos está negando el derecho a la ciudad porque se está negando el derecho a la agencia política urbana, a la autogestión. Estamos subsumidas a la condición de cuidadoras encerradas en nuestros hogares o de profesionales expuestas a la enfermedad, sin que esto genere conflicto alguno, se apaga el fuego con aplausos.