Me siento sola

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Iván G. Fernández
Iván G. Fernández
Iván G. Fernández (Uviéu, 1978), es fotógrafo y periodista de "caleya". Ha trabajado y colaborado en numerosos medios de comunicación asturianos y del resto del Estado desde finales de la década de los 90.

TEXTO: CARLOS BARRAL / IMAGEN: IVÁN G: FERNÁNDEZ

Me siento sola porque se me tiene infravalorada.

Lo mismo en Hervás, en San Esteban de Gormaz, como en Caranga de Abajo.

Si no se me estima como lo que sin duda soy, una de las más grandes aportaciones a la civilización, qué me queda.

Ando harta de machismo,

de clasismo,

de aguantar la discriminatoria,

la purga,

el ostracismo,

la cruel desidia,

e incluso la ignorancia.

¿Qué sería de vosotros sin nosotras?

¿Qué?

Pues me estaríais inventando si no fuera que un escribano babilonio me creó hace apenas seis mil setecientos veinte años (fácil imaginar lo harto que estaba de escribir de pie). Se llamaba EBih-Il.

Que no tenemos orgullo de clase es una obviedad aunque clases sí que hay, por supuesto, entre nuestra especie.

Algunas, más bien pocas, tienen consideración un tanto aristócrata, un áurea como de pieza de museo, aunque la clase media y media baja, incluso el lumpen, es lo que más abunda entre nosotras.

Sillas de enea, de cuero negro, sillas vendidas a precio de mausoleo, sillas de colores, sillas con respaldo, sillas eléctricas, sillas, sillas, sillas.

Quién no ha follado hasta correrse,

quién no ha llorado,

quién no se ha inspirado,

no ha resuelto su futuro,

certificado su pasado;

quién no ha sido arrullado por una madre hermosa, como una madre, hermosa, como una madre, hermosa,

sobre una de nosotras.

Cuántos crímenes,

cuántas cenas,

cuántas liturgias,

cuántos sacrificios,

cuántas obras de arte perpetradas desde una de las nuestras.

Cada anochecer, esta silla se aposta a la fresca; es dura la canícula extremeña en el estío.

Las sillas tomamos las calles, hacia la resolana, desde la primavera, y cruzamos los meses hasta que el tiempo nos entra en casa.

También me llevan al río, me pliegan, me sacuden, me tiran.

Yo vengo de un cruce raro entre cebra de colores y tumbona.

Las sillas, sepan ustedes, merecen un respeto,

merecen museos,

estatuas,

merecen homenajes,

y aquello que no está escrito.

Ahora, cuando la luz del farol declina y el crepúsculo le hinca el diente a la claridad, se supone que vamos todas a ponernos a enmendar este error, esta injusticia histórica. Quiero, de una vez, dejar de sentirme sola para sentarme acompañada.

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