TEXTO: ENRIQUE DEL TESO / IMAGEN: IVÁN G. FERNÁNDEZ
Si pone un cuchillo al lado de una cuchara y un tenedor parecerá inocuo», le dijo desconfiado y desafiante Strelnikov al atribulado doctor Zhivago. Y su frase es tan verdadera como la inversa.
Una bandera sola puede ser un objeto inocuo; pero si la ponemos al lado de un abrigo de pieles, puede cobrar el filo de un cuchillo. La bandera es la española y tiene la pobre la mala reputación que dan las habladurías.
Yo le atribuyo una inocencia natural y creo que son las malas compañías las que la llevan muchas veces por el mal camino. Nunca se exhibe para unir españoles, sino para señalar y separarse de otros españoles. La discrepancia y hasta el enfrentamiento son saludables como síntoma. Pero cuando es en nombre de España son solo odio y la bandera, por sus malas compañías, se hace cuchillo.
La bandera con el abrigo de pieles nos dice que no se exhibe por humildes o desahuciados. Solo se agita para reducir a España al privilegio de unos pocos. Claro que la señora no parece estar en lucha. Su bandera no es ostentosa, es solo un lazo en el pelo, solo anuncia con el abrigo cuál es su territorio. Pero susurra enfrentamiento y territorio.
Para musitar unidad, empatía y hasta cierta forma de cariño tiene la forma adecuada pero no el tamaño.
Ya no se utiliza un aditamento femenino que merecería perdurar por la palabra tan cómplice que lo nombraba: el siguemepollo, de etimología transparente.
Era una cinta alargada que caía por la espalda suelta y que podía llegar hasta el suelo. Eso sería otra cosa. Esa cinta rojigualda colgando desde su visón hasta el suelo, como una toma de tierra festiva que apeteciera seguir haciendo honor a su nombre sí parecería ir diciendo «venga, todos juntos, tú también, Bruto, hijo mío.