TEXTO: YASMINA ÁLVAREZ / IMAGEN: Iván G. Fernández
Comer y ver el parte. Una siesta y la telenovela.
Despertar, el café, después…acicalarse.
Con mucho mimo revolver el cuenco
repleto de tesoros de diario
-lo de valor, lo de la herencia,
bajo llave y tan solo los domingos-.
Ponerse los pendientes con cuidado
frente a un pequeño espejo en la cocina.
Al cuello aquel collar de perlas de dos vueltas.
Pintar los ojos. Y los labios, claro.
Y un poco de colonia -de las frescas-.
La vida era, al fin y al cabo, todo aquello.
Y después el banco de la plaza, dejar secar al sol los huesos
-de vez en cuando el sol y sin receta-.
Y mirar la gente cómo pasa. Y echar la tarde compartiendo:
las pensiones, los hijos, su trabajo.
Presumir de las últimas conquistas de los nietos:
-La mía se fue ayer. Consiguió la beca en Londres.
-Pues el mío echó novia y se nos casa.
Repasar las esquelas, lamentar las ausencias y a eso de las ocho
–Parece que refresca, voy tirando hacia casa, hasta mañana.
-A la misma hora.
-Sí. Aunque dicen que da agua…
-Entonces mejor echamos la partida.
-Muy bien. Yo me encargo de las cartas.
E ir subiendo la cuesta al ritmo del ocaso.
Escuchar de fondo campanas de una iglesia
y el batir de huevos en algunas casas.
Descansar un poco a mitad de camino,
coger aire, saludar a Encarna
mientras arregla en la ventana los geranios.
-Otro día anímate, mujer. Hoy nos juntamos unas cuantas.
-Sí, pero desde que falta Luis, ya sabes…
– ¿Y qué vas a hacer tú sola, dime, todo el día ahí encerrada?
Continuar el camino a paso lento.
Subir muy poco a poco la escalera,
apoyarse en el bastón, buscar las llaves
y decirse a sí misma, ya casi sin resuello, e abrir la puerta del vacío:
No sé por qué te apuras siempre tanto, Josefina.
Total… ¿Qué prisa hay? Nadie te espera.
La vida era, sí, al fin y al cabo, todo aquello:
unas horas de banco compartido cada tarde.
Y el resto del tiempo… la soledad y la tristeza.