Panfleto (apasionado) en defensa de la noche y los bares

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Jose Caja
Jose Caja
Parroquiano habitual, ex hostelero a la fuga, agitador cultural agitado y emprendedor en el sentido más bello del palabro. Hace muchos años co-gobernó La Caja Negra.

Un amigo me decía hace muchos años que durante los bombardeos de la OTAN en Serbia los bares no cerraban y la música se mezclaba con el sonido de las bombas. Tiempos duros en los que nunca se sabía si la muerte le pillaría a uno durmiendo en la cama o subido en una gogotera bailando. Puestos a elegir, casi mejor lo segundo.

La hostelería nocturna ha sido durante décadas un universo paralelo que muchos hemos habitado con gusto. La necesaria quinta dimensión para la vida social y el incosciente colectivo. En los albores de su nacimiento hacía la función que hoy cumple instagram. Era el escaparate para el postureo y había que estar, y muchas veces debido a las horas de figuración requeridas, hasta “ser”. Me decía una gurú de la hostelería nocturna, Yolanda Lobo, Yolanda la de La Santa, que la primera gran crisis de la noche llegó con el VHS: “Nuestra competencia no son los otros bares, es que la gente se que quede en casa”.

La Caja Negra, el legendario garito carbayón que un día regentó el autor del artículo.

Parece que esa noche que no ha parado ni las guerras, ese refugio de soñadores insomnes, hogar de mentes inquietas, de lunáticos presionados por su luna llena, está a punto de mudar y convertirse en algo nuevo. Quizás no será una metamorfosis. Tal vez se convierta en una mutación mucho más impredecible que dará lugar a muchas realidades completamente nuevas.

Actuación de Allanai en Lata de Zinc, Oviedo/Uviéu.

Ese ocio de baile desinhibido, de amigos extraños y likes furtivos puede refugiarse en el día, como vienen haciendo en toda Europa desde hace décadas. Y seguro que la añoranza del cuerpo en catarsis hará quitarnos esta timidez española y bailar en chiringuitos y parques a plena luz del sol.

Otra parte bajará un escalón mas: a sótanos, garajes y casetas de aperos, donde nunca se estuvo mal en épocas de prohibiciones y leyes secas.

Fiesta electrónica en el chigre tevergano Casa Narciso. Foto: Fotográfica Oviedo.

Habrá una hostelería que se mantendrá. El bar para cerrar negocios, el bar canalla de carretera, la discoteca oficial de la ciudad donde ir de despedida de soltero, el bar de rock con parroquianos fieles a su cita, a los que da igual que fuera llueva, nieve o caigan rayos…

Lo que es cierto que nunca, como estos días de forzosa abstinencia nocturna, vemos tan clara la función social y humana que hacen los bares. Pese a los grandes intentos de criminalizarlos como focos de peligrosidad y contagio, echamos de menos la cohesión que da a la sociedad esa vida alegre de la noche, ese choque de partículas arbitrarias que otros países añoran y tratan de importar con cultivos artificiales en forma de carnavales o de festivales en las calles.

El autor del artículo en La Belmontina de Oviedo/Uviéu. Foto: Fotográfica Oviedo.

A mí me gustan todos los bares, los feos y los de diseño, los culturetas, de libros y exposiciones de fotos en blanco y negro. Los de la pachanga más tórrida y manida, los bares de los trenes, los de los refugios de montaña, los chiringuitos y hasta el señor con nevera en la playa y la radio en el bolso de la camisa.

No se como va ser el futuro, pero hace falta un esfuerzo colectivo para no perder nuestro alma ibérica y continuar esta vida en la noche y el día con las medidas de seguridad necesarias en tiempos de pandemia. Las mismas, eso sí, que han de estar en metros, aviones, altos hornos o teatros de barrio. Y me atrevo a lanzar en ese sentido una idea. ¿Qué pasaría si los bares de día cerrasen un poco antes y los locales nocturnos, para mantener la distancia social, pudieran poner terrazas en la calle con música y luces hasta una hora prudencial por semana y los sábados un poco mas, pongamos las 2? Estoy seguro que esta no es la solución, pero seguro también que hay mucha gente creativa que podría aportar mas soluciones mas allá de clausurar y suprimir una rama de la economía y sobre todo de nuestra vida.

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