El jueves en Tafalla hablábamos de Arquitecturas en Tiempos de Covid cuando un participante que vive en el centro de Madrid al comentar que yo vivo en Usera me suelta – “Ah! ¿Entonces tú no eres arquitecta?”- con el típico tono de: “por cómo hablabas me había liado, fíjate”. Me quedé helada. “Si, vivo en Usera y soy arquitecta urbanista” le respondí.
Esa es la imagen que tienen de nosotras quienes toman las decisiones clasistas que hacen posible todo esto. Ahora llega el gran experimento con los barrios del sur, ya juzgados y sentenciados por los medios de comunicación afines a las derechas, que llevan semanas estigmatizando a las poblaciones de los distritos obreros de Madrid. ¿Cómo se entiende si no que a la mitad de la ciudad le parezca razonable que casi un millón de personas pasemos desde el lunes a vivir en guetos?

El espacio público en esta pandemia es el espacio de y para la salud. Abierto y seguro. Y ahora nos lo niegan. No podemos pasear con mascarilla, jugar en el parque con mascarilla, andar en bici, encontrarnos y charlar con las vecinas en la calle (con distancia y mascarilla) porque eso está mal.

Podemos en cambio coger un metro hacinadas, ir a currar con salvoconducto, poner cañas a los del norte, limpiar sus casas, dar charlas de urbanismo… Y luego, aquí en el gueto ir a tomarnos una caña con 5 amigas, sin mascarillas..
¿Nuestros hijos e hijas van a salir de casa, entrar en el cole dentro de un aula con 20 veces más riesgo de contagio que en la calle y volver a casa? ¿Y las viviendas de 70 metros en las que viven tres familias? ¿Qué van a hacer cuando detecten 1 positivo en estas casas con un baño?

En 2019 el 80% de las víctimas de violencia de género fueron asesinadas en sus casas. Una de cada cinco niñas sufre abusos en su entorno familiar. Al problema de clase se le suma la brecha de género, que con este nuevo “confinamiento”, ahora selectivo, se agudiza. En lugar de invertir en una vuelta segura a las aulas, profesionales para los centros de atención primaria, rastreadores y otras medidas preventivas que podrían evitar el retorno del confinamiento, han preferido estrujar nuestras condiciones de vida. Hacernos todo un poco más difícil.
Las gentes que habitamos el sur de Madrid estamos viviendo un gran experimento que podría exportarse a otros lugares en función de cómo evolucionen los acontecimientos. Así lo siento. Que la economía de la ciudad funcione con los sectores más precarios recluidos en sus barrios, y saliendo de ellos solo a trabajar. Están midiendo la elasticidad, capacidad de aguante y disciplina al sometimiento de las clases trabajadoras de cara a un futuro incierto y una epidemia que ni ellos ni nosotras sabemos cuánto puede durar.