Francisco Álvarez (Xixón, 1970) es escritor, traductor literario de italiano y periodista. En 2015 ganó el Premiu Xosefa Xovellanos con Lluvia d’agostu (Hoja de Lata, 2016), una novela sobre la vida del anarquista español Buenaventura Durruti, que de momento ya ha sido traducida al castellano y al alemán. En 2019 volvió a ganar el Xosefa Xovellanos con Los xardinos de la lluna (Trabe, 2020), la historia de un periodista científico que vive en Italia con su pareja y cuya vida se disloca a partir de un acontecimiento inesperado. Nos citamos con Francisco Álvarez en el parque Salvador Allende de Xixón, presidido por un gran busto del presidente chileno derrocado y asesinado por el golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973. Desde hace varias semanas su boca está tapada con una mascarilla blanca del Ayuntamiento. Lo primero que nos cuenta Francisco Álvarez al llegar es que cerca de aquí, en el barrio gijonés de Montevil, se encuentran también, aunque sean poco conocidos, otros monumentos relacionados con movimientos históricos de emancipación, como la escultura dedicada a las Brigadas Internacionales o el jardín del olivo donde se rinde homenaje a la lucha del pueblo palestino.
Tu última novela, Los xardinos de la lluna, está ambientada en Italia, un país que conoces bien.
Es un país al que me siento muy ligado. Hace veinte años hice mi primer viaje a Italia, llegué a vivir allí un año y me gustaría volver a hacerlo. La afición y el cariño por la lengua italiana se la debo a mi padre, un obrero de la construcción, azulejista, uno de los muchos que emigró de la España de miseria en los años 60. Se fue a Brasil, allí trabajó codo con codo, en muchas obras de Brasilia y São Paulo, con otros tantos emigrantes de la Europa del Sur que exportaba mano de obra a mansalva. Mi padre no era bueno con los idiomas y lo curioso es que, tras sus cinco años de estancia en Brasil, las palabras en lengua extranjera que aprendí de él siendo yo un guaje no eran en portugués, sino en italiano.
Paco Álvarez en Xixón. Foto: Luis Sevilla.
En Los xardinos de la lluna intenté proyectar una parte importante de mi imaginario cultural, literario y político de Italia, haciendo usufructo de él como herramienta narrativa. Por la novela desfilan algunos de los grandes acontecimientos de la historia de Italia a lo largo del siglo XX, comenzando por la Resistencia en tiempos del régimen nazifascista. El movimiento partisano me interesa mucho, y me impresiona la vigencia que mantiene en la memoria democrática de la sociedad italiana. El simple hecho de que el ‘Bella ciao’ siga siendo la banda sonora de movilizaciones sociales de diversa índole, oírlo en las voces de jóvenes de quince años, a mí me conmueve. Creo que Italia, una parte de la sociedad italiana al menos, nos lleva ventaja en la defensa con uñas y dientes de ese patrimonio que es la memoria de quienes lucharon por la libertad en las horas más crudas.
¿Esta novela es entonces un viaje o un regreso a Italia?
Escribí la novela en un periodo en el que no tenía dinero para viajar a Italia y la añoraba. La ventaja de quienes escribimos es que podemos viajar sin visados, pasaportes ni dinero a cualquier lugar y época habida o por haber. La literatura te patrocina viajes y sueños. Son, además, viajes en los que te llevas contigo a cualquier persona que tenga la curiosidad y la generosidad de leer tu libro. Con lo que está cayendo en estos tiempos de pandemia, yo quiero creer que una de las pocas cosas que se esté revalorizando es la literatura. Para este periodo distópico de movilidad reducida y de abrazos prohibidos, yo creo que no hay nada mejor que abrazar los libros y escuchar los latidos de sus historias.
“Para este periodo distópico de movilidad reducida y de abrazos prohibidos, yo creo que no hay nada mejor que abrazar los libros”
Eres periodista de profesión y tanto el protagonista de Los xardinos de la lluna, Daniele Lanfranco, como una de las narradoras de Lluvia d’agostu, Libertad Casal, son también periodistas. ¿Cuál es la relación que hay en tu obra entre periodismo y literatura?
Dice un refrán que “les cabres siempre tiren pal monte”, y eso me pasa a mí. De los cincuenta años que tengo, llevo treinta vinculado al periodismo. El oficio de periodista condiciona mi narrativa, para bien o para mal. En Lluvia de agosto traté de ajustarme a los hechos contrastados que envolvieron la vida de Durruti, pero intentando al mismo tiempo aportar el plus necesario de ficción que requiere el género de la novela. Aunque cuando me enfrenté a ese personaje titánico y en el desarrollo del libro tenía que darle esquinazo a los hechos reales, porque en eso consiste una novela, sentía que le estaba “poniendo los cuernos” a esa veracidad que exige el periodismo. No sé, a lo mejor por esto suelo echar mano de periodistas para que me ayuden a tirar de la trama de las historias. En dos o tres cuentos de Pasaxeres de la nueche, el volumen de relatos históricos que publiqué el año pasado con Hoja de Lata, hay algunas narraciones en las que aparecen periodistas. En el caso de Lluvia d’agostu, el peso de la trama secundaria recae en una periodista franco-española, y en Los xardinos de la lluna el narrador en primera persona es un periodista astur-italiano, ambos personajes ficticios.
“Los xardinos de la lluna”
Tú mismo dices que pasas del tono épico de tu primera novela al tono lírico de la segunda. Al final, Los xardinos de la lluna es una historia de amor. En un momento determinado, uno de los personajes dice: “Col amor tamién gané y perdí, como toles persones que s’atreven a apostar pola vida (…) Los que presumen de que nunca sufrieron esa enfermedá ye porque nunca tuvieron el valor d’esponese al contaxu. Probes desgraciaos…”.
El amor, el desamor y todos sus afluentes sentimentales es un tema que empieza a ser recurrente en mí. También está muy presente en “La ciudá negra”, el cuento que cierra Pasaxeres de la nueche, protagonizado por un detective duro y descreído en el Nueva York de los años 50. Es una historia con la que quise revisitar todos los tópicos de la literatura y del cine negro, con la salvedad de que mi detective es en realidad una detective tan dura o más que cualquier hombre que se interpone en su camino. En Los xardinos de la lluna el amor, o como queramos llamarlo, es el eje de rotación de la historia. Pero confieso que yo sobre este asunto sigo teniendo más dudas que certezas.
Aunque no sea el escenario donde transcurren los hechos principales, Asturies está presente en tus dos novelas. En Los xardinos de la lluna uno de los personajes la define como una “tierra de montañes marítimes y de mar montañosu”. ¿Es un punto de anclaje en tus novelas?
A la hora de ambientar las historias me gusta escoger escenarios internacionales y casi siempre protagonistas internacionalistas, pero sin perder esa denominación de origen asturiana, teniendo en cuenta además que todo lo que publico en ficción está escrito originalmente en la llingua de mi tierra. No me genera ningún conflicto la ambientación geográfica de las historias. Me siento cómodo escribiendo un cuento que se desarrolla en el Llangréu de la posguerra civil u otro que tiene lugar en la Batalla de Waterloo.
Las citas relacionadas con la astronomía que encabezan los capítulos en Los xardinos de la lluna son una buena muestra de esa convivencia que se da en tus novelas entre referencias asturianas y referencias universales (que como dice Xuan Bello no dejan de ser referencias locales, pero de otros sitios): el propio Xuan Bello o Berta Piñán, por un lado; y por el otro Pavese, Neruda, Alfonsina Storni o Pessoa.
Fui reuniendo un poco de todo al principio de los capítulos: poetas, filósofos, cantantes… El cierre del libro corre a cargo de una cita de la banda gijonesa Ilegales, que dice: “La luna y las estrellas nunca han existido, solo son supersticiones de poetas y astronautas”. Me parece una frase poética para rebatir la poética de los astros. No tengo ninguna formación en astronomía, pero quise que la astronomía fuese el hilo conductor de la novela de principio a fin. Esa fue una parte de los “deberes” que me impuse para este libro, y que traté de subsanar documentándome para ir trufando la narración con apuntes sobre astronomía y viajes espaciales.
Uno de los momentos más divertidos es una conversación sobre astronomía y astrología en una comandancia de los Carabinieri en la que se acaba hablando de Hitler, Calígula y Churchill.
A veces aprovecho para vengarme, poniendo las acusaciones en boca de algunos de mis personajes literarios, de algunos tipos que han pasado a la Historia con todos los honores y que a mí me parecen auténticos criminales. De Calígula y Hitler no hace falta hablar seguramente. A Winston Churchill le tengo ganas: pasó a la Historia como un héroe de la lucha mundial contra el nazismo, pero previamente ordenó y justificó el bombardeó con armas químicas de población civil kurda y árabe, entre otras lindezas. Más allá de Churchill, en ese diálogo de la novela que comentas quise reflejar un tira y afloja, dialéctico e ideológico, entre el oficial de los Carabinieri y el periodista, que son capaces de dialogar, de discutir e incluso de empatizar, aunque se muevan en órbitas ideológicas distintas.
A pesar de sus diferencias, tus dos novelas comparten rasgos estilísticos que las hacen identificables como obras de un mismo autor.
No lo sé, sinceramente, pero me halaga, porque siempre es bueno ir desarrollando un estilo propio de escritura. Lo que sé es que en la segunda novela traté de desmarcarme en el fondo y en la forma de la primera, para tratar de averiguar dónde llegan mis límites como narrador. Con la novela de Durruti me acoplé a ese ritmo, casi de road movie, que impone la propia historia de Durruti y de Los Solidarios, mujeres y hombres que pasaron la mayor parte de su vida entre la cárcel, el exilio, la revolución y la guerra. En Los xardinos de la lluna los hechos ocurren de una forma más pausada, la acción cede una parte importante de la escena a la reflexión intimista y a la valoración de hechos históricos.
Paco Álvarez. Foto: Luis Sevilla.
Las dos también son novelas cinematográficas, especialmente la de Durruti.
Con Lluvia d’agostu, la primera idea que tuve fue escribir un guión cinematográfico. Jorge Díaz, otro de los autores que antes que yo escribieron novelas sobre Durruti, comentaba que si Durruti fuera estadounidense habría varias películas en torno a él, porque la suya fue una vida cinematográfica. La historia de Buenaventura Durruti y del grupo de Los Solidarios se podría y se debería llevar al cine en España. Yo aún no pierdo la esperanza.
Las dos novelas están ambientadas en el siglo XX, la primera en la España del primer tercio y la segunda en la Italia de la segunda mitad. ¿Qué tiene de especial el siglo XX? ¿Te planteas de cara a tus próximas novelas ubicar la trama en un tiempo histórico diferente?
En mi tercera novela, si tengo ocasión de seguir escribiendo, quería volver a la historia con tintes épicos. Sería una historia ambientada nuevamente en el siglo XX y protagonizada por gentes que despejaron a tiro limpio, cuando hizo falta, el camino hacia la libertad que obstaculizaba el fascismo… Escribir sobre los tiempos actuales me genera desgana, y para mí la literatura es, sobre todo, un ejercicio de evasión personal. No tengo fijación por el siglo XX, aunque sea la centuria que escogí para mis dos novelas. En Pasaxeres de la nueche hay cuentos ambientados en tiempos de la Armada Invencible, en la Revolución Francesa o en las dos guerras mundiales.
“Pa toos ellos y pa toes elles. Porque la historia pertenez-yos. Yo solo traté d’atopar les pallabres xustes pa cuntalo”. Esta es la dedicatoria que escribes en Lluvia d’agostu. ¿Qué legado crees que nos dejaron anarquistas como Durruti? ¿Qué nos pueden enseñar hoy?
Su legado se podría resumir en tres palabras: honestidad, coherencia y generosidad. Fueron personas honestas con el ideario que defendían, coherentes a la hora de defenderlo y generosas por todo lo que arriesgaron. Lo apostaron todo a la libertad, y en muchos casos lo perdieron todo: la lucha, la libertad y la vida. Debería ser un legado ético muy importante en estos tiempos.
“Les mios penes sopórtoles yo colos mios ideales, que son más fuertes que toles ruindaes humanes. Les mios idees tán bien afitaes, surdieron nel senu d’una sociedá inxusta y representen l’amor a la llibertá”. Esto lo pones en boca de Durruti en la novela.
Ahí simplemente tomé prestadas las palabras que rescató Abel Paz, biógrafo del anarcosindicalista leonés, de una carta que Durruti escribió a su familia desde una cárcel francesa. Esas y las de otros fragmentos que aparecen en algún otro capítulo de la novela son palabras del propio Durruti. Hay otras de cuando dio un mitin en León tras el entierro de su padre. Lees el extracto de esa intervención que yo adapté mínimamente para ajustarla al lenguaje actual y ves que ese discurso que Durruti pronunció hace casi noventa años sigue siendo muy actual, por desgracia.
“Escribir sobre los tiempos actuales me genera desgana, y para mí la literatura es, sobre todo, un ejercicio de evasión personal”
En Apóstoles y asesinos, el libro de Antonio Soler sobre Salvador Seguí, el autor refleja el debate que tuvo lugar dentro de la CNT entre, por un lado, figuras como Seguí o Ángel Pestaña y, por otro, el grupo de Los Solidarios a propósito de la acción directa y la violencia.
Te agradezco que saques a colación este libro de Antonio Soler, que a mí me encanta. Toma como punto de arranque el asesinato del pintor anarcosindicalista catalán Salvador Seguí, El noi del sucre (‘El chico del azúcar’), que fue una muerte anunciada y denunciada, otro más de los cientos de asesinatos de militantes anarquistas en la Barcelona de los años veinte… Ese enfrentamiento ideológico intenté reflejarlo honestamente en Lluvia d’agostu, adueñándome de los argumentos de unos y otros. Hay un momento en el que Pestaña se reúne en un taller mecánico de Barcelona con Durruti y con otros, y ahí saltan chispas. Un sector abogaba por la acción directa, otro defendía la lucha pacífica… A mí me gustaría matizar que en la Barcelona de los años veinte había empadronadas más culatas y cañones de armas de fuego que en el salvaje Chicago de aquellos tiempos, y que buena parte de las pistolas de Barcelona las empuñaban pistoleros a sueldo que disparaban a matar contra anarquistas y sindicalistas.
¿Es difícil escribir novela política (o que tenga un trasfondo político) sin que resulte panfletaria o maniquea?
En Lluvia d’agostu no fue fácil regatear el maniqueísmo. Reconozco mi empatía con Durruti y con los demás personajes de su entorno ideológico y humano reflejados en la novela, y eso hace difícil guardar las distancias. Me valió como entrenamiento mi pasado de periodista, tener ese freno motor de la ética periodística, que me dice que debo intentar ser no ya objetivo, porque yo no creo demasiado en el devaluado término de la objetividad, sino ser riguroso. Como lector, me cabrean esos libros panfletarios poblados por personajes en blanco y negro, sin matices, buenos muy buenos y malos muy malos, cuando lo que predomina en la condición humana son los tonos grises y los debates éticos.
En esta misma línea, ¿qué escritores de novela política te han influido y cuáles recomendarías?
Pues empiezo por el malagueño Antonio Soler, del que ya hemos citado un libro: Apóstoles y asesinos. Y el siciliano Leonardo Sciascia, con sus precisas radiografías literarias de una sociedad silenciada por la Cosa Nostra. Y el uruguayo Eduardo Galeano y el cubano Leonardo Padura…
Conseguiste el premio Xosefa Xovellanos en 2015 y en 2019. Dijiste en una entrevista hace poco que “otra cosa qu’ha de facenos reflexonar ye qu’a lo llargo de cuarenta ediciones solo dos muyeres ganaron el Xosefa Xovellanos”. ¿El mundo de la literatura también está atravesado por la desigualdad de género?
El mundo de la literatura es reflejo de la sociedad. Yo en este tema no tengo respuestas, solo preguntas: ¿qué estamos haciendo mal en términos sociolinguísticos para que en 41 ediciones solo haya dos mujeres ganadoras? En la poesía en asturiano hay autoras eminentes, pero en la narrativa creo que necesitamos mejorar bastante.