Dolly Parton es una leyenda del country, ese estilo musical que brotó hace ahora un siglo en los Estados Unidos y en algunos territorios de la costa atlántica de Canadá y de Australia. Nació hace 75 años en una familia numerosa y pobre del condado de Sevier (Tennessee), su madre y su padre sólo disponían de una pequeña cabaña para ir instalando a la docena de vástagos que habrían de llegar. Dolly Rebecca, la cuarta de aquella prole, tuvo una hermana que se convirtió en actriz y un hermano poeta, dos hermanos mellizos, otro que murió a los pocos días de llegar al mundo… y un tío músico que la acogió en su casa de Nashville, capital del estado, para ir introduciendo a aquella promesa de estrella musical en la constelación de las discográficas y los estudios de grabación. Ella aprendió a cantar, y a tocar la guitarra y el banjo, la armónica y el piano. Probó suerte con los ritmos del pop, pero lo suyo iba a ser el country.
A mediados de los años 70, Elvis Presley se enamoró de una de sus canciones, I Will Always Love You, y quiso versionarla. La invitaron al estudio en el que El Rey del Rock interpretó el tema para ella. «Fue lo más emocionante que me ha pasado», asegura Dolly Parton, pero su ilusión se desmoronó cuando más tarde la telefoneó el mánager del cantante para explicarle cómo funcionaba el negocio: ellos se reservaban la parte del león, se quedaban con una buena tajada de los beneficios por expropiar la letra y la música que había compuesto ella. «Son las condiciones con las que trabajamos», le dijo el representante con prepotencia. «Lo desconocía, pero esas no son mis condiciones», respondió la cantante, veinteañera aún pero con las ideas bastante claras. Aquella noche la pasó llorando por la decepción, pero el tiempo habría de ponerla en el lugar que merece: ha ganado siete premios Grammy y ha vendido más de cien millones de discos. Aquel I Will Always Love You acabó versionándolo cuarenta años más tarde Whitney Houston como parte de la banda sonora de El guardaespaldas, del director británico Mick Jackson.
Más allá de los estudios de grabación y de los escenarios, el cine le abrió sus puertas como actriz en una docena de películas, entre ellas Magnolias de acero. En esa cinta, dirigida por Herbert Rose en 1984, se repartió el protagonismo (un protagonismo totalmente femenino) con actrices como Shirley McLaine, Olympia Dukakis o Julia Roberts. Invirtió en varios negocios y compró en su tierra natal un parque de atracciones que remodeló y rebautizó como Dollywood y en el que organiza, entre otros eventos, el Festival de las Naciones, que cada primavera reúne las músicas, las danzas, las manifestaciones artísticas y la gastronomía de medio mundo, y hay incluso un Passport to Food que permite ir saltando fronteras con el picante en el paladar y el dulzor en los labios.
A Dolly Parton le han ido bien las cosas, es millonaria, gana mucho dinero y también dedica mucho dinero a financiar causas sociales. En 1995 puso en marcha el programa de fomento de la lectura Biblioteca de la Imaginación de Dolly Parton; comenzó en el condado de Sevier, prosiguió con las comunidades indígenas norteamericanas, se extendió a todo Tennessee, abarcó todo el país y a día de hoy ya ha financiado y enviado más de 150 millones de libros a niñas y niños de diferentes países de habla inglesa. Ideó ese programa para honrar a su padre, Robert Lee Parton, y a varios de sus familiares, de extracción humilde, que no habían podido aprender a leer ni a escribir. Su padre vivió lo suficiente para ver hecha realidad la Biblioteca de la Imaginación, murió en 2000 a la edad de 79 años.
Hace quince años la cantante donó medio millón de dólares para crear un nuevo hospital y un centro oncológico en Sevier, ofreció además un concierto cuya recaudación se destinó por completo a tal fin. Explicó que aquello era una deuda de gratitud con el hombre que había ayudado a traerla al mundo. El médico se llamaba Robert F. Thomas, recorría a pie, a caballo o en jeep una parte de las Great Smoky Mountains que se alzan entre Tennessee y Carolina del Norte para ir allí donde requirieran sus servicios: asistía en partos, vacunaba, recetaba medicamentos, atendía a familias excluidas del raquítico sistema público sanitario de los Estados Unidos. Un día frío y lluvioso de enero de 1946, el doctor Thomas se desplazó hasta la cabaña de la familia Parton para ayudar a Avie Lee Owens a dar a luz a una niña que se llamaría Dolly Rebecca Parton. El parto fue bien, pero la familia sólo podía pagarle con un saco de harina de maíz. Cuando ella ya se había convertido en una leyenda del country tuvo la oportunidad de abrazarse con aquel médico: le regaló sus discos, se los firmó, se hicieron unas fotos. También lo homenajeó en una canción que tituló Dr. Robert .Thomas, en la que la armónica, el banjo y la voz de Dolly Parton, que cimbrea como los vientos indómitos de aquellas estribaciones de los Montes Apalaches, cuentan cosas hermosas.

Ni con los demócratas ni con los republicanos
Hace un par de semanas, Dolly Parton se convirtió en protagonista de una noticia curiosa al difundir en sus redes sociales un comunicado en el que rechazaba amablemente el proyecto para erigir una estatua dedicada a ella en los jardines del Capitolio del estado de Tennessee. The New York Times enfocó el asunto no sin cierta ironía: para una vez que el Partido Demócrata y el Partido Republicano se ponían de acuerdo, la iniciativa «no cuenta con el voto de Parton». Ella argumentó que se sentía honrada por la propuesta de los legisladores y legisladoras del estado, pero que «con todo lo que está pasando en el mundo no creo que ponerme en un pedestal sea lo más apropiado en estos momentos». Añadió que tal vez dentro de unos años, «o incluso cuando ya me haya ido, si todavía siguen creyendo que lo merezco estoy segura de que me sentiré orgullosa». Hay más miga en esta historia, porque su estatua estaba pensada para reemplazar la de Nathan Bedford Forrest, un general del ejército confederado y dirigente del temible Ku Klux Klan.
Anteriormente, Dolly Parton ya había rechazado la Medalla Presidencial de la Libertad, que intentó concederle sin éxito, en dos ocasiones, Donald Trump. Ella nunca ha querido hacer públicas sus tendencias políticas, porque «tengo muchos seguidores a ambos lados». No obstante, el pasado verano apoyó públicamente el movimiento Black Lives Matter. «Por supuesto que las vidas negras son importantes. ¿En serio pensamos que nuestros culos blancos son los únicos que importan?», dijo en una entrevista. Kim Radford, una pintora e ilustradora de 42 años que en esas fechas ya tenía en proyecto retratar a la cantante en un mural callejero, incorporó esas dos frases como leyenda de esa obra, que se puede ver en Nashville.

Dolly Parton fue una de las primeras celebridades estadounidenses que el pasado año donó dinero para la investigación de una vacuna contra el coronavirus. Lo hizo cuando un amigo suyo, el biólogo y médico de origen libanés Naji Abumrad, le contó con entusiasmo que un grupo de investigación de un centro universitario de Nashville estaba haciendo avances significativos para dar con una vacuna. Ella entregó un millón de dólares para el proyecto del que salió finalmente la vacuna de la farmacéutica Moderna. Con ese dinero podría haber pagado el viaje y la estancia en Dubái para ella y para varios de sus familiares en ese turismo de vacunación del que han disfrutado las infantas Cristina y Elena, hermanas del rey de España. Sin embargo, la cantante ha esperado, como una ciudadana estadounidense más, su turno, que le ha llegado esta semana (en los Estados Unidos la vacunación va a un ritmo de dos millones de inyecciones al día). Fue vacunada en el centro médico de la Universidad de Vanderbildt, precisamente la institución a la que había hecho la donación del millón de dólares.
Las cuentas de la cantante en las redes sociales ilustraron las imágenes de su vacunación con la frase: «Dolly recibe una dosis de su propia medicina». Grabó un vídeo en el que cambió la letra de una de sus canciones más populares para animar a la población a vacunarse. La canción es Jolene, la compuso en 1973 y desde entonces la han versionado, entre otras, Olivia Newton-John y Miley Cirus (que también es de Tennessee); hay incluso una versión punk de la banda californiana Me First and the Gime Gimes y una versión merengue en castellano de la banda femenina dominicana Las Chicas del Can.
Aunque el título del tema se lo inspiró una niña con ese nombre que le pidió un autógrafo tras un concierto,es la historiadeuna mujer que se dirige a la amante de su marido diciéndole que él la nombra en sueños, ella le ruega a la amante que no se lo robe. La cantante reconoció en su momento que había algo de autobiográfico en esa letra, que temió perder a su marido, Carl Dean (con el que lleva más de medio siglo casada), por el que al parecer se sentía atraída una empleada de banca de la sucursal en la que tenían una cuenta. Tu belleza es incomparable (…). Tu sonrisa es como un soplo de primavera, tu voz es suave como la lluvia de verano y yo no puedo competir contigo, dice la letra. Cuesta creer que se sintiera insegura de sí misma o incapaz de competir esta leyenda viva del country que no cedió ni ante Elvis Presley ni ante Donald Trump.