Cristina Barrial Berbén (Xixón, 1994) nació en una familia de clase trabajadora. Su madre fue camarera de piso, limpiadora y cuidadora, hasta que al nacer ella se convirtió en “ama de casa”. En las fichas del colegio le obligaban a referirse a su madre como una persona que se dedicaba a “Sus Labores”. Su padre trabajaba “poniendo suelos”. Cuenta que a su hermana mayor y a ella les ayudó a ir a la Universidad, paradójicamente, el hecho de ser mujeres, pues de haber sido hombres quizá hubiesen acabado en algún trabajo no cualificado, que en aquella época estaban mucho mejor pagados. Se considera una privilegiada por haber podido estudiar un grado de Periodismo, y reconoce que a veces se ha sentido rara en la Universidad, como si fuese una “impostora” por su origen social. En la actualidad prepara una tesis doctoral en Antropología Social, es una de las portavoces del movimiento contra las casas de apuestas en Carabanchel, el barrio madrileño donde vive, y forma parte del equipo de Invisibles, un podcast en formato narrativo de no ficción que cuenta historias “al margen y desde el margen”. También es una de las coautoras del último volumen temático de Apuntes de Cine (Antipersona, 2021) en el que escribe sobre clase obrera y mundo del trabajo con Ignacio Pato, Arantxa Tirado, Jorge Moruno, Alberto Prunetti y “El hijo secreto de Mitchum”. Su capítulo, que se centra en el tema de los cuidados y el trabajo reproductivo de las mujeres, tiene un título bastante elocuente: “Todo este amor es trabajo no pagado”.
Junto con la película de Icíar Bollaín La boda de Rosa, hay un acrónimo de dos letras que tiene relación con tu propia vida y que estructura tu capítulo en Apuntes de cine: “S.L.”. ¿Qué significa?
No sé si en otros colegios pasaba, pero al que yo iba cuando tú te cambiabas de ciclo tenías que rellenar una ficha en la que se ponía tus datos personales y también la formación y el nivel de estudios de tus padres. Esto podría tener cierto sentido si después se utilizase para intentar equilibrar las diferencias que puede haber entre los alumnos a nivel de capital cultural o procedencia, pero creo que servía más bien para hacer una criba de los que son salvables y los que no. No es mi caso porque a mí nunca me fue mal en el cole, pero estoy segurísima de que en muchos casos era así.
Para mí mi madre era “ama de casa”, esa era la palabra. Cuando le preguntaba qué quería que pusiese ella siempre me decía “Sus Labores”, con el acrónimo. Me hacía gracia porque yo tenía la imagen de una empresa que es S.A [Sociedad Anónima] o S.L. [Sociedad Limitada]. No sé si mi madre lo hacía con la intención de que sonase más importante. Cuando me hice mayor y fui madurando me di cuenta de que al final sí era muy importante. Incluso se puede hacer la metáfora con que mi madre hacía la labor de una empresa en la casa, porque gestionaba todo, directa e indirectamente. También cuando no es tanto el hecho de hacer la tarea sino estar pendiente de que todo vaya bien, que haya una armonía dentro de la casa en todos los sentidos. Eso lo hacía y lo sigue haciendo mi madre, y es una labor súper importante. En el capítulo del libro lo ligo a los “talleres ocultos del capital” de Nancy Fraser. Lo relaciono con todo ese trabajo reproductivo que siempre ha estado invisibilizado por estar también, aparte de hecho por mujeres, dentro de las cuatro paredes de la casa. Al final lo que trataba de hacer con esta comparación con mi madre y el S.L. era reivindicar lo que está posibilitando que haya tantos hombres triunfadores o exitosos.
Escribes que “el ideal de mujer trabajadora, de mujer todoterreno que compatibiliza mercado laboral y hogar, es igual de dañino que el que encumbraba una feminidad doméstica que tenía prohibido por ley el empleo al contraer matrimonio durante gran parte del franquismo”. ¿Cuál sería una mejor alternativa a este ideal femenino dañino?
Con toda la que está cayendo hoy en día con el tema de abolir o no abolir el género, a mí lo primero que me sale cuando me preguntas esto es: abolir los roles de género, que no haya un ideal de feminidad. Pero saltando toda esta polémica tergiversada de lo que significa abolir el género, creo que ha habido una especie de trampa. Al final ha sido una trampa hacernos creer que por el hecho de acceder al mercado de trabajo ya estaba todo solucionado. Obviamente la mujer tiene que poder acceder al mercado de trabajo en plena condición de igualdad, pero sin romantizar ni dulcificar lo que significa vender tu fuerza de trabajo, que al final es explotación. Si el trabajo asalariado nunca ha salvado a nadie no va salvar tampoco a la mujer de ninguna manera.
Cristina Barrial. Foto: Luis Sevilla.
Respecto a este prototipo de mujer todoterreno, de mujer que todo lo puede e incluso de la súper madre que está en todo, creo que hay que aprender a perdonarse a una misma. No tanto abogar por una independencia -no me gusta mucho la palabra mujer “independiente”- sino diría mujer autónoma, e interdependiente, porque al final estamos siempre relacionadas con nuestro contexto. Sobre todo reconocer todo lo bueno que nos ha traído poner los cuidados en el centro y asumir que todo ser humano es vulnerable en mayor o menor medida. Aplicarlo también a nosotras mismas y también respecto al feminismo: no intentar ser la perfecta feminista, esa necesidad de que todo esté perfecto y sea súper coherente porque no tenemos derecho a fallar.
Defiendes que necesitamos redefinir lo que es el trabajo, “no para llevar las lógicas mercantiles también a la familia, sino para diferenciar otro tipo de explotaciones y desigualdades no monetizadas”.
Es verdad que no hay que mercantilizar todas las facetas de nuestra vida, porque al final el neoliberalismo consiste en eso, en la mercantilización y la competición continua, en todos los ámbitos. Pero claro, también me chirría y me hace pensar el hecho de que nunca haya que mercantilizar las facetas que las mujeres realizan de forma gratuita, que sean las únicas excepciones. Me produce contradicciones. A veces lo pienso en relación con el trabajo sexual: parece que todo lo que vincula la mujer, la pulcritud y el honor no hay que mercantilizarlo, solo eso se queda al margen. Cuando yo lo escribía pensaba en el concepto tan restringido que existe de trabajo, en cómo hay que ampliar el concepto de trabajo. Esto lo teoriza un sociólogo de Barcelona que se llama José Antonio Noguera. Al final solo se considera trabajo al trabajo asalariado, al que tiene una remuneración. Vamos a fijarnos en la campaña que se sacó en los 80 con Silvia Federici de sueldos para las amas de casa. Yo veo la necesidad, y ella misma lo dice en esta campaña, de ponerle un precio a las cosas, no para que se paguen, no buscando la remuneración, sino buscando la visibilización. Federici lo veía como el primer paso para que las mujeres se negasen a hacerlo al darse cuenta de que estaban perdiendo dinero. Qué casualidad que lo único que no se puede mercantilizar son los cuidados y el sexo, lo que hacemos nosotras de manera “natural” y casi “genética”.
“Qué casualidad que lo único que no se puede mercantilizar son los cuidados y el sexo”
Al final es pensar los cuidados de otra manera, como algo que sostiene la vida. Se puede señalar a los hombres que no cuidan, y es súper necesario, pero también se tiene que señalar al Estado que está dejando que las personas que necesitan cuidados no sean cuidadas. Las asociaciones de trabajadoras del hogar reivindican un cambio en la lógica de las políticas públicas de cuidado. Vale, hay empleadores que no te están pagando lo que te tendrían que pagar y hay empleadores que te tratan fatal, pero también hay muchísimos casos en los que gente que tiene una pensión de mierda no puede pagar una ni dos jornadas completas para día y noche de una trabajadora interna. Vamos a señalar a quien está dejando que la gente muera o que viva sola en sus últimos años de vida, cuando dejan de ser productivos.
En el capítulo citas también algunas películas de directores como Lars von Trier o Ken Loach. ¿Qué otras películas recomendarías para entender mejor el tema de los cuidados y el trabajo de las mujeres?
Una que me gustó mucho es La hija de un ladrón. La protagoniza Greta Fernández y su padre, Eduard Fernández. Es la historia de una mujer a la que tanto su pareja, con la que tuvo un hijo, como su padre, son losas en su vida. También problematiza mucho este tema de los cuidados y de la desaparición de los hombres de la familia. Hay muchas películas que están poniendo el foco sobre esto. La de Ken Loach, Sorry we missed you, a mí me llama mucho la atención. Me gustó muchísimo pero también a la vez tenía un sentimiento medio de frustración porque tú ves la portada de la película y es el padre con la hija. Realmente el personaje principal es el padre. Es una película centrada en el capitalismo de plataformas y la subcontratación, y al final el papel de la madre quedaba un poco relegado a la persona que está cuidando a domicilio, pero creo que no se ponía lo suficiente en valor el trabajo que ella realizaba en casa, el hecho de que era ella la que hacía que toda la familia funcionase. Me parece clave el momento en el que el marido empieza a beber, rompe de rabia, le pega al hijo y la hija llora. Esa familia estaría rota si no fuese por el trabajo, no sé si llamarlo emocional, de la madre.
Hay muchas películas en las que igual no hay una temática de cuidados de trasfondo, pero creo que si tienes incorporadas las gafas de ver dónde están los cuidados puedes verlos o puedes ver su ausencia. Siempre hay una parte oculta de cuidados, los “talleres ocultos” de Nancy Fraser, que es la que está posibilitando que todo esto que está pasando en la película se dé, sobre todo cuando los protagonistas son hombres en la edad adulta y exitosos o con una trayectoria laboral de importancia.
Durante las últimas semanas se han producido protestas significativas y altercados en varias ciudades: Barcelona, Madrid, València, Granada… La chispa que encendió la mecha fue el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, pero hay quien sostiene que en realidad son un síntoma de un descontento generalizado de una juventud que cada vez tiene menos expectativas sobre su futuro. ¿Compartes este diagnóstico?
Estoy de acuerdo con esta afirmación de que al final trasciende a Pablo Hasél. Esto sin obviar, porque también es como si quisiéramos echar balones fuera, que ya es suficientemente grave el hecho de que hayan encarcelado a alguien por tuitear o por hacer canciones. Es una vulneración de derechos humanos y de la libertad de expresión suficiente como para que la gente salga a la calle. Pero sí me parece que hay un trasfondo de cansancio, de rabia acumulada y de falta de expectativas. Creo que estos disturbios se pueden leer más en clave expresiva, una forma de expresar esta rabia contenida y este cansancio, pero también se puede hacer una lectura material de los saqueos. A la gente que está participando de estos saqueos hay sectores que les tildan de “lumpen”, o se les criminaliza, cuando al final están atacando a unos comercios, la mayoría multinacionales, que o nos tienen contratado con un contrato temporal o no sin contrato, o han echado a nuestros padres al paro.
Fotograma de “La hija de un ladrón”.
Hay algo que a mí me gustó mucho de un podcast que escuché el otro día, Ciberlocutorio, de Anna Pacheco y Andrea Gumes. Entrevistaban a Kiko Amat, que es un escritor de Sant Boi, y hablaban de los disturbios y los nombraban en términos de “revancha de clase”. Me parece que son completamente legítimos y por poco organizados que estén y por muy “espontaneístas” que se pueda decir que son, yo no puedo hacer otra cosa que entenderlos y considerarlos una revancha de clase. Incluso sumaría que es una revancha en términos raciales, de alguna forma los sin parte se están apropiando de lo que les ha sido negado y si pueden robar unos patinetes para revenderlos después, pues adelante. Obviamente esto sería mucho mejor en un contexto de organización, pero el contexto es el que es. Así que yo no puedo hacer otra cosa que entenderlo.
¿Es normal que en España muchos jóvenes como tú se vean obligados a compatibilizar los estudios con trabajos temporales y precarios?
Creo que no todos los jóvenes somos iguales. Me parece conflictiva la noción de jóvenes. Creo que la juventud sí se puede considerar una posición de opresión, pero a la juventud la atraviesan muchas otras posiciones: la de género, la de clase, la de etnia y muchas más. No me siento cómoda hablando de la juventud precaria así en términos abstractos. Obviamente compartimos el tiempo que nos ha tocado vivir, pero hasta para poder aceptar un trabajo de becario por 300 euros al mes y buscando una futura proyección laboral o ascenso en esa empresa tienes que tener una red o familia que te esté sosteniendo por detrás. Incluso yo tampoco puedo considerarme ejemplo de nada, porque parte de mi ‘precariedad’ también se explica por haber querido hacer un doctorado y tener que compatibilizarlo.
En un artículo en el suplemento “Apuntes de clase” de La Marea utilizabas las siguientes palabras para describir el sentimiento de muchas mujeres jóvenes de clase trabajadora que son las primeras de su familia en poder acceder a la Universidad: “demasiado pragmáticas y sencillas en los seminarios de palabras elevadas pero muy complejas en las cenas familiares. Mucho y muy poco. Impostoras”. ¿Cuándo deja una de verse a sí misma como una impostora?
El momento en el que yo me deje de sentir impostora, sin ánimo de victimización ninguna, será cuando tenga que dar una entrevista y no esté pensando que voy a hacer el ridículo, por ejemplo, o cuando tenga que ir a un Congreso y no piense que me voy a poner en evidencia con cada cosa que diga. Al final es algo más de apreciación subjetiva, de cómo te sientes tú, de cómo te ves tú a tí misma. Puede haber gente de tu misma clase social que no lo está sintiendo, porque también hay factores evidentes de género y personales. Pero claro, al final todo se basa en algo muy objetivo y muy obvio que es quién tiene acceso a la Universidad. El próximo capítulo de Invisibles es sobre educación y buscando porcentajes resulta que solo el 32% de los hijos de no universitarios acceden a la Universidad. El 32%, que es un porcentaje bajísimo. Al final los datos te demuestran que estás bastante solo a nivel de iguales cuando eres hijo de obreros no cualificados y llegas a la Universidad.
Creo que también el hecho de dejar de sentirse impostor en lo académico implicaría un acceso real de la clase obrera a la Universidad. Compartí el otro día en Twitter un texto que me gustó mucho de José Saturnino García, que hablaba sobre cómo para luchar contra la desigualdad de oportunidades educativa hay que acabar con la desigualdad social. Un sistema de becas universitarias súper eficiente no va a solucionar el problema. La criba empieza mucho antes, empieza en la Primaria y en la Secundaria.
“Me parece conflictiva la noción de jóvenes”
Entonces esta sensación de impostora me lleva a reivindicar el pleno acceso de la clase trabajadora a los estudios superiores, pero a la vez hay una vocecilla que me interpela y me pregunta para qué: esta no es la Universidad que queremos, y al final ha sido un engaño lo de ese futuro mejor que venía después de los estudios superiores… al final la Universidad es un lugar donde la desigualdad social también se reproduce. Pero aún así, es importante que estemos.
Acabas de mencionar Invisibles, el podcast del que formas parte. En la última temporada conduces un capítulo dedicado al trabajo sexual, en el que entrevistas a varias mujeres de diferentes lugares del país. ¿Cuáles fueron tus conclusiones después de hablar con estas trabajadoras sexuales?
Hay que escuchar a las trabajadoras sexuales, a las putas. No escucharlas esperando el discurso que tú quieres oír, que si no coincide con tu marco mental es que son unas “privilegiadas” o unas “proxenetas”, sino escuchar realmente cuál es su posición política. También me ayudó mucho a salir de un falso debate que yo tenía metido dentro antes de hacerlo, que era el de hay dos opciones: abolicionismo o regulacionismo. Al escucharlas a ellas me di cuenta de que había ahí una falacia de la falsa antítesis, que es algo que ha teorizado Paula Sánchez Perera, filósofa y militante del Colectivo de Prostitutas de Sevilla. Ella habla de la falacia que te sitúa ante una disyuntiva de “o abolicionismo o regulacionismo”, obviando algo tan de peso como que todas las asociaciones de trabajadoras sexuales del Estado español son pro-derechos, no son regulacionistas ni abolicionistas. Aún así, habiéndolo dicho explícitamente, que la gente piense “ah, has hecho un podcast regulacionista” es síntoma de que no queremos escuchar. Realmente no nos interesa escuchar.
¿En qué consiste el modelo pro-derechos?
El modelo pro-derechos sería muy diferente al que hay en Alemania o en Holanda, que es el regulacionista. Cada modelo que regula la prostitución parte de una imagen muy diferente de la prostituta, pero toda imagen es una imagen estigmatizada. El modelo prohibicionista, que es el que hay en Estados Unidos, en Sudáfrica y en algún país más, parte de la imagen de la prostituta como delincuente, y esto tiene como consecuencia que se penalice directamente a la prostituta con penas incluso de cárcel. El modelo abolicionista parte de la imagen de la prostituta como víctima, es decir, una mujer que no tiene agencia porque no ha podido elegir. Entonces lo que hay que hacer es salvarla.
“El abolicionismo parte de la imagen de la prostituta como víctima”
¿Cómo se salva? Señalando a quien consume, el “putero”, que es como le llaman en el abolicionismo. Penalizar al “putero” de primeras no es una penalización directa de la prostituta. Al final lo que te cuentan en sus propias carnes las trabajadoras sexuales, que trabajan sobre todo en la calle, es que las penalizan directamente a ellas porque sus ingresos disminuyen. Al poder penalizar al cliente no hay tanto cliente en la calle o que esté buscando tan abiertamente. En segundo lugar, las perjudica porque ellas se ven obligadas a tener que ir a lugares mucho más escondidos para realizar el servicio sexual y si el cliente tiene malas intenciones están mucho más desprotegidas. Cualquier tipo de estigmatización o penalización al final recae sobre la prostituta. De hecho la misma palabra “putero” no es un estigma, porque el estigma lo tiene la puta y el “putero” se contamina de ese estigma, pero siempre cuando está en relación con la prostituta, no él como hombre. Esto también lo ha teorizado Paula Sánchez.
El modelo pro-derechos es muy diferente al regulacionismo, porque el regulacionismo al final es un modelo súper higienista, que piensa que la prostituta es un sujeto que hay que controlar, un mal que no se puede erradicar pero que hay que controlarlo. Es verdad que está permitido el trabajo sexual pero está súper zonificado, hay muchas zonas donde no se puede ejercer, porque no conviene la imagen de la prostituta en esas zonas.
El regulacionismo es el modelo de Holanda, ¿no?
Claro, y de Alemania. Tú tienes que tener un carnet donde dices que eres prostituta y unos exámenes médicos obligatorios de ETS [Enfermedades de Transmisión Sexual]. No es considerado un trabajo normal sino un trabajo especial con un carnet especial. El modelo pro-derechos lo que dice es que la prostituta es una trabajadora como cualquier otra. Hay una completa despenalización y un reconocimiento de derechos. Al final es considerar a la mujer que es trabajadora sexual como trabajadora, con los mismos derechos, poniendo en el centro su seguridad. El único lugar donde hay una legislación pro-derecho sería Nueva Zelanda. Y en Nueva Gales del Sur también. Lo que es súper llamativo de este modelo es que fue una ley que se elaboró conjuntamente con los colectivos de prostitutas de Nueva Zelanda, que tuvieron un papel principal y de interlocutoras válidas para redactar esta ley. Es algo que en España no es ni concebible, que se tenga en cuenta la opinión de las prostitutas para legislar sobre ellas.
¿Qué modelo hay en España y hacia qué modelo nos dirige la ley que se está tramitando actualmente?
Cuando preguntas a las trabajadoras sexuales todas dicen lo mismo: que es un híbrido. Tiene partes del abolicionismo porque penaliza al cliente, a través de la Ley Mordaza. No pueden reclamar servicios sexuales en la calle, pueden ser multados. Tiene partes de regulacionismo porque los clubes de alterne son legales. Alternar, que es la acción de consumir alcohol con clientes para incitarles a gastar más en el bar, es legal, obviando que luego hay habitaciones arriba, eso no está regulado. Hay parte de regulacionismo por eso y porque los empresarios del alterne tienen una asociación, que es la patronal del alterne: ANELA. Esto se legalizó con Felipe González: el PSOE, que luego es el más abolicionista. Tiene parte también del prohibicionismo cuando las mismas trabajadoras sexuales, también a través de la Ley Mordaza, pueden ser penalizadas por exhibicionismo en la calle. Al final hay como un mix de todo: prohibicionismo, regulacionismo y abolicionismo. Lo que no hay, obviamente, es una postura laboralista, de derechos laborales.
Rueda de prensa de un colectivo de prostitutas de Madrid. Foto: Diagonal.
Esta nueva ley reintroduce la “tercería locativa” en el Código Penal, es decir, se fijan penas de prisión para las personas que destinen inmuebles para el ejercicio de la prostitución ajena con fines lucrativos. Es decir, que se penaliza a quien se lucra de la prostitución ajena, haya o no consentimiento por parte de la mujer. Lo que están denunciando las trabajadoras sexuales es que la redacción es tan ambigüa que esa penalización se podría extender también a las propias mujeres que ejercen en pisos alquilados y que facilitan habitaciones a compañeras para no trabajar solas y sentirse más seguras. Es muy heavy y hay voces discordantes, cada vez más, pero es algo que hay que pelear.
Haciendo el podcast también aprendí de la importancia de salir del falso debate de que los derechos laborales para las prostitutas tienen un impacto negativo en las mujeres que están en situación de trata con fines de explotación sexual. Al final es el típico argumento que se lanza de que si la explotación es legal va a haber muchos más casos de trata. El debate, dentro del abolicionismo, no se centra en lo fundamental: el perfil de mujer que ejerce el trabajo sexual. ¿Cómo puedes estar preocupada por la situación de mujeres trabajadoras sexuales desde el abolicionismo sin tener en cuenta que lo que más puede beneficiarlas materialmente es que se abola la Ley de Extranjería? ¿Cómo puedes pensar que las alternativas a la prostitución que ofreces, trabajos feminizados y precarizados, van a ser considerados una salida viable para quienes quieren dejar de ejercer?