Un año sin Luis Sepúlveda

Se cumple hoy el primer aniversario de la muerte del escritor chileno afincado en Xixón.

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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.

Hace un par de semanas, en una de esas mañanas de primavera en las que huyo de mi sombra sometiéndola al chorro de sol del mediodía, me senté en el banco de siempre, en el parque que hay a pocos metros de mi casa en un barrio del sur de Xixón, ante la estatua que reproduce la imagen de un presidente digno y valiente que murió defendiendo el Palacio de La Moneda en el Santiago de Chile de los últimos días del verano de 1973. Eché mano al teléfono móvil para revisar en Google algunos detalles de la escultura, que está ahí plantada y casi ignorada desde hace doce años, y fui a parar a un blog chileno que contaba la historia de esta estatua gijonesa que es hermana gemela de otra que se levantó en la ciudad de Palmilla, en Chile. El primer comentario que aparecía en esa entrada del blog era un texto del propio Luis Sepúlveda, que les contaba a sus compatriotas chilenas y chilenos lo siguiente: “El monumento a Salvador Allende, en Gijón, está ubicado en el parque Salvador Allende, en el corazón del barrio obrero de Roces, y se llega a él por la avenida Salvador Allende. Fue inaugurado en 1999 por el entonces alcalde de Gijón, Vicente Álvarez Areces, hoy presidente de Gobierno del Principado de Asturias. La ciudad de Gijón, de Xixón en asturiano, financió los bustos de Palmilla y de nuestra ciudad. Durante la inauguración fui testigo de un hecho muy hermoso: una mujer bastante mayor y un niño, su nieto, se acercaron a mirar el busto, y de pronto el niño preguntó: ‘¿Quién es ese hombre?’. Y la abuela, sin dejar de mirar el busto del compañero Presidente, respondió: ‘Un hombre bueno, un hombre muy bueno”.

Esa anécdota, que Sepúlveda había recogido en un libro, a mí me emocionó, porque me emocionan los relatos escritos en el lenguaje del internacionalismo. También me emocionó la historia de cuando el joven Luis Sepúlveda logró la libertad como preso político encarcelado por el régimen fascista de Augusto Pinochet y tuvo la oportunidad de ir a Alemania como exiliado político y tocar el timbre de la casa en la que vivía una mujer, una activista de Amnistía Internacional que había estado batallando desde la distancia por su puerta en libertad, para decirle una palabra simple y profunda: gracias.

Luis Sepúlveda vivió lo suyo a ambas orillas del Atlántico, y tuvo un tremendo talento literario para contarlo y para recontarlo, para inventar y para reinventar la vida y las vidas de sus personajes literarios. Su obra más conocida es Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets, 1992), traducida a más de una veintena de idiomas, entre ellos el asturiano, publicada como Un vieyu que lleía noveles d’amor (Editora del Norte, 1988), con traducción de Pilar Fidalgo. A mí me marcó un libro que quizás sea una obra menor en su prolífica carrera como escritor pero que yo me merendé con ansiedad en un par de tardes bajo el sol y los olivos de Cerdeña, en la ciudad de L’Alguer, donde vivía entonces. Ya hace casi veinte años y aún tengo encrustadas en la memoria, como piedras preciosas, los mil mundos que Luis Sepúlveda reunió en el estrecho territorio de un centenar y medio de páginas de Historias marginales (Seix Barral, 2000): las aventuras y las desventuras del señor Nadie, del pirata del Elba, de las rosas de Stalingrado, de las ballenas del Mediterráneo… Y la historia, negra y rocosa, dura y brillante como el carbón, con la que hermanó a los mineros de Chile con los de esta Asturies “abierta al Cantábrico en la que los marginales que reivindicamos el derecho a la marginalidad somos bienvenidos”, escribió en aquellas páginas.

Luis Sepúlveda ya había establecido su residencia en Xixón cuando fue a París a recoger el solemne título de Caballero de las Artes y las Letras Francesas. Allí le preguntó un periodista por qué un escritor afamado como él vivía acá, en esta ciudad perdida y discreta que es Xixón, y no en Madrid, en Barcelona, en Roma o en París, que seguramente tienen más glamour. Respondió apelando a “la simple y compleja definición de la humanidad que me enseñaron los asturianos: o se ye de los otros o se ye de los nuestros. ¿Y quiénes son los nuestros? Los que pierden sin que les hayan preguntado si querían perder. Y los que entregan lo mejor de sí mismos sin esperar recompensas o reconocimientos”.

Hace hoy un año murió en el Hospital Central de Asturies, víctima de coronavirus, el escritor asturchileno Luis Sepúlveda Calfucura (1949-2020). Y sí, ye ún de los nuestros.

Actualidad

2 COMENTARIOS

  1. Desde la Patagonia Austral que nos hermana a chilenos y argentinos, tambien digo gracias por este hermoso recordatorio de Luis Sepulveda.

  2. Merecido y bello ejercicio de memoria para con Luis Sepúlveda. Gracias, un saludo cariñoso para ustedes desde Buenos Aires.

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