Sobrellevaba yo este martes hasta que Fernando González me mandó una imagen y un mensaje: la foto era de un candado, el texto decía: “Paezme que nunca te cunté la hestoria d’esti candáu. Mañana van faer 25 años dende que mos entregamos, y esi ye ún de los candaos colos que mos encadenamos. Nun sé si sedría de la to cadena o de la mía, pero unos años dempués atopé a un compañeru del institutu que tuviera na detención y díxome que garrara’l candáu y que lu tenía él. Tamién me dixo qu’enxamás diba escaecer aquel momentu, que se-y repitió una montonera de nueches. Poco dempués quedamos y diómelu, y dende entós ta na mio casa. Pasaron 25 años dende que, al cortalu, quixeron tarazar lo último que mos amarraba a la llibertá. Ta claro que nun fueron a ello. La cadena de la insumision yera muncho más fuerte”.
Y ahí se me jodió el día, porque siempre fui propenso a la lágrima, y últimamente aún más. Le dije a Fernando que si le apetecía contar la historia tenía abiertas las puertas de Nortes. “Lo d’escribir déxotelo a ti, que lo faes meyor. La historia ye compartida, y el candáu ye tuyu, míu y de tola xente que sofitó la insumisión”, me dijo. Asumo que una parte, pequeñina, del candado me corresponde, pero no asumo que yo pueda contar mejor que él esta historia dura y guapísima que compartimos, porque Fernando es autor de un par de libros impresos en tinta y escritos con un sudor, una coherencia y un sacrificio que yo nunca llegaré a tener.
El mensaje de Fernando me metió prisa para reunir recuerdos. De aquella tarde en la que nos encadenamos en la Comandancia Militar de Marina en Xixón guardo un puñado de imágenes atropelladas: una mirada de personajes de western que Fernando González y yo entrecruzamos y que Purificación Citoula, fotógrafa de El Comercio, captó en toda la intensidad. Un libro infantil contra el acoso sexual que me regaló allí mismo la maestra y activista social Carolina Rubiera. Aquella pancarta que sostenían con puños de hierro un puñado de camaradas feministas, insumisos, ecologistas y sindicalistas. La llave del candado de nuestra cadena que los policías buscaban y no encontraban mientras la gente allí concentrada tarareaba el estribillo de ¿Dónde están las llaves? Dos furgonetas del Cuerpo Nacional de Policía invadiendo la acera para llevarse a dos insumisos que llevábamos una semana en busca y captura, huidos de la justicia que nos había condenado a dos años, cuatro meses y un día de prisión. Gente arremolinándose alrededor de los vehículos policiales, con los puños y las voces alzadas: ¡Nun hai prisión que pare la insumisión!, ¡Insumisos presos, llibertá! ¡Abaxo les muries de los cuarteles!, ¡Abaxo les muries de les prisiones!
Recuerdo también algo que nunca he contado hasta ahora. Cuando arrancó la furgoneta en la que me llevaban a mí, uno de aquellos dos agentes de la escala básica del Cuerpo Nacional de Policía que iban delante se giró y me dijo: “Permíteme que te dé la mano, chaval. ¡Vaya valor que tenéis! Me parece muy bien que no queráis hacer la mili”. El trayecto hasta la comisaría era breve, no me dio tiempo a acabar de explicarle que los insumisos no rechazábamos solo el servicio militar, sino los ejércitos, el militarismo y el gasto militar. Pero le agradecí el gesto.

Fernando y yo pasamos aquella noche en la comisaría, en una celda con unos colchones a ras de suelo y unas mantas. Los policías tuvieron la deferencia de dejarnos a oscuras mientras dormíamos, porque el protocolo exigía que los detenidos estuvieran con las luces encendidas 24 horas al día. A la mañana siguiente nos esposaron y nos metieron en un furgón de la Guardia Civil que nos llevó a lo que entonces se llamaba Centro Penitenciario de Villabona, Centro Penitenciario de Asturias en la actualidad. Entramos en el módulo de ingresos, después nos destinaron al módulo dos, donde habían estado todos los insumisos que nos precedieron. Nos recibió un preso social conocido como El Pistolas, los insumisos que pasamos por el talego lo recordamos con mucho cariño. Las primeras preguntas que me hizo fueron: “¿Necesitas algo? ¿Quieres música para pasar esta primera noche? Te puedo dejar un walkman y tengo un casete de Nuberu, si te mola”. Claro que me molaba Nuberu, era uno de mis grupos favoritos. Unos días después escribí desde aquella cárcel inhóspita un artículu para la sección Alitar Asturies de El Comercio donde decía que un lugar, cualquier lugar, en el que te reciben con la música de Nuberu no es un lugar inhóspito.
A Fernando y a mí se unió Xuan Lluís Gutiérrez Wiljer. Los tres compartimos catorce meses de prisión. Guardo recuerdos muy valiosos de todo aquello. Allí dentro escribí mis dos primeros libros en asturiano, allí dentro los insumisos que fuimos pasando por la cárcel hicimos lo que estuvo en nuestra mano por sembrar la palabra, la libertad y la esperanza: pusimos en marcha una revista llamada Batulaxe (que todavía existe), organizamos un cursu d’asturianu, ofrecimos apoyo en las clases de alfabetización de población gitana, mantuvimos una correspondencia epistolar intensa con gente que nos escribía desde Asturies, desde todo el Estado, desde Reino Unido, desde Estados Unidos o desde Alemania a través de la Internacional de Resistentes contra la Guerra… Organizamos alguna que otra rebelión de muros adentro, nos sancionaron por usar una sábana “propiedad del Estado” para hacer una pancarta con la que secundamos una marcha hasta la cárcel convocada por el Conceyu Ciudadanu pola Llibertá de los Insumisos Presos. Hicimos un plante en el patio para exigir atención médica para un preso terminal de sida al que se negaron a excarcelar; recuerdo la mirada azul y rubia de Wiljer, uno de los cabecillas de aquel acto de insubordinación que no sabíamos cómo iba a acabar, diciéndome por las escaleras del módulo dos: Pachu, vamos metenos n’otru charcu, pero ye un charcu que tenemos que pisar.

Recuerdo también un cartel con la imagen de Buenaventura Durruti conmemorando el 60 aniversario de su muerte que decoraba la pared que estaba a la derecha de mi camastro, en aquella celda 62. Y que quité su imagen y todos los demás carteles que tenía en las paredes cuando el siniestro subdirector de Seguridad de la cárcel impuso la prohibición arbitraria de adornar nuestras celdas. En ese momento no estuve a la altura de mis dos compañeros insumisos: Wiljer recibió en la celda al subdirector en calzoncillos y con música de Negu Gorriak a todo volumen diciéndole que él era insumiso y que los insumisos, por definiciónn, no acatan órdenes. Fernando lo recibió negándose a retirar de una pared una bandera de Asturies con la estrella independentista y sufrió represalias por ello. Cuando a ambos los sancionaron con un mes de suspensión de paseos vespertinos en el patio mandé una instancia al subdirector de Seguridad diciéndole que los carteles que yo había retirado de las paredes de mi celda aquel día de finales de marzo “han vuelto a aflorar sobre las paredes de mi celda en un extraño milagro de la primavera”. Me impusieron el mismo castigo que a mis compañeros.
La del movimiento insumiso fue una lucha tremenda, estupenda. En el caso de Asturies, la libramos mucha gente. La libraron insumisos de la Coordinadora Asturiana pola Insumisión (CAI) como Pin, Carlos, Yiyi, Fermo, Adolfo, Toño, Chechu, Roberto, Asier, David, Xurde, Felipe, Lluismi, Xabel, Falo, César, Antón, Marino… Feministas como Ana, Nuria, Sandra, Noemí… Militantes como Luisma, Chema, María Jesús, Paco, Fruti…
Del 6 de mayo de 1996 recuerdo también que en ese rincón del Cantábrico, frente a la Comandancia de Marina, olía a mar. Y que esa tarde en que nos encarcelaron a Fernando y a mí soplaba por allí un viento jodidamente insolente, asquerosamente subverviso: un viento de libertad.