Este viernes de aguacero tenaz la biblioteca del Fontán fue un refugio. En su salón Emilio Arcos Llorach se celebró la presentación de “Contra la España vacía” (Alfaguara), del escritor zaragozano Sergio del Molino, que estuvo arropado por el profesor de Psicología de la Universidad de Oviedo y columnista del Huffinton Post José Errasti. Ante dos decenas de asistentes, el autor desgranó las ideas y observaciones recogidas en un volumen que sirve al mismo tiempo de afirmación y de enmienda a las expuestas en la “La España vacía”, publicado por Turner en 2016.
A nada más alto puede aspirar un escritor que a que sus palabras impregnen el imaginario de una sociedad y calen en el habla de cualquiera. Así Carolina Durante con sus “cayetanos” o el mismo Sergio del Molino con “la España vacía”, aunque algunos prefieran darle la vuelta al sintagma para denotar intención (o malicia): “la España vaciada”. Pero de esto ya había avisado Manuel Machado en unos versos: “Procura tú que tus coplas/vayan al pueblo a parar,/aunque dejen de ser tuyas/para ser de los demás”.
El anfitrión tomó la palabra muy preocupado por algo que del Molino afirma en el libro: “Dices que el futuro de España, en las próximas décadas, depende de lo que pase en Oviedo los próximos años. ¿De verdad lo piensas así? Porque como España dependa de Oviedo…”.
Provinciano y orgulloso
Del Molino explicó la relevancia de Oviedo, o más exactamente de la Vetusta de Clarín, “como iniciadora de un arquetipo de ciudad: esa ciudad de provincias homogénea y estándar, que durante mucho tiempo tuvo mala fama, como un lugar donde la gente se aburre y hay mucha hipocresía social y perviven costumbres del Antiguo Régimen que se resisten a democratizarse”.
El maño se afana en darle la vuelta a este estereotipo y “reivindico mucho lo provinciano. En el mundo no hay nada original y todo es copia de todo, y esa es la virtud del provinciano y de la ciudad de provincias”. Esta última, sostiene el escritor, ha sido “un elemento vertebrador fundamental de la España democrática, donde la sociedad va creando unos espacios mayores y cada vez más liberales que van rompiendo las inercias del Antiguo Régimen”.
Errasti llama la atención sobre cómo estas ciudades “intentan ganar prestigio convirtiéndose en ciudades culturales. Aquí la cultura cumple una función casi religiosa, lo que me recuerda a Gustavo Bueno y su mito de la cultura, y los centros culturales como lugares de peregrinaje. Pero, ¿tiene esto futuro”.
El invitado responde categórico: “No, es de hecho un nuevo vaciamiento. Las ciudades de provincias son trampantojos, escenarios donde parece que todo funciona muy bien y la vida es idílica, pero eso nos impide ver la tragedia que se larva por detrás: cuando ves la pirámide de población, las expectativas de futuro o que el antiguo tejido económico se vuelve improductivo. Las ciudades ahora mismo venden marca, aire, ficciones, fotos”.
El mito (y la trampa) de la diversidad española
Y es que una de las ideas que late en la base de este libro, si fuese enunciada en FITUR, bastaría para ganarse la expulsión de la feria de turismo: “Las ciudades se parecen mucho todas, aunque tendemos a sublimar mucho las diferencias. Porque si lo que vas a vender es humo o una ficción, tienes que vender que tu ciudad es única en el mundo”.
En ese punto Del Molino hiló con lo que, a su juicio, es “el mito ese de la España plural, de que es un país muy diverso”. “Mi sensación”, confesó, “es la contraria: que somos muy parecidos. Eso es un hecho que no se recalca lo suficiente, porque tomamos como señas de identidad cosas que son generales”.
Y exactamente lo mismo se puede decir de los individuos, añade Errasti: “Esa es la mayor herejía que se puede decir hoy en día. Decir que somos todos iguales, como todo hijo de vecino, es la mayor ofensa que se le puede hacer a cualquiera porque estamos obsesionados con ser especiales”.

Esa homogeneidad, piensa Del Molino, “no es mala en términos democráticos, porque vivir en un entorno homogéneo facilita la convivencia y el encuentro. Es esa homogeneidad la que pretenden poner en duda los populistas y los enemigos de la democracia inventándose rarezas e idiosincrasias particulares. No es cierto que haya barreras culturales infranqueables, porque entonces nadie entendería a Shakespeare. Cuando se quieren construir muros en torno a esas diferencias culturales la democracia hace añicos”.
“Pero estamos hablando muy poco de política”, interrumpió de pronto Errasti, para lanzarle al escritor una pregunta en tono irónico: “¿Es España inherentemente facha?”. “No más que Francia, Alemania o Dinamarca”, respondió el escritor, “pero tiene mala conciencia y un problema con la simbología nacional”.
Bajando al barro de la política partidista, Sergio del Molino lamentó constatar, en referencia a Vox, que “el populismo lo enmierda todo, porque fuerza el populismo latente que hay en los no populistas. En el momento en que irrumpe puedes hacer dos cosas: ponerte muy digno, y ser arrasado por él, o ponerte a su altura”.