Cuidemos de quien nos cuida

La falta de derechos laborales de las Auxiliares de Ayuda a Domicilio tiene mucho que ver con la negación y la bajísima consideración social que le damos a la vejez

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Eva Del Fresno
Eva Del Fresno
Trabajadora social, militante feminista y de EQUO.

Parece que por fin hemos encontrado una manera de huir de la vejez, la enfermedad y la muerte. Hacer como si no existieran mientras sea posible. Y cuando deje de serlo…bueno en realidad la negación es un mecanismo desvinculado de los límites de la realidad. Empezar a reconocer cuestiones de las que hemos preferido no ser conscientes implica que otras cosas que pensábamos ya no tengan tanto sentido. E interiorizar nuestra propia vulnerabilidad, asumir la vejez y la muerte como destino, hace que demasiadas cosas cambien. Así que incluso cuando deja de ser conveniente seguimos ignorando el ciclo de nuestra vida y la de los demás. Elegimos creer que la juventud y la salud nos representan cuando son solo una parte más de nuestra trayectoria y así llegamos a pensar que el viejo y enfermo será , en todo caso, otro yo con el que no nos sentimos identificados.  Si en algún momento al final del camino nos damos cuenta de que esa persona dependiente en la que nos hemos convertido es la misma de nuestra infancia, adolescencia y madurez, será seguramente demasiado tarde para compartir con nadie nuestra sorpresa y frustración. Y sobre todo para advertir a nadie de esa trampa cobarde que nos tendimos a nosotras mismas.

Si alguien puede sacarnos del error a tiempo y abrirnos los ojos para enseñarnos  que el dolor y la muerte constituyen la principal certidumbre de nuestra vida, son esas profesionales, mujeres casi en su totalidad,  que nos acompañan en la recta final. Fueron esenciales durante el confinamiento, aunque no recuerdo ningún mensaje institucional explícito de agradecimiento, seguramente los hubo  pero ni tan habituales  ni tan difundidos como los dirigidos a otras profesiones. Comparten invisibilidad con las personas a las que ayudan y que dependen de ellas, porque si fingimos que  un problema no existe obviamente simularemos no necesitar a quien lo soluciona.

La falta de derechos laborales de las Auxiliares de Ayuda a Domicilio tiene mucho que ver con la negación y la bajísima consideración social que le damos a la vejez. Ni siquiera  hay un término adecuado para referirnos con cariño a las personas dependientes de la tercera edad. No están conceptualizadas  como grupo más allá de lo funcional para las instituciones. Por eso muchas veces se comete el error de emplear términos genéricos que incluyen a toda la población mayor de 65-70 años, “nuestros mayores “, “población anciana”, el resultado de incluir personas sin ningún grado de dependencia en esos términos es que ellas se sienten estigmatizadas, mientras que las necesidades y la identidad grupal de las personas mayores dependientes se difumina, se las borra. Sería bonito poder usar el término tercera edad porque los cambios que experimenta el cuerpo y la mente nos empujan a un estadio distinto de la infancia y de la edad adulta. Pero habría que aplicarlo con propiedad a las personas que entran en esa etapa no a cualquiera a partir de cierto número de años.

Alejandra Tejón, sindicalista y trabajadora del SAD. Foto: Alex Zapico.

Hay muy pocos estudios y muy poco conocimiento entre la población general, e  incluso a nivel académico, sobre la vivencia de este período que nos ayude a ponernos en el lugar de las personas que lo atraviesan, empatizar y entenderlas (y prepararnos). Resulta curioso por ejemplo que existiendo un nicho de mercado no haya ni siquiera un canal de televisión dirigido a ellas, con contenidos dedicados expresamente. O que el diseño de los productos específicos  que usan sea por defecto tan impersonal e insulso.  O que no haya juegos ni herramientas de entretenimiento más que los reacondicionados del ocio de momentos de la vida distintos,  y que se ajustan solo a medias a lo que necesitamos durante el último tramo. Mientras que en el otro extremo de la balanza vital los primeros meses del desarrollo humano están hipervigilados, minuciosamente analizados, y proliferan los manuales de divulgación científica con variados estilos de crianza,  las competencias y estrategias de  cuidado final parece que se resumen en un folleto. Solo lo parece claro,  porque aún  estamos a las puertas de explorar la vejez y sumergirnos en un campo de conocimiento sobre el ser humano que habíamos ignorado. Sin esa pieza el puzzle que forma nuestra comprensión de la vida queda incompleto. La profesionalización que reclaman hoy las Auxiliares de Ayuda a Domicilio es el motor que permitiría el desarrollo de todo este cuerpo teórico. Ellas, y no otros profesionales sanitarios con más reconocimiento, son las que están en el lugar indicado y en el momento oportuno para adentrarse en la zona profunda  de la vejez y regresar con información fiable y suficiente.

La profesionalización implica crear una estructura académica tan funcional como para poder retroalimentarse y adquirir  progresivamente un conocimiento más basto de todos los aspectos del trabajo que se realiza. Incluso permite que esos conocimientos se desborden del ámbito profesional para compartirse y favorecer así el desempeño de otras profesiones, y el enriquecimiento de toda la sociedad.

Lo que ahora llamamos SAD debe ser una actividad en esencia tan antigua como el ser humano, ¿no? Existen incluso evidencias arqueológicas de que alguien empezó a realizar esas labores de cuidado en los albores de nuestra especie. ¿Cómo es posible que las trabajadoras de una profesión milenaria estén en esta situación de desprotección? Llevan desde el 1 de noviembre  acampadas frente al Ministerio de Trabajo para que sus reivindicaciones básicas  sean escuchadas. Tras concertar una reunión con la ministra finalmente se desconvocó porque el Ministerio imponía como condición que disolvieran su protesta sin ninguna garantía a cambio. Recientemente ha habido dos concentraciones en Gijón, varias en toda España y una manifestación en Madrid. El día 27 de noviembre han decidido levantar el campamento para darle un nuevo impulso a otras acciones. La desprotección del Ministerio de Trabajo se suma a la tradicional precariedad que sufren, si nos remontamos en el pasado parece que siempre estuvo ahí. Durante mucho tiempo el cuidado de las personas dependientes se incluyó en el trabajo sin remunerar de las mujeres,  ligado a las obligaciones y la discriminación que nos eran impuestas debido a nuestro sexo.

Protesta de trabajadoras del SAD en Xixón. Foto: Alex Zapico

El hecho de haber sido un trabajo realizado por mano de  obra gratuita  y en las condiciones de sometimiento y violencia  que muchas mujeres soportaban dentro de sus hogares (fuera de los que legalmente tenían muy pocas posibilidades de  trabajar ) desembocó en salarios bajísimos cuando el mercado empezó a cubrir esa necesidad. Ni siquiera la administración del Estado de bienestar se ha  ocupado  de revertir la tendencia a la precariedad en este sector, pese a las buenas palabras las mejoras realizadas hay que ponerlas en relación a la situación previa,  que era muy mala, por lo tanto desde los Ayuntamientos necesitaban muy poco para quedar bien y no se molestaron en corregir la deuda histórica con estas profesionales, ofrecerles condiciones realmente justas y neutralizar los prejuicios sociales que tan negativamente inciden en su prestigio profesional.

También los sindicatos convencionales les dieron hasta hace poco la espalda , demostrando que no se comprometían con el conjunto de la clase trabajadora sino con algunas profesiones y algunos profesionales, si no hubieran estado sesgados por la misma ceguera que el resto de la sociedad sin duda hubieran priorizado en algún momento  la defensa de las más desfavorecidas. Esta trayectoria de desafección hacia una labor tan imprescindible  como infravalorada incluso da lugar a contradicciones curiosas. Los propios usuarios y usuarias , que crecieron interiorizando los prejuicios de su alrededor reproducen comentarios o comportamientos desconsiderados e hirientes, que se  entremezclan muchas veces con la admiración más sincera.

También a veces por qué no decirlo el intrusismo profesional, los salarios que no permiten superar el umbral de riesgo de pobreza, el acoso laboral, la desconsideración social hacia las cuidadoras, la falta de reconocimiento de sus enfermedades profesionales, cuestiones todas que  ellas están reclamando desesperadamente, acaban repercutiendo en una mala praxis por acción u omisión. ¿Pero qué esperábamos? Degradamos sus condiciones hasta lo imposible y sin embargo confiamos que en contrapartida su comportamiento sea ejemplar. Una expectativa sorprendente pero que también se levanta sobre bases históricas.

Porque la historia del desprecio a las cuidadoras no tiene correspondencia con el abandono, o el abuso por su parte hacia  las personas dependientes, que nunca ha adquirido las dimensiones de una problemática sistémica. Los casos son excepcionales mientras que el maltrato a las cuidadoras ha sido generalizado. Esta falta de correlación esconde el chantaje emocional implícito sobre ellas , que no solo parten a priori de una posición de precariedad que merma su capacidad de negociación laboral, es que acaban volviéndose tan vulnerables como las personas a las que cuidan porque incluso en las peores condiciones sacan el trabajo adelante para proteger a quienes las necesitan. Con eso cuentan las empresas  y los particulares que las explotan;  saben que el riesgo es mínimo. Pese a que encontrar este tipo de ética es muy poco común en otros ámbitos laborales,  aquí todo el mundo la da por descontado. Y cuando un caso rompe esa  tónica habitual y alguien comienza a quejarse, nadie pregunta si es cierto o no , automáticamente juzgamos, señalamos y condenamos.

Tanta  ingratitud  contrasta con quienes se deleitan cada día en la certeza de verlas entrar por la puerta. Seguir el juego de las mismas bromas reconfortantes. Dejarse llevar por manos sabias y compasivas y reconocerse en una mirada que libera de la vergüenza y del miedo. Entonces por unos momentos la vida vuelve a brillar con fuerza, eres importante, eres el centro de lo que ocurre y hay un corazón generoso que te besa en la mejilla. El agradecimiento más profundo cabe en una sonrisa espontánea cuando se esboza al lado de un abismo. Aunque ya no encuentres las palabras que buscas para transmitirlo.

Hablemos ahora. Salgamos a su lado a la calle, sumemos apoyos para pedirles que por favor no se rindan. No les fallemos hoy a las mujeres del SAD, demostremos que estamos ahí tanto antes de necesitarlas como después, que de verdad nos importan porque las últimas amigas son para siempre.

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