Carlos Berlanga tenía el perfil de un nuevo romántico, que no desentonaba nada en el año 83-84 con la imagen de Bowie o de Spandau Ballet. Atrapado en una aparente timidez, volvía a los escenarios junto a Olvido Gara, Olvido Alaska, que añadía una imagen punkarrona y freak a cada canción y Nacho Canut, inamovible, como una estatua romana, dejando entrever que Alaska y Dinarama era un producto sólido, al menos todo lo sólido que admitía el drama y la ironía de aquellas letras compuestas por Berlanga que significaron el mejor embalaje de la movida madrileña hasta acabar convertidas en auténticos himnos de la cultura española. Pero detrás del compositor de letras que expresaban la ironía de la modernidad en España, o al menos, de lo que habíamos interpretado como moderno, bullía la voluntad de un artista plástico que no acababa de encajar en el mercado del arte con la misma agilidad que lo había conseguido en la industria de la música.
“Detrás del compositor bullía la Voluntad de un artista plástico que no acababa de encajar en el mercado del arte”
Desde hoy y hasta abril se pone en marcha en el Centro Niemeyer la exposición “Carlos Berlanga. El eterno retorno”, 20 años después de su fallecimiento. El pintor y comisario de la retrospectiva , Carlos Sycet, defiende que la obra de Berlanga «vuelve constantemente cada vez que uno oye casualmente una canción en cualquier parte del mundo. Como pintor, cuando trataba de emular a los grandes maestros, ya sea Dalí, Picasso, Matisse o DeKooning, partía de la base de que todo estaba inventado y por lo tanto, lo que le quedaba a él era reinterpretarlos, recibirlos como parte de una tradición».

La exposición se compone de una selección de obras que arranca con una de las primeras pinturas hecha a cuatro manos con su padre, José Luis García Berlanga, un retrato de dama inacabado, y una piedad pintada y barnizada «de las que el y Nacho Canut vendían en el rastro en aquellos domingos en que conocieron a Alaska». Esos son los dos arranques cronológicos de la exposición. El final está representado por algunas de las obras que pintó en los últimos meses que componían la nueva colección que presentaría en la edición de ARCO de 2002. Entre unos y otros, la exposición cuenta con otras obras que recorren su biografía pictórica y que muestran su estilo en diversas disciplinas: pintura, obra seriada, serigrafía, cómic, dibujo. Por otra parte, la muestra está configurada a partir de de dos colecciones: una es propiedad del director Pedro Almodóvar, integrada por 14 piezas, y el resto forma parte de la colección de la Fundación Olontia que preside Carls Sycet y a la que he donado todo su patrimonio para poner en marcha este proyecto. La muestra se completa con una selección de 30 artistas, integrada por músicos que también pintaron o artistas plásticos sin más. Están representados con obra de Alaska y Nacho Canut, de Pedro Almodóvar, de Fabio McNamara, las Vainica Doble, Javier Furier de Radio Futura, y un elenco muy nutrido hasta alcanzar 30 obras. Carlos Berlanga finalmente se complementa con la proyección del concierto del año 84 con el que Alaska y Dinarama presentaron su disco “Deseo carnal”, emitido entonces en TVE dentro del emblemático programa La Edad de Oro presentada por la periodista musical Paloma Chamorro. La grabación completa será un punto de referencia importante para quienes vayan a descubrir a Carlos por primera vez en esta exposición.

La manera de ser de Carlos Berlanga, entre infantil y canalla, representó a las nuevas generaciones irónicas de clase media de los años ochenta. Su mirada del deseo y la pasión, descompone geometrías, desbordadas de color. Berlanga, pegamoide, es otro niño terrible en la estela de Jean Cocteau. El revisionismo de La Movida ha tratado de restar valor a las canciones de Berlanga. A veces el futuro plagia una canción, sin haberla escuchado, o sí. Pero todos han vivido el horror en el hipermercado, han perdido perlas ensangrentadas y han sido víctimas de un error para escribir canciones, de modo que no es difícil reconocer en Alaska y en Berlanga la vocación testimonial de un tiempo convertido en deliciosa mercancía, y algo más. Quizá el cliché fabricado en los ochenta ocultó la figura del pintor y el dibujante que fue Berlanga, que como todo gran artista, “dibujaba en cualquier soporte, a cualquier hora, sobre cualquier papel, desmintiendo así la fama de vago” que le colgó como un San Benito, afirma Syce. Algo de esto pretende la exposición en el Centro Niemeyer de Avilés, según su comisario: “Queremos reivindicar su talla como pintor, cuyo talento fue similar al del músico, con la diferencia de que la música le dio todo lo que podía esperar en vida, mientras la pintura se resistió a otorgarle el reconocimiento”.

La obra pictórica de Berlanga es una cita constante a Picasso, Matisse, Dalí o ese gamberro llamado De Kooning en su faceta figurativa, pero a diferencia de estos, su trazo y sus composiciones tienen electricidad, encajan perfectamente con una manera de ver la realidad, casi costumbrista, a través de una viñeta de cómic. Es por eso que su mirada resulta lúdica/ lúbrica, sexualmente ambigua y liberadora, intensa, optimista, y luminosa. A diferencia de sus canciones, Carlos Sycet apunta a la atemporalidad de sus lienzos y serigrafías: “Parecería que están pintadas antes de ayer si no estuvieran fechadas. Desde luego, como pintor no tienen la temporalidad de las canciones que estaban supeditadas a los sonidos de la historia que, aparentemente, pudieron parecer caducas pero que el tiempo ha rescatado y ha logrado liberar de la tiranía del tiempo”.

La industria del indie español, salvadas excepciones como Xoel López, ha sido injusta con Carlos Berlanga, aunque Alaska y Nacho Canut encabezan algunos festivales cada verano y no renuncian en sus conciertos a cantar su época pegamoide y dinarama. Grupos como Los Planetas miran hacia otro lado cuando se habla de los músicos de la movida y sin embargo sus letras no se pueden entender sin canciones como Falsas costumbres, Ana Bell Lee o El jardín botánico. Sycet está convencido de que “Jota no podría existir sin que tuvieran como referentes a Carlos o Santiago Auserón. Es de una gran ingratitud y de una injusticia poética que se ningunee este tipo de referencias. Carlos como músico se defiende solo porque está calibrado y contrastado que sus canciones no solo interesan a la gente más exquisita, sino que además son éxitos masivos convertidos en himnos”.

En la exposición, el espectador podrá contemplar el universo Berlanga, con temas muy definidos en sus cuadros que van desde la órbita musical con un dibujo que inspiraría La funcionaria asesina, un lienzo que es la evocación de Rio de Janerio, “Berlanga tenía devoción por la bossa nova de Antonio Carlos Jobim”, un retrato de Carlos junto a Nacho y Olvido, titulado “Caretos”, un retrato de Olvido, así como otra serie de retratos del propio Berlanga posando para los mejores fotógrafos de su época: Alberto García Alix, Miguel Trillo, Jaime Gorospe, Álvaro Villarrubia, Alejandro Cabrera, Pablo Pérez Mínguez o Juan Ramón Yuste.
Es precisamente en estos retratos en los que su rostro se confunde con Mapplethorpe o James Dean donde emerge la imagen fulgurante del artista rebelde que representó Carlos Berlanga, quien había permanecido enmascarado en una imagen discreta, si no tímida, en los escenarios y las entrevistas. Según Sycet, en esos retratos fotográficos “es donde él se ve, y no tanto como cuando pinta, como un auténtico artista; es cuando aparece ante la cámara que se olvida de su timidez y se da cuenta de que eso tiene otra trascendencia que no le permite la intimidad del que está dibujando solo en su casa y que lo está haciendo porque se lo pide el cuerpo sin afán de trascender. En las fotografías sí esta esa impronta, casi desafiante, como diciendo yo soy un tímido pero dando la cara cuando hace falta”. Es entonces cuando Berlanga toma conciencia de su estrella.

Es probable que la pieza inacabada que se expone en el Niemeyer, firmada por Luis García Berlanga y Carlos fuera una incitación del padre hacia el hijo adolescente, que observó que estaba muy dotado para el dibujo. En el invierno de 2001 y el invierno de 2002 se produce su primera presencia en ARCO 2002: “Se volvió imparable. Su creatividad era arrolladora, no podía extrañarte que pudiera componer un hit como A quien le importa en 10 minutos con una guitarra a la que le faltaba una cuerda”. Ciertamente, su vocación moderna de creador discreto pero hegemónico del universo pop, toma conciencia de que es una estrella con todas las de la ley, a través de su imaginería. Sycet, que convivió con Berlanga, recuerda cuando estaba en su casa o en su taller, al que el músico acudía con mucha frecuencia, como un hombre que vivía en artista: “era de lo más informal, un dibujante compulsivo, capaz de dibujar con todo el oficio sobre un folio vulgar o las invitaciones que recibía a exposiciones de otros artistas”. Azaroso, iluminado, hasta cierto punto maldito, “no paraba, dibujando no paraba, pero tenía tanto talento, lo hacía tan bien que le sobraba mucho tiempo. No le costaba dibujar ni la décima parte de lo que me costaba a mi. O naces con grandes dones o te los tienes que currar como yo. En 68 años no conocí a nadie con tanto talento para tocar tantas disciplinas”.
La exposición “Carlos Berlanga. El eterno retorno” se inaugura este viernes en el Centro Niemeyer y permanecerá hasta el 17 de abril.