Belén Gopegui y la poética de los números rojos

Con ‘Existiríamos el mar’, la autora se consagra no contándonos los avatares convencionales del sexo, conspiración y la droga, sino un tema insólito desde Zola: el trabajo y la clase trabajadora.

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

Belén Gopegui tiene la melena blanca desde los 30 años y una belleza interiorizada. Existiríamos el mar (Penguin Random House, 2021) es su última novela, con la que consagra la página, no a contarnos los avatares convencionales del sexo, conspiración y la droga, sino un tema insólito desde Zola: el trabajo y la clase trabajadora. La huida de una chica que comparte piso con otros cuatro boomers madrileños durante la pandemia le sirven para hilar algo así como un ensayo novelado sobre eso que uno ha llamado la poética de los números rojos.

Belén Gopegui se consagró con ‘Existiríamos el mar’. Foto: David Aguilar Sánchez

La única realidad testaruda y sutil con que se enfrentan estos no tan jóvenes todavía idealistas, teorizantes, progres, melancólicos y perdedores son los números rojos o la libertad. El tema es tan inédito o tan viejo como actual: la plusvalía sigue siendo la placenta de oro de nuestra sociedad turbocapitalista. El mayor interés de Gopegui es convertir la imaginación en un mecanismo de Lo real. “La imaginación es la teoría de la plusvalía de Marx, descubrir de dónde sale el dinero, la estructura que está a la vista de todos, pero no se ve”.

Existiríamos el mar es una novela poética que actúa como bálsamo en “un Madrid hostil que nos vuelve hostiles”, que alimenta recurrentemente entre sus habitantes la ensoñación del éxito, un éxito individual “que exige la derrota de otros”. En esa voluntad de escapar de esa hostialidad, la literatura de Gopegui se emparenta con la de la escritora francesa Virginie Despentes, aunque la española reconoció que sus libros están desprovistos de la ira y la rabia con la que actúan los personajes de la francesa.

Existiríamos el mar es una novela poética que actúa como bálsamo en ‘un Madrid hostil que nos vuelve hostiles’”

Existiríamos el mar es, ya en su título, una declaración de intenciones. La escritora citó a Valle Inclán en El Manglar, convocada por la asociación La Ciudadana, en Oviedo, para recordarnos que el lenguaje nos hace y nuestro deber es deshacerlo para tejer otro. Así que, en esa voluntad de contar la vida, a veces se hace necesario romper la sintaxis para afinar en la poética de los números rojos, que pueden tener el metal del thriller o el drama, cuando expresan la existencia extenuada, la melancolía del what if?, la gravedad de la renta, cuando el salario no alcanza.

La presentación organizada por La Ciudadana tuvo lugar en El Manglar, en Oviedo/Uviéu. Foto: David Aguilar Sánchez

La vida va mucho más acelerada que nosotros; sin embargo, Belén Gopegui insiste en su calidad minuciosa, lúcida, repensada en esta novela que otorga un tiempo lentificado, dignificante, a cada uno de sus personajes, como si ante la página, la vida del lector se calmara, a la busca de una reflexión que permitiera ir más despacio que el tiempo decidido por el capital. Con Belén Gopegui no tenemos exactamente una escritora realista, sino una psicóloga (tampoco psicologista) que va haciendo el recorrido de esa feria que es el capitalismo. Y lo dice absolutamente todo. Como recordó Francisco Umbral en una de sus reseñas: “a una media voz habitada de sugerencia, belleza formal, rigor constructivo, densidad de ambientes y una temperatura generacional” que es la de los nuevos cuarentones arrojados a un tiempo en el que las decisiones ya no ofrecen segundas oportunidades. Lo decía este viernes: “Yo quería representar a una generación que debe tomar unas decisiones sobre sus vidas que les acompañarán siempre”.

Belén Gopegui, autora de ‘Existiríamos el mar’. Foto: David Aguilar Sánchez

La literatura de Belén Gopegui está nutrida de lo que llamó “personajes vedados”: sindicalistas liberados, mujeres en paro, pensionistas con un segundo trabajo, dinero negro, limpio, sucio, siempre precario. Todos ellos trenzan una leva trama embebidos por la culpa que es la excusa para señalar las causas de nuestra incertidumbre, el deseo y el derecho de querer, el reconocimiento colectivo de “cuidarse para ser realmente peligrosos”. En este sentido, la prosa de Gopegui es una prosa militante que no renuncia al lenguaje; muy al contrario, es capaz de convertirlo en un arma política que se mantiene a flote a través de su mirada sin caer en el realismo socialista. Porque no hay mayor acción en la novela que ver como se tensa el lenguaje. Es por eso que Gopegui, tal como afirmó en El Manglar, dota a sus personajes de una autoridad semántica que les permite revertir el compromiso esencialmente burgués con el que nació la novela, para mutarlo en pensamiento, reflexión, resistencia, acto y transformación.

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