La Unión Europea está en guerra contra Rusia. Ni Von der Layer ni ningún Estado miembro la han declarado formalmente, pero Europa piensa, habla y actúa desde la lógica de una guerra. Todo el sistema jurídico, económico y político de la UE se ha volcado contra el Estado ruso, sin disparar una sola bala. Ha anulado sus medios de comunicación públicos, ha cerrado sus sistemas internacionales de pago, ha expropiado a todos sus oligarcas y, además, ha suministrado armamento ofensivo a los ucranianos que permita hacer más duradera la resistencia de su ejército. De manera que no parece tener mucho sentido apostar por la diplomacia ni preguntarse si estamos a favor o en contra de la guerra, porque ya estamos en ella.
“no parece tener mucho sentido apostar por la diplomacia ni preguntarse si estamos a favor o en contra de la guerra, porque ya estamos en ella”
Hay cierta izquierda española que desde su adanismo político padece la misma ingenuidad que inspiró a Stendhal cuando dibujó a Fabrizio del Dongo en “La Cartuja de Parma”. Tras caer herido en Waterloo, el joven marquessino aún se preguntaba si había participado en la batalla. Wellington dijo bastantes cosas sobre Waterloo y otras batallas y una de ellas fue que todas se parecían a un baile donde cada cual sólo sabía lo que le había tocado vivir, siendo todo lo demás una especie de nebulosa. Algo así parece que le está sucediendo a Ione Belarra, a Pablo Iglesias o a Echenique cada vez que hablan.
No sé si es una nebulosa, pero sí una guerra fantasma la que mantenemos con Rusia. Sin tanques, sin buques, sin aviones, sin soldados, tan solo aliados a un tiempo y a una resistencia ucraniana a la que suministramos armas para que sigan manteniendo el espíritu de supervivencia. Eso es lo que transmitió Josep Borrell esta semana desde la tribuna del Parlamento Europeo, como un senador romano, con toda la épica de la Guerra de las Galaxias mientras hablaba subido al atrio. Fue un discurso inteligente y brillante que logró cohesionar a los grupos parlamentarios de Bruselas como no lo había hecho nadie antes en toda sus historia. Su discurso abandonó la idea de una Europa abstracta y se ciñó a la realidad pragmática de la guerra, como un representante legítimo de un proyecto amenzado por Vladimir Putin. No hay nada como una guerra para fortalecer la idea de un Estado fuerte.
En España, Yolanda Díaz se mantuvo en la misma línea trazada por Borrell, expresando su apoyo a Pedro Sánchez con la misma contundencia. Dijo algo obvio que en la nebulosa política de la izquierda se hace necesario porque lo obvio a veces se vuelve un salvavidas de certeza al que asirse cuando todo lo demás vaga en el aire: el líder de la política exterior es el Presidente del Gobierno. La izquierda española no deja de dar bandazos cuando realmente la aprietan.
Waterloo, según Stendhal, fue un vasto movimiento de gente dando bandazos en una confusión más o menos organizada, combatiendo por inercia, muchas veces sin ver siquiera el rostro del enemigo que les disparaba. Hasta ayer, no fuimos capaces de ver la mirada de los soldados rusos. En esta guerra espectral, hasta el jueves, todo eran tanques de un ejército sin rostro. Pero ayer supimos que los rusos tiene ojos. No sabemos si sus caras eran la máscara del horror, vulgar propagánda bélica o, probablemente, las dos cosas, pero con ellas advertimos que el enemigo tiene una silueta definida y que también llora. No tiene sentido preguntarse por la guerra, pero sí tiene sentido definir qué sucedera después de ella.