Abril en Managua es el nombre de un concierto memorable que en honor a la revolución popular sandinista acontecía con una cantidad grande de cantores y cantoras de Latinoamérica, muchos de los cuales ya han fallecido, como Mercedes Sosa o Alí Primera, y otros están en el exilio.
Abril de 2018 es el tiempo de la terrible represión que se llevó por delante la “paz social” fraguada entre el empresariado local e internacional y la pareja en el gobierno, para desbaratar a marchas forzadas las vidas y convivencias hasta entonces más o menos atemperadas. El resultado, según estimaciones a la baja, es de 350 muertes, 108.000 exiliados, centenares de organizaciones desmanteladas, cientos de presas y presos políticos.
Hay otro abril del que ahora se cumplen 35 años. Casi nada.
Tiempos en que la brutal agresión del Norte contra la humilde Nicaragua hicieron sentir y saltar oleadas de solidaridades desde todos los rincones del mundo, y de forma especial y específica en Asturias, siguiendo senda trazada por el comandante Gaspar García Laviana: centenares de “brigadistas” llegaron en aquella década para tratar de “hacer algo” que acompañara la desproporción bestial con el yanqui Reagan enviando destrucción y muerte por todos los rincones. (Posteriormente se sabría del asunto Irán-Contras, y del uso de cargamentos de drogas para pagar a la contrarrevolución).
Una miaja de aquellas colaboraciones tuvo ocurrencia en Jalapa, donde centenares de muchachas y muchachos se envalentonaron para crear un instituto agropecuario, y de resultas de ello, hace 35 años, el que suscribe (convertido de minero en profe agrario) fue honrado como padrino de la primera promoción de técnicos agropecuarios.
Esa celebración no se quedaría solo en Nicaragua: aquella primavera del 87 sería también tiempo para una pasadita por territorios hondureños (desde cuya parte sur se atrincheraban, entrenaban, atacaban y volvían a refugiarse los llamados “contras”). En el norte hondureño en paralelo otros acontecimientos estaban en auge, varios campos de refugiados (San Antonio, Colomoncagua, Mesa Grande) albergaban muchas personas que huían de la guerra en El Salvador, mientras se formaban en oficios para el futuro regreso, incluso antes de que la guerra terminara (1992-Acuerdos de Chapultepec), como ocurrió con quienes fundaron la comunidad Segundo Montes (tomando el nombre de uno de los jesuitas asesinados en la UCA), (e incluso, en 1991, el grupo musical de aquella comunidad de retorno, visitaría Asturias dando memorables conciertos en varios concejos.)
De lo acontecido en aquel abril de hace 35 años dimos ligera cuenta diez años atrás, cuando volvimos a Jalapa para participar en los primeros 25 años de la promoción citada de técnicos agrícolas, y repasamos los enormes cambios en las vidas de quienes fueron estudiantes abanderados en medio de la guerra.
No hay documentación suficiente, ni condiciones para averiguar, qué ha sido en este tiempo de represiones internas de las muchachas y muchachos que pasaron por el agropecuario de Jalapa. Cuántas personas de aquellas hornadas de estudiantes-trabajadores siguen siendo técnicos agrícolas en su profesión, cuántos se fueron de ilegales a EEUU, cuántos se hicieron empresarios del tabaco, profes de instituto, investigadores agrícolas, o gestores de las fincas de sus familias.
Lamentablemente sí hemos tenido que recibir noticias de algunos familiares, hijas, sobrinos, a los que la larga mano del sectarismo Ortega-Murillo les ha llegado de cerca y han tenido que huir al extranjero, esconderse como en las peores épocas del somocismo, o dejar de aspirar a una vida sencilla en las hermosas tierras rebeldes de Jalapa y Las Segovias, allá donde un general de hombres libres, minero y campesino, dejó una herencia imperecedera de dignidad y soberanía que, por ahora, es traicionado desde un gobierno decrépito y esperpéntico que, en otro abril como el presente, acentúa grilletes a los presos, asedia sin descanso a las pocas viviendas de activistas sociales que no han podido salir del país por su edad avanzada, y coloca en manos de sus parientes las empresas de información que han usurpado el derecho a comunicar, una vez cerrados, desmantelados y robados los medios que osaron contar los hechos de la represión.
Otro general, Hugo Torres, “se le ha muerto” a Ortega-Murillo en prisión, y su memoria no parará de exigir justicia. El general había sido guerrillero sandinista, y contribuyó a sacar de la cárcel somocista a Ortega y otros presos políticos, jugándose la vida. Una vida que ha perdido ahora a manos de un traidorzuelo sin escrúpulos.