Las necesidades de las mujeres rurales de hoy, a debate en las I Jornadas Nía

Una mesa reivindicativa de espacios de cuidados, de escucha activa, de tejer redes es lo que se encontraron las personas que asistieron al encuentro ‘Feminismo rural’ dentro de las I Jornadas Nía, que tuvo en este caso concreto como sede el auditorio de Tapia.

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Elena Plaza
Elena Plaza
Periodista, formadora en género, contadora de historias y enredada entre ruralidades. En mi haber cuento experiencias maravillosas como Atlántica XXII o Rural Experimenta.

Los primeros compases ya marcaban el baile. La moderadora, Encarna Lago González, gerente de la Rede de Museos de Lugo, traía consigo una garrocha, la raíz de una uz (brezo) y un mantelo del traje tradicional gallego como símbolo de la importancia de la tradición, de la raíz de las cosas, que responde a los paraqués de hacer algo. Un gestión de los feminismos, de los haceres desde esa raíz y no desde las posiciones de “cosmética y neoliberales. La verdad es que soy radical porque provengo de esta raíz, nunca fui moderada”.

Lago abundó en la importancia de “incorporar las micromiradas. Las mujeres abandonaban estos territorios porque no se las cuidaba. Y hoy se sigue sin mirar a estos espacios”, como fueron señalando las participantes de la mesa.

Lola Cancio, de Igualdad a Bordo y una de las promotoras de las I Jornadas Nía, señaló la necesidad de “construir un espacio en el Eo-Navia amplio, con perspectiva de futuro, que parte de la necesidad de visibilizar a las mujeres y su trabajo con esa apuesta de futuro. Cuando hablamos de tradición no queremos quedarnos solo ahí”. En un repaso de lo que necesitan las mujeres de lo rural se encuentra, al igual que para las de la ciudad, la independencia: económica, social, laboral…

Lola Cancio, ponente y organizadora de las Jornadas Nía. Foto: David Aguilar Sánchez.

“Tradición sí, pero con una visión transformadora más allá de un proyecto. Hay tantas experiencias en el territorio que merecen ser contadas” y, como contribución, la organización de estas jornadas con esa pretensión de ir más allá en el largo plazo.

Incidió en la necesidad de construir desde un espacio de cuidados y criticó la mitificación de las mujeres rurales: “cuando se dice que había matriarcado en el rural… realmente no lo había. El poder económico era del varón, y los cuidados eran de ellas por dejación del varón”.

El historiador y músico, también bualés como Cancio, Andrés Rodrígues, apuntó hacia el choque de perspectiva entre lo que “se transmite desde casa con lo que se enseña en el mundo académico y normativo”. El trabajo antropológico, aquel que se desarrolla tomando testimonio a las gentes que pueblan este territorio, “permite ver las disidencias de género en el mundo rural y plantearnos con perspectiva de futuro”.

Señaló varios puntos, el primero de ellos relacionado con la feminidad o la disidencia de género, “que también tiene que ver con la despoblación y la falta de escucha a estas personas. A escuita é política“. La problemática tanto de las mujeres como de las personas homosexuales o binarias tiene que ver con “la clase, la falta de solvencia económica, el colonialismo urbano sobre lo rural, la raza”.

Andrés Rodrígues durante su intervención. Foto: David Aguilar Sánchez.

Rodrígues también volvió la mirada hacia el matriarcado, “un discurso trasnochado que intenta, de forma negativa, mostrar que las mujeres tenían el poder dentro de la casa. Pero hay otros elementos que permiten verla esencia de la mujer en este territorio, como el derecho participativo que tenían en la celebración de conceyos en el siglo XVII. Y hasta ahí, que es cuando los liberales eliminan a las mujeres de la toma de decisiones y del discurso”. También tiene que ver con los modelos construidos sobre la sexualidad y el deseo sexual. Y afirmó que “la disidencia no existía en el mundo rural porque se les apartaba desde el principio y se desplazaban desde muy jóvenes a las ciudades, sobre todo a Barcelona”.

Lareira Social es un proyecto que trabaja con mujeres diversas en el medio rural, sin o con diagnóstico, locas, con discapacidad, diversas, raras o “como cada una nos queramos nombrar”, señala Karina Rocha, una de sus dos integrantes. En común para todas ellas el sufrimiento o malestar psicosocial. “Son mujeres rotas, zurcidas a mano, expulsadas de sus casas, de sus tierras, de sus cuerpos”.

Rocha pone el acento en que las localidades de menos de 10.000 habitantes registran un mayor número de suicidios y donde las mujeres registran la mayor parte de los intentos. “Empecemos a hablar de algo tan duro como el suicidio”, reivindican desde Lareira. “Todas estas mujeres de las que hablamos son las mayores cuidadoras en el rural, pero fijémonos también que no solo lo urbano es innovador”. Según señaló Karina Rocha, “mostrar nuestras vulnerabilidades nos ayudar a encontrar soluciones”.

Karina Rocha, de Lareira Social, en primer plano. Foto: David Aguilar Sánchez.

“El rural está despoblado, envejecido y lleno de hombres, pero también mujeres jóvenes, diversas. Hay, también, un problema de fijación de población, no solo de despoblamiento”, y en esta parte de la importancia de la fijación habla de la necesidad de servicios específicos y especializados en el rural.

“La clave está en crear una comunidad de aprendizajes, de saberes… en horizontal. Hemos cedido tanta participación a los ayuntamientos y otras entidades que ahora queremos recuperarlo”, concluyó Rocha.

Completaba la mesa Susana Hevia, directora del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, que señaló que muchos de los movimientos existentes en estos territorios vienen de la mano de mujeres que vienen de fuera o mujeres retornadas. Habló de las mujeres como parte del patrimonio inmaterial, “una contradicción en sí misma en este juego de palabras” al ser portadoras de saberes, “pero los museos no dejan de invisibilizarlas. Un museo fracasa si no es capaz de mostrar esto”.

La directora del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. Foto: David Aguilar Sánchez.

“La idea de museo vivo que tenía Pepe el Ferreiro no evita que las mujeres sigan siendo invisibles. Trabajamos con colecciones materiales porque tienen un soporte material, aunque sea transmisión oral. Y tiene que seguir siendo así, pero tenemos que encontrar la forma para que se las visibilice y también a los niños y niñas y los ancianos, sino acabamos fosilizando lo que queremos que sea presente”, abundó Hevia.

Y puso sobre la mesa que muchas mujeres son “utilizadas para que depositen sus conocimientos, pero hay que trabajar para que esa comunicación tenga un feedback“. Porque, incidió la directora del Etnográfico grandalés, se corre el riesgo de que estos museos “acaben siendo arqueológicos por la ruptura generacional tan grande que existe: llevamos a la portadora del conocimiento, pero no a sus hijas o nietas, y es cuando se queda dentro del museo”.

De ahí la importancia de generar espacios intergeneracionales y de su dificultad. Y lanzó la pregunta, o reflexión, sobre “qué es ser mujer rural hoy”, poniendo el foco en las que aún son más invisibles: “las migrantes que cuidan de nuestros mayores pero con las que no compartimos. Y al final todas y todos nos movemos en compartimentos estancos”.

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