La bandera de la Xunta Nacionalista Asturiana, pequeño partido fundado en 1986, era un fondo azul cielo y un trisquel amarillo cuyos brazos se prolongaban hasta alcanzar los bordes del rectángulo. Venían a remedar de esa manera tres ríos meándricos que confluían. Nos cuenta José Suárez Arias-Cachero, «Felechosa» (Felechosa, 1962), uno de sus fundadores, que al partido lo llamaron Xunta, porque la cosa iba de «xuntar»; de concentrar a todo el asturianismo político en una sola organización, aunque, para entonces, ya existía el Partíu Asturianista de Xuan Xosé Sánchez Vicente, fundado en 1985. Con él se coaligarán más tarde, pero de ese matrimonio será rápido el divorcio, y tumultuoso. A las aguas del nacionalismo asturiano siempre les costó confluir. Evoca Felechosa aquella coalición frustrada en esta conversación en que repasamos su vida, en una cafetería debajo del coworking de Oviedo en el que trabaja. Recién prejubilado, es empresario y consultor estratégico. Se cuenta entre quienes, partiendo de una militancia juvenil en la extrema izquierda, fueron transitando hacia la derecha, y formaron parte del contingente de asturianistas que acudió a la llamada de Francisco Álvarez-Cascos —a quien después se movilizarían para defenestrar— para fundar Foro Asturias. Antes, Felechosa también fue brevemente concejal de Cultura del Oviedo de un Gabino de Lorenzo al que hoy describe como un «populista iliberal». Por todo ello preguntamos a Felechosa y por alguna cosa más, como los dos primeros tintines traducidos al asturiano, empresa que llevó su sello.
José: naces en 1962, en Felechosa, pueblo por cuyo nombre se te conocerá.
Nazco en Felechosa, y en medio de un estado de excepción.
La Güelgona.
Eso es.
¿Se vivió intensamente también en el Alto Ayer?
Bueno, Felechosa es cuenca minera, y la única vía de acceso a todo pasaba por Morea y por Mieres. El momento era evidentemente muy duro. No quiero decir con eso que me haya condicionado en nada, pero me parece que hay veces en que eso se olvida, y creo que ese olvido tiene mucho que ver con la mirada de Asturias que tenemos los asturianos. Yo nazco en medio de un estado de excepción, y ese estado de excepción se debe a que había asturianos que se estaban enfrentando a una dictadura con los pocos medios que tenían. Hace unos años descubrí que, mientras en Asturias había ese estado de excepción, Franco estaba de visita oficial en Girona; y hay fotos, que se pueden ver en Internet, de cómo le reciben multitudes con pancartas que decían «visca Espanya, arriba Cataluña». Ahora, uno tiene que soportar a veces que le cuenten sobre el presunto gran ejemplo de la lucha catalana, cuando, mientras aquí estábamos en estado de excepción, allí recibían a Franco en catalán. Eso, a mí, me da mucho que pensar sobre dos cosas: una, el complejo de inferioridad que tenemos como asturianos; y otra, la incapacidad que tenemos de convertir cuestiones relevantes de nuestra historia, incluso de nuestra historia reciente, en memoria histórica y en un activo para nosotros. Pasa lo mismo con el bombardeo de Gernika y el de Cangues d’Onís durante la guerra civil.
La fuerza del relato.
A eso me refiero. Resulta que nosotros tuvimos un relato de lucha democrática, pero sobre todo de insumisión, frente a situaciones difíciles; pero ese relato, hoy lo capitalizan los pijos de la burguesía catalana, que, en aquel momento, ya no es que no fueran solidarios con el estado de excepción en Asturias: es que recibían al dictador. Con sus matices, ya lo sé. Pero sucede eso.
Pero también había la Cataluña del Vázquez Montalbán que era detenido por cantar el Asturias, patria querida, convertido en un himno revolucionario en el contexto de aquellas huelgas que habían convertido a Asturias en «lumbre» de la lucha antifranquista española.
Sí, pero me refiero al relato de hoy, no al de los años ochenta, y a cómo los asturianos, o algunos asturianos, lo compran sin ningún tipo de filtro.
¿Cómo era Felechosa en 1962? ¿A qué se dedicaba tu familia? ¿Cómo fue tu infancia?
Vengo de una familia de comerciantes, tanto por parte de padre como de madre. ¿La Felechosa de 1962? Pues mira, mi padre era contratista e hizo la traída de aguas de Felechosa cuando yo tenía siete u ocho años. Eso ya indica algo.
Del atraso que había, quieres decir.
Sí. El famoso antropólogo James W. Fernández McClintock estuvo aquellos años haciendo trabajo de campo en Felechosa y los guajes de él estudiaban con nosotros en la escuela; y antes de eso había estado estudiando a los fang en Camerún y la Guinea española. ¿Qué quieres que te diga? El atraso, luego, incluía que no había unas opciones muy fáciles de escolarización a partir de la educación primaria, y, por eso, muchos guajes de mi generación en el Altu Ayer estudiamos en colegios fuera. A mí me tocaron los combonianos en Palencia. Esa situación nos permitió darnos cuenta de la diferencia nuestra, idiomática sobre todo. Hablábamos asturiano e íbamos a un colegio en el que nuestros compañeros eran castellanos. Yo estoy allí cuatro años, y vuelvo del colegio al instituto de Morea en septiembre del setenta y seis. Me topo con un momento álgido de la transición democrática, con mucha conflictividad.

¿Tomas conciencia política allí?
Sí. Acabé siendo representante de los estudiantes durante prácticamente los cuatro años que estuve allí. En la fase final, se dio la circunstancia de que coincidí como representante de los alumnos con Enrique Sostres, el que luego fue diputado nacional de Foro Asturias, como director. Pero en el setenta y siete, en el instituto de Morea estaba un grupo de profesores que en aquel momento eran el liderazgo de la extrema izquierda asturiana. Estaba Cheni Uría, que lideraba el MCA; estaba Alfredo, que lideraba el PTE; estaba otro que se llamaba Casimiro, que era de la ORT… Nunca me paré a pensar por qué estaban allí, pero no creo que fuera por casualidad. O había alguna indicación de la Delegación de Educación de ir arrinconándolos allí o a lo mejor ellos… No sé. Nunca se lo pregunté. Podría habérselo preguntado, por ejemplo, a Cheni Uría, con el que sigo en contacto. Bueno, había un ambiente y teníamos acceso a miradas que no eran las normales, ¿no? Yo me alineé con tesis cercanas al MCA, pero que maticé rápido, porque, en el año ochenta y tres, con prácticamente veinte años, salgo elegido concejal en Ayer. Salgo elegido en una circunstancia curiosa, porque mi padre también sale, por Alianza Popular.
Discutías con él en los plenos, ¿verdad?
Bueno, pero él me dio un ejemplo de tolerancia que no era lo que caracterizaba a la izquierda en aquel momento. Mi padre, entonces, era mucho más tolerante que yo.
Dices que matizaste rápido tus tesis alineadas con las del MCA al salir elegido concejal. ¿A qué te refieres?
Cuando tú empiezas en política municipal y tienes que escuchar a los paisanos, aterrizas la praxis cagando hostias. Siempre pongo el ejemplo de los hórreos. Yo, obviamente, defendía, y sigo defendiendo, la supervivencia del hórreo, pero cuando hablabas con los paisanos de aquella, al paisano a lo mejor el hórreo le ocupaba el único sitio en el que podía hacer una casa, o quería convertirlo en un garaje para el coche, y no entendía por qué tenía él que financiar la supervivencia del hórreo. Es un debate que sigue existiendo hoy con los lobos. «Oiga, muy bien, usté quier que los llobos anden perhí. Pero fáigalo de manera que nun sea yo’l paganu d’esa supervivencia coles mios vaques o les mios oveyes», ¿no? Ese tener que responder ante los electores, esa mirada que te veías obligado a tener de pragmatismo, de aterrizar las cosas, me ayudó mucho a no ser un radical desde muy pronto.
El nombre de aquella lista por la que serás concejal hasta 1995 era Candidatura Allerana Independiente.
Era equiparable, salvando distancias, o tenía una cierta similitud, con lo de la España Vaciada de hoy. Estaba muy centrada en el Altu Ayer, donde nos sentíamos abandonados por el propio concejo. Luego la candidatura evolucionó, y acabó siendo más representativa de todo el concejo, pero el origen era ese.
Me contabas antes que descubriste tu diferencia idiomática en Palencia, conviviendo con castellanoparlantes. ¿Cómo das el paso de esa conciencia de la diferencia a una conciencia militante; al «yo voy a militar en la defensa de esto»?
Date cuenta de que la variedad dialectal del Alto Ayer es potente. Se sigue hablando hoy, y se hablaba mucho más cuando yo era guaje.
Sí, es verdad. Hace unas pocas semanas, hice una excursión por aquella zona, saliendo justamente de Felechosa. Subimos a La Cabritera. Y en un momento dado nos encontramos con unos paisanos con los que nos paramos a charlar. Incluso a un amigo mío, filólogo asturiano, le sorprendió lo puro que era el registro: che vaqueira, etcétera.
Cuando yo era pequeño, si no pronunciabas la che vaqueira, por así decir, no eras buen felechosín. El asturiano se usaba como un elemento diferenciador; había un cierto orgullo de esa cuestión. Y cuando yo iba al instituto, ya había bibliografía: Lorenzo Rodríguez Castellano había hecho una monografía específica sobre el idioma nuestro. Tomar esa conciencia, para nosotros, era más fácil. Felechosa tiene dos académicos de la llingua: Pablo Texón y el exconsejero Genaro Alonso, y eso no es por casualidad. Yo me impliqué pronto con Conceyu Bable. Tengo todavía guardado por casa el carné mío, que es del setenta y ocho, cuando tenía dieciséis años. Me lo firmó Xosé Lluis Carmona, que luego fue presidente de la Cruz Roja de Xixón. En mi casa se leía prensa, y se leía Asturias Semanal. Mi güelu era un paisano que estaba suscrito a La Nueva España y al Abc; uno de aquellos paisanos de pueblo ilustrados, que leían. El Asturias Semanal estaba por casa, y las míticas hojas de Conceyu Bable me llamaron la atención desde muy pronto.
¿Tus padres eran franquistas?
Mi padre era un tipo de derechas, evidentemente, pero bueno: de una derecha ilustrada. Había estudiado en Madrid. Fue cofundador de la Asociación de Vecinos de Felechosa al final de la dictadura, y por esa razón luego fue concejal. No era un ultraderechista: era un paisano de derecha civilizada. Nunca tuvo ningún inconveniente con las posiciones políticas mías, y convivimos bien en casa mientras estuvimos en el Ayuntamiento en extremos políticos distintos. No era falangista, vamos a decir. Y mis abuelos tampoco se marcaron políticamente. Los había expropiado, eso sí se decía en casa, Rafael Fernández, en el famoso decreto contra los comerciantes del Consejo de Asturias de Belarmino Tomás. Y en casa de mi abuela paterna, durante la guerra, estuvo el comité republicano de abastos, que ocupó la casa para eso. A mi abuelo, El Rápido…
¿El Rápido era el mote de tu abuelo?
Era como lo llamaban, sí, porque tenía el autobús. Mis abuelos habían sido los dos emigrantes a América y habían vuelto. El padre de mi padre había ido a Estados Unidos y había vuelto, que es una cosa que nunca entenderé: ¿qué hace volviendo, en los años veinte, un paisano de Nueva York a Felechosa? Y mi abuelo materno había emigrado a Perú, Argentina y Brasil. Durante la guerra tuvo que esconderse, y luego asaltó su casa el maquis. Pero fíjate: el recuerdo que yo tengo de oír la movida del maquis en casa no era tanto una cuestión política como que aquella era una casa acomodada donde había cosas que llevarse. Lógicamente, el asalto causó un perjuicio muy grande, pero lo que yo recuerdo era que se equiparaba el ataque del maquis a la cobardía o la inoperancia de los que tenían que haber defendido la casa.

¿La Guardia Civil?
La Guardia Civil y los del régimen que tenían encomendada la seguridad en Felechosa, sí.
¿No había simpatía hacia el maquis, pero tampoco odio?
Exacto, eso es. Creo que eran más bien apolíticos, comerciantes apolíticos, obviamente con una visión liberal desde la perspectiva del mercado y ese tipo de cosas, pero nada más.
En la Universidad, estudias historia.
Estudio historia, sí.
¿Por qué? ¿Qué te atrajo de esa carrera concreta?
Estuve dudando entre estudiar derecho y geografía e historia, pero se lo cuento a veces a Enrique Sostres, que ahora somos muy amigos: él era un magnífico profesor de historia, y a mí me gustaba mucho su asignatura, para entender los contextos. El año pasado, hice un viaje en Vespa por el Danubio, y ahora estoy escribiendo un libro con reflexiones personales derivadas de que el año pasado cumplí sesenta y me prejubilé, pero también sobre Europa. Soy un europeísta convencido y un fan de todo lo que representó la koiné del Imperio austrohúngaro; todo lo que se derrumbó con los nazis. La historia me fascina, me fascinaba entonces, porque me permitía entender muchas cosas, situarlas en un marco de referencia. Hice la carrera encantado, aunque nunca trabajé de eso, porque hice lo que se llamaba entonces el CAP, había que dar clases de práctica en un instituto —que curiosamente a mí me tocó en el que había estudiado, en Moreda— y me convencí muy rápido de que lo mío no era ser profesor. Me bastaron media docena de clases para darme cuenta. Pero la carrera me valió mucho. La manera en que yo veo el mundo, la mirada que yo tengo hacia el mundo en general, no solamente desde el punto de vista político, está muy determinada por lo que hice en la carrera. Mi especialidad es la consultoría estratégica —y no es por nada, pero soy muy bueno en eso—, y no podría haber llegado a CEO de una consultora sin la capacidad de mirar y entender escenarios complejos que me facilitó mi formación en geografía e historia, ni sin mi experiencia como activista en la Universidad.
En tus tiempos universitarios, cofundas el Conceyu d’Estudiantes Nacionalistes.
Creamos el CEN, sí. Ahí estaba gente que son buenos amigos míos, como Ignaciu Llope, que le dieron mucha vida. Yo no tuve mucho protagonismo, porque no tenía tiempo para tenerlo. Era concejal, tenía ya una empresa —Embutidos del Alto Aller—, iba a clase y era representante universitario. Y salía de copas, y tenía moces. A veces lo pienso y me digo: ¿cómo nos daba tiempo a todo? Alguna de las cosas debí de hacerla muy mal, porque no podía concentrarme en cada una de ellas con la atención adecuada. Pero llevo algunas cosas muy a gala. Fui el primer claustral que habló en asturiano en la Universidad de Oviedo. Bueno, seguro que en el siglo XIX hablaban en asturiano en el claustro, pero el primero que lo hizo de una manera reivindicativa, o consciente, ¿no? También fui el primer concejal que hizo una moción en asturiano, y tengo la única empresa que tiene los estatutos en asturiano.
¿Cuál?
Una de las que tengo, que se dedica a un tema tecnológico.
En aquellos tiempos tuyos de representante estudiantil, se hicieron legendarias, me han contado, tus enganchadas dialécticas con un tal Pericles, del PCE.
Hostia, ¿te contaron eso? (risas). Me lo encontré hace poco, a Pericles. Hace un par de años, hice otro viaje en Vespa al románico palentino; y estaba en una de esas iglesias cuando, de repente, oigo detrás de mí: «¡No serás Felechosa?». En cuanto le oí el tono, me dije: «¡No puede ser! ¡Es Pericles!». Sí, eran muy famosas las agarradas aquellas. Pericles era un clásico del aparato del partido comunista, dos o tres años mayor que yo. Yo, como te dije, tenía aquella conexión con el MCA, que era un partido muy moderno en la estética, la manera de afrontar las cosas y demás. Al PCE lo veíamos como muy antiguo. En el año ochenta y uno, ochenta y dos, ya venía de los fracasos del setenta y siete y el setenta y nueve; en el ochenta y dos fue cuando acabó enterrándose. Pericles era un poco el último mohicano, en la Universidad, de algo que había sido muy potente. Tenía mucha incidencia gracias a que había profesores del partido comunista que todavía siguen ahí, es acojonante. Deben de estar de eméritos o algo así, que es una de esas cuestiones que hablan del inmovilismo de nuestra Universidad. Las conexiones de Pericles con ese profesorado le daban más impacto, pero impacto real con el alumnado tenía poco; ya estaba la cosa moviéndose en otra dirección.

En 1984, cofundas la Xunta pola Defensa de la Lengua Asturiana.
Participé en su creación, sí. Nacimos para defender la Academia de la Llingua, que se había creado un poco antes, en el ochenta y uno. Tenía yo diecinueve años; recuerdo el acto de creación de la Academia, en el salón de actos del Museo de Bellas Artes. Recuerdo que vinieron los de la academia vasca y demás. Sigo siendo miembro de la Xunta pola Defensa de la Llingua; sigo cotizando, aunque, a veces, discrepo de cómo plantean la reivindicación.
¿Qué valoración haces de la trayectoria de la propio Academia? Tiene sus críticos. ¿Tú eres uno de ellos?
Mira, precisamente este año en que la van a dar la Medalla de Oro de Asturias a García Arias es un buen momento, creo, para hacer un balance. Yo dije una vez que la intransigencia de García Arias es lo que hizo que podamos estar todavía hoy peleando por la oficialidad. Ese punto suyo de, diríamos en asturiano, neciura, de ser neciu, nos salvó; salvó lo salvable del asturiano. La neciura sumada a un trabajo científico impecable, reconocido fuera e ignorado dentro, como tantas cosas en Asturias. Tengo una sensación agridulce. Creo que, con respecto al idioma, hay mucho más consenso social del que hubo nunca. Curiosamente, alguna de las cosas que podrían haberlo enterrado, como las nuevas tecnologías, no solo no lo están haciendo, sino que yo creo que lo están ayudando. En los chats, en el típico whatsapp de amigos o familiares, el hablante de asturiano no se ve a sí mismo si escribe en castellano, y usa el asturiano.
Escribes, pero el registro es oral, y quieres escribir como hablas.
Claro. Entonces, te das cuenta de que el idioma está ahí, ¿no? Bueno, yo tengo la sensación de que la llingua está mucho mejor que cuando estábamos creando la Xunta pola Defensa de la Llingua. Tiene mayor reconocimiento, y eso se debe también a García Arias y a su neciura, por la que pagó un precio muy alto. La Medalla de Oro no paga lo que tuvo que pagar esti paisanu. Yo me cuento entre los necios; nunca replegué en el tema, ni como empresario, ni como concejal, y considero que esa posición, radical en el sentido de ir a la raíz, no de extremismo, fue fundamental para posibilitar que el idioma todavía pueda acogerse a la oficialidad como marco legal constitucional y garantizar su supervivencia. Pero, obviamente, el asturiano tiene menos hablantes de los que tenía en 1981.
Mencionabas cómo Internet no ha supuesto un perjuicio, sino una ayuda para las lenguas minorizadas. Yo leí hace poco una novela muy curiosa sobre la defensa de la lengua arrumana, un idioma sin Estado de los Balcanes, de raíz latina. Se habla en pequeñas bolsas de población diseminadas a todo lo largo de los Balcanes. En esa novela, se hace en un momento dado la reflexión de la utilidad que ha tenido YouTube para estas lenguas amenazadas. En todos los movimientos de reivindicación lingüística ha sido típico reclamar una televisión que emitiera en el idioma en cuestión. Con YouTube, no tienes que esperar a que te la concedan: tú mismo puedes montarla; tú mismo puedes proporcionar a la gente contenido atractivo en esa lengua.
Sí, sí, sí. Las nuevas tecnologías son una tabla de salvación brutal. ¿Cómo dices que se titula esa novela?
Si la adelfa sobrevive al invierno, de Stefan Popa.
Me la apunto.
En 1986, fundas un partido político: la Xunta Nacionalista Asturiana.
Sí. Van casi cuarenta años. Muchos de los que la montamos seguimos viéndonos en una tertulia que llamamos 25 de Mayu. Alguno ya murió. Por ejemplo, uno de los fundadores de la tertulia y de la Xunta fue Paco Mori, que murió hace cuatro o cinco años. Los que quedamos todavía estuvimos el viernes pasado comiendo en El Abrelatas, en Pola Siero. Nos vemos una vez al mes. ¿La Xunta? El nombre no era inocente. Lo que queríamos era xuntar; posibilitar que todo el asturianismo político fuera unido a las elecciones, tener presencia institucional. Habíamos apostado clarísimamente por que la única salida era la institucional, no la radical, en la calle. Éramos un grupo de gente con esa convicción.
Y ¿por qué no militar en el Partíu Asturianista, que ya existía desde 1985, y que tenía la misma pretensión de ser el partido-escoba de todo el asturianismo político?
El PAS tenía un problema, que era que Sánchez Vicente lo gobernaba todo, lo caciplaba todo. Tenía una camarilla muy pequeña y un plan muy concreto de cómo hacerlo. No querían, no buscaban, la participación de gente, ni sumar. Tenían una mirada más centrada en conectar con el electorado y administrar eso que en hacerlo a través de organización.
Dices que la tertulia de los antiguos miembros de la Xunta se llama 25 de mayu. Tú has reivindicado siempre el 25 de mayo de 1808 como Día de Asturias, frente al 8 de septiembre covadonguista; supongo que el nombre se debe a eso.
Tengo clarísima esa reivindicación. Pero el 25 de mayo no es incompatible con el 8 de septiembre. Podemos tener las dos celebraciones. Sin ir más lejos, Galicia tiene el Día de Santiago y tiene el Día das Letras Galegas, que es en mayo. Nosotros podríamos tener una fiesta en mayo y la de septiembre. Por un lado, el 25 de mayo, una cosa más civil, política, institucional, homenaje al movimiento de unos asturianos que en aquel momento estuvieron a la altura de su tiempo, que nos recuerda que fuimos un gran país, ahora en declive, pero un gran país. Y por otro, el 8 de septiembre, más popular. El 8 de septiembre tiene una componente obviamente religiosa, pero también una característica muy asturiana, que es que se celebra en prácticamente todas las parroquias de Asturias. En Felechosa, por ejemplo, tenemos la fiesta de la Virgen de la Antigua. En Ayer es Miravalles; en otros sitios, L’Acebu…

La Xunta, en 1989, se une a otro pequeño partido del nacionalismo asturiano de izquierdas fundado en 1982: el Ensame Nacionalista Astur (ENA). Conformáis Unidá Nacionalista Asturiana (UNA). El hecho de que os unierais habla de que erais organizaciones parecidas, pero ¿qué diferencias había entre las dos formaciones?
A ver, no éramos partidos con una entidad como para… Tú dices la palabra partido y puedes dar a pensar que había una organización y una identidad potentes y definidas, y no. En la Unidá Nacionalista igual llegamos a tener doscientos afiliados. Teníamos menos afiliados que la agrupación del PSOE de Sotrondio. Solo de la de Sotrondio, ¿eh?, no la de Samartín del Rei Aurelio. Antes de la fusión, los de la Xunta nos juntábamos en Xixón en el Trisquel y aquí en el Asturias o algún otro local. Cuando montamos la UNA, ya alquilamos un local en la calle Independencia, aquí en Uviéu, y otro en Xixón, en Ruiz Gómez; locales que en gran parte pagamos algunos de los que ya teníamos algún recurso. Pero no había una vida de partido propiamente dicha; nunca tuvimos un liberado ni nada de eso. ¿Diferencias? En la Xunta estábamos más enfocados a la participación institucional, con una onda de centroizquierda, y en el Ensame venían de una mirada más asimilada a los movimientos nacionalistas de izquierda del País Vasco y la Galicia de entonces. También había un tema urbano: unos tenían un poco más de presencia en Xixón, otros en Uviéu… Más allá de eso, éramos simplemente dos grupos de veinteañeros, con algún treintañero, a los que les unía la sensibilidad asturianista. En la UNA, convivimos gente que ya estábamos, como era mi caso, en el centroderecha, en posiciones centradas, con una mirada más liberal, y otros que eran netamente de izquierdas. De hecho, Unidá Nacionalista se definía a sí misma como «la única izquierda asturiana», pero yo era el secretario general y ya no era una persona de izquierda en ese momento.
Os presentáis como UNA a las europeas del ochenta y nueve, contigo de candidato. Obtenéis 13.165 votos, lo que no está nada mal. Luego, concurrís también a las generales. Y entonces se comienza a plantear una coalición con el PAS para las autonómicas y municipales del noventa y uno.
Conmigo de candidato número dos, sí.
La Coalición Asturiana PAS-UNA, que obtiene un escaño para Xuan Xosé Sánchez Vicente, pero cuya entente se rompe rápido. Yo he escuchado dos versiones de lo que sucedió. La primera es que había un pacto para que, de sacar un solo escaño, como así ocurrió, Sánchez Vicente lo ocupase durante los dos primeros años de la legislatura, y tú durante los dos últimos; pero que, a la hora de la verdad, el Roxu se hizo el sueco.
La ruptura fue mucho antes de los dos años. La historia es muy fácil. Nosotros, en la UNA, habíamos hecho la siguiente cuenta: Sánchez Vicente no iba a aceptar a nadie que no fuera él como candidato, a pesar de que en las generales del ochenta y nueve habíamos obtenido resultados igualmente desastrosos. A lo mejor uno sacó tres mil y el otro tres mil cien [fueron 3218 para UNA y 5414 para el PAS]. No había una razón objetiva por la que él tuviera que ser el número uno, pero sabíamos que esa era la única condición, y no nos importó aceptarla. Yo, secretario general de la UNA, dije: «No hay nada que discutir. Que sea el Roxu el candidato, y ya ponemos al nuestro de número dos». Al final fui yo. Pero nosotros hacíamos un cálculo que era el siguiente: solamente sacaríamos el escaño si conseguíamos también representación en Xixón, donde nosotros nos sentíamos más fuertes. Allí presentamos a Xosé Lluis Carmona, que también era una figura histórica de la reivindicación asturianista y la apuesta de UNA. La apuesta de UNA no era yo, que sabía que no iba a salir elegido diputado y que me presentaba de concejal en Ayer, donde sí sabía que iba a ser elegido. Era él.
Y al final, salió elegido Sánchez Vicente para la Junta, pero no Carmona en el Ayuntamiento de Gijón.
La UNA sacó mi concejalia —de hecho, Ayer fue el concejo de la circunscripción central en el que más porcentaje de voto sacó la coalición— y otro creo que en Cangas del Narcea, pero nos falló Xixón, sí. Quedamos a muy pocos votos. Fue el año en que se presentó el que había sido alcalde con el partido socialista.
José Manuel Palacio, que había fundado Unidad Gijonesa después de que el PSOE lo defenestrara para poner de candidato a Tini Areces.
Eso es. Pues bueno, es verdad que había un acuerdo de alternancia en el caso de que se sacara un solo escaño, pero, habiendo ese acuerdo, el problema no fue ese. Poco después de las elecciones —las elecciones fueron en mayo, ponte que la reunión fuera en julio—, nos reunimos con el Partíu Asturianista en la propia Junta y le propusimos fusionarnos. Les dijimos: oye, salió este diputado que es vuestro, nosotros tenemos unos concejales que son nuestros y en Xixón quedamos muy cerca y Carmona puede ser el concejal número 28, seguir interviniendo, teniendo voz y, si hacemos un buen trabajo institucional en el parlamento asturiano, si la gente ve que hay una forma distinta de hacer política, multiplicar el resultado en el noventa y cinco. Proponíamos que el partido fusionado se llamase Coalición Asturiana, e incluso estábamos dispuestos a que primero se llamara PAS-UNA y el apellido cayera paulatinamente.
Como cuando se fusionan dos bancos.
Exacto, una fase de aclimatación. Éramos pragmáticos, y el nombre de Partíu Asturianista no nos parecía mal. ¿Cuál fue el problema? Que en realidad el Roxu y el que fue concejal en Xixón, el cantautor esti raru…
Ja, ja. Carlos Rubiera.
Ese. Era evidente que no querían que ninguno de nosotros tuviera voz ni voto en los órganos de gestión del Partíu Asturianista. Hicieron un cálculo político muy pobre, de mirada corta, según el cual teniendo ellos el representante institucional iban a quedarse con la finca; un planteamiento excluyente que hizo que, en el noventa y cinco, solo saliera el Roxu otra vez, que no hubiera crecimiento, y que en el noventa y nueve se desapareciera. La historia es esa, y es la historia de Xuan Xosé Sánchez Vicente no siendo la persona más generosa del mundo, ni la más responsable, en aquel momento. Y consiguientemente, la de un baldón, un fracaso del asturianismo político desde el punto de vista institucional.

Te decía que conocía dos versiones de la historia. La otra la conozco por el propio Sánchez Vicente, a quien le hice otra de estas entrevistas largas hace años, para Asturias24. Me contaba que la UNA, en esa fusión que se planteaba, reclamaba cuotas de poder superiores a las que le correspondían por tamaño: un fifty-fifty que no se correspondía con la correlación 80-20 que el Roxu decía que existía entre las dos organizaciones. Sánchez Vicente me decía que estaban dispuestos a aceptar un 40-60, pero no ese 50-50.
Ni la correlación era ochenta-veinte, ni las conversaciones fueron así, ni exigíamos un fifty-fifty. Estoy dispuesto a comprar que ellos tuvieran veinte afiliados más, pero la cosa no era abrumadora. Lo único que nosotros pedíamos era que nos fusionáramos todos en un partido que tuviera organismos democráticos y cada uno estuviera donde le correspondiera. Pero ellos tenían el diputado, tenían los recursos que proporcionaba el parlamento y decidieron que no les interesaba integrarnos. Como se dice ahora, no eran inclusivos. No les dio la gana.
La UNA desaparece poco después.
Todo aquello fue un mazazo para nosotros, porque no estábamos en condiciones de enfrentarnos al Partíu Asturianista. Éramos, como te dije, veinteañeros, treintañeros, que nos dedicábamos a esto en nuestro tiempo libre. Yo me aparté de la política durante muchos años, y otros también. Lo lamentable es que ellos no supieran seguir adelante. Si el Partíu Asturianista hubiera tenido una apertura de miras y hubiera integrado, hoy tendríamos un partido como Coalición Canaria o como los partidos autonomistas serios que hay en otras comunidades autónomas españolas. De hecho, en aquellas conversaciones, participamos gente que hoy estamos en Foro Asturias: José Rogelio Álvarez Hevia, que hoy es miembro de la Comisión Directiva de Foro; Xicu Díaz Yepes… Carmona también andaba por ahí; éramos los que teníamos la interlocución con el Roxu y con Rubiera.
¿Qué tal ha sido vuestra relación después? Me refiero a Sánchez Vicente y a ti.
Nunca volví a hablar con él. Tampoco tuve oportunidad; no lo vi muchas veces. Pero no tengo ningún tipo de rencor. Pasaron ya muchos años. Yo reconozco que es un gran escritor y una persona que hizo mucho por el asturiano, con una mirada muy propia sobre la realidad asturiana.
Realmente, su ideología es parecida a la tuya: un centro, centro-derecha, liberal, simpatizante del papel de la empresa, etcétera.
Sí, pero las cuestiones, en política, no se demuestran solo por la mirada, sino también por la práctica, por los equipos que haces, por la gente a la que consigues incluir o sumar. Y yo, a Sánchez Vicente, lo que le reconozco en el ámbito literario no se lo puedo reconocer por ese lado político.
¿Qué te pareció la Ley de Uso? Elogiabas antes la neciura de García Arias, que siempre la consideró una intolerable claudicación.
Nunca se aplicó, eso para empezar. Y evidentemente, no fue un gran avance, porque no te protege. No protege el meollo de la cuestión, que es el tema del derecho.
Sánchez Vicente, que suele criticar lo que llama la «oficialidad milagrera», la idea de que la oficialidad resolvería mágicamente los problemas del asturiano, dice que la ley de Uso, conquista de aquel PAS que era el único apoyo del Sergio Marqués presidente, pero repudiado por su propio partido, el PP, era lo único que se podía hacer, y que mejor eso que nada.
Probablemente fuera lo único que se podía hacer en aquel momento, con la correlación de fuerzas que había, pero ni se aplicó, ni fue un gran avance para nadie.
Una cosa muy poco conocida de tu trayectoria es que también militaste en el Partido Radical Italiano.
Esa sí fue una experiencia que me marcó. En 1988 participé en el congreso del PR, que se estaba abriendo a ser un partido europeo y transnacional, y fui elegido como uno de los primeros no italianos miembros de su dirección. Tuve la fortuna de trabajar al lado de Emma Bonino y Marco Panella y aprender la importancia de proteger con leyes a las minorías y a los derechos civiles, cosa que todavía no conseguimos para la minoría de falantes de asturianu. También cómo la democracia y la libertad no siempre van de la mano: mira la deriva populista en la que estamos.

En 1993, cofundas la Lliga Asturiana, un partido de vida efímera.
Participé en ello con otra gente, sí, pero tuve poco papel. La Lliga la monta un grupo de gente que se había aproximado al asturianismo sin venir de él: Juan Vega, Plácido Arango, Chema Fernández y algún otro. Entre ellos y los asturianistas rebotados de la historia de la Coalición Asturiana se montó ese partido cuyo nombre venía de la Liga Norte de Italia. Tenía esa conexión. Pero fue un proyecto fallido, y en el que yo no tuve protagonismo.
Gente que es la que lustros más tarde recalará en Foro.
Sí, sí, bastante de esa gente luego recala en Foro.
Vamos un poco atrás en el tiempo. En 1987, habías cofundado FonoAstur con Chus Pedro y Lisardo Lombardía. Y por esas fechas, también la editorial Aína, que tradujo los primeros tebeos de Tintín al asturiano: Stock de cok y La islla prieta.
Como empresario empecé antes. Yo monté la primera fábrica de embutidos de corte natural —o sea, sin componentes químicos— en Asturias: Embutidos del Alto Aller, que sigue existiendo, aunque ya no es mía, porque la vendí. Me considero un pionero. La montamos en un pueblo remoto, como era Casomera, y fue una fábrica exitosa que llenó un nicho de mercado en el que luego aparecieron muchas más. Con los resultados de Embutidos del Alto Aller, decidí montar FonoAstur y Aína. La motivación no era ganar dinero, sino intervenir en el ámbito cultural asturiano. FonoAstur aguantó bien el tirón, pero en Aína hice muy poco. Saqué los tintines aquellos, que se presentaron en el año ochenta y seis; algún libro de poesía en asturiano y algunas traducciones, pero la vendí rápidamente. No tenía el expertise para el negocio.
¿Cómo se gestaron las traducciones de esos tintines? Tú eras tintinófilo, ¿verdad?
Soy tintinófilo, sí, sí. Me los regalaban mis padrinos de guaje, y, como decía Rilke, la infancia es la verdadera patria de uno. Yo vislumbré el mundo desde Felechosa con aquellos tintines, y todavía hoy sigo descubriendo cosas alucinantes en ellos. Me siento muy orgulloso de haber sido capaz de editarlos en asturiano con veintitrés años. Me da hasta vértigo cuando lo miro en la distancia. Lo hice a riesgo, y con mi dinero, que conste.

Y ¿por qué esos dos? ¿Eran tus preferidos?
No, no, para nada. Yo, cuando decidí traducir Tintín, fui a Barcelona a entrevistarme con la gente de editorial Juventud, que tenía los derechos para España en aquel momento. Editaba los tintines en catalán, castellano, vasco y gallego. Y los dos títulos siguientes que iban a sacar eran esos dos, no sé si uno en castellano y el otro en catalán. Date cuenta de que, en el año ochenta y seis, la impresión no era digital. Era mucho más barato aprovechar las planchas de esos dos que ellos iban a sacar, cambiando simplemente los bocadillos con los diálogos, que generar planchas nuevas para traducir otros títulos. Así que fueron esos dos. Y a ver. ¿Se vendieron? Sí. Pero no cubrí la inversión, de hecho perdí algo de dinero; no mucho, pero algo. No era mi negocio y no lo supe hacer bien; no tenía la experienciay cometí algún error. De hecho, cuando lo dejé le cedí los trastos a Xicu, que era el dueño de Alborá Llibros. Luego ellos sacaron Astérix y cosas de ese tipo.
Aquellos tintines acabaron convirtiéndose en ejemplares muy codiciados por los coleccionistas.
Llegué a ver subastas en las que el ejemplar rondaba los mil euros, sí.
Nuevos tintines, han tardado mucho en salir. Están saliendo ahora, traducidos por Zephyrum.
De la manera en que lo hice yo, no salieron más. Ahora están saliendo unas ediciones muy guapas, muy cuidadas, más fáciles también por la digitalización, sí. Yo, después de eso, empecé a poner el foco en montar una embotelladora de agua en Felechosa.
Agua de Cuevas.
La aventura de Agua de Cuevas, sí. Aquella embotelladora se hizo muy grande, no tenía músculo financiero para aguantar y la vendimos a Central Lechera Asturiana en el noventa y cinco, que es el año en el que entro en una consultora norteamericana, Ernst & Young. Inicio mi carrera de consultor. Estuve varios años en América, yendo y viniendo, porque tuve hijos y preferí que la familia estuviera aquí, pero bueno, desenganchado de la vida y la política de aquí. Volví ya en el siglo XXI, en 2002. En Ernst & Young, por cierto, conocí a Valdano, con quien sigo conectado, y de quien también aprendí muchas de las cosas que me permitieron crecer en la vida; cosas que tienen que ver con el liderazgo, el equipo y los códigos. De lo que no fui capaz de aprender nada fue de fútbol.
Por esos años apoyas a URAS, el partido fundado por Marqués tras su salida del PP.
Algunos de los que estábamos en Coalición Asturiana, cuando vino la crisis del Gobierno de Marqués, en la medida en que vimos que Marqués estaba defendiéndose de una intromisión de Madrid, que estaba defendiendo la institución y la autonomía, nos prestamos a echarle una mano, sí. Yo no participé en nada relevante porque estaba viviendo en México, pero Xicu Díaz Yepes fue concejal en Villaviciosa. Al final también pasó lo que pasó, con aquella coalición URAS-PAS.
En 2004, impulsas la asociación Oficialidá, junto con Chus Pedro y otros.
Hicimos aquella asociación, sí, pero bueno: luego hubo otros, como Iniciativa pol Asturianu, que lo hicieron mucho mejor, y nosotros replegamos para no interferir. También soy miembro de Iniciativa pol Asturianu, por cierto.
En 2007, Gabino de Lorenzo te ofrece ir en las listas del PP para el Ayuntamiento de Oviedo. Aceptas y te conviertes en concejal de Cultura.
En aquel momento, Gabino estaba buscando a alguien que tuviera un perfil asturianista. El Partido Popular defendía la oficialidad en aquel momento.
¿La defendía abiertamente?
Lo puedes buscar en Internet. Hay declaraciones muy claras de Gabino después de ganar las elecciones municipales de 2007. Siempre cuento que la primera cosa que hicimos en campaña fue comprar cincuenta ejemplares del Diccionario de la Llingua Asturiana de la Academia.
Para regalar a empresarios de origen asturiano residentes en Madrid en una reunión que tuvieron con Gabino, ¿verdad?
Para empresarios, medios de comunicación… Se los compramos a Alberto Polledo, que ya murió. Gabino fue a las elecciones generales de 2008 con un programa claro de resolver el tema, con un cierto sentido lingüístico y autonomista.
Y ¿se lo creía de verdad? ¿O era una cuestión de oportunismo, para atraer voto asturianista?
A ver, Gabino era —y es, porque vive todavía— muy peculiar. Era un animal político. Y era lo que hoy llamaríamos iliberal, en el sentido húngaro del término; una persona que se legitimaba en el impacto electoral que tenía, pero no practicaba la democracia interna. Yo recuerdo que en una ocasión, estando yo de concejal, hubo un congreso del Partido Popular de Oviedo en el que él fue elegido presidente, y ni se dignó a ir. Era un iliberal. Pero tenía olfato político y un proyecto de ciudad; proyecto que te puede gustar o no gustar, pero lo tenía, cosa que no puedes decir de los de ahora. También tenía un proyecto personal, ¿eh? No vamos a engañarnos. Un proyecto patrimonial, propio. Pero en aquel momento, era un verso libre dentro del Partido Popular, y conectaba con el tema muy fácilmente.
Hablaba asturiano, ¿no?
Lo hablaba bien, porque lo vivió, y veía la oportunidad que había en eso. Luego, el resultado electoral del 2008 no fue el que esperaba, y en la medida en que la oportunidad desapareció, el tema se fue enrareciendo. Pero ya digo: en aquel momento, en 2007, 2008, él defendía la oficialidad; hacía declaraciones serias al respecto, y las conversaciones que yo tuve con ellos iban en esa dirección. De hecho, yo fui también, mucho antes que los de Podemos, el primer concejal de Oviedo que juró el cargo en asturiano.
¿Cómo se acompasa el discurso regeneracionista del que siempre has hecho bandera con haber formado parte del equipo de un corrupto de la talla de Gabino de Lorenzo?
A mí, el propósito que me movió siempre en política, y cada vez más, es resolver el problema del asturiano. Y yo, en Gabino de Lorenzo, vi un paisano que gobernaba Oviedo, que tenía una presencia potente en el Partido Popular y que en ese momento era la opción por el asturiano frente a un partido socialista inmovilista en el tema. Habiendo visto lo que pasaba con el Partido Popular en Galicia, esa fue la razón por la que yo me sumé en 2007. No pensé en otros términos. Te podría contar una milonga, pero la razón fue esa: ver una posibilidad de avanzar en esta materia con uno de los dos grandes partidos. De hecho, tengo que reconocer que, hasta el momento en que rompí con Gabino —hasta que dimití, porque no acabé la legislatura—, no tuve ningún problema; hice lo que quise con el tema del asturiano. Se crearon los Premios Uviéu; se empezó a usar el asturiano con absoluta normalidad, por ejemplo en un ámbito tan curioso como la zarzuela, que los folletos eran bilingües, o en la información de los temas navideños…
¿Cómo era el día a día con Gabino, la relación cotidiana con él, cómo era el gabinismo desde dentro?
Bueno, yo estaba muy centrado en lo mío. Tenía bastantes responsabilidades, la más importante la de Cultura. Y tenía bastante margen de maniobra. Si tú le agarrabas el punto a Gabino, lo tenías.
¿Se le veía poco? Por los plenos no solía aparecer.
Bueno, pero en la gestión diaria sí que estaba presente. Como digo, era un iliberal. En el fondo, se hacía lo que él quería, pero él no ponía inconvenientes a lo que yo hacía. Gabino fue el primer populista. Practicaba el populismo, y en esa conexión suya populista con las masas, había un punto del tema asturiano que se le daba bien, que entendía bien. No hay otros políticos asturianos que lo hayan logrado hacer como él.
En 2010, te indispones contra el PP por defender que su candidato para las autonómicas de 2011 sea Francisco Álvarez-Cascos. Envías una carta a Rajoy, defendiendo esa candidatura.
Fue uno de los desencadenantes de la crisis. Era parte de una estrategia que montamos.
¿Qué ves en ese Cascos a cuyo nuevo partido, Foro Asturias, te vas después?
Creía en su capacidad. Era consciente de algo: de su autoritarismo.
¿Un poco como con Gabino?
Gabino no era autoritario; era otra cosa: como dije, un populista iliberal. Este era autoritario. Cascos venía precedido por tres famas: una, que era muy eficiente. Otra, que era muy asturiano. Y otra, que era muy mandón, muy autoritario. Pero en aquel momento todavía estábamos con la historia de que el Partido Popular tenía una mirada más asturiana que el partido socialista. Yo era de los que creía que Cascos podía convertirse en un Fraga asturiano; en alguien que, con niveles de eficiencia altos, pudiera poner Asturias en su sitio. Consciente del autoritarismo de él, pensaba que era un precio que se podía pagar. Sinceramente lo pensaba. Lo que no me imaginaba de ninguna de las maneras eran dos cosas. La primera, que él pudiera ser tan torpe. Como dice Enrique Sostres, que acuñó una frase muy buena, Cascos demostró ser buen capataz, pero no supo ser ranchero. Cuando consigue ganar las elecciones y gobernar, él entra a la microgestión, a mangonearlo todo, y acaba siendo un mal ranchero y también un pésimo capataz. No me imaginaba esa torpeza. Pero tampoco me imaginaba el nivel de deshonestidad y de corrupción que traería acompañado. Lo descubrí mucho más tarde, y no porque no me lo advirtieran, pero es como el mito de Casandra: te avisan y no lo crees.
¿Asumes alguna responsabilidad en ese año de gobierno de Cascos?
Acepté ser miembro del consejo de la TPA, y a partir de ahí ya fui teniendo enfrentamientos con él, porque yo era partidario de mantener la televisión, que él quería cerrar. Llegamos a tener algún enfrentamiento personal muy duro. Yo no estaba acostumbrado a que me dieran voces, nunca lo toleré. Un día me dio cuatro voces y tuve una conversación con él para decirle que no se lo iba a tolerar más. Me fui decepcionando y me aparté. Cuando él anticipa las elecciones y se renueva el consejo, yo mismo dije que no quería seguir. Continué militando, porque para mí era un partido asturianista, y pensaba que algún día se podría regenerar. Nunca pensé que yo fuera a ser parte de la regeneración, también te lo digo. En 2019, se me hace una invitación a participar en las elecciones. Cascos quería que yo fuera el candidato en Oviedo, y tuvimos unas conversaciones para ver cómo se hacía eso, en las que él no aceptó las condiciones que yo puse. A partir de ahí, empecé a ver cosas raras; empecé a conectar algunos puntos. Yo había ido estableciendo una relación de confianza con Carmen Moriyón, Enrique Lanza y Adrián Pumares, y en un momento dado vimos que el gran obstáculo para que Foro fuera lo que tenía que ser eran este paisano y sus prácticas. De ahí es de donde salió toda nuestra investigación, el encausamiento por el cual está imputado, su expulsión del partido y la renovación en la que estamos ahora.
¿Cuál era la sensibilidad de Cascos para con el asturiano?
A ver, él, en 2007, 2008, cuando yo entro en el Partido Popular, defendía lo mismo que Gabino, y acusaba al partido socialista de ser el que estaba obstaculizando el tema; y protagonizó acercamientos a personas del asturianismo político como Emilio Marcos o Xicu Yepes, con quienes tuvo conversaciones para hacer eso. La reversión de esas posturas se produce en el diecinueve, cuando altera el programa electoral del quince —que era favorable a la oficialidad— personalmente, sin pasar por ningún órgano del partido, en el contexto del tema de Cataluña. Al mismo tiempo, y como me recuerda a veces Moriyón, siento que nos utilizó a los asturianistas como a los demás, para revestir su propia ambición personal.
¿Qué te pareció la decisión del partido, en esta legislatura, de condicionar la oficialidad del asturiano a la derogación del impuesto de sucesiones?
Creo que hay que ver el contexto de otra manera. No hubo posibilidad real de reformar el Estatuto, ni de aprobar la oficialidad, porque el partido socialista nunca puso sobre la mesa nada más que un papel con once puntos que no se sostenían. Ni había anteproyecto de Estatuto, ni modelo de oficialidá. Eso quiero que quede claro. Nosotros, en Foro, cuando se hace ese planteamiento, defendemos que Asturias necesita muchas reformas. Necesita la reforma del Estatuto, necesita la reforma fiscal y necesita la reforma demográfica, y todas deberían afrontarse. Dentro de la del Estatuto, iba la de la oficialidad, y en la fórmula que propusimos había también consenso con la izquierda, consenso que dinamitó IU, o al menos una parte de IU, en el último minuto. La decisión respondió al consenso interno de Foro en ese momento.
¿Un equilibrio para tranquilizar a los antibablistas?
Bueno, no es equilibrio: oye, los partidos tienen vida interna, tienen órganos internos, y en ese momento, quien dinamitó la pequeña posibilidad que había fue Izquierda Unida, que se mostró absolutamente integrista en la cuestión impositiva, mientras el Gobierno del que forma parte en Madrid estaba empezando a valorar una armonización fiscal. Déjame decirte, además, que a mí, desde mi punto de vista liberal, lo que me preocupa del impuesto de sucesiones no es el propio impuesto de sucesiones, sino la discriminación fiscal que tiene Asturias debido al impuesto. Lo que vemos desde Foro, lo que veo yo como liberal, es un agravio comparativo: tú tienes que pagar el impuesto porque vives en Asturias, mientras que los vecinos no lo pagan. Que es equiparable a la discriminación lingüística que sufres si vives en Navia, pero no en Ribadeo.
Formas parte de Lliberales pola Oficialidá, un colectivo de personas de centro-derecha favorables al asturiano. ¿Cuál es el discurso liberal pro-oficialidad?
Que la oficialidad es un problema de derechos. La oficialidad no es una cuestión que se tuviera que votar. Responde a un derecho constitucional, que es el uso de tu lengua en cualquier circunstancia, que está contemplado en el artículo 3. El único mecanismo legal que existe para garantizar ese derecho en España es la oficialidad: no hay otro. No pedimos la oficialidad por capricho: la pedimos porque es el único mecanismo legal y constitucional para proteger el derecho a utilizar nuestra lengua. A veces nos dicen que los que defendemos o queremos usar el asturiano somos una minoría, y sí: lo somos. Pero somos una minoría más amplia que los trans, por ejemplo. Y nadie cuestiona los derechos de los trans. Es un ejemplo que a algunos les parece desafortunado, pero que es concreto y muy reciente. En Asturias hay ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y que vemos el derecho a usar la que consideramos nuestra lengua restringido. Y no nos vale la falacia de que nadie nos impide hablarlo. Si yo, por ejemplo, no puedo hacer un documento en una notaría, no puedo dirigirme al Registro Mercantil con mi sociedad, etcétera, en asturiano, se me está impidiendo utilizarlo. Luego, hay otras cuestiones: la lengua asturiana es una parte irrenunciable del patrimonio asturiano que no podemos perder. Pero en el caso concreto de los liberales, nuestro énfasis lo ponemos en los derechos civiles.
¿Qué respondes a ese derechista tipo que en la oficialidad del asturiano ve el camino indefectible de la batasunización y la ruptura de España?
Un problema que tenemos con la derecha asturiana es que es bastante inculta. No la derecha: sus representantes, sus portavoces. No son una derecha leída. Me decía una vez Amelia Valcárcel que el drama de Asturias es que la derecha asturiana nunca había destinado a los buenos a la política; que los destina a otras cosas: a la empresa o a otras cuestiones. Tiene algo de razón. ¡La reivindicación de la cultura y la lengua asturianas es una reivindicación histórica de la derecha asturiana! Quien reivindica el idioma en los siglos XIX y XX es la derecha que proviene del carlismo y de ámbitos conservadores. Incluso en la propia dictadura franquista, algunas partes de la derecha ilustrada que estaban refugiadas en el IDEA o en la Universidad defendían la pervivencia del asturiano y su normalización. Hay un timeline histórico que se rompe hace diez o quince años, en el siglo XXI, porque, como comenté, hasta Gabino, o Cascos, defendían la oficialidad. Incluso la ley de 1998 la hace el único gobierno de centroderecha de la autonomía asturiana en el siglo XX. Ese hilo se rompe porque acceden al liderazgo de la derecha indocumentados; gente que no tiene ni idea de quiénes representaron las ideas de centroderecha, liberales y constitucionalistas en Asturias en los últimos ciento cincuenta años. Jovellanos mismo era un defensor de la normalización del asturiano. El principal problema que tenemos es que es muy difícil convencer al que no te quiere escuchar. Otro factor curioso de la derecha asturiana de ahora en comparación con la del pasado es que la del pasado, si bien no era asturianista, era autónoma, en el sentido de que ejercía desde Asturias e influía en Madrid desde aquí. La de ahora es una derecha sumisa a los dictados de Madrid, hasta el punto de que las dos principales figuras de la derecha en las elecciones de mayo, que son Canteli y Canga, los nombran desde Génova, desde Madrid. Eso es insólito. Hasta el propio Partido Popular, en su momento, tenía a Cascos, que influía en Madrid desde aquí. Y si te vas más atrás, te encuentras al Partido Reformista, que era la derecha ilustrada de la Restauración y de la República, y se gestionaba desde Gijón; o que en los partidos conservadores, Alejandro Mon, el marqués de Villaviciosa o Posada Herrera eran gente de la derecha española liberal y conservadora que influía en Madrid desde aquí. No eran lacayos de Madrid, como nos ocurre ahora. Hasta Torcuato Fernández-Miranda con el mítico Discurso de las nieblas reivindica una cierta manera de ser asturianos frente al mismo dictador. El drama es que los líderes de la derecha asturiana de hoy son analfabetos políticos que ni saben quién fue Mon, ni Melquíades, ni Torcuato, ni oyeron hablar del Discurso de las nieblas, y eso les impide conectar con la memoria y con el relato histórico de la derecha liberal asturiana.
¿Se puede decir que, a lo largo de tu vida, has pasado de soñar con una Herri Batasuna asturiana a soñar con un PNV?
Nooo, no, no. Yo no tuve nada que ver con Herri Batasuna, eso tengo que dejarlo claro. Jamás tuve nada que ver con eso. Yo, en el ochenta y seis, ya estoy participando, invitado por el PNV, en la toma de posesión del lehendakari Ardanza, en representación de los nacionalistas asturianos.
¿Ya entonces el PNV era el modelo?
A ver, cuando alguien de la clase media asturiana, algún profesional liberal, algún pequeño empresario, te dice hoy que lo que necesitamos es «un PNV a la asturiana», ¿qué entiendo yo? Entiendo que quieren un partido que no tenga el complejo de identidad que es típico en Asturias, y que con el a la asturiana se refieren a que no sea conflictivo, a que se parezca a ese asturiano que no tiene un conflicto entre sentirse asturiano y ser parte de España. La gente no te dice una Esquerra Republicana, ni un Partido Regionalista Cántabro: te dice un PNV, y cualquiera entiende perfectamente por qué. A mí, personalmente, sí: me gustaría que hubiera un PNV a la asturiana. Un partido que decida en Asturias, porque la clave es decidir aquí. Y hoy hay solo un partido que decida aquí, que es Foro Asturias. Otros partidos de la izquierda tuvieron la oportunidad, pero nunca se atrevieron. Izquierda Unida nunca se atrevió, pese a que, prácticamente, solo sobrevive en Asturias. No se atrevió a dar el paso de decidir aquí. En Podemos, presumen de asturianistas, pero recurren a Madrid para enfrentarse en sus rollos internos. Mi sueño es un partido transversal, liberal, progresista, que decida aquí y que ponga a Asturias primero. Si eso es un PNV a la asturiana, pues llamémoslo así.
¿Cuál te gustaría que fuera el encaje de Asturias en España? ¿El concierto vasconavarro, un pacto fiscal como el que pedía CiU en su día, un federalismo simétrico…?
Asturias tiene que estar al mismo nivel que los demás. Lo decimos en Foro muy claramente: ni más que nadie, ni menos que ninguno. El mismo nivel de autogobierno y las mismas oportunidades que cualquier otra comunidad histórica española. No podemos cerrar los ojos al hecho de que vamos a tener, en los próximos años, una reforma constitucional en España. Asturias debería empezar a mirar eso y a darse cuenta de que nos tenemos que proveer de los mayores elementos de defensa para que en esa reforma constitucional que vamos a tener no nos quedemos en Segunda División.
¿Cupo vasconavarro, pues?
No lo sé; no sé si la solución sería el cupo vasco o una equiparación entre todas las autonomías. No soy experto en eso; no sé decirte las implicaciones que pudiera tener la generalización del cupo vasco. Lo que sé es que, objetivamente, en Asturias pagamos más impuestos que otros, y eso es un elemento de distorsión para el crecimiento económico y demográfico de Asturias. Tiene que haber una mayor armonización fiscal.
Impartes conferencias sobre «capitalismo consciente desde una perspectiva histórica y moral». ¿Qué cuentas en ellas?
El capitalismo consciente es un movimiento global que defiende que la economía de mercado es el mejor elemento para crear riqueza y acabar con la desigualdad, y al mismo tiempo pone sobre la mesa que el único objetivo no puede ser generar el mayor valor para el accionista, sino que hay que tener en cuenta, como dicen los gringos, a todos los stakeholders de la operación. Las empresas van a ser mucho más rentables en el largo plazo si consideran los intereses de la sociedad en la que viven, de los trabajadores, de los proveedores, de los clientes, de forma más armónica. Tuve la fortuna de trabajar y acabar mi carrera profesional dirigiendo una consultora en la que coincidí con gurús de la talla de Fred Kofman y Rajendra Sisodia, con los que aprendí cómo mirar de una forma diferente el cambio que es capaz de generar la libre empresa cuando tiene esa mirada sostenible e integradora. Haber vivido eso, viniendo de la Albania del Cantábrico, te cuento que es un cambio muy, muy grande y desafiante.
Te prejubilaste el año pasado.
Prejubilarse es una manera de contar que cedí el testigo a otro CEO y ahora trabajo menos horas, y puedo aportar en cosas que me apasionan, como el futuro de Asturias. Por cierto, yo dirigía la compañía desde Uviéu y mi sucesor desde Nueva York, que es una manera de demostrar que hoy podemos soñar con hacer cualquier cosa desde este país pequeño pero global que es Asturias. Yo, a diferencia de Xuan Cándano, creo que sí hay país.
Acabamos. Gracias por tu tiempo, José.
Muchas gracias a ti y a Nortes, que sois hoy una ventana imprescindible en Asturias para ver lo que otros no nos dejan ver.