“Me preocupa mucho la gente que utiliza el dolor como una medalla”

El escritor y guionista Roberto Enríquez, más conocido como Bob Pop, participa en el Festival de Cine LGTBI del Niemeyer.

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Jara Cosculluela
Jara Cosculluela
Licenciada en Humanidades, experta en género y activista feminista.

El escritor, colaborador de televisión, guionista y ahora actor Roberto Enríquez, aka Bob Pop, participa en la IV Edición del Festival de Cine LGTBI del Niemeyer, un evento que celebra su última jornada este fin de semana. Conversamos con él sobre su monólogo escénico, que tendrá lugar este sábado, pero, además, sobre lo divino y, sobre todo, sobre lo humano.

Vas al Festival de Cine LGTBI de Avilés con una triple misión, como jurado, como ponente y como dramaturgo, director y actor de tu espectáculo. ¿Es así tu vida en general? ¿Tiene que ver con tus talentos, tu currículm, tu profesión y tu forma de vida?

Fíjate que yo no lo había pensado así, pero sí, tiene que ver con todo esto que nombras, al final estoy trabajando con mi propio material en sectores muy distintos como en prensa, mis libros, la tele, el teatro, la serie… Claro, me apunto a un bombardeo. También es cierto que noto que cada vez me apetece más ir a eventos con gente, me refiero a eventos presenciales donde compartir porque yo, en realidad, cuando voy de ponente a donde me invitan voy sobre todo de oyente y de alumno, porque me gusta mucho compartir con gente cara a cara. Por esto, participar en el festival de Avilés me parece un planazo, yo voy a hacer mi monólogo y luego tendré una charla con el público, pero todas las actividades añadidas como la mesa redonda en la que participo y ser miembro del jurado me parecen una maravilla. 

Supongo que muchas veces se da la situación de estar invitado a un evento en el que participas en tu mesa, pero te pierdes el resto porque tienes que marchar rápidamente a otro lugar.

Bueno, yo siempre intento quedarme todo lo que puedo, porque es una muy buena ocasión para que pasen cosas; se intercambian conocimientos con otra gente que me interesa muchísimo. Y es que yo siempre que participo en festivales y en este tipo de eventos salgo enamoradísimo de la gente con la que he compartido el encuentro. Eso de ir, soltar el rollo y marcharte me parece espantoso, por lo que yo intento aprovecharlo al máximo, y más si me lo pagan. Quiero decir que, si me pagan el billete, el hotel y todo, pues hay que aprovecharlo. El día en el que tenga que pagar un hotel o un billete de avión por mi trabajo voy a poner el grito en el cielo o pensaré que España está carísima. La verdad es que hace no sé cuántos años que no me pago un hotel o un billete de avión, de lo que me siento súper privilegiado, pero, a la vez, absolutamente alejado de la realidad… Porque debería ser así para todos los profesionales.

En esta ocasión traes al festival de Avilés tu espectáculo “Los días ajenos”, que está creado a partir de tu libro homónimo que, en realidad, es un diario tuyo de diarios de otros. ¿Cómo podría definirse esta propuesta escénica?

Es una explicación de cómo las palabras ajenas nos conforman, sobre cómo, al final, somos simplemente el repositorio de todo lo que hemos vivido, leído, visto y escuchado y esto nos acababa conformando. Aunque, también, es un repaso, una explicación o un contexto de mis fracasos, mis intentos, mi infancia, mis referentes, mis reflexiones. Más que teatro, es un cabaret literario en todos los sentidos, además de algunas canciones maravillosas que he ido seleccionando… Propongo una experiencia, como si yo estuviera en mi casa contándole a la gente lo que he escrito, por qué lo he escrito, quién soy… Porque a la hora de contarse, ahora, con esto que ya es signo de los tiempos, de que ya no vendemos un producto cultural, sino que nos vendemos a nosotras y a nosotros como producto cultural, pues a mí me parece muy importante que me interpreten bien, que no me malinterpreten, de modo que este monólogo sobre todo va de que se sepa quién soy, desde dónde hablo, por qué digo lo que digo. Y, como en todo lo que hago, combino lo serio, lo reflexivo, el humor, la emoción y, sobre todo, la sinceridad, que, a día de hoy, me parece un regalo podérselo permitir.

Bob Pop. Foto: Mauricio Enriquez

Me interesa también el proceso de traducción de tu libro a la escena, a tu monólogo escénico, para el que contaste con la colaboración del director de teatro y dramaturgo Andrés Lima. ¿Cómo ocurrió esto?

Lima para mí para es un grande. La verdad es que fue una cosa bastante inconsciente por mi parte. Mira, yo tenía la idea de contar esos días ajenos, mi libro, necesitaba estructurarlos y contárselos al público porque había un punto en el que yo estaba cansado de escribir solo durante todo ese año. Y fue entonces cuando decidí irme un día al Teatro del Barrio, en Lavapiés, y hacer una prueba de cómo podría hacerlo, pero todavía sin guión y sin nada. Había estructurado un poco el monólogo con extractos de otros libros y de mi libro cuando lo vio Andrés y me dijo que se podía organizar mejor y yo pensé y le dije “pues nadie mejor que tú”. Tuve unas cuantas sesiones de curro con Andrés que fueron maravillosas porque en situaciones así es cuando descubres que alguien es bueno en algo, porque ves que tiene talento y tiene oficio y un modo de ver las cosas que me las devolvía de una manera que yo nunca las hubiera imaginado. Para mí este proceso fue absolutamente maravilloso. Arranqué el monólogo hace cuatro años, como un espectáculo muy pequeñito que, poco a poco, ha continuado y que va creciendo y creciendo y que, en todo caso, yo sigo disfrutando muchísimo, aunque yo creo que en algún momento, el año que viene quizá, lo tendré que matar y empezar con otro. No quiero empezar ser pesado y acabar como Lina Morgan en “Vaya par de gemelas”, yo no quiero hacer eso nunca (se ríe).

Digamos entonces que tú escribiste durante un año un diario matutino, basándote en la palabra de otros, a través de sus diarios, para poder explicarte a ti mismo y después, durante cuatro años, vas moviendo ese texto por sitios. ¿Cómo crece ese texto a lo largo del tiempo? ¿Cómo se transforma y va incluyendo lo nuevo?

Voy incorporando la vida que me pasa por encima o al lado. Hay una cosa también muy interesante que es que, claro, yo cuando empecé, hace cuatro años, podía leer los diarios, es decir, podía cogerlos con naturalidad y, poco a poco, el avance y la degeneración de mi enfermedad (esclerosis múltiple) va haciendo que cada vez sea un reto mayor, por ejemplo, este hecho de manipular los libros, que, como te digo, es algo que hago en escena. Personalmente, me interesa mucho comprender cómo esta situación forma parte de lo teatral, que mi propio cuerpo… Porque, claro, no pensamos nunca, tampoco yo mismo lo pensaba, en la escritura como un acto físico. Tanto la escritura como la lectura también son actos físicos y lo notas cuando tienes, como yo, algún problema de movilidad. Este elemento, claro, forma parte del propio espectáculo. A parte de todo esto, yo he ido quitando, añadiendo, probando cosas nuevas. Para mí, cada monólogo no solo es que sea diferente, sino que tengo ante mí todo un laboratorio de pruebas y eso me divierte muchísimo. Me encanta la reacción del público, me encanta analizar al público que tengo delante, ver cómo reacciona con según qué cosas, ver lo que quiere cada noche y poder dárselo, aunque también me gusta poder llevarlo a mi terreno y manipularlo. Sobre todo, para mí “Los días ajenos” es un el ejercicio de manipulación, y esto me gusta muchísimo… Pero manipulación buena, yo lo hago por vuestro bien…

“Los días ajenos es un el ejercicio de manipulación, y esto me gusta muchísimo… “

¿Por nuestro bien?

Por vuestro bien, el de las espectadoras y espectadores, claro, no por el bien de la sociedad, claro. 

El espectáculo escénico, en este sentido, tiene un objetivo completamente distinto al del libro, ¿no?

Claro, en el monólogo me expongo mucho, es una exposición mucho más clara y soy mucho más transparente, sobre todo conmigo mismo. También es un monólogo donde trato de explicar a quién me vea cómo los libros nos cambian la vida y como, al final, la palabra de los otros y las otras nos explica mucho mejor que las propias. En el arte, por ejemplo, en las artes plásticas, se ha utilizado el collage muchas veces, y yo echaba de menos el collage en la literatura, como formato literario. Me apetecía llevar el collage al teatro porque supone y permite una mezcla de las palabras ajenas, de mis palabras, de mis vivencias y de las músicas que me acompañaron. Es un poco un one-man-show ego-trip pero donde, al final, más que de mí mismo, le estoy hablando a la gente de ellas y de ellos mismos. 

Me interesa lo que acabas de decir, porque lo que llevas a escena en “Los días ajenos” está relacionado de algún modo con la mesa en la que participas este sábado en Avilés, titulada  “Identidades LGTBI en los medios de comunicación”, en la medida en la que en el espectáculo llevas a escena tu vida y las palabras de los otros por nuestro bien pero, en el fondo, también te cuentas tú a ti mismo para que no te malinterpreten, te haces cargo de tu voz y de tu autorrepresentación y, sin querer o queriendo, te acabas convirtiendo en referente para muchas de las personas que vayamos a verte o escucharte.

De hecho, así empieza mi monólogo, conmigo explicando por qué empiezo a escribir esos diarios. Y lo hago porque es un momento de mi vida en el que yo estoy buscando mi talento y mi identidad y, de pronto, me doy cuenta de que estoy tratando de identificar estas dos cuestiones: quién soy y qué sé hacer bien. Cuando comienzo escribir esta parte y, además, a preguntarme sobre el por qué estoy haciéndolo, en ese momento me veo yendo hacia mí como aquel niño marica que buscaba constantemente referentes y me doy cuenta de que los únicos referentes en medios y gente que se pareciera a mí y que tenía disponibles eran los del éxito. De lo que me doy cuenta en realidad es que esto es una especie de precio a pagar por ser distinto, y que yo lo interioricé tan bien que acabo entendiendo que para poder ser distinto hay que ser mejor porque, si no, no te lo van a perdonar. Y es ahí donde entra esta mezcla entre identidad y talento que creo que nos identifica mucho al colectivo LGTBI, esa obsesión por ocupar un lugar fuera de la media donde podamos estar más seguros y seguras y, al menos, sintamos que estamos pagando un precio a la sociedad por nuestra diferencia. De esto habla el monólogo, donde incluso yo refuto el por qué tiene que ser así. En resumen, cuando empiezo a escribir los diarios con cuarenta y tantos años me doy cuenta de que todo esto viene de una marca de niño marica y trato de tirar de ahí. Es el recorrido que hago en el monólogo, todo ello con mucha risa y pero también con un punto de reflexión y de autoconciencia. 

Bob Pop. Foto: Mauricio Enriquez

¿Y qué lugar ocupa la nostalgia en este proceso? O, de otro modo, ¿dejas lugar para la nostalgia? 

No, no. No hay ningún lugar para la nostalgia. La nostalgia me parece súper fascista. Yo vivo en un presente continuo y, de hecho, por eso me siento muy cómodo en el teatro, porque tiene ese elemento presente y efímero, sabes que eso que vas a hacer nunca se va a repetir, que va a ser siempre único y puede pasar cualquier cosa, y eso me gusta mucho. Pero no hay espacio para la nostalgia, todo lo contrario. Yo creo que, afortunadamente, hemos dejado atrás tiempos oscuros. Además, hay una cosa que quiero mencionar al respecto y que a mí me aterroriza, y es el hecho de que haya gente que use haber sufrido bullying como una especie de medalla o de diploma, una especie de “yo llegué hasta aquí gracias al bullying, que me hizo ser como soy”. Y no, no, a mí me hubiera encantado haber llegado a este o cualquier otro lugar ahorrándome ese dolor. Me preocupa mucho la gente que utiliza el dolor como una medalla porque lo equivoca todo.

Escuchándote ahora, estoy pensando que tirar de nostalgia al mirar atrás es un peligro que podemos correr todo el mundo, incluso mirando a antes de ayer, como un signo de los tiempos. Y, efectivamente, es una mirada muy torcida del pasado y de nosotras. En todo caso, pensaba ahora, por ejemplo, en la novela gráfica “El bebé verde”, de Roberta Marrero, en el que ella mira atrás y se ve a sí misma como esa criatura extraña y en el que relata las y los referentes que le permitieron ser quien es, siendo esto una forma de contarse a una misma que pertenece bastante al mundo LGTBI, efectivamente por la ausencia de referentes en aquellos momentos. Pero, ya en el año 23 del siglo XXI, ¿crees que esta forma de mirada atrás va a cambiar para la gente más joven? ¿Se puede ya dejar de construir sobre el dolor? 

Me parece buen ejemplo el libro de Marrero. Pero es verdad que, más que nostalgia, en este libro y en otros, lo que tenemos son deudas y a mí me parece muy bonito pagar las deudas con el pasado y dar las gracias a quienes nos salvaron. Eso no es tanta nostalgia como agradecimiento. Sobre todo, que quienes nos salvaron y siguen con vida sepan que se lo agradecemos y que somos quienes somos gracias a ellos. Es verdad que, seguramente, muchos miembros del colectivo hemos construido nuestra identidad más a través de lo virtual o de lo ficticio, de los referentes de la cultura más que a través de la propia vida que, realmente, se nos quedaba muy corta, porque era una vida casi de encierro. 

Al hilo de esto, recordé la reciente entrevista de Jordi Évole a Rodrigo Cuevas, en la que el presentador le preguntaba si estaba de acuerdo con la idea de que ahora el mundo estaba peor [para las personas LGTBI] y Cuevas le contestaba algo airado con un no rotundo. ¿Por qué crees que desde hace unos años vuelve esta idea sin parar -y que también le ocurre al feminismo, por ejemplo-? ¿Cómo se podría contestar, desde tu punto de vista? 

Yo creo que es una pregunta que viene desde el privilegio y desde el capitalismo. Una vez, hablando con Ángels [Barceló] en la radio, justamente sobre esto, sobre esta gente que dice que hace treinta años éramos más libres, pues hablé de Bosé y Vaquerizo y toda esta sarta de señoros que merecen todo mi desprecio y que, de hecho, lo tienen, porque no sólo lo merecen, sino que lo tienen… Hay un problema, y es que hace treinta años sus patrocinadores no tenían que rendir cuentas sobre ellos. El gran problema ahora es que cuando alcanzas un nivel de éxito y cuando te vendes, al final no eres tú, eres un producto del mercado. Entonces, el problema no es que la sociedad sea cada vez más mojigata, el problema es que tú te has convertido en un producto de escaparate y de estantería.  Y es cuando, claro, tienes que tener cada vez más cuidado, porque debes mantener el público lo más amplio posible. La diferencia es que ese público “necesario” cada vez más amplio y que es posible porque a ti te están patrocinando como producto, ese público ahora tiene voz. Así, lo que conocemos como la cancelación, en realidad, no es más que otro modo de nombrar lo que es una pérdida de prestigio de marca, es simplemente eso, que vas a vender menos. Nadie va a casa de Bosé y le pone una mordaza, sino que la misma gente que le hace una serie a Bosé es la que le dice “mira, nos hemos gastado una pasta de esta serie que no está viendo nadie, con lo cual vamos a intentar que seas menos idiota porque queremos que esto lo vea más gente”. De modo que no es una cuestión social, es una cuestión puramente capitalista. Cuando tú optas por convertirte en un producto tienes que saber que tienes que molestar a la menor cantidad de gente posible para que te puedan vender bien, eres una Coca-Cola. Es como si Coca-Cola dijera “es que ya no se puede decir nada en los anuncios, no nos podemos meter con los maricones”. Pues claro que no, Coca-Cola, pero básicamente porque queréis que los maricones os compren, o porque queréis que las mujeres os compren. Obviamente, hay menos libertad ahora para esta gente, claro, pero, a cambio, tienen mucho más dinero. Además, no es una libertad filosófica, ni siquiera es social, sino que es una libertad de mercado, y es de esa libertad de mercado de la que son víctimas, con lo cual, a mí me encanta que estén rabiando todo el tiempo. Fuera de esto y volviendo a tu pregunta, es mentira esta idea del recorte de la libertad porque cada vez podemos decir más cosas y mejor y, desde luego, cada vez somos más diciendo más cosas diferentes. 

Y, en este contexto, ¿qué cabría esperar de la gente un poco más mayor en relación a las personas más jóvenes, teniendo en cuenta que estas están ávidas de referentes -y, además, tienen muchísimos más que nosotras en el pasado-? Sabiendo que, además, la construcción y visibilización de referentes es solo una estrategia más entre las disponibles para el cambio para las personas LGTBI. 

Yo creo que lo que cabría esperar de nosotros, yo ya soy cincuentón, es que nos calláramos un poco y dejáramos a que la gente más joven que hablara. Pero, claro, hay que dejar ese espacio. Lo que cabe, para mí, es escuchar y callarnos cuando nos toque callarnos. Quizá sea una de las cosas más importantes que le debemos a las nuevas generaciones, el silencio, el respeto y la escucha. El gran problema es el de siempre, es el capitalismo, es decir, cómo mucha gente se sigue pagando el chiringuito si deja la voz a otras y a otros. Esto es lo que explica en gran medida esta necesidad de esta gente de seguir ocupando espacio. Por otro lado, y más en general, hay una cosa que a mí me interesa mucho para la creación y es la sensación y el deseo de no ser solista, sino de formar parte de un coro. A lo mejor la cosa no sería tanto callarnos como movernos de la primera fila del coro y ponernos en la tercera o en la cuarta  fila, para que en la primera estuvieran las voces más jóvenes, que nos van a enseñar muchísimas cosas. Hay que perder esta reticencia, abandonar esta cosa tan rancia de pensar que los jóvenes son cada vez peores que nosotros, porque es todo lo contrario. Los jóvenes son mucho mejores que nosotros, tienen menos prejuicios, tienen menos cortapisas, son más libres y por eso tenemos que asumir esta idea del coro y, desde luego, dejarles que tomen la voz y que nosotros hagamos la segunda voz, que ya nos toca. O sea, hay negocio para todos, lo que pasa es que, claro, pues al final el caché como segunda voz pues hay que aguantarlo y sostenerlo, pero esto no debe impedir dejar a las voces más jóvenes en primera fila. Yo ya estoy un poco cansado de oírme y quiero escuchar a otra gente…

… Bueno, yo creo que te queda bastante todavía…

… Me parece bien…

Porque, precisamente, tanto el espacio de mujeres más politizadas, en el feminismo, como en el movimiento LGTBI, las conexiones de intergeneracionales son fundamentales, es un diálogo esencial que construye, incluso a través de la discusión y el disenso, por lo que ahí deberían caber todas las voces posibles.

Por supuesto.

Por último, ¿qué planes tienes para el futuro más inmediato, si se pueden contar?

Como escritor saco nuevo libro el 8 de junio, “Días simétricos”, continuación de mis diarios, con Alfaguara y también estoy empezando a escribir un nuevo texto que no será monólogo esta vez y que quiero estrenar el año que viene, como dramaturgo, y como actor, pero esta vez como co-protagonista, tendría a alguien a mi lado. También estoy harto de estar solo en el escenario, cada vez estoy más cansado de hacer cosas solo, me parece aburrido. Si puedo estar con más gente y aprender de ellos, mucho mejor. Por otra parte, tengo proyectos de tele que espero que salgan en algún momento y muchas cosas… No me aburro.

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