No todos los trabajadores que reconstruyeron el movimiento obrero bajo las duras condiciones de la dictadura franquista procedían de familias politizadas, “rojos”, represaliados, perdedores de la Guerra Civil… Desde finales de los años 50 un buen número de jóvenes contestatarios cuyos padres habían hecho la guerra con el Ejército franquista renegaron de la tradición familiar para unirse a la resistencia democrática. Francisco Prado Alberdi, futuro dirigente de CCOO y del Partido Comunista de Asturias, sería uno de ellos.
Tampoco todos los que habían combatido el bando de los vencedores lo habían hecho por convicción o ideología. Francisco Prado había sido uno de esos “vencedores por accidente”, que, acostumbrados a obedecer, lucharon en el bando ganador simplemente porque les tocó estar allí. Nacido a principios del siglo XX en el seno de una familia de campesinos pobres de la provincia de Lugo, aprendió a leer y escribir por su cuenta, con la ayuda desinteresada de un maestro republicano. La pobreza de su familia le impedía asistir a la escuela, y aquel maestro, que sería fusilado tras el triunfo del golpe de Estado, le daba clases particulares los domingos, cuando el niño descansaba del trabajo en un molino. Movilizado con el estallido de la Guerra Civil, como muchos otros jóvenes gallegos sería reclutado para combatir en el Ejército franquista. Durante la contienda lucharía en la Batalla del Ebro y sería herido en una mano y una pierna.
“Junto con los hijos de republicanos, socialistas, comunistas o libertarios, en la oposición democrática también confluirían un buen número de jóvenes cuyos padres habían hecho la guerra con el Ejército franquista”
Tras la Guerra vendría el servicio militar y luego el regreso al pueblo, a las jornadas interminables de trabajo y a las condiciones de subsistencia en un medio rural marcado por la pobreza y la monotonía. Había visto mundo y se sentía encerrado en aquella aldea de Lugo, hoy prácticamente deshabitada. No quería volver a aquella vida, y a la primera oportunidad huiría de allí. El destino más fácil para un joven que había hecho la guerra con “los nacionales” y tenía certificado de buena conducta, sería ingresar en la policía armada del régimen. No se lo pensaría dos veces. Un trabajo seguro, para toda la vida y lejos del pueblo.

Francisco Prado ingresaría en la Academia de Policía de Xixón y en Asturies se quedaría ya a vivir para siempre. Aquí se casaría con una asturiana, Herminia Alberdi, natural de Bustiello, Mieres. En este poblado minero, diseñado para los trabajadores “ejemplares”, católicos, obedientes y conservadores, empleados de las minas del Marqués de Comillas, nacería en 1945 su hijo Francisco Prado.
A pesar del sueldo de funcionario del padre, las condiciones de vida de la familia tampoco eran boyantes y no permitirían al hijo de Francisco y Herminia estudiar todo lo que él habría querido. Con 13 dejaba el colegio y empezaba a trabajar en un cine como ayudante del proyeccionista. En este primer empleo conocería la explotación, la precariedad y el despotismo de los superiores. Un instinto de rebeldía comenzaba a forjarse en un adolescente condenado a trabajar antes de tiempo. Más tarde entraría en el metal, sector duro, pero mejor pagado. Sin vínculos familiares con la oposición antifranquista, Prado Alberdi canalizaría sus inquietudes sociales a través de la Juventud Obrera Católica, una organización legal, dependiente de la Iglesia, y que se convertiría en la primera escuela política de muchos de los que luego pasarían a militar en las organizaciones clandestinas de izquierdas.

En 1962, con 17 años, militando todavía en las JOC, lanzaría sus primeros panfletos en apoyo a las huelgas que habían comenzado en las minas asturianas y se estaban extendiendo por otros sectores y territorios. De ahí pasaría al PCE (i), maoísta, y luego al PCE y a las nacientes Comisiones Obreras. Tanta actividad resultaba difícil de ocultar en casa, más con un padre policía, al que un compañero ya le había advertido que su hijo estaba fichado por subversivo. Sería entonces cuando Francisco Prado rompería el silencio en aquel hogar conformista en el que no se hablaba de política, y le preguntaría a su hijo, Francisco Prado Alberdi, si “iba en serio” en “eso en lo que andas metido”. Sin llegar a mencionar siglas ni militancias, el hijo antifranquista respondería al padre, policía franquista, que en efecto “iba en serio”, en “eso” en lo que “andaba metido”. Francisco padre captaría el mensaje y buscaría el modo de abandonar la policía para no tener que enfrentarse a la desagradable situación de acabar colaborando en la detención de su hijo. Otros padres en la misma situación no tuvieron el mismo comportamiento. Es conocida la anécdota del cantautor Joaquín Sabina, detenido en 1968 por su progenitor, tras haber sido acusado de participar en actividades antifranquistas en la Universidad de Granada.
“Francisco padre captaría el mensaje y buscaría el modo de abandonar la policía para no tener que acabar colaborando en la detención de su hijo”
Alberdi señala que su padre nunca se arrepentiría de la decisión de abandonar la policía. El franquismo estaba en aquel momento remodelando la policía armada, los llamados “grises”, ante el desafío de una oposición creciente y mejor organizada. La dictadura, consciente de que necesitaba rejuvenecer sus fuerzas de orden público, pondría facilidades para que los agentes más mayores abandonasen el cuerpo. Francisco padre encontraría trabajo como conserje del instituto de Salinas, Castrillón. Allí sería, en palabras de Prado Allberdi, “un hombre muy querido y feliz”.

La dictadura seguiría algunos años más después de aquella crucial conversación familiar, todavía entre eufemismos y cautelas. El franquismo moriría matando, encarcelando y represaliando a los que lo desafiaban. Serían años duros para quienes habían decidido dar un paso al frente, y el ex policía y su mujer apoyarían en todo momento a su hijo, detenido, encarcelado, despedido, al que el régimen y los patrones, cosa que casi siempre era lo mismo, habían puesto en una lista negra por su actividad sindical. La dictadura, aquel orden que parecía eterno y natural, ya no era vista igual cuando los palos los recibía un hijo. El sentimiento de clase también afloraría. Con la llegada de la democracia el ex policía se convertiría en fiel votante del PCE primero y de Izquierda Unida después.

La militancia del hijo transformaría pues la visión del mundo de unos padres que habían crecido en un mundo hostil, de trabajo duro, supervivencia, obediencia y pocas preguntas. “Nosotras somos hijas de nuestros hijos, ellos nos parieron” ha dicho en muchas ocasiones Hebe de Bonafini, líder de las Madres de Plaza de Mayo, un ama de casa ajena a la política hasta el secuestro y “desaparición” de dos de sus hijos, militantes de la izquierda argentina:
“Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber”
Esta y otras historia de la vida de Francisco Prado Alberdi se contarán este martes en el estreno del documental “Aguanta, pipas”, dirigido por el historiador Rubén Vega, y que se proyectará a las 19h en Gijón Sur, en un acto que contará con la presencia del director y del histórico dirigente sindical y político.