Mientras callejeamos por Lavapiés buscando una mesa libre para sentarnos a conversar, la fotógrafa Isabel Permuy, vecina de este barrio madrileño al igual que el escritor y periodista Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980), le dice a este último:
—Oye, ¿viste que murió Paco, el del FM?
—¡Qué dices!-responde Fanjul-¡pero si lo cito en el libro!
El libro es “La España invisible. Sobre la precariedad, la pobreza y la desigualdad extrema en nuestro país” (Arpa Ediciones), el FM era un bar de Lavapiés-“un garito pequeño y oscuro que inspiraba bohemia”, según Fanjul- y Paco, su propietario, fue una de las miles de personas que ha sufrido en sus carnes la especulación inmobiliaria y la mercantilización de la ciudad. El autor cuenta así su historia:
“El bar cerró hace unos años y un fondo buitre de la familia Franco, el dictador, acabó haciéndose con el edificio. Querían echar de su casa a Paco, cuyo austero domicilio estaba justo encima del garito, después de cuatro décadas, con ochenta y cinco años y un cáncer terminal. Tenía una pensión no contributiva de 370 euros mensuales, con los que pagar 290 euros de alquiler y las facturas de agua y luz. La mañana del desahucio, los vecinos, coordinados por la asamblea de Bloques en Lucha, el Sindicato de Inquilinas y otras organizaciones en defensa de la vivienda, lograron detener el desahucio interponiendo sus cuerpos y sus gritos. La policía no pudo proceder porque Paco no tenía alternativa habitacional, que debía ser provista por el Ayuntamiento.
Por el momento Paco, que nunca había dejado de pagar el alquiler, permanecería en su casa. O en su infravivienda: minúscula, sin luz y llena de goteras. El resto de vecinos ya habían abandonado el edificio, hartos del abandono y las presiones de los propietarios. Según la Tipología Europea de Sin Hogar y Exclusión Residencial, Paco vive en un alojamiento inseguro: “Bajo amenaza severa de exclusión por desahucio, arrendamiento precario o violencia doméstica”.
Pasamos frente al edificio que ocupó el FM y la vivienda de Paco, hoy con una resplandeciente fachada color pastel ocupada en su totalidad por apartamentos de lujo. “Tal vez logre morir en casa y no tirado en cualquier esquina”, había escrito Fanjul en su libro. No fue así. Paco, como el resto de sus vecinos, acabó abandonando su casa y murió en un asilo.
En los últimos años, el debate público se ha ido ensanchando para dar cabida a diferentes perspectivas de género, medioambientales o con tintes más o menos sociales, e incluso las grandes empresas e instituciones se suben a este carro. Sin embargo, la pobreza y la desigualdad han quedado orilladas o deliberadamente olvidadas, ¿por qué incomoda o disgusta hablar de estas cuestiones?, ¿supone una forma de enmendar al sistema, o de demostrar su fracaso?
Eso lo escribo con cautela, porque tampoco quiero que parezca que estoy en contra de la diversidad, o que apoyo esta cosa del rojipardismo de que lo material tiene que ser prioritario. Yo creo que no, que todo tiene que convivir y que las identidades son variadas: somos de una clase, de un género…Creo que sería necesario que, además de las otras luchas, que me parecen respetables, también estuviésemos en la lucha por las condiciones de trabajo, contra la pobreza o por la vivienda. Muchas veces se ha dicho que es incompatible una cosa con la otra, que eres izquierda identitaria o izquierda material, pero este gobierno ha demostrado que se puede compatibilizar. El Ministerio de Igualdad ha hecho políticas feministas y LGTB; el de Transición Ecológica ha hecho políticas ecológicas y el de Trabajo ha hecho políticas relacionadas con lo material, y es el ministerio más exitoso. Pero creo que en el debate social de las redes y de la calle lo material, las condiciones de pobreza y desigualdad, han quedado un poco larvadas. Creo que es porque a la derecha le ha interesado mucho sacar estos temas que le dan más votos. Es difícil luchar contra la subida del salario mínimo, pero es muy fácil atacar a la izquierda por el tema trans o LGTB porque, al fin y al cabo, son minorías. A la derecha le han interesado más las batallas culturales que las materiales. También es verdad que las personas pobres, desfavorecidas o precarias tienen mucha menos voz. No se las escucha y no tienen espacio. Han quedado un poco relegadas.
Creo que, también en un plano más individual, disgusta hablar sobre estas cuestiones, como si tendiéramos a encerrarnos en nuestra burbuja y nos incomodase mirar lo que hay afuera o por debajo nuestro
Sí, en el libro hago hincapié en las sensaciones que nos produce ver a una persona durmiendo en la calle o que nos pida limosna, sobre todo si somos gentes comprometidas o de izquierdas. Nos sienta mal. Igual estamos en una terraza hablando y es alguien que realmente nos molesta. Muchas veces no ayudamos, no damos una limosna. Se crea una situación de poder en la que, evidentemente, tú no eres el culpable, pero eres un privilegiado. Aunque seas una persona de clase media, pero ideológicamente comprometida, se te hace evidente una desigualdad que ni tú ni esa persona se merece. No nos gusta enfrentarnos a esa realidad.

¿Quizás sea una manifestación del darwinismo social al que nos hemos acostumbrado? El grande se come al pequeño, la competencia feroz, el todos contra todos…
Yo tengo muchas discusiones con trolls de Twitter, y en Twitter, aunque no es significativo de la sociedad española, se defiende mucho esa aporofobia de que el que es pobre es porque se lo merece, de la cultura del esfuerzo, de la paguita, de los subvencionados y aprovechados, la criminalización de la ocupación…Es curioso: hemos pasado de indignarnos por los desahucios a criminalizar la ocupación. Ahora la opinión pública está alineada con los intereses de los grandes propietarios. Todo esto está creando una situación de falta de solidaridad entre los menos desfavorecidos y una situación cada vez más hostil para la gente pobre y precaria.
Tal es la solidaridad con esos grandes propietarios que llega incluso a legitimar la violencia de un grupo parapolicial como Desokupa
Yo veo los programas de la tele por las mañanas y me pongo de los putos nervios. Siempre están hablando del caso más estrambótico y del ocupa más raro. Con esa gente, además, el problema no es que ocupen: es el narcotráfico, que molestan, que hacen ruido, se enfrentan a los vecinos o tiran heces por las ventanas, como oí que decían el otro día en la tele. Se trata la ocupación como un problema de orden público, cuando es un problema de vivienda, y entonces se cree que se puede solucionar a base de actuaciones policiales o de bandas parafascistas como Desokupa. El otro día se me ocurrió una imagen muy gráfica. Yo estudié física, y en física todo tiende al equilibrio: cuando hay muchas casas vacías y mucha gente sin casa, la gente va a tender a ocuparlas, casi por termodinámica o por ósmosis. La solución que se propone es poner una barrera violenta para evitarlo-actuaciones policiales, desahucios, Desokupa-en vez de lo lógico, que sería que hubiera un equilibrio entre la gente y las casas.
Das las cifras en el libro: unas 40.000 personas sin hogar y 3 millones de viviendas vacías
La gente que está con el tema del sinhogarismo se ofende mucho precisamente por eso, porque las cifras de sinhogarismo son manejables. No es mucha gente la que está sin hogar. Es un problema que se podría resolver, y no se hace. Los que están en contra de todo esto hablan mucho de la defensa de la propiedad privada, y yo creo que la mejor forma de defender la propiedad privada es que la gente tenga casas donde vivir y no tenga que meterse en las casas de otros. No se vive bien siendo un ocupa. La gente quiere tener una casa y vivir tranquila, pero la ocupación es muchas veces un mal menor. Está el discurso de que los ocupas viven como reyes, que no quieren trabajar…Lo pensaba el otro día: ahora hay una especie de envidia hacia los pobres. Se envidia que tengan pagas, que ocupen…Es como si los que vivieran bien fueran los pobres y no los ricos. Para la opinión publica parece que hay una clase ultrapobre que vive de putísima madre.
¿Es la meritocracia una especie de espejismo o de falsa conciencia para tratar de racionalizar y de justificar la desigualdad y la pobreza?
La meritocracia sirve para dar una justificación a la desigualdad. En la meritocracia hay dos cuestiones. La primera es si existe o no, y es evidente que no existe, que no se reparten los premios según el esfuerzo o el talento de cada uno. Pero la segunda cuestión es más interesante: ¿debe existir o no?
Me pareció interesante esa idea del libro: que aunque la meritocracia funcionase de manera efectiva, no sería deseable su existencia
Hay gente como César Rendueles Michael Sandel que dicen que ni siquiera es deseable que haya una meritocracia. ¿Por qué los más talentosos deben tener méritos, si muchas veces han nacido con un talento innato que no merecen, a veces es la suerte…? No sería deseable una sociedad exclusivamente meritocrática. También tiene que haber otros mecanismos para que la gente viva dignamente. Tiene que haber un mínimo para todos. No se puede condenar al abismo a los torpes. Eso, dice Michael Sandel, crearía muchas tensiones sociales.
Sí, dice que eso crearía unas élites arrogantes y unas masas resentidas. Me parece que la arrogancia y el resentimiento son dos pasiones que explican a la perfección nuestro momento histórico
Dice Sandel que ese resentimiento es el que ayudó a aupar a Trump. Son masas que sienten que los meritócratas les tratan como si fueran imbéciles. El sueño americano es pura meritocracia. Están creciendo las bolsas de pobreza y la desigualdad, y la gente que no está cumpliendo el sueño americano se pregunta: ¿qué cojones pasa?, ¿es que somos todos inútiles?, ¿que somos pobres por que no sabemos hacer nada? Entonces se rebelan contra esa idea meritocrática, y muchas veces eso lo capitaliza esta derecha extraña que tenemos ahora.

¿No te parece que, entre las élites, existe ahora un cierto consenso para evitar que haya una polarización así en la sociedad? Pienso en la forma en la que se ha decidido afrontar la crisis pandémica, muy alejada del recetario neoliberal de la crisis de 2008
Claro. En el libro hablo mucho de la socialdemocracia y del Estado del Bienestar. Para mí no es la solución ideal, pero realistamente creo que es lo mejor que se ha hecho y que es lo mínimo a lo que debemos aspirar. Tras la Segunda Guerra Mundial, con la URSS en su esplendor, la mejor solución que encontraron las élites fue pactar un reparto de la riqueza a través de los servicios públicos. Tampoco creo que debamos replicar aquello, porque la situación es ahora muy diferente, pero sí el espíritu.
Dices que vamos a sociedades más desiguales, a dos velocidades, ¿qué mecanismos y dinámicas nos conducen a ello?
Pues el aumento de la desigualdad socioeconómica, y yo defiendo que son importantes los mecanismos de invisibilización para que esa desigualdad pase desapercibida o que sea percibida como justa. Me gusta poner el ejemplo de Lavapiés, porque aquí se ve claramente un barrio que por un lado se está especulando, se está gentrificando con el Airbnb y el turismo; y por otro lado hay una sociedad paralela donde hay problemas de drogas, de sinhogarismo, tanto en la calle como en infraviviendas. Esos dos espacios conviven, y creo que las sociedades del futuro, si seguimos así, serán como las películas cyberpunk. Una sociedad muy dualizada que ya se está ensayando en Lavapiés y que podemos ver en EE.UU. Ciudades como Nueva York, San Francisco o Los Ángeles son ciudades donde chorrea el dinero. Son las ciudades más ricas del mundo y las más pobres. El primer mundo convive con el tercero en el mismo sitio.
Hablas mucho de las transformaciones del universo posfordista: la desarticulación de los trabajadores y los sindicatos, el nuevo mercado laboral mucho más fragmentado…Parece que aún no hemos sido capaces de desarrollar formas de análisis y de acción adecuados a este nuevo mundo, y solo somos capaces de conceptualizar la realidad del viejo obrero industrial
Ese es el problema. Cuando se habla del Estado del Bienestar se olvida el papel que tuvieron los sindicatos para sostenerlo. Fueron fundamentales, y de hecho hay quien dice que fueron parte del final, porque fueron demasiado poderosos y subieron demasiado los salarios y la cosa era insostenible. Ahora el sindicalismo es una cosa rancia y cutre porque durante años ha habido propaganda neoliberal en su contra. Luego las formas de trabajo, en las que ya no hay grandes centros fabriles, hacen que la gente esté desmovilizada laboralmente. Pero no sé cómo se puede volver a traer estas luchas a primera plana. Yo supongo que tendrá que ser como se hacen las demás luchas: el Black Lives Matter, el cambio climático o el Me Too. Los sindicatos están preocupados, y saben que tienen unas inercias muy antiguas, sobre todo los sindicatos más grandes como CCOO y UGT. Veo que otros como CNT están teniendo más cintura para adaptarse, pero es complicado.
Me gustó esa imagen del freelance que llega al coworking, se sube a una caja y se pone a arengar a los otros creativos,
Eso estaría bien, que hubiera sindicalismo en el coworking. Esa podría ser una fórmula sindical que aglutine a gente que tiene trabajos que no duran para toda su vida y que está sola en su casa.

Sin embargo lo que parece que está en boga es el modelo Amazon, con políticas antisindicales y unas condiciones de trabajo muy precarias. Aún así, la multinacional bonificaciones fiscales y todo tipo de favores por parte del Principado
El otro día vi una peli, “Vida y muerte en el almacén”, que cuenta la historia de una persona que llega a trabajar en Amazon, la hacen jefa de grupo y tiene que empezar a perseguir a sus empleados. No es solo que tengan políticas antisindicales, sino que en el propio trabajo no te dejan ni ir al baño y te piden objetivos cada vez más exigentes. Es un trabajo inhumano, con una vigilancia extrema y en el que te cronometran por minuto. Hay mucho culto al emprendedor y al multimillonario, como Jeff Bezos, pero me parece hacer trampas. Curiosamente, todos los supermillonarios que hay basan su riqueza en empresas donde se explota, donde no hay políticas sindicales o en las que se lleva la producción al tercer mundo. Hacer grandes emporios empresariales así me parece que no tiene valor. Si estás haciendo tu fortuna del sufrimiento de los otros, no me parece que sea nada loable.
Escribes que esa presión para ser productivo a cada segundo tiene mucho que ver con la liquidación de los sindicatos y del Estado del Bienestar.
Sí, le dedico un capítulo al culto a la productividad, que ya se ha insertado en la vida cotidiana. Yo noto que en mi tiempo libre, de forma inconsciente, trato de ser productivo o de pensar qué puedo hacer. No necesariamente ser productivo para el trabajo, pero sí de tener experiencias, de querer aprovechar el tiempo para pasármelo bien, pero tampoco hay que pasárselo bien todo el rato. En ese sentido, está muy bien el libro de Azahara Alonso, Gozo, que habla de la necesidad de que estemos también mano sobre mano sin hacer nada y sin preguntarnos cómo podemos aprovechar nuestro tiempo de ocio. Pero es que nuestro tiempo de ocio es tan escaso que no podemos evitar pensar en que tenemos que producir bienestar o felicidad para nosotros.
¿Hemos renunciado a conseguir una sociedad más justa? Al final del libro hablas de una imaginación hastiada, incapaz de concebir un porvenir un futuro mejor
Está la frase esta de Frederic Jameson de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. A mí lo que me desespera es que los imaginarios de la juventud que veo en Youtube y en redes sociales están relacionados con la competición. Me refiero, por ejemplo, a los criptobros. Creo que tradicionalmente, en las últimas décadas y en las diferentes subculturas y contraculturas, la juventud ha tenido ideas de mejora social y de solidaridad, o al menos de ser antisistema. Se ha pasado de hacer mundos mejores como querían los hippies, o de rechazar el sistema actual como los punks. Creo que con la llegada del hipster, que es una subcultura prosistema, con esto de los criptobros, con la obsesión del dinero de los traperos, parece que la juventud ha rechazado las ideas de mejora social y solo busca las de competición individual. Así es complicado.