Los calvos, los trujamanes y los trileros del transfuguismo. Sorprende que sean capaces de soportar el insulto, la mierda, el menosprecio, la guerra, la humillación, el jarrapellejos en que se ha convertido esta ciudad, que no aguanta un solo instante la prueba del algodón, maquillada de fingida estabilidad, por unos doblones de oro o, peor todavía, por una liberación.
El transfuguismo o la corrupción. No es un verso de Vicente Aleixandre, es un titular que explica la actualidad política gijonesa, que ha dado un giro radical en una semana y amenaza con permanecer sobre nuestras cabezas durante los próximos cuatro años. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y viva la política como una pasión, se da cuenta de que se necesita tener el hígado destrozado para aceptar el giro de los acontecimientos sin perder el equilibro o vomitar sobre los cantos rodados de la plaza mayor. Me jode pensar que esta vida se ha hecho para calvos sobredorados que van para viejas, declarándose insolventes de la vida y sus empresas.
Alguna vez escribí que el peor enemigo de un político es otro político de su mismo partido. Todo nuestro mundo occidental y crispado nos está dando el espectáculo gris de los viejos ultraderechistas, los agiotistas carcaveras, los buscavidas estofados de la tribu, que presiden la actualidad del día bajo un palio de seda y crimen, de mentira e hipocresía. Sospecho que han aceptado el soborno como estilo de vida. Se han dejado seducir por el oro de la corrupción, ese brillo especial que tiene la mierda cuando el político se acerca un poco para saber a qué huele sin esperar a que se le quede pegado y apeste a ella.
Mientras el pufista pacta la estabilidad política de Gijón, la ciudad otea un horizonte donde sólo hay trampas. Emociona y conmociona escuchar las explicaciones de Carmen Moriyón, que finge absoluta normalidad, mientras otros blanquean la jeta de un emprendedor. Querían ser el PNV y sólo llegan a estraperlistas del voto por un plato de lentejas. Lo peor del transfuguismo, en este caso, no es el trinque, pues a ése desgraciadamente ya nos hemos acostumbrado. Lo peor es que la nueva situación anuncia un sistema corrupto. El transfuguismo, como la corrupción, querido y desocupado lector, es la antesala de la desafección, una herida de muerte en el costado de la democracia que se desangra mientras los viejos predicadores se quedan solos en su convento, escriben sus memorias y, de vez en cuando, se rilan. Ay.