Un viejo proverbio nos dice que “la belleza de una flor que se abre, equivale a la belleza de una flor que se marchita”. Tal cosa me parece imposible para mí y también para ti, pero es una realidad como un templo cuando hablamos de Radio Cucaracha, la radio libre de Oviedo.
Este milagro laico de comunicación inteligente, creativa, anti-comercial y no profesional fue una semilla incubada en los años 70, siguiendo el ejemplo de las emisoras piratas que empezaban a surgir en Europa aprovechando el impulso de la tecnologías analógicas y el “Hazlo tú mismo”. En Asturias no prendió hasta el año 79, en el prao de los maizales, donde cada año la progresía asturiana celebraba la fiesta de la cultura. La cucaracha empezó como un prototipo de emisión entre grupo y discurso que sorprendió a todos por su éxito.

Para germinar necesitó su atmosfera y su contexto, y también 15 personas entusiastas que empezaron a reunirse en la sede del Club Cultural de Oviedo, satélite histórico de la constelación de un PCE ya en declive. Los pioneros de la emisión pirata salieron a la calle, vendieron bonos y pegatinas, picaron en todas las ventanas hasta que el 7 de enero de 1984 esos 15 eran 150 personas. Ese día comenzó la emisión ininterrumpida de Radio QK en las ondas hertzianas y ahí sigue hasta hoy.
Prácticamente nada más ver la luz ya estuvo a punto de morir en el 88, amenazada de cierre por la delegación de telecomunicaciones, espada de Damocles constante para todas las radios libres y comunitarias que fueron surgiendo en Asturias. Pero la cucaracha es una flor que resurge de sus cenizas, siempre con la soga al cuello, como cualquier proyecto auto-gestionado, y siempre dependiente de una tecnología cara, muy por encima de nuestras posibilidades.

Yo la conocí a principios de los noventa, ya en el local de Llano Ponte. Para mí y mis colegas acercarnos hasta allí exigía cruzar la ronda sur y era una aventura. Rápidamente nos dieron la alternativa y nos dejaron solos en aquel local. Nos entregaron los mandos de la nave y nos dejaron decir y hacer lo que quisimos. El local estaba encima de una conocida casa de putas y desde sus ventanas se podía ver la cárcel modelo ovetense. No me di cuenta pero esos días empezaron a cambiar mi vida. En el Oviedo de aquel entonces era imposible enterarse de lo que era la insumisión si uno no escuchaba “La Oveja Negra”. Todo lo que podías escuchar sobre rock radical vasco era lo que te ponían en “Gora Herria”. Yo no veía el telediario, escuchaba “La Escupidera”, y si alguna vez me interesó el anarquismo fue por escuchar “Al Loro”. No había otra forma de acercarse al psychobilly que sentarte delante de la radio a la hora de “Mutant Radio”. Podría estar así horas, las misma que me pasaba en casa escuchando todos los programas.
Más o menos con el décimo aniversario nos cambiamos de local y nos fuimos uno más grande en Ciudad Naranco, con el sueño de que fuera un punto de encuentro para colectivos y asociaciones. De aquellos tiempos viene quizás cierta mala fama merecida. A la QK le pegan mucho todos los adjetivos que maridan con el gueto político. La parrilla estaba llena de programas, hasta el punto que era más fácil pillar una venérea o drogas, ya fueran blandas (hachis, hierba ) o duras ( situacionismo), que una hora libre. Por allí circuló mucha gente y mucho antes de que la palabra estuviera de moda la Qk fue un proyecto transversal.
A día de hoy puedes encontrarte a ex miembros de la radio en la cocina económica de cualquier capital europea, dirigiendo una logia masónica, en el órgano de dirección de una empresa del IBEX, en festivales de cine o de música, trabajando en todos los medios, en la cárcel o en el seminario. Las temáticas de sus programas siempre oscilaron desde el último comunicado de la FAI hasta el triple decisivo de Victor Perez en Pumarin pasando por las gradas del Tartiere. Tal jardín es muy difícil de gestionar y la QK siempre fue un jardín inglés donde cada especie seguía un poco su curso, no sin conflictos.
Las cucarachas siempre fuimos como esas leyendas urbanas que encadenan una crisis económica con otra, sin distinguir si estamos en la del petróleo o la de la construcción. Solo salimos de pobres gracias a un rayo que destrozó el emisor y a la gente del Pinon Folixia que nos salvó de aquella quema. Desde entonces la radio se mantuvo fuerte a pesar de los riesgos de cierre y las multas de la SGAE.

Pudimos permitirnos adaptarnos a las profundas transformaciones del medio incorporando la emisión on-line, pero siendo realistas, a día de hoy no hay ninguna necesidad de tener un local, ni una radio. El consumo de programas ha cambiado radicalmente en lo últimos 10 años y todo el mundo puede hacer su programa en casa y colgarlo en cualquiera de las múltiples plataformas que hay. Siendo realistas, si la radio sigue es gracias al esfuerzo enorme de un pequeño grupo de personas que creen que todavía es necesario compartir un espacio, que es imprescindible el contacto, relacionarnos y que por eso es necesario un espacio físico que nos saque del individualismo recalcitrante de esta sociedad. Siendo realistas es imposible concebir Radio QK sin su jardín.

Esa idea está en crisis ahora mismo, como lo está la atención primaria sustituida por una llamada telefónica o la escuela convertida en plataforma on-line. La radio igual tiene que bajar la persiana como lo harán miles de autónomos este otoño o la semana que viene. Comparado con toda la problemática de la crisis social que nos acecha, el problema de la QK es una broma. No se puede comparar. Por eso si se muere yo brindaré orgulloso del trabajo hecho y por la belleza de esa flor que se marchita.
Pero a lo mejor merece la pena seguir intentándolo. La realidad se parece cada vez más a 1984, y alguien tiene que estar ahí para contarlo.