Antiespecismo a debate. Reflexiones de tres ganaderas extensivas (II)

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Artículo originalmente publicado en catalán en septiembre de 2019 en la revista “Catarsi” con el título “Antiespecisme a debat. Perspectives des de la ramaderia extensiva (II)”

Introducción

El objetivo de la segunda parte de este artículo es centrarnos en algunos de los aspectos de discusión ética, moral y política de la Antiespecismo.

En el artículo anterior hemos intentado poner sobre la mesa el debate en torno al animalismo desde una perspectiva anticapitalista y ecologista, haciendo un repaso de las circunstancias que nos han llevado al sistema agroalimentario actual, los flujos y organizaciones ecosistémicas, y los beneficios ambientales y sociales de la ganadería extensiva, enfatizando en su contribución a la Soberanía Alimentaria.

El animalismo y el Antiespecismo como corrientes políticas han ido tomando fuerza desde los años sesenta. Las discusiones en torno a los derechos de los animales, de su capacidad de sentir, de la responsabilidad de las personas en el trato con otros animales, etc. han ido ocupando espacio en el debate público, y han conseguido mejoras en la vida de miles de animales. Tanto para rechazar prácticas de domesticación y carcelación de animales exóticos y salvajes en los zoos o circos, como para prohibir actos en los que el maltrato animal era el eje de la actividad (tauromaquia, peleas, etc.), o para reclamar una regulación sobre los derechos de los animales como seres dependientes, y aumentar la regulación de bienestar animal en la industria cárnica.

(…) hay aspectos del discurso animalista y antiespecista que se sitúan cada vez más lejos de las realidades ganaderas y de la ruralidad, y también de la soberanía alimentaria

Ahora bien, hay aspectos del discurso animalista y antiespecista que se sitúan cada vez más lejos de las realidades ganaderas y de la ruralidad, y también de la soberanía alimentaria. Por ello este artículo quiere problematizar algunos de sus argumentos.

Foto: lapajareramagazine.com


Depósito cultural y simbólico del capitalismo



Norbert Elias hablaba del depósito cultural y simbólico que está en la base de la construcción de las sociedades. Claramente todas nosotros hemos sido socializadas y construidas como sujetos en un entorno capitalista, en el que toda la estructura social es vertical, jerarquizada y jerarquizando. Con flujos continuos de extracción de abajo hacia arriba, de recursos naturales, económicos, sociales, etc.

Esta estructura social actúa como esquema de pensamiento y prejuicio inicial a la hora de encarar nuestras observaciones y la manera de explicarnos el mundo. Por eso, a menudo cuando pensamos en el funcionamiento de los ecosistemas los establecemos en una escala natural de seres inferiores y superiores, según quien se come a quien, obviando toda la circularidad de los procesos tróficos.

Pero como hemos expuesto en el artículo anterior, no existe tal escala si no es en nuestra mirada, ya que la regulación de la VIDA es de carácter cíclico, y su base es la transformación constante de la materia y la energía, y no su acumulación.

Contrariamente a lo que exponen ciertos espacios o discursos antiespecistas, las personas no deberíamos considerar superiores para consumir carne de otros animales

Nuestra existencia, y por tanto la alimentación, debería ir de acuerdo con los ciclos ecosistémicos, pero en cambio está fundada en una extracción constante de recursos del medio. Asimismo, el distanciamiento de la sociedad con la producción de alimento ha generado la falsa imagen que éste es ilimitado y accesible y se puede «sintetizar» de la nada, como demuestra toda la propaganda en torno a la carne «limpia», es decir, sintetizada artificialmente.

Contrariamente a lo que exponen ciertos espacios o discursos antiespecistas, las personas no deberíamos considerar superiores para consumir carne de otros animales, ya que forma parte de este aspecto cíclico de la materia y la energía que sigue siendo el motor de funcionamiento de la VIDA.

Lo que planteamos es que el régimen económico y político del capitalismo es el que ha roto con estos ciclos generando una extracción y acumulación sin fin. De modo que no es el consumo de carne lo que perjudica a los animales, sino la industrialización de la ganadería (y de la agricultura) para sacar el máximo de recursos y de beneficios de estas actividades, sin pensar en ningún momento ni en la imposibilidad de cerrar los ciclos (por la gran cantidad de residuos que se generan), ni en la desigualdad social que generan.

Ganadería en Siones (Uviéu). Foto: Iván G. Fernández

En este sentido, la ganadería extensiva, realizada de manera sostenible, localizada, dimensionada a los recursos y practicada desde una perspectiva feminista aporta beneficios muy positivos, que son ampliamente conocidos y estudiados. Desde el reciclaje de nutrientes, el cómo favorece la biodiversidad en la importancia de la silvopastura para la prevención de incendios. Y cuando hablamos de ganadería feminista no es aquella realizada por mujeres: se trata de aquella ganadería donde se pone el cuidado de los animales y el entorno en el centro.

Asimismo, la ganadería extensiva y feminista rompe la dinámica de la extracción y la acumulación, ya que se integra en estos ciclos naturales. No requiere el expolio continuado de materia y energía, y tampoco tiene como objetivo la acumulación, sino la persistencia equilibrada de la actividad. A su vez se trata de actividades que provienen de saberes ancestrales, comunes y comunitarios, por lo que empoderan a las personas para poder realizar en lugar de desposeerlas de capacidades y medios, como ocurre con la producción industrial de alimento.

Uno de los argumentos esgrimidos desde el Antiespecismo y también para corrientes que abogan por resilvestramiento es que todo este equilibrio natural se puede hacer con fauna salvaje, como en un inicial Estado de Naturaleza. El problema es que, en un territorio altamente fracturado, urbanizado, y cultivado, sustituir las funciones ambientales de los rebaños de pasto para rebaños silvestres- y sus depredadores para controlar las poblaciones- es poco viable.

No hay suficiente terreno disponible sin entrar en competencia con la fauna salvaje para sostener las necesidades agrícolas humanas actuales, y no digamos el abastecimiento y dinámica de funcionamiento de las grandes metrópolis, que implican amplias infraestructuras logísticas. Volver a un «estado de naturaleza» autorregulado sería un proceso largo y que requeriría de manera inevitable de la reducción drástica de la población humana o de su extinción.

Este planteamiento de resilvestramiento también nos recuerda la concepción dualista que tenemos de la humanidad hacia la naturaleza, y el desconocimiento o menosprecio de las relaciones simbióticas que se han establecido a lo largo de miles de años, y que aún hoy existen.

Argumentos morales y políticos del Antiespecismo

Uno de los aspectos más complejos sobre los que reflexionar en la discusión entre Antiespecismo y ganadería extensiva, son las cuestiones relativas a la moral. Sobre todo, sobre la legitimidad de domesticar y sacrificar animales para alimentarnos.

Esta cuestión por sí sola ha generado un volumen inmenso de literatura académica, de debates y de escritos, que es imposible poder reflejar cuidadosamente en un artículo como este. Lo que intentaremos es centrarnos en algunos aspectos que creemos relevantes.

Desde el Antiespecismo, dos de los argumentos más fuertes contra la ganadería (toda la ganadería, indistintamente) son que las personas somos especistas, es decir, nos consideramos en un rango superior a los otros animales, especialmente porque somos la única especie, por ejemplo, capaz de tener una condición moral, un lenguaje simbólico o la noción de trascendencia en el tiempo. De ahí se deriva la cuestión de qué legitimidad tenemos para sacrificar un animal.

Foto: Iván G. Fernández

El segundo argumento es que, el hecho de que consideramos este rango superior sobre otros animales hace que los utilizamos para satisfacer nuestras necesidades, y por lo tanto que los explotamos en términos marxistas, es decir, utilizamos su fuerza de trabajo (o la su fuerza vital) para conseguir unos rendimientos, que pueden traducirse en plusvalía. De este segundo elemento se deriva si como ganaderas estamos autorizadas a discutir sobre estos aspectos, ya que somos parte interesada en el proceso, dados nuestros intereses económicos. A continuación, discutiremos diferentes aspectos de estas premisas.

Punto de partida: ganadería extensiva y feminista

Ciertamente, nos dedicamos a la ganadería, por lo tanto, nuestra actividad consiste en cuidar unos rebaños de animales, perpetuar a partir del plantel joven que sustituye los animales adultos que mueren, sacrificar las crías para obtener carne y, en los casos de la ganadería de leche, utilizar la leche de las madres para hacer alimentos. Aparte, del manejo y / o del sacrificio de los animales se consiguen otros productos que podemos utilizar: lana, cueros, huesos, estiércol, etc.

Ahora bien, como ya hemos explicado no toda la ganadería es igual. Si hablamos de ganadería extensiva y feminista, estamos hablando de una forma de trabajar / vivir que implica poner en su centro el cuidado por el entorno (evitando sobrepastoreo, manteniendo mosaicos agrícolas, ayudando al equilibrio y maduración de los bosques, etc.), y de los animales. Mientras los animales permanecen en el rebaño, se les propicia la mejor vida posible, los mejores cuidados posibles, en un equilibrio entre la satisfacción de sus instintos y necesidades naturales, y la protección contra las adversidades a las que tendrían que hacer frente si se encontraran en estado salvaje (frío, hambre, enfermedades, depredadores). No hablamos de regímenes carcelarios de los animales, ni de explotación sin fin, ni de extracción de recursos del otro lado del mundo para alimentarlos.


El sacrificio: legitimidad y supervivencia


El primer debate es si estamos legitimados para sacrificar un animal para nuestro beneficio. Tal como expone Peter Singer, aplicando el principio de igualdad en cuanto a la capacidad de sufrimiento de los animales (humanos y no humanos), causar dolor y sufrimiento a un animal es algo malo en sí mismo. Pero sacrificar es un tema más complejo: no se puede considerar de la misma manera, ya que no siempre causar la muerte de un ser es algo malo. Singer lo argumenta poniendo el paralelismo con el aborto o la eutanasia: son formas de sacrificio, al fin y al cabo, y no son algo malo por sí mismas. Podemos eutanasiar un animal o provocarle el aborto por su propio bien (para ahorrarle sufrimiento). Otro aspecto que destaca Singer es qué ocurre en una situación de extrema necesidad para la supervivencia. En caso de que estemos muriendo seleccionados de hambre, considera legítimo que podamos alimentarnos de otros animales. Como también hay animales que se alimentan de otros para sobrevivir.

Partiendo de estos planteamientos de Singer, podemos decir que estamos completamente de acuerdo en que causar sufrimiento y dolor a un animal es algo que es malo en sí mismo, y nosotros, como ganaderas, somos los principales interesados ​​en que nuestros animales sufran el menor dolor posible. ¿Es posible un sacrificio sin dolor? Seguramente no, pero sí podemos mitigar al máximo este dolor, y también aspectos asociados como el estrés, el miedo, etc.

El hecho de que por ley los sacrificios hayan «mecanizado» y «industrializado» ha hecho perder tanto el saber tradicional sobre cómo hacer sacrificios rápidos y poco dolorosos, así como todos aquellos rituales que acompañaban a los sacrificios de animales, y que también tienen como objetivo rebajar el estrés o la tensión en los animales. A la vez que nos situaban a las personas en una posición de mucha más conciencia y responsabilidad respecto al acto del sacrificio de animales que hemos criado.

Foto: elsaltodiario.com

Devolver al sacrificio a las fincas, sin tener que trasladar los animales, añadiendo sistemas modernos para el aturdimiento de estos y buenos métodos de sacrificio, facilitarían mucho la reducción del dolor y el sufrimiento de los animales, que es algo que cualquier ganadera busca y espera.

Pero sí, ciertamente sacrificamos animales. Los sacrificamos y acabamos con la existencia de un ser individual del grupo. Pero al mismo tiempo, este sacrificio será seguido por la aparición de un nuevo ejemplar, al que vamos a garantizar una vida el máximo de buena posible, en un ciclo continuo. Algunos de los que nacen se quedarán en el rebaño como reposición. Otros servirán como alimento a los humanos.

Como ya hemos expuesto anteriormente, es un mecanismo similar al que se da en los ecosistemas, en los que algunas crías sobreviven y llegan a adultas, y otros no, ya que mueren en diversas circunstancias. Pero, tanto para el hecho malo como para lo no tan malo (una muerte de sacrificio en matadero es bastante menos dolorosa que una muerte siendo atacado por un depredador), está mediado por los humanos.

(…) la ganadería extensiva, local y feminista, como la agroecología, son necesarias para la supervivencia de los humanos como especie, y para evitar o mitigar el colapso ecológico actual.

Precisamente por la importancia que toma todo este proceso, no se debería sacrificar nunca un animal del que no se aproveche el máximo posible, y sobre todo no se pueden sacrificar animales en masa para obtener carne que luego se malbaratará.

Por otra parte, volviendo al argumento de Singer, sólo estaríamos hablando de la legitimidad de sacrificar animales cuando es una cuestión de supervivencia individual. Pero si abrimos el foco, y pensamos en clave de soberanía alimentaria y por tanto de supervivencia colectiva, la ganadería extensiva, local y feminista, como la agroecología, son necesarias para la supervivencia de los humanos como especie, y para evitar o mitigar el colapso ecológico actual. Asimismo, esta perspectiva de la soberanía alimentaria ya tiene intrínsecamente el planteamiento de una reducción drástica del consumo de carne y de sus derivados.

Explotación, acumulación primitiva y legitimidad de discusión


El segundo argumento es que, con nuestra consideración de superioridad estamos explotando otros animales, especialmente otras hembras, para obtener un beneficio. Y que el hecho de que intervengan intereses económicos invalida que las ganaderas podamos tener un debate honesto sobre estas cuestiones.

Foto: fundeu.fiile.org.ar

La cuestión sobre la explotación animal no es sencilla. Si consideramos que toda relación que tenemos con animales que hayan sido domesticados es explotación, porque los estamos utilizando para algún fin (sea que nos alimenten, o sea que nos hagan compañía), entonces hay que remontarse muy atrás a considerar que toda interacción humano-animal que se haga bajo los paraguas de la domesticación es susceptible de ser explotación. Porque siempre estamos interviniendo sobre la vida, la conducta y los instintos de aquel animal, haciéndolo menos apto para la vida salvaje, más indefenso, y por tanto, menos capaz de sobrevivir sin nosotros.

La gran mayoría de pequeños proyectos agrarios y ganaderos extensivos (…) se enmarcan mucho más dentro la realidad de la economía social y solidaria, que no de la economía capitalista.

Desde la perspectiva de una ganadería feminista, cuando se toma la responsabilidad de convivir con animales no humanos, no planteamos esta relación como una explotación o un sistema de extraer recursos, sino como un compromiso de cuidado con aquellos animales y sus vidas. De hecho, toda la agricultura tradicional, que ha combinado históricamente agricultura y ganadería, se sentía interpelada por el destino y situación de los animales a su cargo.


Si consideramos que es explotación sólo cuando obtenemos un rendimiento económico, como sería el caso de la ganadería, es imprescindible plantearnos bajo qué tipo de economía se gestionan los pequeños proyectos ganaderos que ponen en el centro el cuidado por el entorno y por sus animales. Y lo que encontramos es que se trata de proyectos que no generan beneficio, sino que se limitan más a cubrir (ya menudo ni siquiera eso) las necesidades básicas de las personas que los llevan adelante y del entorno y animales que cuidan. La gran mayoría de pequeños proyectos agrarios y ganaderos extensivos, especialmente aquellos que se realizan desde perspectivas agroecológicas, se enmarcan mucho más dentro la realidad de la economía social y solidaria, que no de la economía capitalista.


También, más allá del concepto de explotación tenemos el concepto de acumulación. El capitalismo se basa en la acumulación continuada de capital en formas muy diversas (materia, energía, dinero), a partir de su extracción a aquellos grupos que puede dominar y subyugar. En este sentido se podría decir que la ganadería, aunque sea extensiva, precisamente es una forma de extracción aplicada sobre animales no humanos para contribuir a la acumulación de los humanos.

Foto: koivegan.es

Pero en cambio, nosotros pedimos una vez más la necesidad de abrir el foco. El capitalismo no es algo que opera en el ámbito individual (aunque muchos humanos a menudo repetimos los esquemas de funcionamiento del capitalismo), sino a escala global. Por lo tanto, la extracción real de recursos se hace en el momento en el que se despoja precisamente las comunidades rurales de su capacidad de autoabastecimiento, que combina precisamente agricultura y ganadería. Esto sucedió en Europa con el cierre de tierras y la privatización de los bienes comunes; también sucedió en Latinoamérica y África con la colonización, y ocurre cuando la industria cárnica presiona de manera continua en el tiempo la pequeña agricultura para ahogarla y obligarla a integrarse en una agroempresas más grande y convertirse en mano de obra. Todos estos procesos han comportado empobrecimiento de la población,

(…) se trata de soberanía popular y de generación de comunidades en las que animales humanos y no humanos reencontramos equilibrios.

En este contexto, los pequeños proyectos de ganadería extensiva y feminista son, de hecho, un baluarte de resistencia, al igual que la agricultura tradicional todavía existente, así como toda aquella actividad rural de autoconsumo que en muchos casos ha servido y sirve por el sostenimiento real a las comunidades. Desde nuestra perspectiva no se trata de explotación animal ni de acumulación, se trata de soberanía popular y de generación de comunidades en las que animales humanos y no humanos reencontramos equilibrios.


Humanos y naturaleza en el S. XXI


Finalmente, queremos introducir algunas reflexiones sobre la relación contemporánea de los humanos con la naturaleza. El siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI se ha caracterizado por el crecimiento desmedido de las grandes ciudades en detrimento de las zonas rurales, donde la población es expulsada para extraer recursos naturales, por guerras, por los efectos del cambio climático o por el paro, o una combinación perversa de todas ellas. Esta dinámica es global, y aunque es diferente (y más o menos desesperada en unos lugares que en otros), está provocando una pérdida de conocimientos tradicionales ligados al autoabastecimiento alimentario.


En nuestro contexto blanco y occidental, la «urbanización» de la sociedad no se limita a la «gente de ciudad». Sucede partes, también en las zonas rurales. Se trata de una tendencia general, en la que los saberes y oficios tradicionales se han perdido, y la gran mayoría de los trabajos ya no están ligadas ni con los ritmos naturales, ni con la observación del entorno, ni con el trabajo de la tierra o con los animales.

Foto: portaloaca.com

Quedan libros, investigaciones etnográficas y museos. Y alguien que todavía los lleva a cabo. En cambio, se ha poblado todo de una tecnología que no nos es propia, de la que sólo somos usuarios, y que además está basada en generarnos adicción de manera continuada. El grado de pérdida cultural de estos saberes es enorme, y nos lleva a unas situaciones de enorme indefensión en caso de colapso del modelo actual de vida.


En cierto modo, el Antiespecismo y el animalismo surgen de esta «urbanización» social. Por un lado, por la conciencia de los efectos nocivos a todos los niveles de la pérdida de la agricultura y ganadería tradicionales ya pequeña escala, y su transformación en industrias altamente contaminantes e intensificadas. Por otro lado, la distancia generada entre lo urbano y lo rural (que no quiere oponer «ciudad y campo», sino concepciones que nos atraviesan de manera radical, y donde, vivamos donde vivamos, ya estamos «urbanizados»), y entre lo urbano y lo natural y salvaje. Por haber perdido todos estos saberes que permitían encontrar puntos de conexión entre las vidas humanas y las vidas no humanas en un entorno que permite más la cooperación como es el rural.

Hemos desaprendido a mirar, a escuchar, a sentir, a trabajar con la tierra, con animales, a entender sus lenguajes ya relacionarnos con el paisaje. La naturaleza, la ruralidad son convertidos en telones de fondo del ocio.


Como ya hemos dicho al empezar, gracias al Antiespecismo y el animalismo se han logrado grandes mejoras en la vida de los animales y también se ha puesto sobre la mesa la grave problemática con la ganadería intensiva, tanto en términos ecológicos como por en cuanto al sufrimiento de seres vivos.

La consideración de que ningún argumento es válido ante la emoción, enturbia el hecho de que las emociones humanas también están socialmente construidas

Pero, por otro lado, se ha generado un discurso tremendamente emotivista sobre los animales, sin menudo tener una concepción realista de las necesidades de éstos, de sus instintos o de qué vidas son adecuadas para ellos. Lo podemos ver en el trato que se les da en algunos santuarios, en los que vacas, jabalíes y otros animales han criado de forma antropomórfica, y no desarrollan sus conductas instintivas y naturales.


El hecho de que estos movimientos hayan conseguido tantos adeptos, de manera tanto incondicional, ya menudo con tanta dificultad para poder entablar diálogos con otros colectivos, es debido a que los discursos más comunes se basan en el emotivismo. La consideración de que ningún argumento es válido ante la emoción, enturbia el hecho de que las emociones humanas también están socialmente construidas, y que, en buena parte, el bagaje cultural y simbólico de la mayoría de personas occidentales blancas está atravesado por imágenes y concepciones poco realistas sobre la animalidad, sobre la naturaleza, sobre la vida salvaje, etc. Precisamente en lo que decíamos anteriormente, por habernos sumergido en códigos culturales urbanos, tecnológicos, globalizados y estandarizados.

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1 COMENTARIO

  1. Muy interesante el artículo. Tendría una pregunta :cómo es el proceder con las crías de las madres que se utilizan para la producción de leche en la ganadería extensiva? Muchas gracias

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